Argentina: identifican a otro soldado caído en Malvinas y ya suman 104 en total
Los restos del soldado cordobés Fabricio Edgar Carrascull que murió en la guerra de Malvinas fueron identificados en el cementerio de Darwin. De esta manera, ya son 104 los casos positivos logrados desde el inicio de los trabajos forenses que realizó el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR).
Carrascull participaba del combate en Pradera del Ganso cuando falleció con sólo 18 años el 28 de mayo de 1982. Su hermana Eleanor fue notificada por el equipo interdisciplinario de la secretaría en dependencias del Archivo Nacional de la Memoria, ubicado en el predio de la exESMA.
La nueva identificación se conoce un día después de que la iniciativa -lograda gracias a negociaciones diplomáticas entre los gobiernos de Argentina y el Reino Unido- fuera distinguida en Ginebra, sede del CICR, como un ejemplo de «diplomacia al servicio de objetivos humanitarios».
«En el marco del Plan Proyecto Humanitario Malvinas, la Secretaría de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural de la Nación comunica la identificación positiva de Fabricio Edgar Carrascull, que se convierte de esta manera en el soldado argentino número 104 en ser localizado en el Cementerio de Darwin», informó este mediodía el organismo que encabeza Claudio Avruj.
«En el mundo están mirando nuestro trabajo, lo más importante es brindarle una respuesta a las familias al identificar a sus seres queridos. Estamos contentos y orgullosos de la tarea realizada», afirmó el propio secretario en un comunicado de prensa.
Son 104 los identificados de Malvinas: la historia del soldado que murió aferrado a la radio y gritando órdenes en medio del combate
La primera foto le mostraba una precaria cruz de madera, clavada en una desolada pradera verde, con una leyenda tallada: «39 cuerpos argentinos».
La segunda foto era blanco y negro, y la misma cruz de madera precedía una fosa común: hundidas en el agua varias bolsas mortuorias con cuerpos de soldados argentinos yacían, entre el barro y la turba, mientras militares ingleses rodeaban la zanja y oficiaban una digna y respetuosa ceremonia.
Isabel Esther López, madre del soldado Fabricio Edgar Carrascull, muerto en la batalla de Pradera del Ganso, las sostuvo en sus manos y con dolor dijo: «Mi hijo no está enterrado en Darwin, él quedó en esa tumba común con sus compañeros, donde combatió. Y sé que ya no está físicamente ahí. El agua se lo llevó».
Esto ocurrió en 2015, cuando «Ucha» -como la llaman todos en Hernando, Córdoba- recibió dos fotos tomadas durante el conflicto de 1982. «Las imágenes me permitieron tener la certeza de que él estaba ahí. Ya hace unos años un compañero de Fabricio me había contado de esa tumba», dijo la mujer que durante tres décadas había buscado con desesperación saber dónde estaba enterrado su hijo.
Para ella, Fabricio no estaba en una de las 121 tumbas que en Darwin tenían una placa que decía «Soldado Argentino Solo Conocido por Dios».
«Él nunca estuvo en el cementerio, ahí hay un río, el agua se lo llevó», le había dicho convencida tres años antes al veterano Julio Aro, impulsor de la causa por la identificación de los cuerpos de los soldados de Malvinas, cuando la visitó en su cálida casa en 9 de Julio y 125.
«Los metieron en bolsas de nailon, hicieron una zanja y los pusieron uno al lado de otro. Un testigo que estuvo allí me lo dijo. Pero no voy a dar su nombre, eso me lo reservo. Y las fotos confirman que ya no queda nada», insistió convencida de las versiones que había escuchado durante años.
«Por eso no quiero que toquen nada, prefiero que los dejen en paz. Mi obsesión era saber dónde estaba, o dónde fue sepultado, y ya lo sé», agregó frente al veterano que -junto a esta periodista de Infobae– recorría el país para visitar a las familias cuyos seres queridos no habían sido identificados.
La madre de Fabricio, como tantos otros, durante estos 36 años vivió entre la falta de información, el olvido y, muchas veces, las mentiras.
