Macri y el becerro de oro – Por Jorge Elbaum
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Por Jorge Elbaum *
Vinieron para responder a sus íntimos principios ideológicos. Desde ñoños han sido obnubilados por el discurso vidrioso de su aminoración más profunda: ellos aman a Estados Unidos. Quisieran vivir allí. O por lo menos imitar su lógica de poder, de potencialidad bélica, de orden supremacista. Muchos creen que sólo les interesa hacer plata. Están equivocados. Además de mejorar su rentabilidad y la de (su) sistema –achicando los salarios—pretenden modelar una nueva gran Miami: con inmigrantes serviles, con fronteras medievales, con brutales concentraciones de riqueza.
Ellos creen en el capitalismo feroz como un modelo de repartijas meritocráticas de las cuales ellos siempre saldrán gananciosos. Tienen fe en ese dios hipostasiado de becerro de oro. Disfrutan de los beneficios que les entrega esa divinidad y hacen de él un principio de verdad diseminado, gracias al aporte del bombardeo simbólico de canales, frecuencias y odios racistas y supremacistas.
Le pagaron a los fondos buitres para lograr una apertura internacional de los mercado que le permitiesen endeudarse como nunca antes lo había hecho un gobierno en la historia argentina. Dicha colocación de deuda incluyó el suculento número de 700 millones en comisiones para pícaros amigos del poder cuyos nombres algún día tendrá que conocer el pueblo argentino. Esta globalización externa –basada en el endeudamiento y no en las exportaciones—el permitió fugar 50 mil millones de dólares: por cada tres unidades del billete verde, una la destinaron a plazas desconocidas. Quizás paraísos fiscales o circuitos de dinero negro dispuestos para adornar a jueces o redactores de cuadernos subrepticios.
Por eso se auto-blanquearon el dinero que previamente fugaron. De esa manera pagaron menos impuestos de los pobres más pobres de la Patria. Mientras cada uno de nosotros aportamos el 21 por ciento del IVA ante cada compra en blanco, ellos “extrajeron” del mercado miles de millones sobre los que debían haber tributado. Se hicieron un pagadiós (del mismo becerro de oro en el que creen). Bajaron los salarios mediante la pérdida del valor del peso: al depreciar la moneda, quienes obtienen divisas del exterior (ellos, las mineras, los cerealeros, los exportadores en su conjunto) cuentan con una porción mayor de la riqueza nacional sin hacer nada: son más ricos y tienen más poder para comprar medios, periodistas, empresas, jueces e imponer las verdades del becerro de otro el resto de la sociedad.
Al poder comprar u obtener por exportaciones una gran cantidad de dólares pueden jugar a la ruleta de la especulación financiera a costa del resto de la sociedad: desde que asumió Macri, las LEBACS difuminadas por el Banco Central le han costado a toda la sociedad argentina un costo fiscal inédito, en el mismo lapso que el gobierno macrista ha instalado la verborragia del necesario ajuste fiscal. Las consecuencias de la ruleta financiera –como era de esperar—beneficiaron a los amigos del macrismo y repercutieron en la baja de las jubilaciones, la Asignación Universal por Hijo y las pensiones, como producto del cambio de la ecuación de su incremento.
Paralelamente les bajaron las retenciones y las cargas impositivas a los ricos. Beneficiaron a los millonarios sojeros y a las empresas mineras. Redujeron los impuestos a los bienes personales de los más ricos y rebajaron los porcentuales a los autos de alta gama. Eliminaron los controles a la “libre” compra de divisas –incentivando la fuga— y se empecinaron de destruir los programas sociales mediante su clausura y el despido de empleados públicos. Mientras recortaban el gasto orientado a los más pobres y persiguieron a referentes políticos de la oposición y sindicalistas rebeldes se condonaban deudas propias con el estado, y se viabilizaban negociados para los propios ministros con eufemismos de “tensión de intereses”.
Lograron disminuir el valor del salario al limitar su capacidad adquisitiva y sus ejecutores se vanagloriaron de eso en los ágapes programados por los organismos multilaterales. Le dijeron a la sociedad que nunca “volverían al FMI” y en la mitad de su mandato –después de endeudarse irresponsablemente—le entregaron al lleve de la economía argentina a los mismos que precipitaron la tragedia traumática del 2001.
Como en aquella ocasión, todas las propiedades argentinas se desvalorizaron y las empresas trasnacionales se abalanzaron a adquirir empresas locales “a dos pesos” extranjerizando aun más la economía (y las tierras, sobre todo en el sur de nuestro país). Dicha ajenización derivó en fuga de capitales, a través de royalties y de beneficios (de dichas empresas y ejecutivos) y la pérdida de control de espacios estratégicos cercanos a recursos naturales estratégicos. Dichos mecanismos son el consabido paso previo para que los imperios “decreten” estados fallidos y “se vean en la necesidad de intervenir en esas geografías para garantizar la protección de las inversiones de sus conciudadanos. Destruyeron las paritarias y orientaron a una parte de los jueces (con la colaboración de medios hegemónicos y servicios) para ocultar detrás de una paranoia de escándalo y vodevil el saqueo imperante.
La reducción salarial impuesta por la financiarización globalizada (del neoliberalismo fascista) no es otra cosa que la imposición “de los mercados” para que los potenciales inversores gocen de salarios miserables (medidos en dólares) y logren paralelamente comprar en oferta (por migajas) las empresas liquidadas por la propia política macrista. Obvio que para eso tienen que despedir muchos trabajadores. Y cuánto más despidan más bajarán los salarios porque “el ejército de reserva” de los laburantes estará dispuesto a emplearse por poco dinero antes que tener que ver morir de hambre a su familia. Dolarización, pedida del poder adquisitivo, inflación, desocupación y extranjerización de economía exigen fuerzas de seguridad orientadas a la represión y no a controlar el delito.
El abandono de la soberanía es otra de las políticas activas coherentes con el actual proceso de deterioro social: ni la moneda local (el peso), ni las Malvinas, ni los próceres, ni la historia local, ni la producción de conocimiento (universidad/ciencia y tecnología) aparecen como baluartes que le despierten alguna sensibilidad patriótica. Sueñan que viven en Miami. Hasta que –más temprano que tarde—suene el escarmiento. La memoria histórica se acumula en los pliegues de la emocionalidad más profunda. Irrumpe cuando el cansancio dice “basta”. El tiempo huele a eso. Estamos cerca. Solo habrá que cuidar a nuestrxs hermnaxs: los cultores del becerro de oro han dado muchas muestras de su tendencia al derramamiento de sangre de los más humildes. No se los permitamos. Edifiquemos una esperanza cuya fortaleza los inunde. Para que por fin, ese becerro de oro que tanto aman se les derrita, como metal fundido, entre sus huesos.
* Sociólogo, doctor en Ciencias Económicas, analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la).
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