Dilma Rousseff, a 55 años del golpe militar en Brasil: «No hay nada que conmemorar, sólo hay que tener la certeza de que resistiremos»
El huevo del cóndor: se cumplen 55 años del golpe de Estado en Brasil
Por Gonzalo Giuria
Mientras el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, estará comenzando su visita oficial a Israel, puertas adentro de los cuarteles y centros militares del país se conmemorará el 55º aniversario del golpe de Estado que derrocó al presidente João Goulart en 1964.
En los últimos días tanto Bolsonaro como representantes de las cúpulas militares brasileñas se expresaron respecto del tema y, más allá de diferencias semánticas –algunos se referían al tema como una “celebración”, otros como una “conmemoración”–, vale la pena repasar lo que significó la dictadura que se extendió hasta 1985 en la nación norteña, sus peculiaridades y su influencia en la región.
Si bien Paraguay estaba gobernado por una dictadura desde 1954, bajo el régimen comandado por Alfredo Stroessner, y aunque en Argentina los gobiernos militares no faltaron a partir del que derrocó a Juan Domingo Perón en 1955, el golpe brasileño presentó algunas particularidades, ya que fue el primero en Sudamérica que se dio en el contexto de la Guerra Fría avanzada y que contó con un decisivo apoyo del gobierno de Estados Unidos, que en aquel momento estaba presidido por Lyndon Johnson, quien llegó a la Casa Blanca en 1963, luego del asesinato de John Fitzgerald Kennedy.
Las políticas sociales de Goulart, popularmente conocido como Jango, y sobre todo su acercamiento a los países comunistas del este europeo y a China hicieron temer a la derecha brasileña, y particularmente a la inteligencia estadounidense, que en Sudamérica se afianzara un régimen similar al cubano, y por eso actuaron en coordinación.
El 31 de marzo de 1964, después de muchos meses de ajustes, se llevó adelante el golpe, que tuvo el apoyo logístico estadounidense a través de la denominada operación Brother Sam. Goulart primero se trasladó a Porto Alegre, desde donde esperaba tener apoyo de los militares, pero al no tenerlo decidió salir del país y venir hacia Uruguay, donde vivió hasta principios de la década del 70. Luego, cuando el clima político le hizo imposible seguir viviendo en nuestro país, se trasladó a Argentina, donde murió en 1976, a los 58 años, en su estancia, situada en la localidad de Mercedes, en la provincia de Corrientes, en circunstancias poco claras. Si bien en principio su muerte se atribuyó a un infarto –ya había tenido uno en 1969, cuando vivía en Uruguay–, la sospecha de un envenenamiento en el marco del Plan Cóndor siempre estuvo sobrevolando; en 2013 sus restos fueron exhumados, aunque los peritajes realizados no lograron determinar que la causa de su muerte haya sido causada por algún agente externo.
Según Aldo Marchesi, doctorado en Historia Latinoamericana por la Universidad de Nueva York, “el golpe de Estado en Brasil marcó el comienzo de un ciclo de inflexión en la política exterior estadounidense. Alrededor del año 1964 se comenzó a ver el fracaso de la Alianza para el Progreso, que fue una apuesta al desarrollo de propuestas reformistas que pudieran tener algún vínculo con la democracia liberal, y el golpe en Brasil fue claramente la demostración de que para asegurar el desarrollo o la modernización económica era necesario tener un gobierno autoritario. Es una tendencia que en la segunda mitad de la década del 60 fue cada vez más fuerte en la política exterior de Estados Unidos. Brasil fue el primer ejemplo de esta visión de dictaduras militares de nuevo tipo. Esta modalidad novedosa de gobiernos autoritarios tiene un patrón diferente a los anteriores. Las dictaduras tradicionales eran comisariales: estaban asociadas a caudillos fuertes dentro del Ejército y su cometido principal era poner orden interno. En este nuevo ciclo de dictaduras que se abrió con la brasileña no hubo tanto peso de liderazgos individuales, sino que los ejércitos tuvieron una función institucional en relación al Estado. Además, estas nuevas dictaduras pretendieron ser modernizadoras de la economía; no sólo quisieron poner orden político y perseguir a los opositores, sino que también tuvieron un objetivo asociado a la idea de refundación, tanto desde el punto de vista económico como también en referencia a la sociedad”.
El crecimiento económico y los años de plomo
La noción de que Brasil tenía que convertirse en una gran nación era una de las grandes motivaciones que tenían los militares que gobernaron el país desde 1964. Según esta visión, se tenía que implementar un plan desarrollista autoritario para asegurar las condiciones de modernización económica del país, porque el objetivo final era luchar contra el comunismo.
En ese marco, y gracias a una coyuntura internacional favorable, comenzó a implementarse un plan de industrialización, de recepción de mucha inversión extranjera y también de grandes obras públicas; la más emblemática de ellas es el monumental puente Río-Niterói, que fue inaugurado en 1974, cuando el apogeo económico había empezado a menguar decididamente, en buena medida debido a la crisis del petróleo de 1973.
