Cambio climático: otra guerra de la que huyen los hondureños – Por Jennifer Avila

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Emilio Rodríguez es el primero de la familia que migra a Estados Unidos, hace dos meses se fue con su hijo de 9 años. Ahora es un número más en la lista de 2,300 hijos separados de sus padres en el marco de la política de «tolerancia cero» que el Presidente Donald Trump lanzó para desestimular la migración. Su pequeño está en un refugio para menores en Nueva York y él en una prisión de Miami. Emilio huyó con su hijo por algo muy alejado de la violencia de maras y pandillas que predomina en las ciudades cercanas a la comunidad costera donde él creció. A Emilio lo echaron las consecuencias del cambio climático, ese mismo que Trump ha catalogado como una «invención» de China.

«La pesca ya no da y él se metió a trabajar de albañil y cuidaba una casa, con 3 hijos y la mayor que ya iba al colegio no le ajustaba el dinero para mantener a la familia», cuenta la hermana mayor de Emilio, una de las tres hermanas que ahora buscan sobrevivir tratando de sacarle algo al mar que cada vez está más cerca de su comunidad, amenazante. A menos de 10 kilómetros de la comunidad por la costa, hay dos comunidades que están desapareciendo, el mar ha destruido alrededor de 30 casas y las familias se han desplazado.

Emilio salió de la comunidad de Las Flores en Masca, Omoa en el departamento de Cortés, uno de los municipios con mayor afectación por la erosión costera que ha causado la elevación de los niveles del mar, sobre todo, como consecuencia del calentamiento global. A Las Flores llegó un grupo de familias campesinas en 1983 para habitar estas tierras entre montaña y mar, migrantes de las zonas más deprimidas del occidente del país, la familia de Emilio. Allí en Masca también hay una comunidad garífuna que está sufriendo estas consecuencias por el amarillamiento letal de los cocoteros, según explica el investigador Fabricio Herrera en el estudio «Cambio y Justicia Climática en Honduras».

José Rodríguez Rodríguez, tío de Emilio, recuerda cómo era la comunidad y lamenta que haya cambiado tanto aunque no ha cambiado la indiferencia con la que los políticos de todos los partidos los tratan.

«Los que hacen la ley no saben cómo es la vida en las comunidades», cuenta este pescador que asegura que ya el mar no les da como antes y que sobrevivir cada día se ha vuelto más difícil.

«Aquí ha cambiado mucho, allí donde se ven esas casas, ahora hay más población, así que hay más pérdidas. A veces hay mucha gente que no se organiza, que vive por vivir, que no cuida para el futuro», sentencia.

Y cuenta que la gente ya no puede vivir de la pesca ni de la agricultura. «Los que pueden trabajar albañilería han buscado eso y se van a otros lugares», agrega

Ya hay casas adentro del mar, antes había 3 kilómetros que separaban el mar del caserío, pero a partir del Huracán Mitch todo empeoró, así lo recuerda Rodríguez. Y en 2009, el terremoto terminó de acelerar el proceso, las comunidades quedaron casi debajo del nivel del mar y no solo afectó el sitio donde habitaban sino también terrenos de cultivo.

Su hermano José Isabel dice que la única manera de sobrevivir es huyendo, saliendo de esa comunidad que es un oasis de paz porque allí no hay crimen, no hay maras o pandillas, no hay homicidios. Según el Observatorio de la Violencia de la UNAH, para 2016 Omoa tenía una tasa de 57.7 homicidios por cada 100 mil habitantes, algo que no refleja total paz, pero muy alejado a la tasa de ciudades cercanas como San Pedro Sula y Choloma.

Ahora de Omoa tienen que huir a la temible ciudad a buscar otros trabajos aunque la violencia probablemente los vuelva a desplazar. «La manera de vivir aquí tendría que ser aprender otros oficios para salir a trabajar a otros lugares, pero así como yo y mi hermano que la edad nos avanzó, aquí tenemos que morir aunque sea de hambre», se resigna. El camino que tomó Emilio con su hijo hacia Estados Unidos será la única alternativa para los jóvenes.

Comunidades hundidas

Doña Martina está recostada en una hamaca, intenta descansar pero el susurro del mar ya no es relajante. Le teme. Cada vez es menos susurro y más advertencia. Su familia entera ya se fue y sus casas están abajo del mar. Sólo queda ella y su casa ya tiene dos escalones hundidos. «Aquí ya sólo estamos esperando que el mar entre», dice resignada, mientras un cachorro duerme plácidamente a sus pies y su nieta escucha atenta.

