José María «Chito» Vázquez, diplomático argentino: «En Venezuela se pergeñó un Caballo de Troya a modo de ayuda humanitaria»

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Por Carla Perelló, de la redacción de NODAL

El pasado 23 de febrero medios de comunicación en todo el mundo transmitieron en vivo y en directo el recital «Live Aid Venezuela» impulsado principalmente por el empresario Richard Branson, fundador de la compañía Virgin, que cuenta con más de 360 empresas. Su objetivo, dijo, era recaudar fondos para donar a Venezuela y entonces a él se sumó el apoyo de dirigentes políticos de la región: los presidentes Iván Duque, Sebastián Piñera y Mario Abdo Benítez, de Colombia, Chile y Paraguay, respectivamente, en compañía del autoproclamado mandatario de Venezuela Juan Guaidó, presionaron junto con Estados Unidos para el ingreso de ayuda humanitaria. Impactaron, entonces, aquel día las imágenes con la frontera cerrada y algunos camiones repletos de comida y medicamentos. Ahora bien, ¿por qué es posible que las autoridades venezolanas se nieguen a recibir esta “ayuda humanitaria”? ¿Cómo es el procedimiento para solicitarla y los mecanismos internacionales que acompañan en ese sentido? Para el caso, NODAL habló con José María «Chito» Vázquez, exembajador argentino en Haití durante el 2010, fecha en la que se produjo un terremoto que dejó al país bajo escombros y lo llevó a recurrir a la comunidad internacional.

Usted estuvo como embajador de Argentina en Haití durante 2010 donde se debió recibir ayuda humanitaria, ¿podría contar qué es, cómo se recibe y qué tipo de mecanismos u organismos intervienen en ese proceso?

En 2010, sorpresivamente, en territorio haitiano se produjo un terremoto de grandes proporciones que afectó al sur y al centro del país y, fundamentalmente, a la ciudad-capital Port Prince. Destruyó las estructuras edilicias de un Estado que ya era muy débil y provocó la muerte de alrededor de 300.000 personas. Frente a este desastre humanitario, con un gobierno muy débil, se retransmitió al mundo entero la necesidad de ayuda humanitaria, sobretodo a través de la ONU en Nueva York. Organizaciones formales como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (más conocida por sus siglas en inglés, FAO), organizaciones privadas como OXFAM, o la agencia norteamericana US-AID, y gobiernos de todas partes del mundo acudieron ante la emergencia. Todo ello, desde la solicitud explícita del Estado. Fueron reacciones de corto y mediano plazo. En regiones precisas, las más afectadas. Se trató de la lógica “pan para hoy y hambre para mañana”. El caso haitiano es muy ilustrativo. La estructura económico-social, nos advierte sobre un país en histórica situación extrema (con ocho millones de habitantes –sin registros oficiales- se estima que entre el 1 y 3 por ciento con ingresos altos, alrededor del 10 con bajos ingresos, en gran medida, procedentes de las remesas familiares; el resto de la población, parte en situación de pobreza y alrededor de 4 millones sobreviven en condiciones de indigencia extrema). Además, por su ubicación geográfica está expuesta a recibir fuertes huracanes en época de lluvias de agosto a septiembre cuyas consecuencias destructivas se acrecientan en un territorio erosionado por la lucha de supervivencia humana (las necesidades de energía de la población, por siglos, ha destruido los bosques naturales en sus montañas). Sus valles en periodos de lluvias concluyen con desbastadoras inundaciones, las aguas bajan con toneladas de lodo y piedras. El caso de la precaria ciudad de Gonaives es un ejemplo de ello. Allí, estuvo ubicado el batallón militar argentino por varios años cumpliendo con funciones de seguridad humanitaria, con destacado desempeño en su responsabilidad y comportamiento humano. Por todo ello, Haití ha sido y es, un país susceptible de recibir ayuda internacional, pero sólo para mitigar los efectos de la injusticia social histórica, en gran medida naturalizada.

