La verdadera derrota de Colombia – Alberto Salcedo Ramos

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Iba a escribir que, aunque la selección de Colombia esté familiarizada con la derrota, duele mucho perder siempre el partido definitivo, el que no tiene mañana, ese que te manda de vuelta a casa con la moral por el piso.

No hay colombiano que no haya oído, o dicho, esta frase de consuelo ante nuestros reveses recurrentes: “Nos quedó faltando un centavo para el peso”. Tan perdedores hemos sido en el fútbol que, cuando yo era niño, los adultos celebraban un empate como nuestra máxima hazaña. Sucedió en el Mundial de 1962. Íbamos perdiendo por goleada con la antigua Unión Soviética y, al final, empatamos 4-4. Aquel resultado envaneció a nuestros mayores hasta el punto inspirarles una mofa. Como los soviéticos tenían en la camiseta las letras CCCP, se decía que eso significaba “Con Colombia Casi Perdemos”.

En su magnífico libro Cien años de fútbol, el periodista Alberto Galvis Ramírez nos cuenta que, emocionado por el empate, el entonces presidente de Colombia, Guillermo León Valencia, pronunció esta frase tan grandilocuente como cargada de intención política: “Felicitaciones, compatriotas: fue un triunfo de la democracia sobre el totalitarismo”. Cuatro días después Colombia cayó 5-0 ante Yugoslavia. El jefe de deportes de El Espectador, Mike Forero Nougués, comprendió que el revés era propicio para desenfundar su sarcasmo. “Fue un triunfo del totalitarismo sobre la democracia”, tituló a seis columnas.

Iba a escribir sobre una vieja frase que ha sido el leitmotiv de nuestra eterna resignación: “Jugamos como nunca y perdimos como siempre”. Porque sí: esta vez ya hemos entendido que empatar fue perder. El cambio de mentalidad no nos clasifica a la siguiente fase, pero representa una ganancia legítima. Al haber aprendido a discernir evitamos, por lo menos, morir engañados. En la desnudez de esta derrota reconocemos una nueva oportunidad. Confío en que así como yo he sido testigo de ciertos logros futbolísticos que mis abuelos jamás imaginaron, mis hijos puedan vivir momentos mejores con las selecciones del futuro.

Para escribir sobre todo eso iba a acudir a una idea del poeta Gonzalo Arango que suelo citar cuando perdemos: “El tesoro no es el oro, sino el esfuerzo de quien lo busca”. Hoy los jugadores de la selección de Colombia dejaron la piel en la cancha. La poderosa Inglaterra solo pudo encontrar la victoria en la lotería de los penaltis.

Iba a escribir sobre todo eso que he mencionado, digo, pero cambié de planes porque hoy sucedieron en Colombia varios hechos trágicos que me obligan a poner esta derrota deportiva en su justo contexto. Hoy se conoció que en el Cauca, lugar donde nació Yerry Mina, autor del gol colombiano, fueron masacrados siete campesinos. En la región Caribe fue asesinado un dirigente comunal mientras veía el partido. Antes, una profesora había sido amenazada de muerte por un comandante paramilitar. Hace poco, en Medellín, varios asaltantes ingresaron en la vivienda de un periodista y hurtaron sus archivos y equipos de trabajo. En lo que va de 2018 han sido asesinados 98 líderes sociales.

No pertenezco a la legión de quienes creen que amar goles y gambetas nos convierte en seres insensibles, pero es evidente que en Colombia el fútbol se ha usado, históricamente, para tender una cortina de humo sobre la impunidad de los verdugos. El 4 de febrero de 1929, por ejemplo, los militares que, dos meses atrás, habían perpetrado una masacre de trabajadores rebeldes en la United Fruit Company, lo utilizaron para congraciarse con el pueblo. Ese día recibieron a la selección magdalenense que venía de coronarse campeona en los Juegos Nacionales y, por petición de los jugadores, liberaron a varios huelguistas que permanecían confinados en mazmorras.

Otro ejemplo: el gobierno nacional era reacio a apoyar un campeonato de fútbol profesional, pero en 1949, meses después del asesinato del candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán, cuando el país seguía envuelto en llamas, por fin se inauguró el torneo.

Ahora, cuando Colombia está volviendo a su guerra reciclada de siempre, sería frívolo lamentar una eliminación deportiva que viene a ser una minucia en comparación con el fracaso histórico del país. Propongo que, al menos por esta vez, nos ahorremos las lágrimas del fútbol. Necesitamos mantener los ojos despejados para interpretar mejor los nubarrones que se ciernen sobre nosotros.

New York Times

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