Su hermano y sus sobrinos huyeron a Estados Unidos porque era la única forma de sacar a sus padres de ese lugar y ubicarlos en una casa decente en el pueblo cercano. Perdieron todas sus cosas, perdieron sus hogares y la única opción era irse a Estados Unidos, trabajar y enviar dólares para comprar una propiedad en un sector no tan vulnerable.

«No le doy más de un año a esta comunidad para que desaparezca», dice convencido, el biólogo Gustavo Cabrera de Cuerpos de Conservación de Omoa (CCO), mientras muestra las ruinas de la comunidad Barra de Cuyamel.

La Barra del Motagua y la Barra de Cuyamel son los dos últimos poblados de Honduras de la zona costera pegada con Guatemala donde en los últimos diez años se han perdido alrededor de 800 metros de línea costera.

Cabrera comenzó a medir la playa desde 2006 cuando fue con un grupo de estudiantes de La Ceiba a sembrar un bosque de manglar. El año siguiente que regresó a ver si el manglar había crecido, no lo pudo encontrar, ya estaba en el mar, allí comenzó su interés y alarmó a las comunidades y a la alcaldía. En 10 años esa comunidad desaparecería «pasaron 12, estuve cerca con la predicción», dice Cabrera.

«El cambio climático es irreversible, eso va a suceder en toda la costa pero de la manera como está sucediendo aquí es acelerado. No es fácil predecir sobre las demás comunidades porque no lo hemos medido. Si aquí ocurre un frente frío u otro fenómeno, en 3 horas se pierde todo y la gente morirá porque están entre la barra del río y el mar, esto es una trampa mortal», dice este biólogo que ahora ayuda a organizar una maratón para hacer efectiva una reubicación que está valorada en 10 millones de lempiras. Las autoridades evaden el tema, dice Cabrera, porque es parte de su culpa, él viene hablando de esto hace 12 años y no lo han escuchado.

El estudio «Cambio y Justicia Climática en Honduras» del investigador Fabricio Herrera establece que el sobrecalentamiento está alcanzando umbrales por demás riesgosos, en tanto la actividad humana de modo persistente está emitiendo hacia la atmósfera grandes cantidades de Gases de Efecto Invernadero (GEI) que alteran su concentración y, como consecuencia, se genera una reacción en cadena que perturba la temperatura y corriente de los océanos, los patrones de lluvias, frentes fríos y temporadas secas. Estos fenómenos provocan a su vez la destrucción de los cultivos, trastocan la vida de las personas, animales y plantas, aumentando la pobreza, la miseria, las enfermedades y el hambre.

En el estudio «Migración y Cambio Climático» de Etienne Piguet, Antoine Pécoud y Paul de Guchteneire de 2011, definen que: las «zonas costeras bajas» como las situadas a una altura de 10 metros o menos representan solo un 2,2 por ciento de la tierra firme en el planeta, en ellas habita actualmente un 10,5 por ciento de la población mundial –es decir unos 602 millones de personas, de las cuales 438 millones viven en Asia y 246 en los países más pobres del mundo. La hipótesis de que las futuras emisiones de CO2 basada en el continuo crecimiento económico con una moderación del uso de combustibles fósiles (posibilidad A1B del IPCC) que prevé un incremento de 0,3 a 0,8 metros del nivel del mar para el año 2300, es preocupante. Y algunos cálculos más recientes muestran que este proceso podría avanzar bastante más deprisa de lo que se pensaba antes. Sobre esta base, parece razonable considerar que las personas que viven a una altura de menos de un metro sobre el nivel del mar son directamente vulnerables– y en un plazo de unos pocos decenios, según Anthoff (2006), 146 millones de personas se verían afectadas en tal caso.

A pesar del compromiso que el gobierno de Honduras adquirió firmando el Acuerdo de París surgido de la Conferencia de las Partes en la Convención Marco para el Cambio Climático (COP21), de reducir en un 15 % las emisiones de gases de efecto invernadero en los sectores de energía, procesos industriales, agricultura y residuos para el año 2030; en Omoa, después que en 2010 se hiciera un ordenamiento territorial, se redujo el territorio de la reserva natural Cuyamel que contaba con parte en la costa y de frente en las montañas y el valle de Cuyamel. La parte del valle se declaró para explotación agroindustrial y han comenzado a sembrar monocultivos como la palma africana y el King Grass (para biomasa) en más de 2000 hectáreas.

