Una caravana llamada Centroamérica – El Faro, El Salvador

Foto: AP Photo/Marco Ugarte
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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

No fueron necesarias conspiraciones del señor Trump ni componendas del señor Soros, planes de ISIS ni proyectos políticos de Demócratas estadounidenses o izquierdistas hondureños. La caravana de migrantes solo ha sido una sorpresa para quienes hoy descubren a los migrantes y sus razones para huir. Para quienes apenas hoy, después de décadas de haberse formado el corredor humano más grande del mundo entre Tegucigalpa y el desierto de Arizona, prestan alguna importancia a los centroamericanos escupidos por sus propios países.

Esta caravana, que se ha multiplicado ya en varias, no es ninguna sorpresa. Apenas se necesitó de una convocatoria en Facebook para entusiasmar a miles a huir en masa. Los movimientos, en estos tiempos, se autoconvocan. También los que denuncian escapando.

Por más mentiras que diga Donald Trump, las caravanas no están formadas por criminales que conspiran en masa para invadir Estados Unidos sino por hombres y mujeres desesperados al punto de cargar a sus hijos en brazos durante cuatro mil kilómetros. Si lo hacen en caravana, en filas que se pierden en el horizonte, es para evitar algunos de los riesgos que enfrentan los grupos pequeños que atraviesan el camino mexicano, plagado de criminales.

En su albergue de Ixtepec, Oaxaca, el sacerdote Alejandro Solalinde recibe desde hace años a migrantes que llegan a esas alturas exhaustos, asaltados por todo tipo de bandas, golpeados o saqueados por autoridades mexicanas; a mujeres violadas en el camino; a gentes que han salvado la vida de milagro. Alguna vez Solalinde lanzó la pregunta: “¿de qué huye esta gente como para arriesgar la vida de esta manera?”

Es una pregunta vigente, central para quien quiera entender estas caravanas. Más allá de quién las organizó, de quién puso el primer anuncio, de quién encabeza los grupos, la pregunta pertinente es la de Solalinde: de qué escaparán estos miles cargando a bebés de pocos meses en sus brazos; de que se alejan familias enteras expuestas al camino cruel, al poder de los territorios del narco, a la violencia sexual, al secuestro, y hoy incluso a las amenazas del presidente de Estados Unidos de enviar al ejército a detenerlos; de qué huyen.

Los hondureños que han iniciado esta modalidad de migración huyen, precisamente, del engendro antidemocrático creado en Honduras por Estados Unidos, forjado en la tolerancia al golpe de Estado de 2009 y encarnado en la reelección fraudulenta, hace justo un año, del presidente Juan Orlando Hernández y su camarilla de corruptos legitimados por Washington.

La caravana que se dirige a Ciudad de México huye de una acumulación insoportable de violencia, corrupción, pobreza y crimen organizado que les ha cerrado las posibilidades de una vida digna. Los hondureños huyen de un gobierno corrupto, de una oposición corrupta también, de las mentiras repetidas en las que ya no creen.

Su ejemplo lo han seguido otros miles que organizan sus propias caravanas en los países vecinos. Huyen de la represión de un tirano en Nicaragua y de los delirios de un corrupto incapaz en Guatemala. Huyen de la incapacidad de los gobiernos salvadoreños, tanto de ultraderecha como de ultraizquierda, para poner fin a los homicidios, a la desigualdad y a la corrupción. Huyen de la violencia ejercida por pandillas deportadas por Estados Unidos, que exige ahora lealtades a cambio de migajas, cuando es corresponsable de la situación en el istmo. Huyen de élites indolentes y de décadas de esperar un futuro que nunca llega.

Si algo representa hoy Centroamérica no son sus gobiernos, sus cuerpos diplomáticos ni sus banderas; sino estas caravanas que a cada paso expresan un discurso congruente e irrebatible sobre la situación en la región.

Con su huída, esos hombres y mujeres definen de lo que huyen: una tierra en la que para ellos ya no hay posibilidad de vida digna. Ni futuro para sus hijos. Tan no tienen futuro aquí, tan no son tomados en cuenta, que en El Salvador ninguno de los cuatro candidatos a la presidencia se ha manifestado en su defensa ni en contra de las amenazas de Trump. Para el futuro presidente, cualquiera que resulte electo, quedar bien con Estados Unidos es más importante que procurar el bien de su propia población; y ganar la votación es más importante que ofrecer solución alguna a las razones estructurales de las que huyen los centroamericanos. En masa, para que el silencio de los líderes políticos no logre invisibilizarlos.

En esas caravanas están las claves de todos los problemas de la región, incluyendo a México y Estados Unidos. La solución no es detenerlas por la fuerza, porque esos migrantes no son el problema. Criminalizar la caravana es evadir las difíciles preguntas necesarias para resolver las causas de la migración. Es un vil acto de cobardía. Es culpar a los migrantes por las respuestas que los gobernantes de la región, de Managua a Washington, no saben encontrar.

El Faro


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