¿En qué consistió la Reforma Universitaria de 1918?
Romper la última cadena
La Reforma
El 15 de junio de 1918 en la Universidad de Córdoba comenzaba lo que la historia registró como «la Reforma Universitaria de 1918». Dicho movimiento reflejó una de las páginas más simbólicas y representativas de nuestra historia nacional contemporánea. Indudablemente forma parte de las notas distintivas que mayor prestigio nos deparara como país en el contexto de las naciones desde ese momento hasta nuestros días.La Reforma Universitaria dio origen a una amplia tendencia del activismo estudiantil. Los integrantes que movilizaron los sucesos de 1918 formaban parte de distintas agrupaciones estudiantiles. Provenían de diversas vertientes ideológicas y se definieron como «reformistas». Entre sus postulados se encontraban, y aún vigentes, la autonomía universitaria, el cogobierno, la extensión universitaria, la periodicidad de las cátedras y los concursos de oposición.
«Acabamos de romper la última cadena»
Aquel Manifiesto Liminar de 1918, publicado el 21 de junio en «La Gaceta Universitaria», días después del histórico suceso y redactado por Deodoro Roca, proclamaba en su primer párrafo: «A los hombres libres de Sud América: acabamos de romper la última cadena». Cadena en la cual no podrán pasar inadvertidos eslabones históricos que marcaron la directa vinculación entre educación y las ideas reformistas en pos de una sociedad más equitativa y mejor preparada para tomar decisiones por su cuenta.
Antecedentes reformistas
En el curso de esa histórica cadena nadie podrá negar la incidencia reformista de Manuel Belgrano. Quien antes de ser vocal de la Primera Junta de mayo de 1810, ya sostenía que para lograr el bienestar, «no solo material sino también humano», era necesario fomentar la educación en todos sus niveles educativos y en todos sus géneros. A lo cual agregaba: «tanto en la ciudad como en la campaña». Pero además podríamos sostener, que así como Sarmiento representó el estadista que impulsó el laicismo y la obligatoriedad en la educación argentina, debemos a Belgrano el aporte de estimular la gratuidad y la incorporación de la mujer al sistema educativo.
Quién podrá negar como otro eslabón insoslayable de esa cadena, los aporte de aquella generación de fines de siglo XIX, que estableció una nueva «misión» para la escuela, salvando al país del analfabetismo crónico y quitándole a los sectores acomodados el monopolio del abecedario. Imposible despegar de todo esto a la prédica y los inteligentes postulados de Sarmiento, como así también a la progresista Ley de Educación Común N° 1420 de 1884.
Pero tampoco, nadie podrá negar el enorme valor reformista, en esta sucesión de hitos progresistas, de la Ley Sáenz Peña o Ley 8871. Ley sancionada por el Congreso de la Nación Argentina en febrero de 1912, que estableció el voto secreto y obligatorio por medio de la confección de un padrón electoral. La ley sancionada permitió, algunos años después, el triunfo de un partido popular y consagrar al radical Hipólito Yrigoyen como presidente del país, y sin cuya voluntad política nada de lo conseguido hubiera sido posible.
M’hijo el dotor
En 1918 había tres universidades nacionales: la de Buenos Aires fundada en 1821, la de La Plata nacionalizada en 1905 por el doctor Joaquín Víctor González surgida a partir de la Universidad Provincial de La Plata de 1897 y la Universidad de Córdoba fundada en 1613 por los jesuitas, conservando aún en 1918 muchas de las características elitistas y clericales de sus comienzos cuando los profesores llegaban a las cátedras a través de designaciones arbitrarias o directamente heredando los cargos [1].
Además de las tres universidades nacionales citadas (Buenos Aires – La Plata – Córdoba), existían dos universidades provinciales, que entre 1920 y 1922 pasarían a ser nacionales: la de Tucumán y la del Litoral. Mientras que es importante resaltar que a principios de siglo XX se habían fundado los primeros centros de estudiantes en la Universidad de Buenos Aires: en Medicina (1900), en Ingeniería (1903) y en Derecho (1905). La FUA (Federación Universitaria Argentina) había nacido en abril de 1918, nucleando a las distintas federaciones y organizaciones estudiantiles de las diferentes universidades, hecho pionero que dio sustento al inmediato movimiento reformista de Córdoba.
