La desigualdad económica de género en América Latina – Por Lucia Converti

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Lucía Converti (*)

La igualdad de género es uno de los 17 objetivos que en 2015 se establecieron, en la Agenda 2030[1]para alcanzar el desarrollo sostenible que adscribieron 193 estados miembros de la ONU. Asimismo, en la región, los gobiernos acordaron sumarse a la llamada Estrategia de Montevideo[2]para alcanzar este objetivo. Este acuerdo plantea algunas estrategias generales que permitan a los gobiernos desatar los “nudos estructurales” de la desigualdad de género que impiden la autonomía física, económica y de toma de decisiones de las mujeres.

En este contexto, revisaremos en este informe el estado y evolución de aquellos indicadores que evidencian la desigualdad de género en el ámbito económico.

Población sin ingresos

En 1997, en América Latina, el 15,8%[3] de los hombres no tenía ingresos, y las mujeres sin ingresos alcanzaban al 47% de la región. Para el año 2016 el porcentaje de hombres se redujo a 12,5% y el de mujeres a 29,7%. Si bien la brecha entre hombres y mujeres que no reciben ingresos se redujo de 31,2% a 17,2%, tanto la brecha como el porcentaje de mujeres que depende de ingresos ajenos sigue siendo muy alto.

Población sin ingresos según género

El único país que no redujo el porcentaje de mujeres sin ingreso en estas dos décadas fue Guatemala, cuya población sin ingresos alcanza al 51% de las mujeres y al 14% de los hombres. A continuación se presentan diferenciados los países que superan el promedio regional y los que se encuentran por debajo.

Países que superan el promedio regional

A pesar de mantenerse por encima del promedio, Venezuela redujo un 31% el porcentaje en este período, Honduras un 29,7% y Costa Rica un 28,2%.

Países con porcentaje menor al promedio regional

México, por su parte, aumentó en un 38,5% la población femenina con ingresos propios en estos años, así como Chile un 29,6% y Colombia un 26,4%.

Si bien este indicador es fundamental para medir el nivel de autonomía económica de las mujeres no explicita el origen de los ingresos y, por lo tanto, no refleja el cambio de rol de la mujer en la sociedad en estas últimas décadas.

Trabajo no remunerado

Como puede verse en los datos anteriores, la cantidad de mujeres sin ingresos propios es alta. Sin embargo, estas cifras ocultan el tiempo que ocupan las mujeres en las tareas domésticas y de cuidado de la familia sin recibir nada a cambio. En el siguiente gráfico se expone la cantidad de tiempo semanal dedicado a estas tareas y la diferencia de tiempo que dedica un hombre en estas tareas bajo la misma situación de no tener ingresos.

Tiempo de trabajo no remunerado

Como puede observarse en el gráfico 2, el tiempo dedicado equivale a cantidades asimilables a un trabajo de tiempo completo. Este trabajo, sin embargo, no es reconocido como parte del producto interior bruto (algunos países están intentan incorporarlo), no es reconocida la mujer como trabajadora y, por lo tanto, no recibe aportes para la pensión ni obra social. Algunos países han avanzado en reconocer a estas mujeres como jefas de hogar permitiéndoles el acceso a una jubilación y un ingreso mínimo, pero a nivel regional es mucho lo que falta avanzar.

Participación en el mercado laboral

La participación de las mujeres en el mercado laboral empezó a incrementarse a partir de los años ´60. Durante la década del ´90 el aumento en la participación alcanzó el 1%[4] anual, pero este ritmo se desaceleró durante el nuevo siglo en la mayor parte de los países de la región.

En el  gráfico 3 se muestra el nivel de participación de las mujeres en cada uno de los países para 2017. Entre 2005 y 2017 Brasil aumentó la participación de sus mujeres en el mercado laboral un 17,4% y Colombia un 8,8%. Perú, Ecuador y Uruguay crecieron entre un 4% y un 5% y Argentina y Bolivia cayeron un 2,5% y un 0,5%, respectivamente. El promedio regional se encuentra en un 53,2%.

Para medir el nivel de desigualdad en la participación, comparamos este nivel con el de los hombres y encontramos una brecha de participación del 27% promedio. Sin embargo, como puede verse en el gráfico 4, la brecha aumenta o disminuye de acuerdo al nivel de educación recibido.

Brecha de desigualdad

En este sentido, si bien el estudio del promedio refleja la situación a nivel regional, la participación según nivel de formación da una imagen más clara de quiénes son aquellas mujeres que se han incorporado al trabajo y de qué forma.

Como se observa en el gráfico anterior, las mujeres con un nivel de formación inferior al básico tienen una participación mucho menor que los hombres con respecto al promedio total, impulsado por los siguientes países Guatemala (58,2%), México (50%), Nicaragua (49,2%), Honduras (48,3%), Venezuela (47,8%), Costa Rica (46,1%), El Salvador (42,9%) y Argentina (41,4%).

Solamente 3 países encuentran una brecha de participación mayor entre aquellas mujeres de formación intermedia y aquellas de formación menor a la básica: Bolivia, Ecuador y Perú. Como veremos posteriormente, estos países se caracterizan por compartir más igualitariamente el trabajo no doméstico. Particularmente se destaca el trabajo igualitario en la agricultura.

Asimismo, es notable cómo se reduce el nivel de desigualdad de participación para aquellas mujeres que poseen estudios avanzados. Destaca, lejos de la media, Uruguay, con una brecha de apenas 3,6%.

Desempleo

Una vez incorporadas a la población económicamente activa, la desigualdad persiste al interior del mercado laboral.

