Honduras: el diálogo – Por Héctor A. Martínez
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Héctor A. Martínez*
Ya tuvo nuestra nación, después de su independencia, tres oportunidades de oro para resolver los problemas más apremiantes de la sociedad: la primera fue la recomposición de nuestra democracia y el fortalecimiento de la economía de mercado, después de la caída del socialismo y de la entronización del capitalismo, a partir de aquellos años 90. La segunda fue más relevante pero no menos trágica: la de reformar el sistema político y -de alguna manera-, la economía de mercado, después de los hechos de junio del 2009. Es como si un demiurgo especializado en política y economía haya diseñado el camino que debíamos haber transitado, al enviarnos tremendos mensajes que no admiten mayores interpretaciones ni requieren de una exégesis de profundidad aristotélica.
No pasó nada en absoluto. Nada removió las consciencias ni las voluntades políticas. Las mismas fuerzas sectoriales, los mismos poderes y la misma insistencia en que, por ser un país con recursos escasos, resulta en una imposibilidad soberana, lograr que los beneficios que otorga la riqueza, puedan llegar a la totalidad del universo ciudadano.
Nacida de esa premisa de la estrechez material, todo se ha justificado: la inmovilidad y la dejadez que, en otras condiciones más incluyentes y beneficiosas para el ciudadano, dejaría amplios réditos a quienes participan en política, ha forjado más bien, un cuerpo heterocigoto ensamblado con la materia prima del Areópago griego y el sanedrín judaico, menos que en una democracia representativa.
La tercera aventura, a lo mejor, es la vencida. Los sucesos que desembocaron en una reacción ciudadana contra los resultados de las elecciones generales del 2017, han otorgado esa llave maestra para la interpretación del devenir de nuestra sociedad y para que se rediseñe la posibilidad de un nuevo proyecto de país. El llamado “Diálogo Nacional” abre esta posibilidad de cara al futuro. Y el planteamiento del gobierno no es malo en absoluto, salvo de que se trate de un cálculo que beneficiaría a los mismos sectores partidistas, políticos y económicos de siempre.
Si la propuesta del diálogo entre los partidos es seria y responsable, entonces hay que aplaudir el ensayo, venga de donde venga, no por sectario, sino por la dimensión histórica de sus objetivos. Y la seriedad y la responsabilidad exigen a la mismísima oposición una postura hidalga, coherente y digna de los políticos de altura que, como sabemos, escasean por estos lados del continente latinoamericano. Si el Diálogo Nacional se convierte en el escenario de una batalla de agendas partidistas e intransigentes, el destino de la discusión se convertirá en cualquier cosa menos en un coloquio de acuerdos y avenidas transitables para que circule la tan necesaria reconstrucción nacional. Las posturas egoístas de los grupos, terminarán por enterrar las buenas intenciones -si las hay- y cerrarán de una buena vez, las voluntades de los invitados a las mesas y a los espectadores detrás de ellas. Sin la credibilidad -ya evaporada para siempre-, hacia los estamentos políticos, la sociedad habrá de buscar las alternativas necesarias para deponer a sus representados de la mejor manera que pueda conceder el juego democrático. Y ya no habrá cuarta vez, porque el destino de un país no es una charada de pueblo sino que se trata de la vida y de la edificación por un futuro ubérrimo en oportunidades para nuestros hijos.
El verdadero diálogo habrá de contener en su agenda, los deseos verdaderos y las aspiraciones más caras, no de los partidos, sino de los ciudadanos, hartos de las mentiras y las promesas fallidas. Los representantes en esas mesas tienen la última palabra.
(*) Sociólogo.