Pablo Gentili, secretario ejecutivo de la organización de #CLACSO2018: «Bolsonaro no es una excepcionalidad brasileña”
Entrevista a Pablo Gentili, secretario ejecutivo de la organización de #CLACSO2018
Por Carla Perelló, de la redacción de NODAL
Del 19 al 23 de noviembre en Argentina se llevará a cabo la 8va Conferencia #CLACSO2018, en el que se desarrollará también el 1° Foro Mundial del Pensamiento Crítico. Se trata de un espacio plural y abierto, en el que participarán líderes mundiales junto con las más altas referencias académicas en distintos ámbitos para dar una mirada latinoamericana a los problemas del mundo dividido en 36 ejes temáticos, entre los que se encontrarán: las elecciones en Brasil, la situación en Venezuela y la reunión de presidentes del G20. Para conocer más sobre los debates de la coyuntura, NODAL, entrevistó a Pablo Gentili, secretario ejecutivo de la organización.
“No es casual que sea en la víspera del G20 porque pretendemos mostrar que es un espacio importante para nosotros, pero creemos que muchas veces intereses o disputas impiden que los líderes mundiales discutan cuestiones centrales: el presente del trabajo, el tema migratorio o que estemos en las puertas de un gobierno neofascista y antidemocrático en Brasil”, planteó Gentili en una conferencia de prensa.
Desde la destitución de Dilma Rousseff en 2016 hasta la actualidad se puede notar una falta de pronunciamiento por parte de los gobiernos de la región, ¿cuál es su opinión al respecto?
Creo que hay una gran hipocresía en América Latina porque así como nuestros presidentes muchas veces no tienen ningún empacho en opinar sobre algunos países, sí se muestran muy reservados para hablar sobre otros. Por ejemplo, si ocurre algo malo en Venezuela, todo el mundo se siente con total libertad de decir lo que tiene que hacer y no considera eso una intromisión en los problemas del país. Va más allá de juzgar si lo que pasa está bien o mal, todos opinan. Ahora, la Argentina no se pronuncia cuando pasa algo nada más y nada menos que en Brasil. Aun cuando el candidato presidencial puede llegar a poner nuestra economía en una situación mucho más crítica de lo que está, o cuando dice que no va a seguir acuerdos que hayan estado guiados por una visión más ideológica que el interés comercial, como es el caso del Mercosur, una institución con más de 30 años. En cambio, si fuera un candidato de la izquierda venezolana estarían todos hablando de que si llegara a ganar las elecciones se instala el nazismo en Venezuela. Lo peor es que los únicos que se manifestaron en la región lo han hecho a favor de Bolsonaro, como el presidente de Chile, Sebastián Piñera. Llama la atención que en un país como la Argentina, que sufrió igual que Brasil la violación de derechos humanos en las dictaduras militares, pueda tener como presidente de su principal socio en la región a una persona que defiende la tortura. Para la Argentina los derechos humanos son una cuestión de Estado. Eso fue una gran conquista de la democracia. Inclusive el presidente Mauricio Macri, más allá de que uno pueda cuestionar su política de derechos humanos, nunca se ha puesto a defender la tortura ni a la dictadura militar. Bolsonaro no cuestiona la cantidad de desaparecidos, dice que la dictadura brasileña se equivocó porque no mató a 30 mil personas como en Argentina. Ahí se debería haber reaccionado, no debió permanecer indiferente.
Usted se refiere a Bolsonaro como un “fascista”, sin embargo, dentro de la academia hay discusión sobre esta caracterización, hay quienes lo llaman “ultraderechista”. ¿Puede explicar este fenómeno en la región y por qué sí llamarlo de esta manera?
El fascismo es una ideología que, a diferencia del nazismo, tiene una gran flexibilidad y se caracteriza por elementos muy básicos que pueden ser reconocidos en contextos muy diferentes. Por ejemplo: en el fascismo hay un tributo al héroe, al salvador, al mesías. Bolsonaro, incluso, se llama Mesías, es su nombre real y se pone en ese papel. El fascismo es profundamente antidemocrático porque desprecia la decisión del pueblo y aparece como el concepto de masa. Bolsonaro lo dice: “Nosotros somos la mayoría”; y si a la minoría no le gusta, la minoría desaparece…Dentro de ese mesianismo hay también un componente religioso; este candidato brasileño está muy vinculado y lo han ayudado enormemente las iglesias neopentecostales, el evangelismo de derecha, con un poder muy grande en el país y en toda la región. Y hay otras características de esta ideología: es profundamente racista y al varón le gusta mostrar que es más hombre que los otros. Bolsonaro hace una ostentación falocrática de las armas: en donde puede transformar un trípode de fotógrafo en un arma. Es la ostentación de un tipo de masculinidad muy basada en el desprecio a la mujer, algo que él ha dejado claro, por ejemplo, cuando dijo que tuvo cuatro hijos -grandes conquistas- y un tropiezo al referirse a su hija mujer. Por otro lado, en esta idea de héroe, se propone siempre como el modelo. Aquí es curioso, porque Bolsonaro es el antimodelo: está casado cuatro veces, tiene 14 apartamentos pero cobra el auxilio de vivienda que cobran los diputados que no tienen para pagarse el alquiler. Por lo tanto, no es muy casto como supuestamente defiende la iglesia evangélica. Tampoco parece ser demasiado honesto y todos sus comentarios con relación al mundo femenino son de una brutalidad y de una violencia espantosa. Entonces, hay elementos de la teoría acerca del fascismo que nos permiten identificar que es fascista. Esto es interesante para la Argentina, porque corremos el riesgo de pensar que no nos va a pasar lo de Brasil porque creemos que el fascismo tiene que ver con los militares, y no es así. El 70 por ciento de la audiencia matutina de radio en Buenos Aires, escucha a tres fascistas: Jorge Lanata, Eduardo Feinmann y Baby Etchecopar. Y me preocupa que en la Argentina se estén sembrando muchas de estas ideas que en Brasil parecían que no estaban. En realidad, no las escuchábamos, porque nosotros no escuchamos las radios que escuchan los más pobres. Por lo tanto, Bolsonaro no es una excepcionalidad brasileña, la excepcionalidad está en que Brasil es el único país de América Latina en el que los militares tienen buena fama por haber salido de la dictadura blindados con un acuerdo que no se cuestionó. Por eso, Bolsonaro, que fue mucho más tiempo político que militar, factura su condición militar: en términos electorales lo beneficia. Quien más trató de cuestionar a los militares fue Dilma Rousseff y fue la que peor terminó tras haber planteado que había revisar la ley de amnistía.
