Los Darthés y los Ortegas: el poder patriarcal en su laberinto – Por Claudia Korol

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Claudia Korol

El miercoles pasado la colectiva de Actrices Argentinas presentó una denuncia pública de violación de Thelma Fardin, un hecho ocurrido y denunciado en Nicaragua, justamente el lugar donde pesa la misma acusación sobre el presidente de aquella nación.

Escuchás el relato de Thelma, te estremecés, y gritás “Yo te creo”. Ese “yo te creo” está atravesado por experiencias propias, cercanas. Toca nuestros cuerpos pero también toca nuestras credulidades. Juan Darthés, el actor de tantas novelitas que hicieron llorar de emoción a las pibas y a las doñas, es un violador. ¿Quién lo iba a pensar? ¡Tan famoso! Tan deseado por muchas mujeres. ¿Por qué tenía que violar a pibas vulnerables usando luego su prestigio para silenciarlas? Uno de los machitos alfas de la TV y del espectáculo, tan creído de su posibilidad de disponer de los cuerpos de las pibas. Tan prepotente en su creencia de ser todopoderoso. Tan Marlon Brando violando a María en “El último tango en París”, bajo la mirada de la cámara y en complicidad con Bertolucci.

“Mirá cómo me ponés, le dice Darthés a la piba … Pensando que esas palabras deberían resultar un piropo. Y al mismo tiempo, responsabilizando a la piba que “se la pone dura”. El padre de familia violador… no puede manejar sus durezas. Tiene que penetrar a la piba, una y otra vez. Tan impune, tan de fiesta, tan acosador, tan reventados… como tantos, como tantos…

Alguna lo denunció antes, más de una. Muchos no les creyeron. Mirtha Legrand lo invitó a almorzar, para que haga su descargo, y reponga energías. Entre bueyes no hay cornadas. Juan Darthés fue cuidado por los empresarios del espectáculo y por los medios que una y otra vez limpiaron sus manchas.

La acción actual de actrices argentinas tiene el poder fuerte de lo colectivo, y de un colectivo que es reconocido por su lugar en la industria cultural. Es una acción realizada por mujeres reconocidas, que en lugar de estar peleando entre sí, como les gusta a los programas que se encargan de chimentos, se han unido para abrazar a una de ellas. Unidas, son mujeres con poder. Unidas somos poderosas. Pero…

La denuncia de Thelma nos conmueve, porque es audible, porque es creíble, y porque toca en heridas que todas tenemos. ¿Quién no ha vivido alguna situación de violencia sexual que ha dejado en el silencio?

“Nunca te va a faltar trabajo”, le dijo el violador a la víctima al terminar con su ejercicio tan parecido al del prostituyente. La promesa era el pago de su silencio con posibles laburitos en los medios. Sexo por trabajo, la oferta a una niña que quería ser actriz.

Luego, cuando la niña fue mujer y habló, los buitres de la prensa se lanzaron sobre ella para despedazarla. ¿Por qué no lo dijo antes? Le preguntaron. Como si todas las denuncias hechas en la historia por miles de mujeres, que jamás fueron escuchadas, no actuara como una mordaza sobre la conciencia colectiva.

Escucho el relato de Thelma y me estremezco. Ella recurre a la justicia en Nicaragua, el lugar donde sucedió la violación. Es esa misma Nicaragua, donde otro macho poderoso, que de modo sistemático violó a la hija de su mujer actual, hoy es Presidente. Todo lo denunciado frente a los tribunales por Zoilamérica, no tuvo más resultado que revictimizarla. Una piensa por qué hay tanta complicidad en la defensa de Daniel Ortega, el presidente violador, incluso por parte de sectores de la izquierda latinoamericana que callan, que miran para otro lado, porque el tipo que ahora persigue y reprime a las y los jóvenes que se rebelan, “es jodido, pero es compañero”, dicen que dicen. Quienes le creen a las artistas argentinas. ¿Le creen a Zoilamérica? Las feministas nicaragüenses se atrevieron a denunciar, y hasta hoy esto les viene costando persecuciones, y prisiones. Yo te creo, Thelma. Yo te creo, Zoilamérica.

Lo que estremece en la denuncia de Thelma, es el eco que sus palabras hacen en nuestros cuerpos. ¿Quién no convivió en su familia, en su trabajo, en su lugar de estudios o de vivienda con un Juan Darthés? ¿Quién no se calló alguna denuncia en su vida, porque nadie nos iba a creer?

El relato audible hoy, de todos modos, no alcanza a las mujeres indígenas, a las mujeres negras, a las villeras, a las campesinas, a las mujeres empobrecidas de los territorios de exclusión. El relato audible no alcanza a las mujeres en prostitución, a las trans, a las lesbianas, a las travestis. El “algo habrán hecho” que criminaliza la pobreza, ahoga cualquier grito. Son gritos sin eco.

Tal vez ése sea uno de los desafíos centrales de los feminismos populares. Que los focos iluminen también las regiones donde ni los taxis, ni los colectivos, ni los servicios urbanos llegan. Que digamos “yo sí te creo” a las mujeres negras e indígenas que interpelan el racismo de un feminismo blanco al que sienten como ajeno. Que ilumine esas casas que se han vuelto cárceles para tantas niñas que tienen al tío, al abuelo, al padre, al hermano, como violador serial. Que no sólo se pueda escuchar, sino cuidar sus vidas. Que no se queden sin trabajo por denunciar. Que no sean asesinadas, como último modo de descarte de los cuerpos usados.

Ahora que sí nos ven, gracias al coraje de las Thelmas, y de madres como Marta, la mamá de Lucía… Que nos vean a todas y a cada una. Pero sobre todo, que nos veamos nosotras. Y que nada, ninguna razón de poder mediático o ninguna razón de Estado, vuelva a encubrir a los Darthés o a los Ortegas.

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