Brasil, Colombia y Argentina en el ojo de la tormenta
Brasil, Colombia y Argentina en el ojo de la tormenta
Por Diego Llumá*
Brasil abrió el juego. Y tiró abajo varias piezas del dominó estratégico en América del Sur.
En pocos meses, el gobierno de Michel Temer cedió el control accionario de Embraer, la empresa aeronáutica civil y militar brasileña, a la Boeing; entregó a Estados Unidos la principal reserva marítima de petróleo, el Presal, y también su base de lanzamiento de cohetes de Alcántara.
Coincidentemente, el volumen de negocios del segmento no civil de Embraer se desplomó 88% interanual en el segundo cuatrimestre, impactando en su programa de modernización militar más importante, el avión KC-390.
El crecimiento económico brasilero previsto cayó de 3% a 1%, golpeando el cronograma de otros programas militares. Así, ingresaron al freezer iniciativas que definían la voluntad tradicional, como la fabricación de submarinos nucleares con Francia.
Las autoridades castrenses empeoraron el cuadro general al montarse sobre el contra-ciclo político conservador y amenazaron con intervenir si Lula no iba preso.
En Colombia, flamante miembro de la OTAN, el nuevo presidente Iván Duque pretende “ajustar el acuerdo de paz con las FARC”. Este reclamo de la línea dura pro norteamericana, cuenta con el respaldo de la oligarquía militar cuya portentosa estructura es subsidiada con cientos de millones de dólares norteamericanos para “luchar contra el narco”.
Año de elecciones
La política latinoamericana está pasando por un periodo de definiciones híper-electorales. Trece países eligen presidente en el ciclo iniciado a fin de 2017 (Chile) y que concluirá en octubre del año próximo (Argentina). México, aporta intriga a la volatilidad tras la victoria de López Obrador, y el futuro de Lula, declarado preso político por el tribunal de La Haya, alimenta el cuadro de incertidumbre estratégica.
La descomposición de la capacidad de incidir de los estados nacionales sobredetermina el escenario estratégico. Esta fragilidad fortalece dinámicas de poder propias de una nueva geopolítica de redes, dominada por el juego sub-político de corporaciones multinacionales, fondos de inversión y proveedores de tecnología, de una parte, y mafias trasnacionales de otra, más poderosos incluso que los gobiernos y sus agencias.
En este contexto, la horizontalización de vínculos de los aparatos de coerción estatal regionales con las agencias sub-estatales norteamericanas es determinante.
Esta pasarela construida en gran medida por la indiferencia de la política sobre los temas militares, termina sustituyendo la jerarquía institucional por una dinámica de dependencias doctrinales transversales.
Del War Navy College en el nivel de la Armada Argentina, del Comando Sur en el nivel de la Gendarmería Nacional, de la DEA en el de la Policía Federal, por citar tres ejemplos argentinos. Y del Centro de Estudios Hemisféricos de Defensa de Washington en la formación de cuadros civiles afines.
La gobernanza militar postulada como la panacea por el liberalismo, sustituye la centralidad de la política por un criterio de eficiencia tecno-managerial (importado de la esfera de los negocios) cuyas consecuencias están a la vista.
Argentina sumergida
Los militares argentinos son los más desfavorecidos, por lejos. Cargan con una ampulosa estructura desfinanciada y misiones definidas por una ley de Defensa elaborada sobre certezas de la Guerra Fría.
Miran su magro presupuesto, que el presidente Mauricio Macri les ajustará 20 por ciento más en 2019, y les cuesta entusiasmarse con los cantos de sirena para complacer a Estados Unidos.
La lucha contra el narcotráfico, el terrorismo, la custodia de indefinidos “objetivos estratégicos”, y la reducción de la dimensión de cyber-defensa a la vigilancia de opositores políticos, son cortinas de humo, aseguran.
Porque no puede haber reforma sin plan de largo plazo e inversión. Los decretos presidenciales que alarman al campo progresista, se traducirán en lo inmediato venta de instalaciones castrenses a inversores inmobiliarios.
“Para reprimir alcanza con la Gendarmería, politizada, alineada instrumentalmente con el gobierno y subordinada orgánicamente al Comando Sur a través de Ameripol”, dicen, en referencia al club hemisférico de policías que integran también los carabineros chilenos, la Policía Nacional de Colombia y la DEA, entre otros. Este órgano independiente de los gobiernos, está presidido por el director nacional de la Gendarmería, Gerardo Otero, desde febrero.
En la nueva argumentación estratégica, expresada en los decretos de Macri, existe un vacío-síntoma de los nuevos vientos. No hay referencia alguna a UNASUR ni al Consejo de Defensa Suramericano. No existen más para el gobierno.
El desmontaje de los mecanismos de confianza y cooperación en materia de Defensa en Sudamérica, perjudica especialmente a la Argentina, que tiene una porción del territorio enajenada.
La mentada “redefinición” de roles de las Fuerzas Armadas conlleva más bien el signo de una continuidad empírica sobre el impulso continental originado con la caída de los gobiernos populistas.
De concretarse la venta de activos, la instalación de bases de la Cuarta Flota y el traslado de las unidades de la Armada Argentina, se consolidará el “vacío geopolítico” de la Patagonia. Una racionalidad vasallesca conduce esta transformación. Su consecuencia será la integración de ese espacio territorial continental al “sistema” reticular de Gran Bretaña en el Atlántico.
La retracción de las Fuerzas Armadas sobre el plano doméstico tendrá graves consecuencias para el ejercicio del control soberano sobre el territorio.
La devaluación de los instrumentos militares acompaña el proceso de deterioro irreversible de otras capacidades estratégicas que otorgan autonomía a los estados de América del Sur. Esa es la mala noticia.
Sin embargo, la competencia estratégica entre Estados Unidos con China y Rusia, el Brexit y la crisis de refugiados en Europa y la imprevisibilidad electoral en Brasil, abonan el terreno de oportunidades para quien tuviera la voluntad política de aprovecharlas.
* Docente e investigador universitario (UMET – UNSAM), ex asesor del Ministerio de Defensa argentino. Ex director nacional de Cooperación Internacional y Regional de la Seguridad.
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