La elección brasileña, una buena noticia para Macri – Por Joaquín Morales Solá

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Jair Bolsonaro es una pregunta sin respuesta para el mundo, pero no deja de ser una buena noticia para Mauricio Macri . La otra opción era peor, no por el candidato Fernando Haddad , un intelectual que el presidente argentino frecuentó cuando aquel era alcalde de la ciudad de San Pablo. Pero el triunfo del Partido de los Trabajadores hubiera sido leído por el kirchnerismo como una victoria propia. Como el comienzo del regreso, tal vez, de una corriente afín en el sur de América.

En los últimos años, la identificación de Cristina Kirchner con Lula da Silva y Dilma Rousseff fue absoluta, aunque los gobiernos fueron distintos, sobre todo si se compara el de Cristina con el de Lula. Un PT más radicalizado, como el que apareció en la campaña electoral de Haddad, converge claramente con las posiciones, también más radicalizadas, de Cristina. No debía descartarse cierta influencia de ese gobierno del PT que no fue en la campaña presidencial argentina del próximo año.

Bolsonaro será, probablemente, un presidente disruptivo, pero deberá reconocer los serios límites institucionales que lo aguardan. La Cámara de Diputados de Brasil tiene 513 legisladores, pero solo 52 responden a Bolsonaro y 56 al PT. El cuerpo está fragmentado en un universo de 30 partidos. Donald Trump es la comparación más habitual con Bolsonaro. Sin embargo, una gran diferencia existe entre el presidente norteamericano y el futuro presidente brasileño: Trump tiene mayoría, por ahora, en las dos cámaras del Congreso. Bolsonaro deberá liderar, en cambio, un proceso de negociación permanente con otros grupos parlamentarios.

Debe consignarse, por lo demás, que Brasil cuenta con una Justicia probadamente independiente y no puede desconocerse el primer discurso del propio Bolsonaro luego de su elección, en el que se comprometió a respetar los derechos de las minorías. La impronta promilitar de Bolsonaro, militar él mismo, no puede analizarse a la luz de la realidad argentina. El Ejército brasileño es, al revés de lo que pasa aquí, la institución más valorada por la sociedad de su país.

Está fuera de discusión que el presidente electo de Brasil tuvo expresiones célebres por su incorrección política durante la campaña electoral. Pero las relaciones internacionales son pragmáticas. Macri no lo evaluará por lo que dijo, sino por lo que haga de ahora en más. Bolsonaro no ha designado aún a quien será su canciller. Es imposible saber, por lo tanto, cuál será el rumbo definitivo de su política exterior. Está más que claro que no será un protector del eje bolivariano, como sí lo fueron Lula y Dilma, y menos todavía del régimen totalitario de Nicolás Maduro. ¿No es esa, acaso, la posición histórica de Macri sobre Venezuela? Una noticia que erizó la sensible piel argentina sucedió cuando alguien allegado a Bolsonaro anunció que este iría primero a Chile que a la Argentina, rompiendo una vieja tradición brasileña. Sin embargo, esa noticia fue desmentida posteriormente. Los viajes de Bolsonaro, se aclaró, se diagramarán luego de que haya designado su gabinete. El presidente electo deberá también someterse antes de asumir a una nueva operación quirúrgica como consecuencia del atentado que sufrió durante la campaña electoral.

Por un tiempo, al menos, Macri no deberá competir con Bolsonaro por el liderazgo de una corriente sensata en América Latina. El presidente argentino sigue siendo un mandatario más homologable por el mundo que el nuevo líder de Brasil. Macri no debe demostrarles a los principales líderes internacional que es un presidente democrático. Tampoco ha dicho nada que haya merecido la condena de la prensa extranjera, como sí sucedió con Bolsonaro. De todos modos, el mejor negocio para la Argentina y Brasil es preservar la alianza estratégica que comenzó en los años 80 cuando Raúl Alfonsín, el brasileño José Sarney y el uruguayo Julio María Sanguinetti inauguraron el Mercosur. Esa decisión enterró definitivamente una historia de décadas en las que la hipótesis de guerra de la Argentina y Brasil era el vecino más cercano.

