Las ventanas del presidente Bukele – El Faro, El Salvador

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

El triunfo de Nayib Bukele ha abierto una nueva etapa en nuestro proceso histórico. Como atinadamente dijo en su discurso de victoria, el 3 de febrero puso fin a la etapa de posguerra en El Salvador.

Bukele merece ser felicitado y reconocido por su tenacidad, su conexión con el electorado, su sentido de la oportunidad y su aprovechamiento del hartazgo de los ciudadanos con el sistema de partidos. Su campaña logró sobreponerse al bloqueo vergonzoso de los principales medios de comunicación del país, diluir las evidentes inconsistencias de su propuesta y generar una dosis de ilusión en la mayoría de votantes que tiene una dimensión más allá de las cifras y no se percibía desde la victoria del ahora denostado Mauricio Funes hace diez años. No es poco ganar la elección en primera vuelta contra los dos partidos que controlaron el sistema político desde el fin de la guerra.

La esperanza que enarbolan sus partidarios, junto a los procesos de reflexión que su victoria ha generado en el resto de fuerzas políticas, abren una oportunidad extraordinaria que, si honra la mayoría de sus promesas y responde a las necesidades del país, no solo pase a los libros como un buen presidente sino que regenere las dinámicas democráticas y transforme el país.

No es, sin embargo, la primera vez que alguien llega a la presidencia con ese nivel de legitimidad o con ese viento a favor de esperanza. Puede parecer injusto comparar a a Bukele con Funes cuando el primero aún no ha comenzado siquiera a gobernar, pero es prudente recordar la oportunidad que el primer presidente por el FMLN desperdició. Ceder a las tentaciones del poder; perder el contacto con las necesidades de la población; olvidar la esencia del servicio público; o ignorar los principios básicos del diálogo democrático con otros actores, ideas y poderes pueden cambiar radicalmente el lugar que un presidente ocupará en la historia nacional.

La página de Bukele está aún en blanco. Ya no es candidato, sino presidente electo, y cabe esperar que dimensione esa diferencia y responda a ella. Tiene pocos meses para transformar sus promesas de campaña en un plan de trabajo; para configurar un equipo capaz de gobernar; y para ponerlo en el rumbo correcto. Después del 1 de junio tendrá que colocar sobre la ilusión certezas.

Atendiendo al estado en que recibe el país le sugerimos hacerse de un consejo de sabios, porque los va a necesitar.

Tendrá que hacer delicados equilibrios políticos para articular propuestas y presupuesto a través de una Asamblea con un mandato tan legítimo como el suyo y en la que no tiene, en principio, fuerza política propia; habrá de administrar unas finanzas públicas en mal estado, una economía estancada y una población hambrienta de oportunidades, paz y respuestas. Enfrentará además una complicada situación regional e internacional. Buena parte de Centroamérica está sumida en una crisis política que no solo hace imposible soñar con la integración sino que complica cualquier alianza de fondo para construir progreso conjunto. Tomar posición ante las tensiones en Sudamérica y los delirios del gobierno estadounidense no solo requerirá de sofisticadas gestiones diplomáticas sino de una digna defensa de nuestra soberanía.

El hombre que acaba de ganar la presidencia con una campaña centrada en su figura y en su liderazgo no podrá hacer eso solo. Bukele tendrá que rodearse en pocas semanas de personas capaces –es decir, políticamente capaces-, sensibles, sensatas y honestas para transformar el país como esperan quienes votaron por él y como merecemos todos los salvadoreños. Y para ello tendrá, también, que sacudirse a una corte de oportunistas, ignorantes eufóricos, cortesanos y corruptos que se le han ido uniendo en el camino y que hoy esperan retribución por sus servicios en campaña.

La decisión es suya. La configuración de su equipo de transición y posteriormente de su gabinete nos darán las primeras luces de quién será el presidente Bukele. Ojalá sepa estar a la altura de sus circunstancias. Un país con los desafíos de El Salvador necesita un equipo de gestión sólido que gobierne para todos y no para un círculo de confianza o un ejército de fieles. Una buena presidencia de la República requiere de ventanas en lugar de espejos.

El Faro

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