Costa Rica: ¡todos contra la clase media! – Por Rafael Cuevas Molina
Por Rafael Cuevas Molina *
Esta situación coyuntural debe ser entendida como un paso más en el largo y lento proceso que vive Costa Rica de copamiento de espacios por unos grupos dominantes cada vez más voraces y desbocados, que tiene como corolario social la concentración de la riqueza en cada vez menos manos, y la creciente pauperización del resto de la población, entre ellas la clase media.
Como pocos otros en América Latina, únicamente similar posiblemente al Uruguay, Costa Rica fue, durante la segunda mitad del siglo XX, un país de extensa clase media, lo que le dio su específico perfil identitario cultural, social y político.
Esa extendida clase media fue creada a partir de políticas expresamente orientadas a limitar los desbordes del capital y a fortalecer mecanismos de ascenso social extendidos.
Esta situación coyuntural debe ser entendida como un paso más en el largo y lento proceso que vive Costa Rica de copamiento de espacios por unos grupos dominantes cada vez más voraces y desbocados, que tiene como corolario social la concentración de la riqueza en cada vez menos manos, y la creciente pauperización del resto de la población, entre ellas la clase media.
En la formulación e impulso de tales políticas participaron fuerzas de ideologías diversas, desde el comunismo hasta el reformismo, confluyendo en lo que podríamos caracterizar como un programa mínimo de consensos, que potenció tendencias previas que tenían hondas raíces hasta el período colonial.
El proceso no estuvo excento de contradicciones y obstáculos. Habiéndose iniciado en los primeros años de la década de 1940, se vio sacudido a finales de la década con un enfrentamiento armado que consignó abiertamente razones coyunturales como sus causas, pero que en última instancia lo que definió fue qué fuerza política dirigiría el proceso más adelante. Fue, al final de cuentas, un enfrentamiento entre comunistas y reformistas que luego se terminarían de definir como socialdemócratas.
Habiendo salido victorioso el reformismo socialdemócrata en un contexto de Guerra Fría (en el que la socialdemocracia, sobre todo la europea, jugó un papel importante de contención a la expansión del modelo comunista soviético), acorde con su proyecto no solo histórico sino también coyunturalmente determinado por las circunstancias mundiales, en Costa Rica se promovió la conciliación de clases, que tuvo como una de sus facetas definitorias la construcción de una institucionalidad que permitió la movilidad social ascendente.
La fortalecida y extendida clase media costarricense le dio así su perfil a un país que, en el contexto centroamericano, fue la mosca en la leche. En países en donde prevalecían gobiernos autoritarios y represivos, sus clases dominantes llegaban a tildarlo de comunista y, por supuesto, de dar el mal ejemplo.
El cambio de modelo de desarrollo que se inició en la década de los 80 trajo varias novedades que se expresaron en el orden de las clases sociales. Por un lado, en las clases dominantes surgieron nuevos grupos, esta vez asociados a las llamadas exportaciones no tradicionales, la masiva llegada de capitales foráneos y no pocos al lavado de dinero proveniente del tráfico de drogas.
Por el otro lado, las clases medias se vieron poco a poco cada vez más estrujadas al perder o ver disminuidos varios de los mecanismos de ascenso social que habían estado a su disposición hasta entonces. Aún así, la fuerte institucionalidad construida estaba ahí para respaldarla, pero también ésta se vio sometida no solo a escrutinio sino a satanización, ante la voracidad de los nuevos grupos empresariales que veían en ellas una posible e importante fuente de lucro.
Las principales luchas políticas que ha conocido Costa Rica a partir de la década de los ochenta se han centrado en este aspecto: la defensa que hace la clase media de lo que, con toda propiedad cada vez más podemos llamar “los restos del naufragio”, es decir, lo que va quedando de los derechos y de la institucionalidad que permiten sus existencia.
Acorde con los nuevos tiempos que corren en el mundo, quienes han adelantado este proceso de desmantelamiento han sido las antiguas fuerzas reformistas que, como en Europa, se han encargado de reconvertirse en lo que antes repudiaban, devorando como Saturno a los hijos producto de su accionar anterior a la caída del Muro de Berlín.
En Costa Rica estas antiguas fuerzas reformistas son las conocidas como expresión del bipartidismo, es decir, los socialdemócratas y los socialcristianos, expresados en sendos partidos, el Liberación Nacional y el Unidad Socialcristiana.
La clase media amenazada encontró que, como alternativa a tal situación, podía atenerse a una nueva expresión política que surgió en el año 2000, el Partido Acción Ciudadana (PAC), que logró por eso mismo destronar a las antiguas fuerzas del bipartidismo.
Pero se equivocó.
Acorde con un perfil que mundialmente se ha denominado “neoliberalismo light”, el PAC se muestra abierto con la agenda de los derechos humanos, pero impulsa políticas e iniciativas similares a los de sus congéneres destronados en el orden económico y social.
En esas se encuentra Costa Rica en este momento: el gobierno del PAC ha presentado a la Asamblea Legislativa la Ley de Fortalecimiento de las Finanzas Públicas, popularmente conocida como el Plan Fiscal, que es producto de la alianza electoral de ese partido con el socialcristianismo, que deja caer el peso de la solución de la crisis de las finanzas públicas sobre la golpeada clase media.
Por lo tanto, esta situación coyuntural debe ser entendida como un paso más en el largo y lento proceso que vive Costa Rica de copamiento de espacios por unos grupos dominantes cada vez más voraces y desbocados, que tiene como corolario social la concentración de la riqueza en cada vez menos manos, y la creciente pauperización del resto de la población, entre ellas la clase media.
Ésta ha respondido con una huelga indefinida, que se transformó en la más larga desde la de 1959, que se organizó en los enclaves bananeros del país para exigir que se hiciera efectivo el pago del aguinaldo y que la Compañía Bananera se negaba a cumplir.
Lo que está en juego es mucho más que una reforma fiscal. Se trata de uno de los últimos diques de contención erigidos ante el torrente de reformas neoliberales que ha venido desdibujando el perfil de lo que, hasta ahora, se había entendido como los específicamente costarricense.
Habrá que ver qué queda, después del tsunami, del “país más feliz del mundo”.
* Publicado por Con Nuestra América
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