¿Conciliación de AMLO con los magnates mexicanos? – Por Carlos Fazio

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

El impúdico y meloso vals entre la mafia del poder y el mesías tropical – Por Carlos Fazio*

Hacia las 23 horas del domingo primero de julio, después de que el presidente del Instituto Nacional Electoral y el jefe del Ejecutivo Federal, Lorenzo Córdova y Enrique Peña Nieto, respectivamente, habían declarado a Andrés Manuel López Obrador virtual triunfador de los comicios, el magnate Claudio X. González Laporte −fundador, ideólogo y ex presidente del Consejo Mexicano de Hombres de Negocios, hoy Consejo Mexicano de Negocios (CMN) y presidente honorario de la transnacional Kimberly Clark México−, tras sostener una reunión privada con integrantes del Consejo Coordinador Empresarial (CCE) en el Club de Industriales, declaró a los medios que el líder del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) tenía el “mandato para serenar al país”. La “conciliación”, dijo, será el “reto” para el nuevo gobierno federal que asumirá el próximo primero de diciembre.

Tras la arrasadora victoria popular en las urnas −pese al despliegue e implementación de una colosal ofensiva de estrategias sucias de espectro completo a escala nacional−; erosionados el consenso ideológico y la hegemonía política del bloque en el poder sobre la mayoría de la población, y como parte de una Blitzkrieg (guerra relámpago) para control de daños, González Laporte se ponía a la cabeza del contraataque plutocrático para intentar modificar la nueva correlación de fuerzas emergente, concentrada, en el lado opuesto de la cadena explotadores/explotados, en un solo hombre: Andrés Manuel López Obrador, como aglutinador del tan temido populacho, de las masas históricamente despreciadas y ninguneadas por las élites y oligarquías racistas.

Como diría Chomsky, de lo que se trata es de mantener a la chusma a raya. Por eso, bajo la bandera de la “conciliación” de clases y el mandamiento de “serenar al país” (ergo a los nacos, los prole, los chairos) para que los mercados financieros y las inversiones de la clase capitalista transnacional “reaccionen bien”, el esfuerzo de los poderes fácticos por arrastrar a AMLO hacia la derecha del espectro político y forzar un cambio de agenda, de ruta y de mandato se reanudaría tres días después en un hotel de Polanco, en el marco de una reunión a puerta cerrada del virtual presidente electo con el Consejo Coordinador Empresarial.

Al término del evento, y tras recorrer el salón y saludar de mano a un centenar de grandes capitalistas −la mayoría de los cuales lo habían combatido, denostado y estigmatizado en los primeros tres lustros del Siglo XXI−, el abrazo del oso de Claudio X. González a un tieso López Obrador tuvo como objetivo fabricar una nueva imagen del poder; manufacturar un nuevo consenso por la vía de fijar en el imaginario colectivo (a través de los medios y la web como nuevos campos de batalla, con el favor de la opinocracia) la “confianza” (re)nacida en las alturas; una (re)conciliación prodigiosa con su tufo a la Rerum novarum y la Quadragesimo anno como nuevo signo de los tiempos.

La confección de una nueva narrativa y nomenclatura de conceptos orwellianos funcionales a los intereses de la plutocracia, tendente a ocultar y/o maquillar las contradicciones, la conflictividad social y la lucha de clases de los de arriba contra los de abajo, y cuyo objetivo en la etapa es impedir la promesa de campaña de AMLO de separar el poder económico de los megacapitales privados del poder político.

Aunque también subyacen los intentos por reciclar o renovar el “capitalismo de cuates”, limar las aristas más redistributivas del programa de López Obrador y desactivar los anhelos de cambio pacífico profundo que despertó en la masa de excluidos del sistema, que conforman el grueso de la población.

El futuro jefe de la oficina presidencial, Alfonso Romo, el converso ex comparsa del capo de la “mafia del poder” (Carlos Salinas de Gortari), quien a finales del siglo XX integraba la lista de megamillonarios de la revista Forbes; cercano al Opus Dei y los Legionarios de Cristo, y casado con Maca Garza Lagüera, nieta de Eugenio Garza Sada, fundador del poderoso Grupo Monterrey, una de las principales fracciones del gran capital; ex socio de Carlos Slim y de Pedro Aspe Armella, con quien fundó el Grupo Financiero Vector, de su propiedad, y también cabeza del Grupo Plenus (biotecnología y servicios financieros), reforzó la idea sobre una “luna de miel” entre López Obrador y los amos de México.

Así, como por arte de magia, cuatro días después de los comicios, los melosos vínculos entre los “traficantes de influencia” y “beneficiarios” de la corrupción que no quieren perder “el privilegio de mandar” (AMLO dixit), con el “populista” que encarnaba un “peligro para México”, una dictadura “castro-chavista” a la mexicana y la restauración de un “presidencialismo autoritario”, “hegemónico”, de nuevo tipo, se había trasmutado en “respeto”, “optimismo”, “certidumbre”, “confianza mutua”, “colaboración”, “unidad patriótica”.

La fantasía distópica de George Orwell hecha realidad en el México de 2018; la emergencia de una neolengua manipuladora (Guerra es Paz, Libertad es Esclavitud) que convierte al enemigo de ayer en el aliado de hoy.

Un día después irrumpiría la puesta en escena del video-mensaje “Yo creo en México” (a la vieja usanza del “Yo creo en dios” de los plutócratas nativos), estelarizado por un grupo de 10 magnates con negocios cuyas ventas son equivalentes al 4.4% del Producto Bruto Interno (PIB), que desde el Ministerio de la Verdad conformado por la televisión y las redes de Internet, emulando al personaje Winston Smith de la novela 1984, felicitaron a AMLO y ofrecieron su “respaldo” y “compromiso empresarial” para un “trabajo conjunto” con el futuro mandatario.

