La encrucijada brasileña – Por Nicolás Cabrera
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Los balazos en la caravana del PT. La cicatriz del capitán. La proscripción del candidato más popular y un cadáver político como presidente. Economía estancada, candidatos que polarizan y varios ciudadanos dubitativos. A menos de un mes de las elecciones en Brasil, la vertiginosa campaña presidencial tensiona cada día los límites de lo imaginable. En este brumoso escenario arriesgamos, con justa cautela, balances y proyecciones. Las recientes encuestas serán el punto de partida pero no el de llegada. En un contexto tan virulento, sin los números no se puede pero solo con ellos no alcanza. Debemos agregar al análisis la dimensión no cuantificable del voto: qué sienten los brasileros ante una campaña de alto voltaje emocional.
El puntazo al candidato del Partido Social Liberal (PSL) Jair Bolsonaro y la confirmación de Fernando Haddad como candidato presidencial por el Partido de los Trabajadores (PT), tras la proscripción de Lula, abren una nueva etapa electoral de cara a la primera vuelta que se disputará el 7 de octubre. En mi opinión, la dinámica inmediata del voto depende de cinco interrogantes cruciales: ¿Cómo impactará electoralmente el ataque al candidato que hoy encabeza las encuestas? ¿Cuánto de aquel 35- 40% de Lula puede ser «transferido» al ya bendecido Haddad? ¿Cuál es el techo de la lenta pero creciente imagen de Ciro Gomes (Partido Democrático Laborista)? ¿Cómo aprovecharan los candidatos Marina Silva (Red de Sustentabilidad) y Geraldo Alckmin (Partido de la Social Democracia Brasileña) la paulatina polarización entre la extrema derecha expresada en Bolsonaro y el «campo progresista» repartido entre Haddad y Ciro Gomes? y ¿Cómo votará aquel 15% que todavía no definió candidato?
La herida del capitán
Ninguna de las tres encuestas recientemente publicadas –BTG Pactual, Datafolha e Ibope– muestra un gran incremento de Bolsonaro tras el atentado. Su aumento oscila entre el 2% y el 4%, cifras que lo mantiene como puntero en la primera vuelta, con un porcentaje que va del 26% hasta un 30%. Tampoco hay variaciones en el alto rechazo que despierta el capitán retirado, casi la mitad del electorado nunca lo votaría. A la barrera la edifican, principalmente, mujeres, una población cotidianamente denigrada por un candidato que, por ejemplo, no tuvo pruritos en decirle a la diputada Maria del Rosario que «no la violaría porque no merece». En resumen, los números aseguran un Bolsonaro en el balotaje con muchas dificultades para ganarlo, claro que sus posibilidades varían según el contrincante.
No obstante,con el filo del puñal se abrieron otras variables cualitativas a considerar. Bolsonaro, todavía internado y sin poder capitalizar del todo su herida, ahora tiene evidencia corporal para argumentar sus principales ejes de campaña. La cicatriz sería una prueba irrefutable de la amenaza que representaría para el establishment político. Bolsonaro siempre intentó presentarse como un outsider de la dirigencia política brasilera. Una falacia que no por obvia hay que dejar de marcarla, pues el capitán lleva 27 años en el parlamento brasilero y su apellido se repite en varios cargos públicos del poder estatal. Pero, además, la cicatriz se presenta como un emblema. Una marca de predestinación del Mesías –es su segundo nombre– que viene a restaurar las tradiciones de una nación sumergida en una crisis moral. Bolsonaro, liberal en la economía y conservador en las costumbres, hace de su cuerpo blanco, masculino, heterosexual, católico, ascético y castrense el único prototipo ideal de su Brasil imaginado. En la retórica Bolsomita, herir ese cuerpo, es atacar esos valores.
Lo dicho no significa, necesariamente, que Bolsonaro incrementará su caudal electoral, sino que sus bases sociales se intensifican. Sus núcleos duros, en su mayoría jóvenes blancos del sur y sureste brasileros, han radicalizado sus posturas. El resultado es una campaña más agresiva y violenta, donde la polarización entre Bolsonaro y lo que su mundo denomina «la izquierda» o el «marxismo cultural», imprimen una nueva dinámica para las elecciones de octubre.
Por donde la izquierda se bifurca
A la izquierda y los sectores progresistas de Brasil le sobran dilemas. Proscripto Lula, el camino a la presidencia se bifurca en dos opciones: el flamante candidato del PT Fernando Haddad y Ciro Gomes del PDT. La foto de hoy lo tiene a Gomes segundo, detrás de Bolsonaro, con un 12% y a Haddad en cuarto lugar con un 8%. Ya que ningún candidato despierta grandes adhesiones, las dudas del electorado progresista, en principio, se vinculan a las posibilidades y limitaciones de cada perfil. Primero, para llegar al balotaje y, después, para vencer a Bolsonaro en una hipotética segunda vuelta.
