Brasil y la derecha de Dios – Por José Steinsleger
Por José Steinsleger *
De haber participado Luiz Inácio Lula da Silva en los comicios presidenciales de Brasil… ¿estaríamos hoy asustados tras el triunfo de Jair Messias Bolsonaro? Creo que no. Y creo también que en aquel país territorialmente gigantesco y culturalmente complejo, las nociones de «pueblo» y «sociedad» discurren en espacios yuxtapuestos y entrechocados.
Conclusiones al hilo que nos obligan, desde ya, a solicitar la indulgencia de la intelectualidad cartesiana. Que por enésima ocasión, se muestra en aprietos para decodificar la dialéctica de realidades que se idealizan o, peor aún, se ideologizan. ¿O ya nació el sociólogo dispuesto a estudiar las ideas del payaso Francisco Everardo Oliveira da Silva, Tiririca, el diputado federal brasileño más elegido en 2010, con un millón 350 mil votos?
Nacido en 1965 en una familia muy pobre de Sao Paulo, Tiririca empezó a los ocho en un circo local como payaso. Y según la doctora Wikipedia, en las elecciones de 2014, haciendo campaña televisiva en la que con estilo kitsch imitaba a Darth Vader, Pelé y a Roberto Carlos, al tiempo de reconocer que ignoraba el funcionamiento de las instituciones.
Cosas de la «democracia», dirán algunos. Pero los votos de Tiririca permitieron la elección de 80 diputados de su coalición, y otros próceres que en el Parlamento consiguieron, en 2016, la destitución de la presidenta Dilma Rousseff. Poniendo en su lugar a Michel Temer, líder del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) y confidente de la inteligencia militar estadounidense (según Wikileaks), que el Partido de los Trabajadores (PT), posiblemente desinformado, eligió en 2009 para acompañar a Dilma en la vicepresidencia.
Aquello ya es historia. No obstante, los enemigos de Lula apostaron a que en América Latina el voto de los grandes liderazgos no es transferible. Acertaron. Salvando diferencias y contextos, algo similar puede conjeturarse con respecto a Hugo Chávez y la revolución bolivariana; el partido Alianza-País, de Rafael Correa; el Movimiento hacia el Socialismo (MAS), de Evo Morales; Morena, de Andrés Manuel López Obrador, y el peronismo, en el caso de Cristina Fernández de Kirchner.
En fin, movimientos nacionales y populares que sin ser necesariamente «revolucionarios», se expresan en alianzas políticas y una pluralidad de fuerzas que acuerdan redistribuir el ingreso, fortalecer el mercado interno, garantizar los derechos humanos, la movilidad social y mejorar relativamente la calidad de vida de las mayorías. O sea, todo eso que el oportunismo de izquierda y derecha sataniza, con desdén, de «progresismo» o «populismo».
Sin embargo, en los partidos sin grandes liderazgos la transferencia de votos es común. Tomemos, por ejemplo, el caso de la evangélico-ecologista «de izquierda» Marina Silva, miembro de la Fraternidad Mundial de las Asambleas de Dios (Iglesia pentecostal con sede en Estados Unidos y 68 millones de miembros en el mundo que se caracterizan por su conservadorismo social), y asesorada en los comicios de 2014 por el inescrupuloso ecuatoriano Jaime Durán Barba, quien en Argentina oficia de gurú de Mauricio Macri.
Catapultada a la batalla electoral tras la muerte en un accidente de aviación de Eduardo Campos (candidato presidencial del Partido Socialista Brasileño, PSB), Marina quedó en tercer lugar en los comicios de 2014, con 22 millones de votos (21.3 por ciento). Pero en el balotaje, apoyó al neoliberal Aecio Neves (Partido de la Social Democracia Brasileña, PSDB), quien perdió ajustadamente frente a Rousseff (54/51 millones de votos).
Fue la primera señal de alarma para el PT, que padeció una sensible pérdida de votos en comparación con 2010, cuando Dilma derrotó con más de 12 puntos al neoliberal José Serra (PSDB).
Ahora bien. En los comicios recientes, Marina (candidata, ahora, de REDE) había presentado su programa y roto un tabú al proponer, si era elegida, defender una legislación favorable al matrimonio igualitario. Quedó en octavo lugar, y desapareció del mapa electoral con poco más de un millón de votos. ¿Dónde se fueron, entonces, buena parte de los 21 millones que la votaron en 2014?
Un pueblo en estado de crisis terminal, tiene dos posibilidades: volcarse con fanatismo a los poderes sobrenaturales, o volcarse con igual frenesí a los sucedáneos de la religión: los partidos y grupos de extrema derecha. En las entregas siguientes, trataremos de analizar la fuerte simbiosis político-religiosa que empieza a instalarse en el continente.