Por eso quizás no pudo creer cuando le aseguraron que el coronel Geoffrey Cardozo había cumplido con rigurosidad la misión que le encomendaron los altos mandos ingleses cuando terminó la guerra en 1982: recoger los cuerpos de los campos de batalla para darles honorífica sepultura en Darwin.
Ella siempre creyó que nunca iba a hallar los restos de su hijo. «Ahora en Pradera del Ganso ni siquiera está la cruz que antes marcaba el sitio donde fueron enterrados, seguro la sacaron los isleños para que no se transforme en un sitio de visitas», le dijo en una entrevista a La Voz del Interior. «Ya no hay vestigios de dónde estaba esa tumba. Y no creo que hayan llevado esos cuerpos a Darwin para enterrarlos», marcó Isabel.
Solo cuando el Plan Proyecto Humanitario había avanzado en el reconocimiento de los caídos -que hasta hoy llegaban a 103- la familia Carrascull se acercó al Equipo de Antropología Forense para dar la muestra de sangre que permitiera cotejar con las muestras que los forenses habían tomado durante 2017 en Darwin cuando se hizo la exhumación de las 121 tumbas -donde hay 122 cuerpos- de los soldados no identificados.
Hoy, finalmente, Ucha supo que aquella tumba con 39 héroes fue solo una sepultura temporaria. Que finalizada la guerra los soldados ingleses recuperaron los cuerpos que estaban en fosas comunes o en los sitios donde se habían librado los combates, para enterrarlos con respeto y honores militares en el cementerio de Darwin.
Hoy ella pudo encontrar a ese hijo que tanto buscó. Esta mañana, en el Espacio de la Memoria, miembros de la secretaría de Derechos Humanos, del Equipo de Antropología Forense y del Centro Ulloa, le confirmaron a Eleanor, su hermana, que Fabricio está en Darwin.
«En el mundo están mirando nuestro trabajo, lo más importante es brindarles una respuesta a las familias al identificar a sus seres queridos. Estamos contentos y orgullosos de la tarea realizada», dijo el secretario de Derechos Humanos Claudio Avruj.
«Ahora lloro, pero en paz; lo encontré», dijo su madre emocionada.
Ucha guarda en su casa papeles, recortes y fotos. Durante tres décadas reunió documentación para saber cómo había muerto su único hijo varón. Quería conocer el lugar exacto donde había caído, cuál había sido su trinchera. Las 5 líneas en una nota que, 42 días después de su muerte, le enviaron desde el Ejército para anunciarle que Fabricio ya no volvería, nunca fueron una respuesta suficiente frente al mayor dolor de su vida.
«Ni siquiera vino un militar a anunciarme que había muerto en la guerra», se lamentó. «Y yo necesitaba saber», repitió.
Con el paso del tiempo, pudo reconstruir los últimos días en las islas de su hijo de 18 años, que dejó su Córdoba con una sonrisa y un abrazo eterno.
Lo despidió emocionada el 2 de febrero de 1982. «Lo incorporaron al Regimiento 25, en Chubut. Tuvieron 20 días de instrucción y después los mandaron a la guerra», recordó.
Su padre Joaquín Nelson Carrascull pudo verlo un mes después. Viajó al sur con un cuñado que tenía una concesionaria Ford y había vendido tres camionetas en la provincia patagónica. El hombre manejó hacia el sur y llevó una camarita para sacar algunas fotos junto a su hijo. El chico le pidió la cámara y él se la dejó con algunos rollos. Nadie pudo imaginar en ese entonces que solo unos meses después Fabricio estaría luchando en una guerra.
Al joven le tocó estar en Pradera del Ganso. Cuando los ingleses desembarcaron en San Carlos, su superior, el teniente Roberto Estévez, recibió la orden de atacar las Colinas de Boca House.
El valiente oficial supo que aquella era una misión sin retorno. Y arengó a su tropa antes de ponerse en marcha. Llegaron a la madrugada, bajo un intenso fuego de artillería. Era el sacrificio que tenían que hacer para evitar la caída de la posición de Darwin-Pradera del Ganso y «para evitar la presión del enemigo sobre la Compañía C del Regimiento 12 de Infantería», le dijeron los altos mandos.
