Las bodas de arcoíris en la caravana migrante que cruza por México hacia EEUU

Maritza y Erck reciben las bendiciones de los presentes
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Por Alejandro García

Muchas familias migrantes podrían enfrentar la separación al llegar a Estados Unidos por no estar legalmente unidas. Para evitar este destino, siete parejas que integran la caravana migrante contrajeron matrimonio el pasado fin de semana en Tijuana, en una boda improvisada. Seis de ellas, de la comunidad LGBTQI.

Ramo a la una —dijo el padre Diego Flores, traído desde Argentina, mientras una de las nuevas esposas amenazaba con lanzar el ramillete comprado apenas unas horas antes—. Ramo a las dos —y las mujeres atrás se impacientaban—.

—Ramo a las tres.

Las flores blancas superaron al padre, a una pequeña pared de periodistas y las manos de varias mujeres saltarinas se apresuraban a atraparlo. Cayó al suelo. Codeaban y empujaban por él.

Alguien, entre el torbellino de piernas y espaldas, estiró, triunfante, su mano empuñando el ramo medio deshojado.

—Así nunca me voy a casar —se lamentó una más, fingiendo un enorme puchero.

—Yo me caso contigo, amiga.

Y ambas se abrazaron.

El pasado sábado 17 de noviembre la fiesta más grande en Tijuana fue en el Enclave Caracol, un espacio comunitario y punto de reunión y apoyo para migrantes. Frente al Museo de Cera, el Enclave empezó a llenarse de colores entrada la tarde, a eso de las tres, mientras las novias se arreglaban en el segundo nivel. Por ahí había una bandera de arco iris, por ahí un altar improvisado, por ahí flores. Otros miembros de la comunidad LGBTIQ, que forman parte de la caravana, revoloteaban cerca, emocionados. El clima era tibio, pero el aire de noviembre empezaba a calar. Y a pesar de lo frío, el vestido de la gala era minifalda.

“Nos vamos a casar porque así tenemos la seguridad de que, una vez estando del otro lado (en Estados Unidos), no nos van a separar las autoridades”, cuenta Isaac Gutiérrez.

Isaac, hasta el sábado, era el novio de Helen Sánchez; ambos, padres de Shalom Gutiérrez Sánchez, de dos años. La pareja recién se enteró que Helen estaba esperando un segundo bebé que, según los cálculos del padre, nacerá en julio.

“Somos una familia, siempre lo hemos sido, pero queremos tener la oportunidad de tener un respaldo legal para cuando estemos en Estados Unidos”, continúa Isaac, con el pelo engominado y ya vestido de camisa y saco. Su sonrisa es inquebrantable. Voltea a ver hacia adentro del Enclave, como impaciente. “Es que se está arreglando, Helen. Ya la quiero ver”.

Pero el respaldo legal que Isaac y Helen, y las otras parejas, esperan haber obtenido a partir del sábado, gracias al apoyo de la iglesia del Larger Fellowship, parece frágil. O, más bien, quebradizo.

Leslie Takahashi, una de las reverendas que oficializó las bodas, explicó que la unión que ellos ofrecen consiste en brindar una unión religiosa, a través de su iglesia, que actúa de forma independiente. Y esperan que las autoridades que reciban a estas personas lo tomen como el compromiso religioso que representa. “No es un documento legal —aclara— pero es más que algo simbólico; sabemos de matrimonios que ahora están en Estados Unidos solamente con un monitor de tobillo”. Es una boda sin efectos legales.

El padre Diego Flores no dio declaraciones porque teme que su congregación en Argentina se entere y lo rechace.

Mar Cárdenas, la organizadora de las actividades, cuenta que las bodas fueron casi una coincidencia. “Coincidió nuestra actividad social del mes con la visita de la caravana”, señala. “Y cuando se enteraron que venían varios reverendos con nosotros, nos propusieron lo de la boda”. Entonces el equipo de la Church of Larger Fellowship se movilizó para planear la ceremonia, comprar flores, un pastel, el mismo Mark fue el encargado de conseguir los anillos; los padres entrevistaron a las parejas sobre sus creencias religiosas y así, se formó la actividad.

Cuando lo poco es una gran esperanza

Mientras iniciaban los preparativos, una de las parejas esperaba inquieta frente al Enclave. Adrián Eneuterí, de 29 años, originario de la Ciudad de México, y Nati Vanegas, de 18, de San Pedro Sula, Honduras. Nati es transexual, viste de minifalda roja, tacones y top negro; su cabello cubre la mitad de su rostro y apenas deja ver sus labios pintados de naranja fosforescente, el mismo naranja que aparece suavizado en los labios y mentón de su novio.

Adrián vio por primera vez a Nati en Ciudad de México, pero no fue hasta que llegaron a Playas de Tijuana, a finales de la semana antepasada, que hablaron. “Me gustó mucho ella; me impactó y le pedí una fotografía”, cuenta Adrián, tímido. “Y así empezamos a hablar”. Nati, a su lado sonríe apenada. Su relación lleva menos de un mes.

La pareja está tomada de la mano.

Adrián agrega que no había considerado migrar a Estados Unidos. Le interesaba, más bien, viajar para conocer la experiencia. “Pero luego la vi y…”.

Nati fue fuertemente discriminada en Honduras, fue golpeada y agredida en muchas ocasiones. Su familia, incluso, la apartó de su hogar. “Ya no sos de acá”, le decían. Fue entonces que, a inicios de octubre, decidió salir de casa, sola: una de las aproximadamente 80 personas de la comunidad LGBTIQ que viajan con la caravana. Es un grupo que poco a poco se fue formando, creciendo de ciudad en ciudad, confiando en la importancia de permanecer cerca, una vez juntas y juntos, no se despegaron. Nati, en San Pedro, trabajaba en una taquería de camión y le gustaba picar carne. Sus favoritas eran las gringas y espera poner su puesto de tacos en Estados Unidos.