En el inédito abanico de imágenes aparecerían Blanca Treviño, presidenta y directora ejecutiva de la transnacional mexicana Softtek (líder como proveedora en tecnología de la información en Latinoamérica), y miembro de los consejos directivos de Wal-Mart México y de la minera canadiense Goldcorp; Mariasun Aramburuzavala, la megamillonaria marca Forbes presidenta de Tresalia Capital (Fondos de Capital Privado y Venture Capital), vicepresidenta de la compañía cervecera belga-brasileña AB InBev, compradora del Grupo Modelo (Corona Extra, Negra Modelo, Victoria y Pacífico) e integrante de los consejos directivos de Televisa, América Móvil, ICA, Banamex-Cirigroup, Aeroméxico, KIO Networks, et. al..

También Daniel Servitje, presidente de la transnacional panificadora Bimbo; el banquero Antonio del Valle, presidente vitalicio del Grupo Empresarial Kaluz, dueño del conglomerado químico Mexichem y del Grupo Financiero BX+ (Banco Ve Por Más), y socio de Carlos Slim en la constructora Elementia; Carlos Danel, cofundador de Compartamos Banco (microfinanzas), hoy Gentera; José Antonio El Diablo Fernández, de Fomento Económico Mexicano (FEMSA), la multinacional de la industria restaurantera y de la bebida , embotelladora de Coca-Cola , férreo crítico de Romo y quien en las pasadas elecciones recomendó “votar con el cerebro, no con el hígado”; el propio Claudio X. González y su hijo homónimo, de Mexicanos Primero y Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad ( sic ), quien llevó la batuta en la orquestación de la campaña negra contra el aspirante de Morena, y dos integrantes de la “minoría rapaz” (como llamó AMLO a cinco miembros del CMN), Eduardo Tricio, presidente del Grupo Industrial Lala (lácteos) y accionista de Aeroméxico y Citibanamex, y Alejandro Ramírez, dueño de la cadena Cinépolis y actual presidente del Consejo Mexicano de Negocios.

Sin que se conozcan los términos del armisticio o de una rendición, si los hubo, la cargada[1] de los robber barons (capitalistas ladrones y sin escrúpulos) seguiría los días siguientes con sendos mensajes de felicitación y apoyo a AMLO del impune ecocida Germán Larrea[2], el segundo megamillonario del país (detrás de Slim), dueño del Grupo México (minería, energía, ferrocarriles), quien ha vivido de concesiones del Estado; Alberto Bailleres, tercer hombre más rico de México, cabeza del Grupo Bal (minería, metalurgia, sector financiero y de seguros, administración de pensiones, agroindustria, comercio), y el magnate Ricardo Salinas Pliego, de Grupo Salinas (TV Azteca y ADN40, Banco Azteca, Electra y dueño de los equipos de futbol Atlas de Guadalajara y Monarcas de Morelia), entre otros.

Fueron también muy significativas las felicitaciones de tres conspicuos jefes políticos de la “mafia del poder”, los ex presidentes de México Carlos Salinas de Gortari, Vicente Fox y Felipe Calderón, cuya millonarias pensiones López Obrador prometió suprimir. Y otro que sin rubor se anotó en las reverencias y aclamaciones públicas al futuro mandatario (en una especie de remake del antiguo régimen presidencialista y del partido de Estado casi único, el Revolucionario Institucional), fue el líder del sindicato petrolero Carlos Romero Deschamps, actual senador del PRI y símbolo de la corrupción y el saqueo a Pemex (Petróleos Mexicanos), cuyo cacicazgo AMLO prometió acabar cuando llegue al gobierno.

El impúdico travestismo de los grupos de presión económicos-financieros-corporativos guarda relación, pues, con la inestabilidad hegemónica en el seno del bloque en el poder y la erosión del consentimiento de unas masas hastiadas, desesperadas y enojadas. Tras el voto de castigo popular a las políticas neoliberales de los últimos 30 años, existe un desajuste de la hegemonía política sobre las mayorías pauperizadas, fenómeno reflejado, también, en la crisis de representación de la partidocracia que suscribió el Pacto por México en 2012 (PRI, PAN, PRD, Partido Verde), producto de la separación de la burocracia dirigente y sus intelectuales orgánicos (como reproductores de la ideología dominante) con buena parte de esos 30 millones de ciudadanos que votaron por López Obrador, muchos de los cuales tal vez no conozcan ni compartan el proyecto de nación del presidente electo.

Pese a todo, no existen datos que apunten hacia una crisis orgánica del sistema. La crisis, diría Gramsci, consiste precisamente “en que muere lo viejo sin que pueda nacer lo nuevo”. Los cinco largos meses de la transición hasta la toma de mando de López Obrador, exhibirán si se agudizan o no las contradicciones de clase. Si sobrevendrá un “respiro” al embate neoliberal o se abre la perspectiva de un cambio social más profundo, o si se refuncionaliza el sistema de dominación, dada la experiencia acumulada por la plutocracia en la manipulación, el control y la represión inmisericorde de las masas.


Notas:[1]

Junto con el “dedazo” y el “destape”, la “cargada” se incorporó al diccionario político del viejo priismo y se define como la adhesión en masa al candidato elegido desde lo más alto del poder, con la obligación de observar disciplina partidaria y un apoyo incondicional que en ocasiones llega al extremo de la ignominia. Ver Jorge Torres Castillo, “La cargada en la política”, Milenio, 28 de marzo de 2017.

[2] Responsable de la contaminación del Río Sonora en 2014 y de la tragedia en la mina de Pasta de Conchos, donde quedaron 63 cuerpos atrapados en 2006, sin que hiciera nada por rescatarlos.

(*) Periodista, docente y analista uruguayo radicado en México.

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