CLACSO | Sara Victoria Alvarado, académica colombiana: «Los intelectuales deben reconocer los saberes emergentes de los movimientos sociales»

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Entrevista a Sara Victoria Alvarado, académica especialista en niñez y adolescencia colombiana

Por Carla Perelló, de la redacción de NODAL

El currículum de Sara Victoria Alvarado, a la que todas llaman “Toya”, tiene más de diez líneas de extensión. Cuenta con estudios centrados especialmente en niñez y adolescencia en diversas universidades de su país, Colombia, hasta Uruguay, más su paso como consultora de la OEA y UNICEF. A propósito de su participación este jueves de la 8ª Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales(*), expone aquí un recorrido sobre la situación actual de niños, niñas y jóvenes a partir de los Acuerdos de Paz y la lucha por el presupuesto para la educación pública.

¿De qué manera el proceso de paz en Colombia influye en la vida de niñas, niños y jóvenes?

Una vez concluida la fase de negociación de La Habana y firmado el Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto Armado, Colombia inició el período de transición hacia la paz. La implementación de lo acordado se convirtió en el escenario fundamental para la construcción de una realidad social que por primera vez en más de medio siglo podía imaginarse al margen de las lógicas que históricamente había impuesto la confrontación armada en algunas regiones del país. En este período de transición, los enfoques diferenciales de niños, niñas y jóvenes adquirieron un papel protagónico en el conjunto de acciones que buscaban diseñar los futuros posibles de una sociedad en la que se acallaban los fusiles de la insurgencia y en la que la lucha armada dejaba de ser la estrategia principal de las Farc-Ep. Desde los territorios, las voces de los niños, niñas y jóvenes interrumpieron el silencio y el olvido al que habían sido confinadas en otros procesos de negociación que posteriormente habrían de fracasar.

En sus narrativas descubrimos que la paz tiene que ver con el cuerpo, con los mundos cotidianos, con las políticas del afecto, con las experiencias colectivas, y no sólo con el desenlace de la confrontación armada entre fuerzas beligerantes. Si cabe pensar en una influencia decisiva del Proceso de Paz en los niños, niñas y jóvenes de Colombia es que gracias al acuerdo pudimos escuchar sus voces, y pese al acuerdo pudimos reconocer sus paces. Quienes caminaron las geografías alguna vez prohibidas por el conflicto armado aprendieron a reconocer en los sentidos y prácticas políticas de niños, niñas y jóvenes horizontes de sentido y bitácoras para la construcción de otras paces posibles y se reconocieron también sus experiencias. La paz que se había pactado en La Habana y se había sellado en Bogotá era tan sólo una manera de comprender el final del conflicto armado. De la otra paz, la que se podría llamar “imperfecta”, el acuerdo no era su telón de fondo. No basta con acallar fusiles. Los niños y niñas de territorios donde la guerra puso en riesgo sus vidas revelaron que había más caminos más allá de lo que la agenda de la negociación había planteado. El proceso de paz nos permitió escuchar otras voces, y en el fondo de ellas, detrás de ellas, junto a ellas, comprender otras paces. Es como si gracias a los Acuerdos de La Habana y el regreso a las comunidades en la fase de implementación nos hubiéramos encontrado algo más que infancias devastadas por la guerra y juventudes movilizadas a la fuerza.

En este momento las y los jóvenes universitarios han tomado protagonismo por las marchas en reclamo por presupuesto para la educación recortado por el presidente Iván Duque. ¿Qué características tiene este movimiento?

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Cualquier esfuerzo genealógico en torno a la lucha social en Colombia nos puede demostrar el protagonismo de los jóvenes en los paisajes de la movilización. No hay escenario de resistencia en el presente histórico que no sea un paisaje de cuerpos en condición juvenil. Desde el eco del Manifiesto de Córdoba, en Argentina, hasta la revolución de los Pingüinos en Chile, la escena Latinoamericana también nos ha demostrado que la fuerza constitutiva de la movilización política descansa en las juventudes. Quizás lo único que va cambiando es el repertorio que los jóvenes despliegan en la movilización. De las luchas por consolidar las independencias y los Estados nacionales, a las luchas por el reconocimiento de las diversidades, los jóvenes van mutando sus prácticas políticas y los contenidos de sus luchas. En Colombia, el presente de las movilizaciones estudiantiles constituye un lugar privilegiado para comprender las transicionalidades de los repertorios de la resistencia (N de R: las formas en las que las y los jóvenes deciden manifestarse: con paros, movilizaciones y plantones, entre otros). Si bien las viejas formas de enfrentarse a ciertos poderes, ya fuesen clericales o estatales, persisten en las movilizaciones que hoy se toman las calles de las ciudades capitales, las partituras han mutado. Desde los encapuchados que deseaban seguir el camino del Che y se reconocían en la revolución, hasta los performance que se reconocen en la estética y desean seguir los caminos de (el humorista colombiano Jaime) Garzón, las tácticas de la movilización se han trasformado radicalmente.

Una expresión de esta transformación de los modos y una transicionalidad de los repertorios, es el actual movimiento estudiantil universitario. Las texturas de sus discursos están hechas de entramados ideológicos y existenciales en los que ya no parece condición de posibilidad la insurrección. En las maneras de habitar la calle, más que una trinchera, ésta aparece como una puesta en escena. De los tropeles a los carnavales es como podría nombrarse el presente de las marchas estudiantiles, y en las cuales se entretejen consignas cuya polifonía les permite a los jóvenes luchar al mismo tiempo por la implementación del Acuerdo de paz, luchar contra la desfinanciación de la Universidad Pública y luchar por la despenalización del consumo de sustancias psicoactivas.

¿De qué manera las ciencias sociales latinoamericanas colaboran a pensar y analizar estos fenómenos en su país como en la región? ¿Qué lugar deben tomar las y los intelectuales-académicos latinoamericanos ante la coyuntura actual?

El largo y complejo proceso de descolonización de las Ciencias Sociales en Latinoamérica se convirtió en la garantía epistemológica y metodológica de un renovado esfuerzo por aportar a las prácticas de transformación social en el continente. A partir de esta descolonización, el pensamiento situado ha permitido desencadenar lugares de enunciación que han afectado de diversas maneras la escenografía de la lucha social. Más allá de análisis estructurales y pretensiones de objetividad de los fenómenos sociales, los saberes situados se han abierto a nuevos horizontes, reconociendo la capacidad de los movimientos de agenciar sus propias construcciones teóricas y resignificar sus experiencias de lucha. En el momento actual, la figura del intelectual latinoamericano ha abandonado el papel del científico social que mira a la distancia el devenir de las luchas, para acercarse al acontecer de los procesos de resistencia creando puentes entre trayectorias de vida, bitácoras políticas y nuevos horizontes emancipatorios. En la coyuntura, el papel de los intelectuales pasa por reconocer los saberes emergentes de los movimientos sociales y a partir de éstos, agenciar fisuras en las prácticas hegemónicas.

* Sara Victoria Alvarado participará este jueves de 9 a 10.30 del panel 11 Ciencias sociales latinoamericanas, en la Universidad de las Artes, aula 101.


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