Y estas acciones contradicen el compromiso, pero el discurso de la encargada de la Unidad Municipal Ambiental de la municipalidad de Omoa, Nancy Cálix, busca otros culpables: los campesinos que han migrado a esta zona y utilizan implementos y mecanismos de pesca y agricultura nocivos para la tierra, el agua y las especies, del daño al medioambiente que luego termina en consecuencias como el calentamiento global.

En 2012 el territorio donde están asentadas las comunidades en riesgo fue declarado inhabitable, pero una cosa es lo que diga un decreto y otra es la necesidad de la gente de tener tierra para sus casas y cultivos. La alcaldía no implementó en ese momento un plan de reubicación y ahora que esto es una crisis humanitaria, da algunas soluciones, como la compra de un terreno en el pueblo cercano, pero no es suficiente para darle condiciones de vida a 86 familias que han quedado de las 150 que antes eran.

«Estamos sumamente afectados, a parte de la basura de Guatemala es un contaminante enorme, un peso horrible, el cambio climático ha afectado. Ahorita sólo tenemos una comunidad que la vamos a evacuar, las barras porque es zona de riesgo, ya tenemos el terreno, la municipalidad está dando el terreno, la primera dama está prometiendo 100 viviendas, son como 150 personas, como 80 familias, pero cada día nace uno», dice el alcalde nacionalista Ricardo Alvarado quien lleva 9 años en el poder, y lo dice riendo.

«La gente que migró de aquí ya migró hace años porque sí hay mucha en EEUU, es posible como hace 5 años cuando escucharon que levantaron la barrera, entonces mire, todos se fueron. Mucha gente vive de la remesa aquí, entra bastante. Aquí quisiéramos arreglar el mundo pero no es tan fácil, estamos trabajando duro, la UMA tiene un programa bonito en tema ambiental, la reforestación, y aquí somos enemigos de la palma africana», asegura el alcalde omoense, a quien le advirtieron del desastre en el inicio de su largo mandato, pero sigue sin resolver, sin dar respuestas más allá de la demagogia política.

Por su parte, Cálix, de la UMA, cuenta que hay varias tesis sobre lo que más ha afectado para que la erosión costera sea tan acelerada en esta zona.

«Muchos de los problemas de erosión costera en el municipio son producto del cambio climático, esto ha venido a inundar algunas áreas que asociadas con otros eventos sucedidos han provocado una migración. El terremoto de 2009 desplazó el área verticalmente unos 10 centímetros, quedó en depresión el área, eso asociado al calentamiento global cuyos niveles de agua ha aumentado en la zona, eso ha provocado inundaciones severas. Otro problema asociado a las barras es el cambio de dirección en el río Motagua, el río se desplazó hacia Guatemala dejando un área desértica, un área de playa en la barra de Motagua, eso ha creado mayor problema de erosión. Hay otras áreas en el municipio que sufren de erosión costera esto asociado a estructuras mal ejecutadas que se han ido construyendo a lo largo de la costa del municipio en Puerto Cortés.

Inversionistas de la parte turística empezaron a construir estructuras para salvar su inversión, eso provocó daños a la comunidad, se generaron espigones para generar bienestar a la propiedad que tenían en ese momento, entonces esto fue contribuyendo a una serie de problemáticas en el tema de erosión en el área marino costera del municipio, es allí donde tenemos pérdida de playas», explica Cálix, y recuerda que actualmente la empresa Gas del Caribe está financiando parte de un proyecto valorado en 90 millones de lempiras para la recuperación de la laguna de Centeno, azolvada por las mismas malas prácticas de la empresa. A Gas del Caribe recién le renovaron su licencia ambiental con la condición de tratar de resarcir el daño que ha hecho con la construcción de rompeolas que han afectado la línea costera.

Por otro lado, Cálix recuerda que su municipio ha estado en el ojo de la noticia mundial por la problemática de contaminación por residuos sólidos generados en Guatemala y arrastrados por el río Motagua hasta Omoa.

«Entonces estamos en un proceso de limpieza y vigilancia en el sentido de que generamos información de que nos siguen afectando y que no nos han podido mitigar y queremos resultados. Con Mi Ambiente estamos vigilantes y haciendo limpieza como municipio, tenemos turismo, muchas visitas al municipio y necesitamos dar una imagen al que nos visita, nos toca invertir mucha plata que no la tenemos pero tenemos que hacerlo para precisamente mitigar esa situación», explica Cálix.