Bolsonaro no imagina el mundo, de todos modos, como lo pensaban los últimos presidentes de Brasil. Y es probable que el Mercosur termine siendo algo distinto, pero no por eso peor, de lo que es ahora. Las primeras declaraciones de los principales colaboradores de Bolsonaro indican que será una política más abierta a los acuerdos comerciales de cada país del Mercosur con otras naciones. Deberán modificarse acuerdos, como el de Ouro Preto, que obliga a los países del Mercosur a negociar asociaciones con otros países solo a través a la alianza comercial sudamericana. Es decir, ninguno de los cuatro países del Mercosur (Uruguay y Paraguay incluidos) puede hacer por sí solo tratados de libre comercio con otras naciones. En la historia reciente, Brasil y la Argentina intercambiaban el rol de país más proteccionista.

Desde hace más de veinte años, por ejemplo, el Mercosur viene negociando un tratado de libre comercio con la Unión Europea. Aunque Europa hizo lo suyo para demorar la firma, lo cierto es que durante demasiado tiempo Brasil y la Argentina sirvieron de pretexto ideal para la dilación. La actual fase de negociación concluirá en marzo, con éxito o con otro fracaso, cuando Europa se meterá de lleno en la campaña por las elecciones europeas que se realizarán en mayo.

Bolsonaro detesta evidentemente esos esquemas rígidos que se apoderaron de la burocracia del Mercosur. ¿Es Macri muy distinto? No. El presidente argentino también aspira a un sistema más dinámico que les permita a los países del Mercosur explorar alianzas por su cuenta, si resulta imposible hacerlo como bloque. De hecho, Macri manifestó su vocación para sumarse a la Alianza del Pacífico y a firmar cuanto antes el tratado con la Unión Europea.

La rigidez del Mercosur ya llevó a los gobiernos uruguayos del Frente Amplio, que expresan a la izquierda de ese país, a imaginar acuerdos por su cuenta. No fue Bolsonaro el primero en proyectar acuerdos por fuera del Mercosur; fue Tabaré Vázquez.

No puede ignorarse que Bolsonaro expresa también una nueva corriente mundial de líderes más nacionalistas y también más decididos a combatir el delito. Son las sociedades las que están buscando soluciones a problemas graves de inseguridad y a la falta de conducción política de la globalización. En la Argentina hay algunos ejemplos de esa deriva social. Patricia Bullrich, la dura ministra de Seguridad de Macri, es una de las funcionarias más populares del presidente argentino. La otra es la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley.

El senador Miguel Pichetto, también uno de los candidatos a presidente por el peronismo racional, es el único de los adversarios de Macri que corre por derecha al Presidente. Todos los demás candidatos opositores compiten con Cristina Kirchner para cuestionar a Macri con los argumentos de la izquierda.

Al contrario, Pichetto cree que el mundo ha cambiado. Sería un despropósito compararlo con Bolsonaro, pero el senador es el único opositor que critica a Macri porque no cambió drásticamente la política de inmigración o porque no modificó la situación de las Fuerzas Armadas. Pichetto tiene concepciones más nacionalistas en lo económico porque cree que Trump y el Brexit modificaron profundamente los parámetros con los que se movía el mundo hasta el arribo de esas dos novedades. Aunque Pichetto no coincide con ninguna de las posiciones sociales del presidente electo de Brasil (el senador votó a favor del aborto, por ejemplo, y es el peronista que más lejos está de las religiones), lo cierto es que la llegada de Bolsonaro le dará nuevos argumentos políticos.

El problema de Macri no es Bolsonaro, como se supone prematuramente. Consiste, por el contrario, en que parte de su oposición deje la izquierda y pretenda arroparse en Bolsonaro para disputarle su propio espacio.

La Nación

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