Este período de crecimiento económico coincidió con el de mayor represión, primero bajo la presidencia del mariscal Artur da Costa e Silva y luego con su sucesor, el general Emílio Garrastazu Médici –nacido en Bagé, de madre sanducera–, quien asumió el poder en octubre de 1969.
Fue bajo su mandato que llegaron los años de mayor represión –conocidos en Brasil como os anos de chumbo–, período en que se acentuó la violencia en las universidades y en que se combatió con mayor ferocidad a la Guerrilha do Araguaia, el movimiento insurgente más importante que hubo en Brasil, creado bajo la influencia del Partido Comunista, que operó con intensidad en la zona de la Amazonia. Sobre el tema de la represión, Marchesi contó que “la dictadura brasileña fue la primera en aplicar lo que se denominó como ‘la doctrina de la seguridad nacional’. De hecho, la Escuela Superior de Guerra de Brasil es uno de los centros de pensamiento de esta teoría, que es un cuerpo de ideas que tiene que ver con la política, con la economía y también con la guerra. En un sentido muy general se podría decir que la doctrina de la seguridad nacional implica el cambio de modelo de hipótesis bélico de los ejércitos de América Latina. Hasta ese momento los militares de la región consideraban a la guerra como un conflicto con países vecinos, pero a partir de esta doctrina se pasó a pensar que la principal amenaza para la seguridad de la nación no tenía que ver con los vecinos sino con una amenaza externa, que ya no era de corte territorial sino de corte ideológico, que era el comunismo. Un militar argentino resumió claramente esta idea con la definición de que a partir de ese momento había que pasar de defender las fronteras naturales a defender las fronteras ideológicas”.
Fue bajo esta doctrina que comenzó a germinar lo que en los años posteriores terminaría siendo el Plan Cóndor, las acciones coordinadas por las dictaduras del Cono Sur. A propósito de esto, el académico agregó que “en este marco del nuevo rol de los militares también se empezó a gestar, paralelamente a los planes desarrollistas desde lo económico, nuevos planes de contrainsurgencia, que se comenzaron a sistematizar con la Escuela de las Américas. Gran parte de estos mecanismos de contrainsurgencia que se aplicaron en Sudamérica fueron un punto de encuentro entre lo que los estadounidenses estaban haciendo en Vietnam y lo que los franceses habían aplicado en Argelia. Gran parte de eso aplicaron los militares brasileños en los 60, que fueron los primeros en este ciclo de dictaduras en comenzar a usar mecanismos de tortura más científicos, aunque el término suene raro. La tortura y la represión se estudiaron desde el punto de vista científico, se establecieron protocolos para aplicarlas y derrotar al enemigo. Esto en Brasil se vio en forma muy clara a partir de 1968 en la represión a los movimientos guerrilleros, lo que tuvo un impacto muy grande en la región”.
Particularidades de la represión en Brasil
Según cifras oficiales, durante los años de la dictadura en Brasil, entre 1964 y 1985, hubo aproximadamente 400 personas desaparecidas, un número considerado menor si se tiene en cuenta la enorme población de la nación norteña. Este número parece ínfimo respecto de los 30.000 desaparecidos argentinos, los 3.500 chilenos, los casi 170 uruguayos y los 500 que hubo durante los años de la larga dictadura paraguaya, que se extendió entre 1954 a 1989.
Acerca de esta cuestión, Marchesi opinó que “en términos de represión podemos decir que la dictadura brasileña fue menos sangrienta que las dictaduras argentina, uruguaya y chilena, pero ahí hay varios elementos de una discusión que todavía no está saldada. Lo primero es que, en relación a los sectores medios, mientras que las dictaduras argentina, uruguaya y chilena no tuvieron demasiada piedad, la propia estructura social de Brasil, más jerarquizada y estratificada, en la que los sectores medios de la población eran privilegiados, el trato de los militares hacia ellos tuvo un nivel de represión menos intenso. Pero la contracara de esto son algunas cuestiones de las que se comenzó a hablar en la última década, a raíz de la creación de la Comisión Nacional de la Verdad, que se gestó durante la presidencia de Dilma Rousseff, y tienen que ver con que, además de perseguir a movimientos estudiantiles y obreros, hubo una represión muy fuerte en zonas rurales y en la Amazonia; se supo que existieron varias matanzas, muy difíciles de cuantificar, contra poblaciones indígenas y campesinas, lo cual habla mucho de la sociedad brasileña, en la que algunos sectores no son sujetos de derecho hasta el día de hoy. Frente a los más de 400 desaparecidos identificados con nombre y apellido, en estos casos ni siquiera se ha podido saber quiénes eran, lo cual tiene mucho que ver con las características de la violencia estatal en Brasil. Algo similar pasa en las favelas, en las que la violencia ejercida desde el Estado no empezó ni terminó con la dictadura”.
