Deforestación del Amazonas y calentamiento global incrementan las sequías

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Por Michelle Carrere / Mongabay Latam.

América Latina y el Caribe es, según datos del Banco Mundial, la región que más agua dulce tiene en el mundo, el 31% del total disponible. La razón es sencilla: se lo debemos a la selva amazónica, que gracias a la evaporación “fábrica” considerables cantidades de agua, y a la Cordillera de los Andes, donde se encuentran las principales cabeceras de agua del continente. Pero la deforestación del Amazonas y el aumento de las temperaturas debido al cambio climático están provocando importantes cambios en las lluvias. A la vez, las zonas áridas de la región se están expandiendo de manera preocupante.

La falta de agua es, sin duda, un problema cada vez más grande. Las cifras también lo confirman. Durante el siglo XX, la sequía fue la causa de muerte del 50% del total de personas que fallecieron debido a desastres naturales. Todo indica que durante este siglo la tendencia no disminuirá. Al contrario, “la sequía ha sido, es y probablemente seguirá siendo uno de los más importantes desastres socio-naturales que afecta la sociedad y el ambiente a nivel global”, señala el estudio elaborado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y el Centro del Agua para zonas Áridas y Semiáridas de América Latina y el Caribe (CAZALAC). En América Latina, los impactos son evidentes en todos los países, “desde México, pasando por Centroamérica, hasta Argentina y Chile”.

En el día mundial del agua, Mongabay Latam analizó las principales amenazas al acceso de este vital recurso.

La disminución de las lluvias

“Lamentablemente, las proyecciones indican que todas las zonas que hoy en día tienen problemas de recursos hídricos se van a secar más”, señala el climatólogo René Garraud, subdirector del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia CR2 (Chile). Aunque a escala global el cambio climático está provocando un aumento de las precipitaciones –prueba de ello son las cada vez más recurrentes inundaciones por grandes tormentas– el cambio climático está generando que “la zonas húmedas se vuelvan más húmedas y las zonas secas sean más secas”, explica Garreaud.

Chile es un claro ejemplo. Debido a su geografía y a su clima mediterráneo, este país se ha caracterizado siempre por presentar episodios secos. Sin embargo, durante los últimos diez años, una mega sequía ha golpeado al país de manera inusual no solo por su durabilidad sino por su extensión hasta zonas que históricamente habían sido muy lluviosas. Desde

hace unos cinco años, cada verano los agricultores del sur del país ven angustiados como sus campos se vuelven amarillos, marrones y secos hasta lo inimaginable. De hecho, “la mega sequía ha golpeado un sector de Chile que no posee grandes obras de almacenamiento de agua para el regadío, puesto que siempre se había abastecido de las lluvias”, explica Garraud. “A nadie se le ocurría hacer pozos profundos para extraer agua y ahora hay un boom de ellos”, agrega.

Las precipitaciones que recibe Chile son frentes que vienen del océano Pacífico y que cruzan hasta la Argentina. En su paso por la cordillera de los Andes, las nubes descargan sobre estas montañas una gran cantidad lluvia. Es en parte por ello que este cordón montañoso concentra parte de las principales cabeceras de agua dulce del continente. “Las trayectorias de las tormentas siempre pasan más o menos por los 40°, a la altura de Puerto Montt, al sur de Chile y algunas veces en invierno alcanzan a llegar hasta más al norte. Pero en este mundo más cálido esa trayectoria de tormenta se está moviendo hacia el sur”, dice Garreaud. Es por ellos que las proyecciones hacia el futuro indican que todo Chile central y centro sur se seguirá secando mientras que algún punto de la Patagonia, aún no identificado, habrá un aumento de las lluvias. Según señala Juan Pablo Boissier, físico y climatólogo del CR2, “esto es atribuible en gran medida al cambio en la concentración del ozono estratosférico, el famoso agujero en la capa de ozono”. Esto último ha provocado que la dirección de los vientos de gran escala en el hemisferio sur cambie y esto, a su vez, ha modificado la trayectoria de las lluvias, cada vez más dirigidas hacia el sur. Como resultado, las zonas áridas se están expandiendo.

La deforestación del Amazonas

Los árboles en la Amazonía, a través de la evaporación, liberan a la atmósfera alrededor de 20 millones de toneladas de agua al día en estado gaseoso, es decir, como vapor de agua. Al llegar a una cierta altitud, el vapor se enfría y se condensa formando nubes que son arrastradas por los vientos hacia el interior del continente. Estas, al chocar con la cordillera de los Andes, liberan el agua en forma de lluvia regando buena parte de América del Sur. Es lo que los científicos han llamado “ríos voladores”. El Amazonas es así esencial para el ciclo hidrológico de la región, pero su deforestación está reduciendo el agua disponible en América Latina.

La Amazonía tiene 6,1 millones de kilómetros cuadrados. Sin embargo, se estima que cada día se pierde un área equivalente a cerca de 4 500 estadios de fútbol, es decir, tres estadios por minuto, según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF). Según los cálculos, los bosques amazónicos han perdido en los últimos 50 años un 17% de su extensión y se proyecta que podrían perder de un nueve a un 28% adicional para el año 2050.