II
Neopentecostales y liberales «neo» comparten credo e ideología: la «teología de la prosperidad». Cuyo mensaje (o «evangelio»), consiste en asegurar que el rico entrará en el reino de los cielos, y el resto tendrá que comulgar (entre otros que preparan su discurso) con «pastores», como el presidente electo de Brasil, Jair Messias Bolsonaro.
Ahora bien: si el neoliberalismo es a la economía lo que los organismos genéticamente modificados a la biología, cabe reparar en la crítica de líderes evangelicos que sostienen el Consejo Latinoamericano de Iglesias, que en el neopentecostalismo advierten «idolatría», «irresponsabilidad» y mensajes ajenos a «las Escrituras».
Una problemática poco liviana y de fuerte espíritu bizantino que empezó hace 501 años, cuando Martín Lutero clavó en las puertas de la iglesia de Wittenberg las 95 tesis que partieron la cristiandad en dos, denunciando a la Iglesia romana por vender pasajes al cielo, entre otras «indulgencias».
Por ende, nos limitaremos a señalar los cuatro rasgos distintivos del neopentecostalismo, punteados por el investigador y sociólogo Javier Calderón Castillo:
1. Postura ultraconservadora en relación con la familia, y restrictiva de las libertades sociales.
2. Abierto defensor del neoliberalismo y la sociedad de consumo.
3. Gran capacidad económica ligada al «aporte-convicción» de sus feligreses.
4. Despliegue mediático a partir de sus propias emisoras, canales de televisión y redes sociales.
Desde mediados del decenio de 1970, neoliberales y neopentecostales comparten intereses y operan en los países latinoamericanos como vasos comunicantes: los unos, socavando la confianza del pequeño y mediano empresario liberal en las instituciones del Estado, y los otros predicando la referida «teología» o «evangelio de la prosperidad», en la que la bendición financiera depende de Dios, y que las donaciones a causas religiosas aumentan la riqueza material propia.
Las formas «ultras» del evangelismo recibieron luz verde del presidente Ronald Reagan (1981-89), cuando nombró al popular «telepredicador» Patrick Buchanan en la Dirección de Comunicaciones de la Casa Blanca. Buchanan exhortaba por televisión a los ciudadanos con gritos de «amén» y «vivas al Señor», mientras Pat Robertson (otra estrella neopentecostal) anunciaba su posible candidatura al Partido Republicano.
A través de la televisión, satélites, cable y videos, la «Iglesia electrónica» (conducida por personajes como Billy Graham y Jimmy Swaggart) reforzó sus ingresos con generosos y abundantes apoyos publicitarios, llegando a 40 millones de hogares que intoxicaban con discursos apocalípticos y rabiosamente anticomunistas. El programa de mayor sintonía fue el Club 700, en el que Robertson pedía a 700 espectadores donar 10 dólares por mes, a cambio de una bendición en su nombre.
Simultáneamente, un grupo de think-tanks alineados con la política conservadora de Reagan, publicaba el primero de los Documentos de Santa Fe (1980), un manojo de análisis geopolíticos que abarcaban el mundo entero, respaldando la cruzada anticomunista de Juan Pablo II en Europa del Este, y contra los «teólogos de la liberación» que en América Latina optaban por los pobres, inspirándose en la encíclica Pacem in Terris, de Juan XXIII, y los grandes debates del Concilio Vaticano II (1962-65).
En ese contexto, el brasileño Edir Macedo (1945, de origen católico), fundó la «Iglesia Universal del Reino de Dios» (IURD, 1977), cuya primera sede funcionó en una antigua funeraria de Río de Janeiro. De origen católico, Macedo empezó su carrera como cajero de la Lotería (1963).
Cuarenta años después, la IURD (o «Universal») tenía más de 30 millones de fieles, templos en 200 países (en México, los «pare de sufrir»), 50 estaciones de televisión, más de 100 estaciones de radio, dos periódicos, dos imprentas, dos editoriales, un moderno estudio de grabaciones, una agencia de turismo, una compañía de seguros y el semanario Folha Universal, con una tirada de un millón 800 mil ejemplares, distribuidos gratuitamente.
Según el sociólogo Valdemar Figueiredo Filho, de la Escuela Superior de Propaganda y Marketing de Río, «las iglesias evangélicas instauraron una política de comunicación a prueba de todo, utilizando la industria del entretenimiento. […] Al empezar, los pastores tienen un templo, luego una radio, un canal de televisión, una discográfica. Cada actividad alimenta a la otra y su notoriedad aumenta» (Lamia Oualalou, «El poder evangélico a la conquista de Brasil», en Le Monde Diplomatique, Ed. Cono Sur, octubre de 2014).
Agrega: en 2002, cuando Lula intentó por cuarta vez acceder a la presidencia, eligió al millonario evangelista José Alencar como vicepresidente. Y el 31 de junio de 2014, Dilma Rousseff asistió a la inauguración del faraónico templo de Salomón de la IURD en Sao Paulo, junto con lo más granado del establishment político del país.
