La historia no termina nunca – Por Mariano Saravia, especial para NODAL
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Mariano Saravia*
Este 11 de diciembre se cumplieron 24 años desde aquella primera Cumbre de las Américas, en Miami. Era un contexto muy diferente al actual, aunque ahora algunos se empecinen en asimilar los dos momentos históricos.
Siempre es importante tener memoria, y sobre todo contextualizar. Veníamos de un año bisagra para la historia universal: 1989. Caída del Muro de Berlín y eclosión del socialismo real; Consenso de Washington; derrota sandinista en las elecciones nicaragüenses; invasión de Panamá por parte del Imperio, dejando más de tres mil civiles muertos; y elección de gobernantes neoliberales en toda Latinoamérica: Menem en Argentina, Lacalle en Uruguay, Collor de Melo en Brasil, Salinas de Gortari en México, Fujimori en el Perú, y la lista continúa.
Sin su contraparte soviética, Estados Unidos queda entonces como el hegemón mundial. Nunca en la historia de la Humanidad se había visto un Imperio con un poder tan descomunal que llegara a todos los rincones del mundo. Por su poderío militar, económico y político. Pero sobre todo cultural. Eran los tiempos en que Francis Fukuyama, el asesor estrella de Bush padre, nos había convencido del fin de la historia y de la muerte de las ideologías.
En ese escenario internacional, llegamos a 1992 y el festejo del quinto centenario del “Descubrimiento de América”. Y una actualización de la conquista. Los españoles ven la rifa del Estado que se está operando en América Latina y vuelven a la carga, pero esta vez ya no con la espada y la cruz, sino con las empresas (Repsol, Iberia, Endesa, BBVA, Santander, etc.).
Para ello, el gobierno de Felipe González inventa las Cumbres Iberoamericanas, la primera de las cuales se hace en Guadalajara en 1991. La segunda, en 1992, en Madrid, como no podía ser de otra manera. Una forma elegante de recuperar influencia política y económica en sus ex colonias.
Cuando desde Estados Unidos ven esto, la preocupación por quedar fuera de la fiesta deja lugar inmediatamente a la ocupación y entonces el gobierno de Bill Clinton inventa las Cumbres de las Américas, cuya primera versión fue justamente un 11 de diciembre de 1994 en Miami.
Tómese nota que fueron dos gobiernos supuestamente “progresistas”, un gobierno español socialista y un gobierno estadounidense demócrata, respectivamente.
Aquí se ven plasmadas las distintas tradiciones geopolíticas que han influido en nuestro sufrido continente, con sus distintas denominaciones respectivas.
Porque una cosa es decir América, otra cosa distinta es Iberoamérica, otra cosa es Hispanoamérica, otra es Latinoamérica, y otra es Sudamérica. Son conceptos que partiendo desde realidades geográficas, históricas o culturales, terminan siendo sobre todo políticas y económicas.
El creador del concepto de Latinoamérica es un filósofo chileno llamado Francisco Bilbao, quien a mediados del siglo XIX consideró que había muchas cosas que nos unen, como la historia, la cultura, el idioma, la religión, entre otras. Pero la más importante para Bilbao, era una amenaza en común llamada Estados Unidos. Entonces, para diferenciarnos de esa amenaza anglosajona, inventó el término Latinoamérica.
Un poco más tarde, hacia finales del siglo XIX y principios del siglo XX, Theodoro Roosevelt inventó otro término: panamericanismo. Dio una vuelta de tuerca a la Doctrina Monroe (América para los americanos) y con el llamado Corolario Roosevelt determinó que somos el patio trasero de Estados Unidos, así, con todas las letras. Lanzó entonces las Cumbres Panamericanas, que se celebraron hasta 1948 cuando se cambiaron por la OEA.
Esa es la tradición que recuperó Clinton en el ’94 y que tenía en su origen ya la idea fija del ALCA, un área de libre mercado desde Alaska hasta Tierra del Fuego.
Parecía un designio del destino, inevitable, porque la historia ya había terminado. Pero la historia dio una sorpresa, una más de las tantas que nos ha dado. Y en noviembre de 2005, en otra Cumbre de las Américas, esta vez en Mar del Plata, hubo un puñado de presidentes sudamericanos que le dijeron no al representante del Imperio, en este caso Bush hijo. La historia estaba viva.
Hoy vivimos otro momento. Algunos dicen que volvimos a los ’90. Sobre todo por las políticas neoliberales de varios gobiernos de la región. Pero el contexto es muy distinto. En los ’90 veníamos de unas transiciones democráticas que habían fracasado en hacer que los pueblos vivieran mejor, y quedaban todavía algunos recuerdos frescos del terror de los ’70. Pero sobre todo, nos creímos aquello del fin de la historia.
Hoy es otro contexto. Es cierto que hay un reflujo conservador-liberal en toda la región, que en algunos casos está dando lugar a expresiones más preocupantes de extrema derecha como en Brasil. Pero también tenemos fresca la experiencia de la primera década de este siglo, que nos demostró que la historia no termina nunca, que la historia la siguen escribiendo los pueblos, incluso son sus errores, falencias y contradicciones.
Lo que estamos viendo en vivo y en directo en México es el mejor ejemplo de que la historia está viva y no muere nunca. Luego de 80 años de un partido de Estado que se fue degradando cada vez más, el PRI, y un breve interregno de la derecha más radical, el PAN, México da un giro de campana y se vuelca hacia una experiencia progresista. Todavía está todo por verse, pero las primeras medidas de López Obrador son auspiciosas. Intentos de redistribución dentro del Estado, gestos claros de transparencia y austeridad, medidas tendientes a construir una legitimidad que lo acerque al verdadero poder para poder dar las batallas más de fondo.
Por todo esto, termina un año que para muchos fue malo, pero por delante hay todo un año para construir, para escribir la historia. Una historia que nunca terminará. Pero para seguir escribiéndola hay que leerla, y si es posible, en contexto.
(*) Periodista argentino, magister en Relaciones Internacionales.