Diferente es la situación de la cooperación internacional que, por cierto, requiere de la solicitud del Estado, con el que se negocia los términos de dicha cooperación, en la idea que a la postre esas experiencias sean asumidas por el Estado, garantizando su continuidad y estabilidad como esfuerzo de largo plazo. En síntesis, esa fue la rica situación vivida por la cooperación argentina a través del Programa Pro-Huerta en que el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria ofreció un sistema de economía y producción familiar con adaptaciones al medio haitiano, que en tres años cubrió el 70 por ciento del territorio e incluyó a 400.000 personas, aproximadamente el 10 por ciento de la población indigente. Ello se hizo en el esquema de cooperación triangular, con la colaboración financiera de la cooperación canadiense, española y de la Unión Europea, y en el último período se conto con la cooperación colombiana en la región norte del país. Argentina ofreció la metodología probada, la conformación de equipos locales para garantizar la orientación técnica en el terreno, las semillas adecuadas, así como gallinas ponedoras, ofreció vegetales y proteína animal para un principio de alimentación equilibrada para este doliente sector de la sociedad haitiana. Lamentablemente esta experiencia se descontinuó en los últimos años. Fue una llave probada con potencialidades para resolver la indigencia extrema en Haití con nuestra colaboración.

Como contracara a la experiencia argentina y de otros países latinoamericanos como Cuba con su ejemplar cooperación en Salud, Venezuela con petróleo subsidiado por Petro-caribe y la construcción de ferias populares, Brasil con programas de cooperativas agro-pecuarias y Chile con programas pilotos de educación materno-infantil, la cooperación internacional ha mostrado limitaciones por su perspectiva de corto plazo que concluido el esfuerzo económico nada queda. Muchas veces programas impuestos al Estado y gobierno débiles sin atender sus prioridades y lo que es más grave, parecen esfuerzos más destinados a justificar excedentes financieros y con ello, la existencia de burocracias internacionales bien pagas.

¿En qué situación o situaciones debería un país recibir o solicitar ayuda humanitaria?

La realidad haitiana es ejemplificativa de situaciones parecidas en el resto de América Latina (inclusive, los 40 millones de ciudadanos estadounidenses que sobreviven bajo la pobreza y la indigencia), África, y Asia. Frente a estas magnitudes resulta sólo paliativa la ayuda humanitaria internacional.

¿Qué diferencias observa con respecto a lo que está pasando ahora en Venezuela donde algunos países sostienen que se precisa de esta ayuda?

El caso de Venezuela en estos días también es ejemplificativo en otros sentidos. Después de la caída de la Unión Soviética, los EEUU quedaron como la superpotencia en un mundo unipolar -que ha durado poco tiempo-. En ese contexto, surgió un pretendido “derecho a la intervención humanitaria” que era un ropaje humanitario a favor del dominio hegemónico. En la frontera de Colombia con Venezuela, en Cúcuta, una región olvidada con altos índices de pobreza, se pergeñó a modo de “Caballo de Troya” una propuesta de ayuda humanitaria con pocas toneladas de alimentos y medicinas, que en realidad servirían como factor desestabilizador del gobierno democrático y revolucionario bolivariano. El 23 de febrero, las imágenes de video mostraron a “guarimperos” mal pagados y enojados con sus contratantes en territorio colombiano tirando bombas caseras al otro lado de la frontera y quemando uno de los camiones, todo ello, con la anuencia de la Policía Nacional de Colombia. Se evidenció muy a las claras, cuál era la intencionalidad de la supuesta ayuda humanitaria y la connivencia de los gobiernos de Colombia y EEUU en sus frustrados intentos para destruir la experiencia Bolivariana. EEUU con por lo menos dos objetivos, a saber, mostrar que en el “patio trasero” no se permiten gobiernos progresistas-populares, menos aún, revolucionarios. Y, en segundo lugar, tomar América Latina como campo orégano para hacerse y asegurarse los recursos estratégicos energéticos e industriales que tiene la región, para ponerlos ahora a disposición del proceso de declinación irreversible de esa exsuperpotencia global, hoy con intencionalidad de desplegarse como potencia regional. He aquí nuestro riesgo y desafío como latinoamericanos.


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