Gioconda Herrera, profesora ecuatoriana de estudios de género: “La violencia machista no es un problema privado”

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Por Mariela Rosero.

Buena parte de ecuatorianos, a través de las redes sociales, observó el femicidio de Diana Carolina, ocurrido en Imbabura, el sábado 19 de enero del 2019. Pero no es el único caso. Organizaciones han buscado visibilizar estos asesinatos contra mujeres, mapeando la violencia. Así, en el 2018 registraron 88 femicidios. Gioconda Herrera, profesora de estudios de género, habló sobre por qué estos casos no se deben quedar en el ámbito de lo privado.

En el país, ante todo tipo de maltrato de parejas, es común oír: “en peleas de marido y mujer, nadie se debe meter”. La frase grafica esa creencia de que esos casos deben tratarse puertas adentro. ¿Por qué esos asuntos se mantienen como algo que debe resolverse en lo privado?

El femicidio, el asesinato de mujeres por ser mujeres; la violación y el incesto son manifestaciones extremas de un problema estructural que es la violencia de género. Esta se basa en esa supuesta superioridad del hombre. El sistema naturaliza esta violencia como algo no existente, por lo que se queda en el ámbito privado y se la debe ocultar.

Algunas personas e instituciones defienden a la familia, aún a costa del bienes­tar de la mujer. ¿Cómo cambiar esa visión, si el 66% de los femicidios del 2018 fue cometido por parejas o exparejas?

Hay que acabar con esa construcción cultural de que la familia es siempre un ente de protección. Muchas veces no lo es. Los acontecimientos de las últimas semanas evidencian que los familiares, las parejas, los amigos y los cercanos están involucrados. Se debe cambiar esa percepción y la idea de que hay que controlar a la mujer, su sexualidad; de que es un ser del que alguien puede apropiarse.

Al sacar de ese espacio privado esos temas. ¿En qué esfera tratarlos?

Desde lo público, para que no queden en la impunidad. Esos casos deben ser atendidos por el Estado, con políticas públicas. Los movimientos feministas, desde hace más de 40 años en América Latina y en nuestro país, han denunciado esa construcción social y cultural que hace que la violencia al interior de la familia sea vista como algo que se debe esconder. Lo vimos en las marchas del lunes.

Además de sentir dolor y horror por la violación grupal que sufrió Martha y por el femicidio de Diana Carolina, ¿qué hay que hacer como país?

Seguir trabajando para romper con esa concepción que impacta en la forma en como parte de la sociedad vio esos dos hechos que conmocionan. Muchos decían que la culpa era de la mujer, otros juzgaban solo la ineficacia de Policía, cuando se debe analizar más esa manifestación extrema de violencia.

Desde los noventa, la OMS afirma que la violencia de género es un problema social, no privado. Si ese organismo confirma que es una pandemia, que afecta a una de cada 3 mujeres en el mundo, ¿cómo debe actuar el Estado?

El Estado debe enfrentarlo como un problema social y no como un asunto que se arregla en casa. Para eso debe ofrecer un sistema de prevención. La mujer sentirá confianza de denunciar si hay una política estatal que ofrece un seguimiento de los casos, por ejemplo.

Pero, ¿qué hacer en un país en donde los policías y el sistema de justicia desestiman las denuncias de mujeres que alertan de maltrato de sus parejas?

Hay un trabajo enorme por hacer. La Ley para prevenir y erradicar la violencia de género fue aprobada hace más de un año y no se ha implementado. Sin un presupuesto decente para eso, cómo llevar adelante una política pública. Falta un compromiso del Estado. La violencia de género no es un problema nuevo, del que discutimos por estos casos.

El hecho de que Diana Carolina haya sido asesinada frente a la Policía, ¿qué deja ver del sistema de protección?

Muestra la necesidad de trabajar para que todos los operadores, el conjunto de involucrados en la ruta de denuncia de la violencia, cambie su mentalidad. Deben dejar de naturalizar la violencia de género, dimensionarla, para combatirla. Difícilmente esta situación cambiará si los operadores siguen culpando a las mujeres por su comportamiento. Son unos eslabones del sistema de protección.

También es usual escuchar a los abogados decir que el femicida o el maltratador de mujeres está enfermo. ¿A qué abonan esos argumentos?

Los femicidios, las violaciones y los golpes no son producto de personas enfermas o con algún problema mental. Son más que eso, son producto de personas comunes y corrientes, son acciones resultado de un tema cultural, social y político. Son más que una patología individual. Al aislar a un par de personas no se soluciona el problema.

El presidente Lenín Moreno anunciará una reforma educativa, se informó. Incluirá ética, cívica y amor a la Patria, en el pénsum de estudios, en medio de esta conmoción.

Esa respuesta no es nueva y habrá que seguir el anuncio y pedir cuentas, para que se efectúe. Que el Ministerio de Educación asuma un mandato. Hay posiciones conservadoras, que confunden y sesgan y que han sido un freno. Hay resistencia en torno al enfoque de género. Lo que se requiere es romper con la idea de inferioridad de las mujeres.

En estos días, la gente habla sobre el rol de las ‘madres’ en la perpetuación del machismo. ¿Sobre qué otros hombros pesa ese cambio de patrones?

En las casas se reproducen estereotipos sobre lo que es ser hombre y mujer, se los coloca en espacios diferenciados y se provoca desigualdades. Pero el cambiar esos roles no solo está en las madres, también en los padres. Ambos son responsables de la crianza de los hijos y de sus construcciones culturales. Desde la vida cotidiana hay que tomar en serio esta responsabilidad, pero también desde el Estado; los medios de comunicación, la academia.

¿Al ser un problema social, con qué más se conecta la violencia de género?

Con otras violencias estructurales, sociales, conflictos armados, pobreza. Pero atraviesa todas las clases sociales y posiciones que buscan el control de niños y mujeres.

El Comercio


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