Oscar Campanini, investigador y experto en recursos hídricos del Centro de Documentación e Información de Bolivia (CEDIB), señala que “hasta hace poco años atrás, el Amazonas boliviano era una de las áreas menos intervenidas. Teníamos la fortuna de que no había una devastación como la del lado brasileño, peruano y colombiano. Pero desafortunadamente, desde hace unos cuatro años, eso ha cambiado radicalmente con políticas explícitas del gobierno para avanzar sobre la Amazonía con grandes proyectos de infraestructura para la minería, hidrocarburos, hidroeléctricas, etc”.

Campanini asegura que en Bolivia la disminución de las lluvias tiene que ver con la afectación de las áreas boscosas. “Eso es posible de identificar especialmente en poblados importantes cuyas precipitaciones están asociada a los bosques relativamente cercanos a ellos”. La ciudad de Cochabamba es un ejemplo. Ubicada en un lugar semidesértico, lo que recibe de lluvias proviene principalmente de la zona amazónica del Chapare. “Toda la deforestación que está siendo realizada en el Chapare, principalmente para la producción de coca, está teniendo impactos en las precipitaciones sobre Cochabamba”, explica el experto. “Algo similar ocurre con La Paz, con la región de Los Yungas y con Santa Cruz”, agrega. En este último departamento, según datos del departamento de ciencias de la Fundación Amigos de la Naturaleza, más de un millón de hectáreas de bosques fueron removidas entre 2000 y 2010 para la plantación de soja principalmente.

Por otra parte, “la actividad minera ha generado importantísimos impactos ambientales sobre las fuentes de agua”, señala Campanini. Destaca el caso del oro debido a la utilización del mercurio para su procesamiento: un elemento altamente contaminante. Además, las zonas de mayor crecimiento de esta minería se encuentran en el altiplano donde se concentra la población, así como en las cabeceras de cuenca en el Amazonas. Debido a todo lo anterior “es posible decir que las principales fuentes de agua de Bolivia se encuentran amenazadas”, dice Campanini.

La adecuada y justa gestión del agua

El economista y ex viceministro de economía del Ecuador, Roberto Salazar, explicó a Mongabay Latam que existe un problema de gestión en la distribución del agua debido a que su consumo está siendo mal medido. En efecto, actualmente los países de América Latina asignan derechos de agua en función del caudal que existe por metros cúbicos al día o litros por segundo. Sin embargo, según Salazar, “no todos los litros o metros cúbicos se usan todos los segundos o todos los días. Una minera podría tener litros asignados por año y si tienes un medidor inteligente vas a saber qué segundos se usan y cuáles no. De esa manera, una vez que tienes los datos, puedes hacer efectivamente los cambios y por ejemplo entregar una asignación anual para bajar el nivel de concesión”. El problema, según señala Salazar, es que “la gente tiene un cierto pánico a quedarse sin agua entonces accede a sobre concesiones de derechos que después no usa, cuando hay otros sectores que sí lo necesitan”.

Para el economista se trata de un problema que es corregible utilizando la tecnología de la información. Según señala, a través de medidores es posible acumular macrodata para crear así esquemas más eficientes y automatizados para la asignación del recurso. “Si es que esto se hace con la luz, con mayor razón debiera hacerse con el agua que es un elemento vital”, dice Salazar.

Al mismo tiempo, se hace necesario tener la información actualizada de cuánta agua tienen las cuencas. Juan Pablo Boissier, explica que la estimación de los recursos disponibles es muy gruesa, es decir, que puede tener muchos errores. De hecho, en Chile, el último catastro de agua data del año 1987 y el conflicto por el recurso se ha agudizado en los últimos años. Prueba de ello son pueblos como Petorca, La Ligua, Cabildo, ubicados en la región de Valparaíso, en la zona centro del país, que se han quedado sin agua para el consumo humano mientras que los cultivos agrícolas crecen. Para contar con información actualizada la Dirección General de Aguas de Chile se encuentra realizando un estudio para

cuantificar el recurso disponible en las cuencas y “si es que efectivamente hay lugares en que el agua se ha reducido, por supuesto que tendrán que cambiar las reglas del juego”, dice Boissier.

Marcelo Gamboa, consultor de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) para problemas hídricos en la agricultura, explica que la mayor dificultad tiene que ver con asuntos de gobernanza.. Según el experto, debido a que son muchos los organismos competentes que participan de las decisiones, las soluciones muchas veces se ven entrampadas en la burocracia. Para ayudar a los países en la gestión de sus recursos hídricos, “lo que se está planteando la FAO es que, si los gobiernos respectivos están de acuerdo, prestemos asistencia también en cómo gobernar”. La idea de FAO es ofrecer cooperación técnica siendo un facilitador del diálogo y un observador de manera que los países puedan levantar buenas práctica. Por ahora Chile, Perú, Bolivia, Panamá y El Salvador se han mostrado interesados en recibir dicho apoyo aunque aún esto no se ha formalizado.

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