Otra peculiaridad de los años de la dictadura brasileña fue que por esos años surgieron una enorme cantidad de artistas vinculados a la izquierda, que, salvo en pequeños períodos durante los años de plomo, desarrollaron sus carreras en su propio país. Tal es el caso del cineasta Glauber Rocha, que se fue voluntariamente de Brasil recién en 1971, y también el de varios íconos de la música brasileña, entre otros Chico Buarque, Caetano Veloso, Gilberto Gil y Ney Matogrosso. Buarque, Veloso y Gil debieron irse del país entre los años 1968 y 1969, pero en 1973 ya estaban de vuelta en Brasil, manteniendo una línea de resistencia al régimen que comenzó un período de apertura, luego de la salida de la presidencia de Garrastazu Médici y de la llegada del general Ernesto Geisel, en marzo de 1974.
También a fines de los 60 y comienzos de los 70 la contracultura y el hippismo se expandieron en Brasil, particularmente en los ámbitos universitarios, en los que el régimen dictatorial se expresó de manera dual. Por más que existió represión contra los sectores más politizados de los espacios estudiantiles, también se permitieron ciertas libertades, impensadas en otros países sudamericanos; según explicó Marchesi, esto tuvo que ver con la visión global que tenían los militares brasileños, y también pesó en esta dualidad la propia conformación de la sociedad brasileña, ya explicada por el historiador. “Si bien muchos de los movimientos contra la dictadura surgieron en los ámbitos estudiantiles y universitarios, también en Brasil se dio una particularidad que no se dio ni en Uruguay, ni en Argentina ni tampoco en Chile”, afirmó el académico. “Claramente hubo una diferencia con el proyecto modernizador desarrollista de los militares brasileños, que nunca llegaron a ser neoliberales, como los chilenos, por ejemplo. La idea de ellos era que Brasil tenía que ser una gran potencia, entonces hay cuestiones sobre la represión que se relativizaron. En algunas áreas, en pos de desarrollar las carreras universitarias de posgrado, por ejemplo, se permitía la lectura de textos asociados al marxismo. En los años 70 en las universidades brasileñas se leían autores de la nueva izquierda europea, algo totalmente impensado en Uruguay, Argentina o Chile. E incluso, si bien existió persecución en los ámbitos universitarios, los militares, fundamentalmente en áreas no vinculadas a las ciencias sociales, permitieron que figuras identificadas con la izquierda e incluso comunistas siguieran participando en sus actividades, porque eran consideradas personas con ciertos atributos intelectuales”.
Eso, según Marchesi, se explica por ese ideal fuertemente modernizador, que estuvo en tensión con el anticomunismo común a todas las dictaduras latinoamericanas. “En el caso brasileño el ideal del desarrollo a veces flexibilizó la represión, sobre todo a ciertos sectores de las élites. Y esto también se vincula con el ámbito del arte. Además hubo otro momento en el que la preocupación estaba centrada en que ciertas ideas no se expandieran, y se las toleraba mientras estuvieran restringidas a determinados ámbitos. Para pensar todo esto desde un ámbito más general hay que tener en cuenta las diferencias que existen en la sociedad brasileña respecto de las de Uruguay, Argentina y Chile, lo cual en alguna medida fue un freno a la represión hacia ciertos sectores de la sociedad. En ese sentido se puede decir que los militares uruguayos, argentinos y chilenos eran mucho más ‘democráticos’ en la represión: no importaba si eras un universitario o una eminencia científica”, sentenció Marchesi.
Dilma: “Não há nada a comemorar neste dia. Só rezar pelos mortos e manter a certeza de que resistiremos”
Em mensagem enviada ao Painel, da Folha, publicada neste domingo (31), a ex-presidente Dilma Rousseff diz que “Não há nada a comemorar neste dia. Só rezar pelos mortos e manter a certeza de que resistiremos ao autoritarismo para construir uma nação sem ódios, mágoas e perseguições”, afirma.
Dilma foi presa e torturada pela ditadura iniciada em 1964. Eleita presidente, foi afastada do poder no seu segundo mandato, em 2016. Ela vê “tempos sombrios” no chamado de Jair Bolsonaro às “comemorações devidas” deste 31 de março. “Os elogios descarados do presidente ao golpe mostram que estamos distantes da pacificação”, disse.
Para Dilma, o ano de 64 foi como uma “ferida aberta na história do país”. “São tempos que evocam prisão, tortura, morte e exílio. (…) É duro ver que após a incansável luta pela democracia, pagamos com dor e sacrifício para assistir agora uma comemoração do golpe forjada pelo chefe de Estado”.
“Todos sabemos que brasileiros e brasileiras foram assassinados e estão ‘desaparecidos’ até hoje. Amigos e familiares guardam a dor da ausência de filhos e pais. Na Comissão da Verdade, eu disse que a ignorância sobre a história não pacifica. Ao contrário. A desinformação apenas facilita o trânsito da intolerância.”
Dilma foi presa aos 22 anos, acusada de integrar uma organização que fazia luta armada contra o regime. Ela ficou encarcerada por mais de três anos e, nas poucas ocasiões em que falou sobre o assunto, relatou sessões brutais de tortura.