Después de varios días de platicar, comer juntos, bailar, y tras enterarse de las bodas que estaba ofreciendo el equipo de Church of Larger Fellowship, Nati le pidió matrimonio a Adrián.

“Me emocioné”, admite ella, sonriendo. “Si va a haber boda para mis amigas, yo también me quiero casar, ¿por qué no?”

“Me sorprendió”, señala Adrián y abraza a su novia. “Pero me gustó la idea.”

Los ahora Eneuterí-Vanegas esperan cruzar juntos pronto y llegar hasta Houston, donde Nati tiene tías y un abuelo que sí aceptan sus preferencias.

Y más o menos así son las otras parejas. Parejas que se conocieron en el viaje. Parejas que nunca antes habían tenido una relación con tantito de amor y atención. Quizás tantito es lo único que necesitan para jurar amor eterno ante los amigos y amigas más sinceras que han tenido en años.

Los declaro esposa y esposa

El padre Flores vestía de azul. Camisa azul, chalina azul y alzacuellos negro. Lleva lentes. Su cabello parece haber olvidado cómo crecer, excepto en la coronilla y parece genuinamente conmovido por la emoción de las parejas que casó el sábado.

—Estamos acá reunidos para ser partícipes de la unión de estas hermosas parejas —empieza el padre Flores y la gente atrás vitorea. El sonido de mariachis tocando en los restaurantes de al lado compite con la emoción del público—. Los sucesos de las últimas semanas les han hecho vivir experiencias de unión con su pareja que a otras les llevaría años. Ustedes han viajado juntas y juntos en este tiempo no solo en la distancia geográfica, sino también en la vida.

Más aplausos.

Y así avanza el discurso del padre Flores, ocasionalmente interrumpido por la emoción vecina o las intervenciones de Takahashi, o la de los novios, o las novias.

—Prometo amarte todos los días del año —dice Julia y acariciándole el pelo a su pareja, Sandy.

Julia es quizás la del estilo más envidiable en su vestimenta: camisa de cuadros y corbatín. Julia y Sandy han hecho todo el viaje juntas, desde la terminal de San Pedro hasta Tijuana.

—Te juro fidelidad—, dice Erik, con sus ojos llenos de lágrima mientras el sol empieza a esconderse y la luz dorada empieza a perder fuerza. Maritza, su esposa transexual, vestida de blanco, lo ve con ternura.

Luego vienen los anillos. Mark vuelve a aparecer en escena. El padre Flores explica su significado: que son el símbolo del pacto matrimonial, que simbolizan el amor que siempre puede ser renovado. Y luego son bendecidos. El público atrás parece no soportar la emoción. Todas y todos aplauden, se abrazan, sonríen, gritan.

—Doris y Érica —dice el padre— pueden besarse—.

Y como si nadie los viera, y quizás confirmando que nadie las está juzgando, ambas se toman el rostro y unen sus labios durante varios segundos. Se abrazan, como sin aliento. El padre pide un minuto de silencio para orar. El silencio es ya algo inalcanzable a estas alturas. El ruido del público puede más que las trompetas y redoblantes.

—¡Otro beso, otro beso! —grita el mismo padre Flores y aplaude, con micrófono en mano y se hace a un lado para que los fotógrafos capturen el momento—.

México es uno de los cinco países en Latino América que permite el matrimonio igualitario, el matrimonio entre dos personas del mismo sexo. Aunque, solo parcialmente. Son 15 de los 32 estados los que reconocen esta unión. Baja California, del cual forma parte Tijuana, es uno de ellos, desde el 7 de noviembre del 2017.

—Los presento como un nuevo matrimonio —dice el padre y Rixie y Alfred, tímidos, hacen una reverencia.

Mark le entrega a Rixie, casi a escondidas, el ramo pues con tan solo mostrar un pétalo blanco causaba un revuelo caótico.

—Ramo a la una —dice el padre y las personas atrás plantan bien los pies, empuñan las manos, ensanchan la espalda, hacen los codos a un lado—. Ramo a las dos —acá casi es silencio. Empieza el forcejeo— Ramo…

—¡No seas culera! —grita una chica morena, delgada, con tacones de aguja y sale corriendo hacia atrás. Una amiga de ella, la culera, ahora roja de la risa, le arrancó la peluca y la tiró a un lado. Todas ríen, la chica pelona ríe, la culera ríe, hasta el padre Flores ríe y pide que le dejen tomar aliento para retomar el conteo.

—¡Ramo a las tres!

Una vez pasaron todas las parejas, se firmaron los documentos y mientras dentro del centro empezaban a instalar las bocinas para la fiesta de bodas, el padre Flores tomó el micrófono una vez más y se subió a las tarimas. Durante toda la tarde, por la premura del asunto, había leído los discursos y había solo cambiado los nombres. Esta vez no. “Yo admiro mucho a estas parejas —dijo limpiándose la frente—. Las admiro por enfrentar prejuicios, por sobreponerse a la violencia y negaciones”. El silencio, sorpresivamente, regresa a la Calle Primera, a un costado de la Avenida Francisco I. Madero. “Lo que acaban de hacer es muy profético —sigue—. Debería serlo. Deberíamos todos enfrentarnos al odio de esta manera, con el valor que ellas y ellos han demostrado hoy”. Los aplausos ahora son solemnes.

A las seis y media de la tarde, terminado todo el papeleo, empezó a tronar el perreo en Enclave Caracol.

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