En un artículo usted hizo referencia a una encuesta que hizo Rousseff durante su gobierno sobre el Plan Bolsa Familia y cuenta que cuando les preguntaban gracias a quién habían mejorado sus condiciones las mujeres respondían: gracias a Dios, ¿qué piensa sobre el lugar de las mujeres en la política brasileña desde ese momento hasta ahora?
Creo que un sector muy importante de las mujeres de clases populares, inclusive las que responden que cuando el gobierno hace algo, lo hace Dios, le tienen miedo a Bolsonaro porque representa buena parte de las causas que producen su sufrimiento cotidiano: es el hombre pegador y violador. Cada 11 minutos una mujer es violada en Brasil y el 70 por ciento de ellas tiene menos de 14 años. El violador, el que maltrata y pega, es el padre. Contra esas mujeres se movió todo el aparato de las iglesias evangélicas y hubo un contraste muy grande entre lo que era la sensación de injusticia, de violencia, que sufren en su cotidianidad que hacía que rechazaran a Bolsonaro y el discurso religioso, porque lo que salieron a decir los evangélicos es que estaban satanizadas. Eso es mucho peor para esas mujeres que ser violentadas, porque una cosa es que te pegue tu marido y, otra, que no te quiera Dios. Hay que entenderlo sociológicamente: cuando te dicen en un barrio que estás poseída por Satanás te pueden linchar, te desprecian, no te venden comida, no te aceptan, sos una bruja. Suena medieval, pero así funciona. Es interesante también que por Bolsonaro, se hizo la primera gran marcha de mujeres. Es un avance. Porque en Argentina, por ejemplo, no tenemos una ley del aborto, pero la movilización sirvió, generó un empoderamiento muy grande del movimiento de mujeres transpartidario e inclusivo. Por eso creo que es posible que Bolsonaro gane, pero ese movimiento de mujeres será sin lugar a dudas el que más resistencia le hará al gobierno. Ese movimiento de mujeres es el que va a salir a la calle cuando sus derechos comiencen a ser negados por las políticas que va a aplicar un gobierno que claramente es patriarcal en su concepción del poder y fundamentalmente misógino. Creo que en el futuro de Brasil el movimiento de mujeres va a ser el movimiento que con mucha más fuerza va a liderar la resistencia al gobierno neofascista que puede ser que se instale.
En la presentación del Foro que se llevará a cabo en noviembre mencionó también que se hará un abordaje sobre la situación en Venezuela, ¿cuál es su posición al respecto y cómo será ese planteo en los paneles?
Creo que Venezuela está atravesando una crisis política muy profunda y que son los y las venezolanas quienes tienen que resolverla, porque la democracia es la mejor forma de resolver estas crisis. Creo, además, que están viviendo una crisis económica y en América Latina en esos casos siempre se dan procesos migratorios. Me parece muy cínica la posición de pensar que Venezuela es el primer país de la región en el que la gente se va por cuestiones económicas, porque se han ido de Argentina, Uruguay, Colombia, Brasil. Hay millones y millones de brasileños viviendo en el mundo. Las imágenes de la votación en cualquier embajada brasileña es de miles de personas, sólo 70 mil votaron en Japón. ¿Cuántos colombianos hay en Argentina trabajando, estudiando o en los bares? ¿Por qué se van de Colombia? Nadie se va de su país porque está bien, en Colombia es muy difícil y caro estudiar y es casi imposible encontrar trabajo. Casi nadie habla de esta situación ni se menciona que Argentina tiene la mayor comunidad de uruguayos fuera de Uruguay. Por eso, criminalizar a Venezuela por la onda migratoria me parece un acto de cinismo. Esto no quiere decir que no hay que reconocer que el gobierno tiene que hacer cambios, porque la población se va porque está pasando necesidades, porque no son solamente los millonarios los que se van. Se está yendo gente pobre que no tiene medicamentos o comida. Por eso, el gobierno de Venezuela debería defender los intereses populares. Me preocupa más que pueda tomar las medidas necesarias para construir lo que en algún momento fue, con mayores niveles de justicia social, igualdad y democracia. Desde CLACSO se va a abordar esta perspectiva en la que se reconoce que hay problemas, que hubo avances, pero que también propone salir de esta posición cínica que nos lleva a pensar que los colombianos fueron invadidos por los venezolanos. Eso es un invento para generar odio. El fascismo se fortalece cuando se transforma al otro en un enemigo. Eso están haciendo con los venezolanos. Ha habido casos en el norte de Brasil donde han matado venezolanos, les incendian las pertenencias. Y Bolsonaro ya dice que si gana va a cerrar la frontera y va a declarar la guerra para derrumbar al gobierno de Maduro. Así funciona el fascismo.
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