III
El ultraevangelismo brasileño (neopentecostalismo) empezó a crecer a finales de la dictadura militar (1964-85), junto con la caída sin gloria del «socialismo realmente existente» en Europa del Este (1989-91), y el recetario neoliberal impuesto por el llamado «consenso de Washington».
Luego, Brasil tuvo dos presidentes, elegidos en democracia: el magnate Fernando Collor de Mello (o Indiana Jones, según W. Bush), primer gobernante destituido y sometido a juicio político por corrupción en América Latina (1990-92), y el «teórico de la dependencia» Fernando Henrique Cardoso (1994-2002), quien luego de asumir el cargo sugirió olvidar todo lo que había escrito y publicado en sus años de marxista indiscutido.
Simultáneamente, el sindicalista Luiz Inácio Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores (PT), libraba una tenaz lucha política, ocupando el segundo lugar en los comicios presidenciales de 1989, 1994 y 1998, hasta que en 2002 logró imponerse liderando una coalición que le representó 61 por ciento de los votos.
Con Lula (2002-10) y Dilma Rousseff (2011-16), Brasil pegó un salto de calidad en lo social, educativo, laboral y cultural. A más de convertirse, junto con la revolución bolivariana de Hugo Chávez, en puntal estratégico de la integración latinoamericana. Sin embargo, cabe preguntarse en qué medida ambos estadistas subestimaron a la Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD o «Universal»), que en el censo de 2010 ya figuraba como la segunda mayor corriente religiosa del país, con 22 millones de seguidores.
A inicios de su primer gobierno, el pragmático Lula pensó que laicismo y neopentecostalismo podían armonizar en democracia. A extremos que en el caso de la sonada demanda de la red mediática O Globo contra la IURD por lavado de dinero, el líder del PT se mostró favorable a la «Universal».
Actitudes que, innegablemente, representaron votos para el PT. Pero, ¿hasta dónde democracia y neopentecostalismo iban de la mano? Como fuere, las iglesias evangélicas tenían su propia agenda, y en las comisiones legislativas preferían ocupar esos cargos que los «políticos tradicionales» menospreciaban porque tratan temas de la sociedad (derechos humanos, cultura, educación). Cosa que les permitió intervenir en proyectos de ley relacionados con el homosexualismo, el aborto, las drogas y la educación sexual.
La investigadora franco-marroquí Lamia Oualalou, residente en Río de Janeiro, sostiene que “…el corazón del poder evangélico” reside en el Congreso. Así, sobre 513 diputados, tenía 18 en 1986; 23 en 1990; 59 en 2002; 73 en 2010, y 87 diputados en 2014, más tres de ocho senadores. Que todos los miércoles, por la mañana, “…se reunían en una sala plenaria del Congreso para rezar juntos, entonando cantos y plegarias”.
La fe neopentecostal movió montañas. A Dilma, por ejemplo, los diputados evangelicos obligaron a retirar un kit educativo antihomofóbico, y la publicación de una carta en la que la presidenta manifestaba que, «personalmente» (sic), se declaraba contra la interrupción voluntaria del embarazo.
En 2017, el estupor políticamente correcto sacudió a jacobinos y girondinos. Fue cuando el político, cantor, compositor, escritor y pastor Marcello Crivella, ex aliado de Lula, ex ministro de Pesca de Dilma y sobrino de Emir Macedo (máximo gurú de la «Universal»), ganó la alcaldía de la pecaminosa, hedonista, libérrima y hermosa ciudad de Río de Janeiro.
El «éxito» neopentecostal consiste en satisfacer a todos. ¿Eres surfista? Ahí te va el templo «Bola de Nieve»; ¿futbolista?, ¡la «Iglesia de los Atletas de Cristo»! También es posible que alguien necesite terapia urgente y no pueda pagar un sicoanalista, o confesarse con un cura católico. No hay problema. En los templos de la «Universal» puedes gritar, llorar, abrazar, bailar, integrar un coro y contar tu rollo.
En la IURD las mujeres cocinan en conjunto, contienen a la desesperada por el hijo drogadicto o muerto por el narco, ayudan a la madre soltera cargada de hijos que ahorita le urge una garrafa de gas para cocinar, y respaldan a la mujer que le gusta verse hermosa, siempre y cuando reconozca a la «iglesia verdadera».
Los fieles de la «Universal», claro, pagan diezmos. Algunos dan 10 centavos y otros nada, aunque comprometiéndose a hacerlo cuando se liberen de sus vicios. Y otros, cientos de miles en la moneda que sea. La IURD acepta cualquier forma de pago: efectivo, cheques y tarjetas de crédito.