Tasa de desempleo

Como se distingue en el gráfico 5, el desempleo redujo su brecha, en promedio, un 1% entre 2000 y 2017; sin embargo, el efecto se produce al mismo tiempo que aumenta la tasa de desempleo en los países de ingresos bajos, y aumenta la brecha en los países de ingresos bajos y medio bajo.

Con este indicador puede identificarse un primer vínculo entre la caída del empleo y el aumento del desempleo femenino, entre la crisis y el impacto de la misma en la desigualdad de género y viceversa.

Segregación horizontal y vertical

Dentro del mercado de trabajo existen dos tipos de segregación hacia la mujer. La horizontal refiere a la distinción entre trabajos que son para hombres y trabajos que son para mujeres. En general, los trabajos destinados al cuidado, servicio doméstico, de atención de niños y ancianos, enfermeros, docentes son “trabajos para mujeres”, mientras que aquellos trabajos de fuerza o que requieren de mayor formación son ocupados por los hombres en mayor proporción.

Como puede verse en el gráfico anterior, la actividad que ampliamente supera el nivel total de actividad de la mujer son administración pública y servicios y actividades comunales y sociales. Tanto en Bolivia como en Perú puede distinguirse una proporción mayor de ocupación en la agricultura y en comercio, transporte, hoteles y restaurantes, y actividades empresariales; de hecho, en esta última actividad también superan a los hombres en nivel de ocupación demostrando un menor nivel de segregación horizontal en ambos países.

La segregación vertical, por otro lado, indica la participación menor de mujeres en puestos jerárquicos de empleo. Por ejemplo, para Argentina en 2012, según el informe “Aportes para el desarrollo humano en Argentina”[5], solo el 31,6% de los puestos jerárquicos eran ocupados por mujeres.

Sin embargo, romper el techo de cristal resulta más complicado que resolver otras desigualdades. Según datos de la encuesta anual que hace la consultora Grant Thornton[6], en Argentina la participación de las mujeres en los directorios de las empresas cayó de 18% a 15%[7] en 2017 y ha alcanzado un récord de 53% en empresas sin mujeres en la alta dirección. Para América Latina, esta encuestadora sostiene que la participación de las mujeres en puestos directivos es del 20% mientras que a nivel global es del 25%.

Desigualdad en el ingreso

La desigualdad en el ingreso es un indicador controversial ya que depende de muchas variables, como cantidad de tiempo trabajado, tipo de trabajo de acuerdo a nivel de instrucción necesario, etc. En la bibliografía existente pueden encontrarse datos de brechas que van desde el 50% al 75%.

En el gráfico 7 se puede observar la brecha salarial promedio entre hombres y mujeres según la cantidad de años de formación ante igual trabajo e igual cantidad de horas trabajadas. El promedio general alcanza los 68,4% cayendo un 3,3% en 17 años.

Relación del ingreso medio por años de instrucción

Se distingue en el gráfico presentado que aquellas mujeres con nivel de formación básico tienen una brecha mayor que el resto de los niveles de formación, hecho que debería poder relacionarse con trabajos determinados y una mayor regulación estatal. Asimismo, es importante destacar que el ritmo de caída de la brecha no es muy compatible con los objetivos de la agenda 2030.

Tiempo total de trabajo

Después de considerar las condiciones que caracterizan la desigualdad en el trabajo, es importante volver a analizar el tiempo total que dedica la mujer a actividades que no están relacionadas con el ocio o el placer.

Es preciso mencionar, para tener un panorama completo, que la mujer ocupa menos tiempo que el hombre en trabajo remunerado debido a que generalmente, es la que realiza las tareas de cuidado de la familia. Sin embargo, si observamos el tiempo total de trabajo de las mujeres sumando remunerado y no remunerado, en todas las categorías y en todos los países es mayor al tiempo de trabajo de los hombres.

Tiempo total de trabajo extra femenino por ocupación

Conclusiones

Como puede verse a lo largo del informe, las características que asume la desigualdad de género en la economía mantienen, al día de hoy, un fuerte arraigo estructural, y la tendencia advierte sobre un posible estancamiento o nuevo aumento del nivel de desigualdad si se considera la perspectiva económica regional. En este sentido, es necesario considerar que el índice de feminidad de la pobreza se encuentra en 118,2 puntos, indicando que la pobreza afecta en mayor grado a las mujeres que a los hombres y que una mayor desigualdad tendrá mayor impacto en los niveles de pobreza de las mujeres.

Dada esta situación y ante estos indicadores, la igualdad de derechos no basta para alcanzar la equidad de género. Se necesita la creación de políticas públicas que, ante las desigualdades existentes y evidenciadas en los datos, regulen la actividad tanto pública como privada en pos del objetivo y previendo los impactos de las crisis económicas en este sentido.

[1] Agenda 2030 para el desarrollo sostenible, ONU. https://undocs.org/es/A/RES/70/1

[2] Estrategia de Montevideo para la Implementación de la Agenda Regional de Género en el Marco del Desarrollo Sostenible hacia 2030, CEPAL. https://repositorio.cepal.org/bitstream/handle/11362/41011/1/S1700035_es.pdf

[3] Promedio ponderado según datos de CEPAL

[4] Leonardo Gasparini y Mariana Marchionni (2015): ¿Brechas que se cierran? CEDLAS.

[5] Género en el trabajo: brechas en el acceso a puestos de decisión.

[6] https://www.grantthornton.com.ar/prensa/Comunicados-de-Prensa-/comunicados-de-prensa-2017/wib-2017/

[7] Cabe mencionar que los números presentados para Argentina responden a niveles institucionales distintos y, por lo tanto, no deben considerarse como datos correlativos.

(*) Licenciada en Economía.


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