Hacer un recorrido por las playas en las barras de Motagua y Cuyamel puede ser peligroso, de la arena se asoman jeringas, vidrios, plásticos punzantes y hasta jarras plásticas con pinturas guatemaltecas. La gente de las comunidades ha creado comités de limpieza, porque también la basura les afecta, los dragados se obstruyen por los residuos y quedan en mayor vulnerabilidad de inundaciones. Eso también hace enojar al mar, y no se puede luchar cuando está así. Porque el mar adquiere la carga simbólica de la devastación para las comunidades costeras de Omoa.

Cerca de doña Martha está la escuela de la Barra de Cuyamel, una escuela que ya no funciona porque la mayoría de niños ya no viven en esa comunidad devorada por el mar. El mar se escucha bravo cerca de allí, y la escuela se convirtió en el hogar de tres familias cuya casa está enterrada en la arena, así quedó después del frente frío número 5 ocurrido en febrero.

Antes de que el mar termine de llevárselos esperan que la municipalidad habilite un albergue que la organización Centro de Acción Social Menonita (CASM) está construyendo en una comunidad llamada Los Achiotes y allí en esa misma área y de una vez por todas los reubiquen.

Doña Nolvia Pérez vive desde febrero en la Escuela Patria de la barra, allí con sus padres que son unos ancianos y su nieto, un bebé recién nacido, siete personas en total. Lograron sacar algunas cosas de su casa tragada por la arena y construyeron una cocinita de donde sale humo, su nuera cocina el almuerzo.

«Se vino un gran norte, la casa se inundó todita y entonces el patronato dijo que nos viniéramos aquí. Estamos esperando que algún día nos reubiquen. Hemos vivido aquí toda la vida, no tenemos donde ir», dice afligida. Las comunidades buscan cómo resolver y es por eso que en las pocas casas que quedan viven 2 o 3 familias, porque quienes van quedando sin casas se van donde sus vecinos, a la escuela o a la iglesia antes de encontrar la forma de salir de la ciudad o el país.

Según Cálix de la UMA, no se ha levantado un dato de cuántas personas han sido desplazadas hacia otros departamentos o países debido a la problemática. «Sería un reto hacer una encuesta a nivel de comunidad de porqué se ha ido x o y persona para saber qué efecto está sufriendo el país como consecuencia del cambio climático».

En camino a las barras, se ven grandes propiedades cercadas y con vacas pastando. Esas son propiedades incautadas por la OABI a carteles del narcotráfico que tenían tierras e inversiones en Cuyamel. Estas propiedades no se han tomado en cuenta para la reubicación de las 86 familias.

El Arca de Chico

En la comunidad Barra de Motagua hay un barracón grande de madera. Los últimos hospedados de emergencia fueron los miembros de 11 familias que perdieron todo en el último frente frío que azotó el país. A este barracón le llaman «el arca de Chico» porque así le dicen a Francisco Díaz, el líder comunitario que se dedica a tiempo completo a atender a las familias en sus desplazamientos y problemas de inundación.

«No crea, es bien cansado hacer este trabajo, pero sí le digo que esta comunidad es un ejemplo de cómo se sobrevive a las tempestades». Don Chico tuvo que migrar a Estados Unidos en 2015 porque la situación económica que se vivía en su comunidad era muy precaria y él tenía una misión: hacer dinero para construir una casa grande donde quepan los refugiados y comprar una lancha para poder sacar la gente en casos de emergencia.

«Si aquí llega un huracán, en cuestión de 3 horas nos morimos todos», sentencia don Chico, no es suficiente el arca ni la lancha que pudo comprar con su trabajo en el norte y le preocupa la paciencia de las autoridades. Un vecino le dice que no se queje del alcalde, que las autoridades hacen lo que pueden, que si no trabajan juntos será muy difícil salir adelante.

Don Chico padece de problemas respiratorios, esos son muy comunes en su comunidad donde el calor es más agobiante por la humedad que generan las múltiples lagunas que se forman alrededor de las casas, la gente anda completamente húmeda todo el tiempo. Los niños chapalean y se introducen a lo que parece un campo de fútbol pero ahora es un pantano y se divierten. Las madres les reclaman quizá por divertirse en la desgracia, porque no tienen más opción que tirarse por los charcos.

Don Chico ha llevado a varios periodistas a conocer la trampa en la que viven y busca apoyo para seguir comprando lanchas y capacitando a la gente para cuando llegue lo peor. «Aquí organizaciones como CASM nos han venido a apoyar para poder enfrentar las emergencias pero también para pescar de una mejor manera, para subsistir», asegura y cuenta que el río Motagua les trae cada vez más basura y hasta cadáveres, al menos ha enterrado unos 25 cadáveres que llegan junto con la basura de Guatemala. Peces no hay, ni pueden tampoco cultivar, sólo muerte les trae el agua.

