¿Hacia la nacionalización del patriarca de las élites? – Jaime Nebot y las elecciones locales en Ecuador – Por Franklin Ramírez Gallegos

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Franklin Ramírez Gallegos, especial para NODAL*

En tiempo electoral, la ofrenda de Lenín Moreno que la derecha más estima es la irrelevancia a la que ha conducido a Alianza País (AP) como vehículo de construcción de las mayorías. Luego de una década de imbatibilidad del partido de la Revolución Ciudadana (RC) y de su conversión en una fuerza nacional con presencia en todo el territorio, para las seccionales del 24 de marzo (24M), AP no presenta candidaturas fuertes en las principales ciudades (Quito, Guayaquil, Cuenca), no compite en todas las circunscripciones, no posiciona algún discurso significativo, no le habla a ningún pueblo. Un año atrás el Contencioso Electoral afín a Moreno decidió entregar el partido -sin pronunciamiento de la militancia- al ala oficialista. Hoy queda claro que no se trataba apenas de una maniobra para despojar al correísmo de organización política, sino de esterilizarla como instrumento de movilización y acumulación popular. Así, aún si AP pudiera obtener un número no despreciable de municipios (en pequeños cantones), aquello no afectará la distribución global del voto ni el balance de poder post 24-M.

En simultáneo a su giro neoliberal, en efecto, Moreno renunció a configurar cualquier espacio político propio y se proyecta en la historia desde la gratitud de las élites por su contribución al hundimiento de la Revolución Ciudadana. Con la implosión del movimiento hegemónico, el lugar del vigente gobierno en la lucha política está atado a su capacidad para facilitar el retorno a Carondelet de la vieja derecha. La última vez que ésta triunfó en las urnas fue en 1998. Gobernó luego a través de la captura de presidentes electos por izquierdas (Lucio Gutiérrez, Moreno). Dicha dudosa destreza se catapulta desde el pleno imperio del Partido Social Cristiano (PSC) en Guayaquil. La ciudad más grande del país está bajo su mandato desde hace 27 años.

Jaime Nebot, alcalde de la urbe por cuatro períodos consecutivos (2000-2019), ha sido figura gravitante en la conversión de Moreno. El bloque de poder al que se debe el Presidente gira en torno del líder socialcristiano. Nebot dio a Moreno la certeza de que, tras romper con Correa, no tendría problemas de gobernabilidad y presevaría el respaldo de ‘los grandes’. A cambio demandó (y obtuvo) dos grandes favores: incidencia en el nombramiento de las más altas autoridades públicas designadas en el arbitrario proceso de des-correización del estado y vías despejadas de adversarios incómodos en la lucha electoral. En el siglo XXI solo Correa llegó a arrebatarle porciones significativas de dominio en su bastión.

El camino de Nebot a la presidencia no depende solo de su habilidad para conducir al pusilánime gobernante. La democracia exige mayorías. Invicto en su feudo, el socialcristiano ha sido derrotado ya en dos (1992, 1996) presidenciales. Trauma apenas superado, su tercer intento se cose en filigrana: siempre de la mano de Durán Barba, en los últimos meses se corre al centro, morigera su tono violento y expone convicciones republicanas. Pretende evacuar de la opinión pública la imagen de político oligárquico y un pasado autoritario reñido con los derechos humanos. El operativo está en curso.

Este 24-M, no obstante, Nebot y el PSC tienen ya un primer gran desafío: construir la plataforma de poder territorial sobre la que se levantará su campaña presidencial. Si hasta hoy el poderío de Nebot ha dependido de su fortaleza en Guayaquil y sus alrededores, hacia adelante ese mismo anclaje puede frustrar el último gran sueño político del patriarca de las elites. ¿Puede Nebot “des-guayaquileñizarse”? ¿Podrá proyectar al PSC como una fuerza supra-local? La estrategia electoral 2019 señala que esa es la apuesta: nacionalizar su presencia política antes de disputar las elecciones generales de 2021. El logro de tal propósito parece la cuestión más significativa del 24-M.

El inmenso apoyo popular a Correa, incluso en Guayaquil, reforzó la disposición natural del socialcristiano a enclaustrarse en su bastión. Allí atrincherado Nebot se colocó el modesto objetivo de no ceder la municipalidad a la RC y, más agresivo, de “resitir al socialismo” en tierra de “prosperidad y libertades”. El momento defensivo de las elites guayaquileñas impresiona: en 2009 el otrora poderoso PSC solo presenta candidaturas en 47 de los 221 municipios y obtiene 5 triunfos. Ni siquiera alcanza a disputar la prefectura  (gobierno provincial) del Guayas. En 2014 el cuadro es similar: 67 candidaturas y 11 municipios conquistados, 9 de ellos en Guayas y El Oro, provincia en que también gana la Prefectura. La derecha socialcristiana reducida a dos provincias del litoral ecuatoriano.

En los mismos comicios, el partido de la RC nacionaliza su representación en un país con un sistema político históricamente regionalizado: predominio de la derecha oligárquica y del populismo conservador en la costa y del centro-izquierda en la sierra. Más allá de los múltiples triunfos de Correa y su partido en el legislativo, en las seccionales de 2014 el movimiento gobernante consigue presentar candidaturas a todas las dignidades en juego: 23 prefecturas, 221 alcaldías, 4089 vocales de juntas parroquiales (gobiernos rurales). Con esa plataforma obtiene 10 prefecturas y un tercio de las alcaldías. Se ubica además como primera o segunda fuerza en tres cuartas partes (170/221) de los municipios. En 2009 el balance fue un poco menos exitoso. La implantación territorial de la RC no tiene precedentes en el período democrático abierto en 1979. Luce irrepetible.

Para 2019 las tendencias se han invertido en sintonía con la recomposición del campo político propiciado con el “neoliberalismo por sorpresa” de Moreno. La RC -que participa con una sigla prestada ante el bloqueo del órgano electoral para inscribir su propio movimiento-  presenta candidaturas solo en 49 de las 221 alcaldías y en 12 de las 23 prefecturas. A su vez, Nebot da el gran salto y compite en 175 municipios (108 candidaturas más que en 2014) y 22 prefecturas en las tres regiones del país. Solo es superado por CREO del ex banquero Lasso (184/221). Dicho despliegue territorial apuntala cualquier posibilidad de nacionalización de la fuerza.

¿Qué permitiría hablar de una efectiva des-guayaquileñización del PSC? Tomando como referencia (a la baja) los registros de la RC entre 2009 y 2014 se pueden colocar cuatro parámetros -no excluyentes entre sí- para evaluarlo: a) ganar entre un cuarto y un tercio de las 221 alcaldías en juego en las tres regiones; b) acumular entre 20 y 25% de los votos totales; c) obtener entre 20 y 30% de los votos totales en la mitad de los municipios; d) situarse en primer o segundo lugar en 50-60% de los cantones. La apuesta es exigente incluso para una figura que cuenta con los recursos de las elites y el aval del poder mediático. Nebot lo sabe y ha asumido esta campaña como la primera vuelta de su propia elección. La penetración territorial que alcance puede compensar el desgaste que provoque su apoyo a un gobierno cada vez más impopular y que acaba de firmar un durísimo acuerdo con el FMI. Nebot no tardó en criticar las condiciones impuestas por aquel pero pocos dudan de que encarriló a Moreno para que asuma los costos del ajuste. La clase dominante aún alucina con una fase boyante del neoliberalismo.

(*)  Profesor universitario e investigador de FLACSO (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales), Ecuador.

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