Fabricio y sus compañeros tenían que recomponer esa primera línea de ataque. «Sé que la misión que le imparto sobrepasa sus posibilidades, pero no me queda otro camino», dijo el oficial superior.
Y entonces el chico de Hernando escuchó los gritos de Estévez que les decía: «Soldados, en nuestras capacidades están las posibilidades para ejecutar este esfuerzo final, y tratar de recomponer esta difícil situación. Estoy seguro de que el desempeño de todos será acorde a la calidad humana de cada uno de ustedes y a la preparación militar de que disponen».
Finalmente, todos los integrantes de la fracción, escucharon la orden: «¡Seguirme!». Y solo un rato después estuvieron en medio del feroz combate.
Estévez fue herido en una pierna y luego en hombro. «¡Me pegaron de nuevo, cabo Castro no abandone el equipo de comunicaciones y continúe dirigiendo el fuego de artillería…!», fue su última orden antes que un impacto en la cara terminara con su vida.
«Soldados, el teniente está muerto, me hago cargo», gritó Castro, un instante antes de ser alcanzado por una ráfaga de proyectiles trazantes.
Y entonces Fabricio Carrascull, con sus 18 años y sus 20 días de instrucción, tomó la radio en medio de los disparos y los estruendos de mortero y gritó: «¡Murió el teniente, murió el cabo! ¡Me hago cargo! Nadie se mueve de su puesto, economicen la munición, apunten bien a los blancos que aparezcan».
El joven alegre, que amaba el fútbol, la música de León Gieco, el que hacía reír a su familia, el que tarareaba Las grasas de las capitales de Serú Girán en las islas, ya no sonreía. Con la radio en su mano impartía órdenes para seguir combatiendo a un enemigo que los superaba en hombres y en armas.
«Los ingleses se repliegan, los hemos detenido y los obligamos a retirarse. ¡Viva la Patria!», sintieron sus compañeros que gritaba, cuando los ingleses se movieron en retirada. En ese instante un preciso disparo le dio en la cabeza. Fabricio cayó en la trinchera junto a la radio con la que había dirigido a sus compañeros.
Fue el 28 de mayo de 1982. Su cuerpo, junto a los de sus 38 compañeros que murieron en esa batalla, quedó sobre la turba. En el bolsillo de su pantalón de combate encontraron la cámara de fotos que le había dado su padre y dos rollos. Los británicos se la llevaron. El subteniente Gómez Centurión cavó la fosa junto a otros de los militares que habían caído prisioneros del 2° Batallón de Paracaidistas y la 5ta Brigada de Artillería británicas.
Ocho días después del combate los enterraron en una fosa común. Tres oficiales ingleses y tres argentinos rindieron honores. Un sacerdote argentino -el padre Mora- y un capellán inglés -David Cooper- hicieron una oración por los caídos. Allí clavaron una precaria cruz de madera, donde un oficial talló: «39 cuerpos argentinos».
Años más tarde, Eric Langer, un amigo de Fabricio y veterano de guerra, viajó a las islas junto a otros familiares de Malvinas. Alquilaron un jeep y le pidieron al isleño que los condujera a Darwin. Langer llevaba un pasamontañas, como el que había usado durante la guerra, según le contó a Cadena 3.
El chofer lo miró muy fijo y de pronto comenzó a llorar. Conmovido, de un cajón de su casa sacó una fotocopia color que tenía una imagen que Eric pudo reconocer de inmediato: era él, vestido de combate, durante la guerra de 1982 y con su pasamontaña. Era la foto que le había sacado Fabricio con su camarita. El isleño contó entre lágrimas que algunos soldados ingleses habían regresado a las Malvinas para conmemorar los 25 años de la guerra. Y un ex militar le dejó esa imagen: «Cuando venga algún argentino, dásela», le pidió. Ucha guarda la foto que sacó su hijo como un tesoro.
El soldado Carrascull fue condecorado con la medalla de la Nación Argentina al valor en Combate. Y desde hoy su madre sabe que yace en la tumba D.B.2.17 del cementerio de Darwin. Ya no tendrá que buscarlo.
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