El principal capital que posee Haddad es la bendición de Lula, la única figura en todo Brasil que, de haberse presentado, podía ganar en primera vuelta. Haddad al gobierno, Lula al poder. Pero los votos nunca se mueven de manera lineal o automática. Haddad, por ahora, tiene serias dificultades para seducir al electorado lulista. En principio porque la oficialización de su candidatura se hizo tarde. Además, la adhesión a Lula, tiene más que ver con la figura del ex presidente que con su partido. El PT cae en la volteada cuando la mayoría de la sociedad brasilera habla de una dirigencia política corrupta. Finalmente, Haddad, ex alcalde de la ciudad de Sao Paulo, no parece ser una imagen tan seductora en el principal bastión electoral de Lula: el nordeste. Sin embargo, nunca hay que subestimar las pasiones que despierta el obrero metalúrgico y todo lo que su mano de cuatro dedos sacraliza.
La otra opción es Ciro Gomes. Mejor posicionado en la foto y en la película. Hoy esta segundo en intención de votos y tiene menos rechazo que Haddad en un hipotético balotaje contra Bolsonaro. Ciro tiene una trayectoria inversa a la de Lula. Nació en el interior de Sao Paulo y se mudó al nordeste donde construyó una carrera política tan vertiginosa como cambiante. Fue alcalde, gobernador, diputado y ministro, lo último durante el gobierno de Lula hasta el año 2006. Esta trayectoria seduce al mismo tiempo que repela. Si por un lado lo posiciona como un hombre de centroizquierda, por el otro, tampoco se lo ve como una figura vinculada a Lula, ya que, por ejemplo, siempre tuvo una posición ambivalente en los casos de corrupción contra el PT y en la destitución de Dilma.
Encerrado, silenciado y proscripto Lula, el progresismo naufraga en una orfandad política. A eso debe sumarse las complicaciones de enfrentar un adversario nuevo, pues el PT siempre polarizó con el PSDB, una derecha más liberal. Ahora, la tensión es con un candidato abiertamente homofóbico, racista, misógino y antipetista. Y ese coctel, que a priori podría ser más inofensivo electoralmente, los complica. Pues Bolsonaro, paradójicamente, tiene una estrategia de Aikido: se fortalece por los ataques –reales, imaginados o inventados– de sus oponentes.
Polarización sí, grieta no
Es posible que, hasta ahora, el análisis no se haya detenido en el próximo presidente de Brasil. Una cosa es afirmar que hay una creciente polarización entre los candidatos ya mencionados, y otra muy distinta es sostener que entre ambos lados hay una grieta. Nunca «la realidad» se reduce a dos partes. Y mucho menos en una sociedad profundamente heterogénea y desigual como la brasilera.Entre los intersticios asoman Marina Silva (REDE) y Geraldo Alckmin (PSDB). Los números hoy los marginan. Ambos aparecen con 8% o 9%, la diferencia está en que Marina Silva cayó tres puntos. Sin embargo, aún con menos probabilidades que sus adversarios, ambos tienen algunas chances de llegar al balotaje y una vez ahí, la presidencia queda al alcance de la mano.
Alckmin parecía ser el candidato de gran parte de los sectores dominantes de Brasil, pero su imagen no despega. Sería una opción acorde a los vientos latinoamericanos: neoliberal de pura cepa. Promueve flexibilizaciones y privatizaciones como Bolsonaro, pero se presenta menos reaccionario frente a las múltiples diversidades que pueblan Brasil. Parte de su desgracia esta en que su partido no puede despegarse del actual presidente Temer. Un cadáver político con una imagen negativa que araña el 80%
Finalmente, esta Marina Silva: mujer, negra y evangélica. Un perfil tan extraordinario entre los candidatos como repetido en la población. Una figura difícil de definir, por ende, compleja para medir. Norteña y de origen pobre, Marina aprendió a leer y escribir de adulta, desde allí no paro de estudiar. Se afilió al partido Comunista Revolucionario, paso a la iglesia católica y termino abrazando el evangelio de la Asamblea de Dios. Fue ministra de medio ambiente de Lula al que hoy condena sin medias tintas. Marina tiene una biografía digna de los sectores populares brasileros, sin embargo, entre ella y la población que podría representar todavía no hay un sólido puente o una empatía en vía de desarrollo. No obstante, en caso de disputar el balotaje, creo que su contraste contra Bolsonaro sería tan radical que llevaría todas las de ganar.
Bancarse ser segundo también es ser campeón
La vorágine de la campana, la heterogeneidad de un electorado de 147 millones de personas, la dispersión del voto y un número importante de indecisos invitan a la cautela. Han sido varios los profetas que ha intentado predecir un país donde lo creíble no siempre se corresponde con lo verídico. Lo único que parece relativamente evidente es que nadie ganaría en la primera vuelta; que Bolsonaro pasaría al balotaje; y que su competidor, hoy una absoluta incógnita, llegaría con pasta de campeón. El resto de las primicias son dignas de oportunistas a destiempo.