Chile: realizan primer mapeo submarino austral
Primer mapeo submarino austral revela una peligrosa falla activa y profundos abismos
Mapas en 3D, monitoreos superficiales con drones y toma de muestras submarinas con tres distintos instrumentos fueron las principales actividades desarrolladas por el primer crucero geológico de Chile, realizado por el buque científico «Cabo de Hornos» de la Armada. La expedición de 25 días, entre el 24 de septiembre y 18 de octubre, recorrió las aguas continentales australes entre Chiloé y el Golfo de Penas estudiando su geología y riesgo sísmico.
La idea fue sentar las bases del estudio de la geología marina en el país, explica Patricio Fernández, investigador del Departamento de Geología de la U. de Chile, quien lideró al equipo de su plantel. Hasta ahora se ha desarrollado muy poco trabajo de este tipo, mayoritariamente por equipos extranjeros.
La mayor atención de los científicos estuvo puesta en la Falla Liquiñe-Ofqui, que corre cerca de 1.200 kilómetros entre el volcán Copahue (Región de Los Ríos) y el Golfo de Penas (Región del Biobío). Es la misma que ocasionó un terremoto y maremoto con olas de seis metros en el fiordo Aysén, en 2007, y la erupción del volcán Chaitén en 2008.
Los análisis del geólogo Gregory Le Pascale, también de la U. de Chile, se centraron en determinar cuán activa estaba la falla, su geometría y la posibilidad de que ocasione sismos superficiales de magnitud importante. Para ello también realizó mapeo 3D y monitoreos superficiales con drones. «Lo que observamos en los datos es que esta falla tiene varias ramificaciones y un potencial de generar sismos grado 7, pero lo que la hace más peligrosa es que se trata de sismos superficiales».
A diferencia de los generados a gran profundidad, estos pueden generar una enorme destrucción, como el de Christchurch de Nueva Zelandia, en 2011. «Todas las ramas de la falla parecen activas, pero hay que hacer más estudios de cuándo fue su última actividad mayor», dice Fernández.
También elaboraron mapas 3D de las zonas oceánicas en busca de evidencia de deslizamientos relacionados con grandes terremotos del pasado, especialmente el de 1960. La idea fue determinar cuándo ocurrieron ese tipo de eventos y si han tenido una cierta periodicidad.
«Vimos evidencia de movimientos bien grandes. Se sabía que el del 60 pudo haber afectado el área, pero no hay mayores registros de lo que ocurrió allí porque se trata de una zona muy poco poblada». Tampoco se tiene información de sismos anteriores porque no hay crónicas que den cuenta de ellos, que es lo que sirve para identificar eventos del pasado en otras zonas, según explica.
El trabajo geológico también involucró la detección de abismos submarinos, área que lideró el investigador de la U. Andrés Bello Cristián Rodrigo, jefe científico de la expedición. Los más profundos alcanzan los 3 mil metros. Son abismos o valles muy encañonados que se extienden por el talud continental. Reciben el aporte de los ríos que desembocan ahí y han ido excavando el suelo marino. «Estos cañones llevan sedimentos y minerales a las profundidades del mar y también pueden ser un problema cuando hay terremotos porque producen deslizamientos y avalanchas submarinas. Esto puede ser un riesgo para la instalación de cableados submarinos de fibra óptica, por ejemplo», asegura Fernández.
La expedición también rastreó zonas potencialmente ricas en metales preciosos. «A través de las muestras de sedimento, la idea fue determinar la presencia de minerales como oro, platino, titanio y nódulos de manganeso», detalla el capitán de fragata Claudio Muñoz, comandante de la nave. El buque «Cabo de Hornos» debió hacer frente a fuertes temporales. «La nave se comportó bien, tuvimos unos 12 días de buen tiempo y el resto tormenta», cuenta Muñoz.
El crucero fue organizado por el Comité Oceanográfico Nacional y el Shoa.
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