José Elvin Rodríguez ha sido pescador y agricultor toda su vida, ahora construye las barcas que con ayuda de CASM la comunidad tiene para moverse y para ir a pescar. «Si hubiera un fenómeno como el huracán Mitch esta costa no va a esperar un año para desaparecer, aquí hemos visto tantos desastres, si logramos salvar las vidas será mucho. Se lo he dicho a las autoridades que manden al ejército a sacar a la gente de las comunidades en caso de una emergencia, aquí sólo hay 2 lanchas ¿cómo vamos a evacuar más de 300 personas así? Cuando el mar se enoja no hay salida», explica este dirigente, también amigo de Chico con quien pasa organizando la forma de salvar a su comunidad.

La reubicación de la comunidad es algo muy delicado, sino se hace adecuadamente respetando la forma de vida de la gente tendrán daños psicológicos, dice José, él sólo sabe de la vida del mar, y si los reubican esperan que sea siempre en la misma costa.

«La gente está desesperada, no sabe ya qué hacer, la gente llora, las señoras piden que los saquen de allí. Diez millones de lempiras no es nada comparado con la vida de 350 personas, la gobernadora de Cortés le dijo al alcalde, usted tiene que solucionar ese problema, porque si una persona se muere allí usted va a tener que responder», dice el biólogo Cabrera quien acompaña a estas comunidades.

Las familias que tuvo Chico en su casa lograron construir unos barracones de madera elevados y unas polleras elevadas con estacas para las gallinas. Allí viven 4 familias, las mujeres cuidan de los niños y bebés mientras los esposos buscan peces en el mar. Hay zancudos del tamaño de moscas y moscas del tamaño de escarabajos que muerden duro. Así pasan todo el día las mujeres, viendo hacia el mar, viendo qué tan cerca está y recordando cuando de su comunidad el mar se miraba lejos y era un remanso de paz.

Estados Unidos ya no acepta desplazadas por violencia doméstica y mucho menos aceptaría desplazados por cambio climático aunque sea igual de dramático el conflicto en estas comunidades. Lo de Trump con el calentamiento global no es sólo cuestión del tweet que dice que es un invento de China, llega a acciones más serias como el retiro de EEUU del Acuerdo de París.

«El concepto de calentamiento global fue creado por y para los chinos para hacer no competitiva a la manufactura de EE UU». «No era un buen pacto para los intereses de los ciudadanos norteamericanos».

A una hora de Cuyamel está la frontera de Corinto, camino a Guatemala. Allí hay un Centro de Atención al Migrante Retornado donde diferentes instituciones como El Comité de Cruz Roja Internacional (CCIC) y el Instituto de Migración atienden a los deportados de México que llegan en un bus de Chiapas. Cada día son dos o tres buses llenos de hondureños y hondureñas que fueron retornados a la pesadilla de donde huyeron. Y cada día son cientos de hondureños que transitan por allí en bus o a pie en su camino hacia el norte.

Un grupo de seis personas, dos mujeres y cuatro hombres, sale del CAMR planeando cómo regresar de nuevo al camino hacia Estados Unidos. Salen del CAMR después de prometer que intentarán quedarse pero saben que su país no es apto para vivir. En ese grupo está Nadia, una mujer de 36 años que vivió 8 años en Estados Unidos con el TPS (Temporal Protection Status) pero cuando la administración de Trump lo suspendió ella fue deportada. Fue regresada a Honduras donde su marido había sido asesinado por una pandilla, retornada a un lugar donde ya no tenía casa porque la pandilla se la había usurpado.

«Yo no puedo regresar a Tegucigalpa, del lugar de donde soy, ya llevo 7 intentos de pasar de nuevo a Estados Unidos este año y ahora voy de regreso», cuenta, y asegura que cada vez que regresa denuncia y explica que no puede regresar, ni al barrio donde ella creció y donde están su madre y su hija. En el camino se juntó con un campesino joven de Santa Bárbara que dice que no puede vivir más en el campo porque no le ajusta para vivir con los $5 que gana por el jornal y se juntó con un cubano hondureño que parece hacer negocio de acompañar migrantes. Todos siguen al hondureño con acento cubano porque sabe moverse, y todos de nuevo en caravana, regresan a la frontera.

Allí cerca, Nadia no sabe que la gente también huye pero no de las pandillas, sólo del mar. Huyen del mar que –dicen ellos– está enojado.

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