En Liberdade, apunta Lamia, toda una calle del barrio japonés de Sao Paulo (la Cinde de Sardezas) se consagra al comercio evangélico: camisetas, gorros, tazas de café que exaltan a Jesús, juguetes evangélicos, discos de rock cristianos o con ritmo de samba, o en sertenejo, el country del nordeste brasileño”.
El motor de ventas sigue siendo la Biblia, el libro más vendido de Brasil. Y con gran éxito, la «Biblia de la mujer», con plegarias específicas que se refieren a la familia y al matrimonio.
IV
A una semana de la desquiciante elección de Jair «Messias» (sic) Bolsonaro en el balotaje, la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de Argentina (Aciera), viralizó en las redes antisociales a un pastor evangelista que llama a acompañar al presidente Mauricio Macri, y luchar contra Cristina Fernández de Kirchner.
El pastor asegura haber visto a Cristina en Venezuela «metida en una montaña» y «bañándose con sangre humana». Aterrorizados, cientos de fieles le oyeron decir: «El plan del Diablo era que esta nación [Argentina] se había entregado a manos de él, pero el Diablo se equivocó. Esto no es Venezuela».
Andaba mal informado. Porque Macri es (o dice ser), budista. Prueba de ello es que el día que asumió, las cámaras enfocaron al gran Sri Sri Ravi Shankar, gurú de la India experto en respiración artific… (perdón, sólo «respiración») y desarrollo personal, consultor especial del Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas, «el orador más destacado del siglo» (Unesco, 2011), y quinta persona «más influyente del mundo», según Forbes, la revista que da seguimiento a multimillonarios poco alineados con las almas inocentes.
No quiero alejarme del tema (el avance ultraevangelista), pues me vería obligado a explicar las diferencias entre el gurú Maharishi (de la meditación trascendental), y Maharej Ji (de la Misión de la Luz Divina). Porque todo mundo sabe que el primero se hace invisible y el segundo colecciona autos Rolls Royce, según lo denunciado por el envidioso gurú y competidor Swami Prabhpada.
Me interesa, eso sí, recordar lo dicho por el fundador de la iglesia de la Cienciología, Ronald Hubbard: «El mejor camino para hacerse millonario es fundar una nueva religión». Pero tampoco se trata de tomar a la ligera el laicismo de Macri, quien se ha reunido varias veces con Luis Palau, el «papa electrónico» que reporta a Washington.
Nacido en Argentina (1934), radicado en Estados Unidos, amigo de los Bush, los Clinton y del genocida ex presidente neopentecostal de Guatemala Efraín Ríos Mont (1926-2018), Palau es un firme partidario del gobierno macrista. Y algunos recuerdan la entrevista en la que defendió el Plan Cóndor de la CIA, afirmando que «la única ideología que podía detener el marxismo-leninismo era el cristianismo evangélico» («Palau Power in Latin America», Time, 7/11/1977).
En marzo de 2008, cuando Macri era el jefe incuestionable de la ciudad de Buenos Aires, Palau celebró un festival en el que se dirigió a 650 mil personas reunidas frente al emblemático obelisco de la avenida Nueve de Julio. ¿Y qué podía decir la presidenta Cristina? Nada, a no ser lo mismo que con mezcla de ingenuidad y pragmatismo político, decían Lula y Dilma: «Me impresionó la calidad y la cantidad de gente que asistió. Me llamó la atención que se pudiera recitar el Padre Nuestro con ritmo de hip hop».
Lo cierto es que en Argentina, en reuniones públicas y privadas, la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal (acosada por el «populismo» peronista), expresó en varias ocasiones su reconocimiento al trabajo social de las iglesias evangélicas, convocando a los pastores a «trabajar juntos por el bien común». Aunque ella y Macri tengan varias causas por corrupción, abiertas en la justicia.
Por ende, si las profecías terminan confirmando que América Latina se inclinará «hacia donde se incline Brasil» (tal como vaticinó el presidente Richard Nixon –1969-74–, oyendo al gurú más grande de todos, Henry Kissinger), conviene dejar esta serie de apuntes en suspenso y prestar atención al avance del utraevangelismo en nuestros países.
Asunto que colegas como Carlos Martínez García y Bernardo Barranco han venido tratando en estas páginas, con más autoridad y solidez académica. Habiéndonos limitado, de nuestro lado, a puntear algunos datos del «fenómeno Bolsonaro», que tiene a la izquierda hecha bolas en sus bolas de cristal. Es lo que en un artículo brillante, Martínez García calificó de «tentación constantiniana».
O sea: «La mutación en las convicciones teológicas que sustentaban la necesidad de laicidad del Estado», que busca “participar en los procesos electorales para influir en el sistema político de cada nación, con los ‘valores del reino de Dios’” («Evangélicos en AL: ¿avance del retroceso?», La Jornada, 24/10/18).
VOLVER