México: para quien nunca marchó por nada, bienvenido a las calles – Por Carlos Portillo
La toma de protesta de Andrés Manuel como presidente marca inevitablemente un parteaguas en la historia de México, un cambio en la correlación de fuerzas que será digno de estudiarse en el futuro. Independientemente que su gestión implique la transformación profunda que muchos esperamos, la terrible tragedia que otros anuncian o un punto medio que pase sin mucha pena ni gloria, su triunfo y su llegada al gobierno representan ya un cambio de paradigma inédito, al menos, en el imaginario colectivo, la conciencia social y la opinión pública.
La lectura social de sus acciones y propuestas, incluso antes de ser envestido como presidente, ya ha mostrado una probadita de lo que se viene. Mientras continúa recibiendo apoyo de la mayoría que, con su voto, lo llevó a la silla presidencial, hay otros sectores minoritarios que por fin han roto el silencio para levantar la voz o salir a las calles y marchar en contra de un presidente electo que todavía ni había tomado protesta.
Se está presentando, desde los meses previos a este histórico 1 de diciembre, un escenario de horizontalidad que nunca se había visto en el país, porque antes había una línea vertical planteada desde el gobierno, pasando por los medios de comunicación a su servicio y terminando en la inmovilidad y la pasividad de mucha gente que se proclamaba “apolítica” y repetía frases como: “todos son iguales”, “así es la política” o “nosotros no podemos hacer nada”, con el afán de resignarse y no tomar partido.
Mientras algunos llevamos años —si no es que toda una vida— en las calles, en los medios independientes o en cualquier rincón que se pudo hallar para denunciar injusticias, para informar a la gente, para desahogarnos, para desmentir o evidenciar a los medios hegemónicos de los anteriores gobiernos, había otros sectores que se mantenían ocultos, en silencio, viviendo sus vidas como si nada pasara, como si todo fuera normal, por no ser parte de los “daños colaterales” de un régimen al servicio de los poderosos.
Esos sectores ahora se sienten molestos por una transición que, sin saber si les afectará realmente en lo económico o en lo social, ya les cala en el aspecto simbólico. Lo que se les olvida es que no son mayoría y nunca lo fueron. Se les olvida que no son ese aglomerado de minorías marginadas que se unieron para votar por otra cosa el pasado 1 de julio. Ésta es la victoria que les asusta e incomoda, porque representa a quienes tanto tiempo han visto por debajo de sus hombros.
El disgusto que despierta la llegada de un presidente de izquierda en este sector es la comprobación de una desigualdad enquistada desde hace tantos años. Se trata de una clase media —y media alta— que ha sido constantemente vulnerada, empobrecida y debilitada durante los sexenios pasados, pero que simbólicamente sigue asumiéndose con orgullo como clase media y defendiendo cierta superioridad ante otros sectores aun más marginados, a partir de sus principios aspiracionales y meritocráticos. Este imaginario es el que no les permite identificarse con alguien que ha denunciado durante más de una década las injusticias, proponiendo un cambio de paradigma más equitativo.
Quienes nunca se indignaron por el Fobaproa, por las privatizaciones, por el desempleo, por la inseguridad, por el saqueo, por la corrupción; hoy se indignan por consultas ciudadanas. Quienes nunca marcharon por los gasolinazos, por los desaparecidos, por los feminicidios, por los miles de cadáveres en fosas o tráilers; hoy marchan por un aeropuerto. Y está bien, de eso se trata la democracia. Bienvenidos a las calles, esas que tanto recorrimos otros durante años para disputar el poder, para disputar la dignidad y la justicia social.