Esos estudiantes universitarios de Buenos Aires, La Plata y Córdoba, pertenecían en su gran mayoría a familias de una reciente clase media formada a partir de la gran ola de inmigrantes europeos y de sus descendientes. El número de estudiantes en estas universidades había aumentado de 3.000 a 14 entre 1900 y 1918. Fueron ellos quienes comenzaron a exigir reformas que modernizaran y democratizaran la universidad.
El acceso a las universidades públicas generó fuertes enfrentamientos entre las clases medias y los miembros de la elite. La obtención de un título universitario significaba, para los sectores medios, la posibilidad de ascenso social, ya que era el requisito necesario para ejercer las profesiones liberales.
Mientras tanto, el gobierno radical de Yrigoyen apoyó a los estudiantes en la puja por implementación de las reformas y extendió las conquistas a las otras universidades nacionales. Su expansión se verá además cuando en 1921 se realice en México, el Primer Congreso Internacional de Estudiantes que creará la Organización Internacional de Estudiantes.«Una vergüenza menos y una libertad más». En contexto
La Reforma universitaria no se redujo exclusivamente a ese año (1918), ni a la Universidad de Córdoba. Fue un episodio que puso en descubierto un espíritu de reformismo generalizado, teniendo un impacto político inmediato muy fuerte en todo país.En correlación con los sucesos que vivía Argentina y el mundo, en junio de 1918 la juventud universitaria de Córdoba inició un movimiento por la genuina democratización de la enseñanza, cosechando rápidamente la adhesión de todo el continente.«Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana»; continuaba el Manifiesto Liminar.
Contextualizando, agregamos que la reforma universitaria se desarrolló en los virulentos tiempos de la primera guerra mundial. A un año que los norteamericanos se incorporan a la guerra. A ocho meses de la revolución rusa. Pero también en tiempos en que Albert Einstein propuso su revolucionaria teoría: Teoría de la Relatividad General (1916).
A ocho años del comienzo de la revolución mexicana con un fuerte protagonismo de los sectores campesinos. A casi dos años de la llegada del radicalismo al poder nacional. Mientras que en Mendoza, en 1918 era electo gobernador el sancarlino José Néstor «el gaucho» Lencinas, cuya gestión se caracterizó por un fuerte sesgo reformista en el campo social [2].
Por ende, la Reforma Universitaria de 1918 no solo dio inicio a un cambio radical de la educación superior del país, fue animador protagónico de un momento histórico mundial, estableciendo un punto de partida en la naciente modernidad, anticipándose medio siglo al «Mayo Francés» y a las revueltas estudiantiles en Estados Unidos durante los ‘60 y ’70, extendiendo su influencia a todas las universidades del mundo. Más aún, habían pasado más de setenta años cuando, ante las protestas lideradas por estudiantes en la República Popular China, los postulados reformistas de Córdoba volvieron a cobrar vida en la Plaza de Tiananmén (1989) ante la masacre y la persecución.
La lucha continúa
Luego de meses de luchas y tras el estallido de junio del ‘18, intervenciones de por medio y tomas universitarias, el 12 de octubre de 1918, se suscribió un decreto por parte de Yrigoyen, apoyando las reformas que contempló ampliamente los reclamos estudiantiles. Esa rebelión reformista marcó una ruptura con el elitismo dominante de la época y el nacimiento de la universidad autónoma y democrática.
La universidad pública, plural, gratuita y cogobernada es la característica de la educación argentina. Permitió pensar en un país con mejores oportunidades de desarrollo para todos, contando en su origen épico con el empuje de un grupo de estudiantes que tras una larga lucha tomó la Universidad de Córdoba, revirtiendo con su protesta una votación que había sido claramente manipulada por sectores conservadores del poder clerical.
Aquel reclamo persiguió el objetivo de abrir la enseñanza a las distintas tendencias, aceptando a todos los pensadores que tuvieran autoridad moral o intelectual para enseñar en las aulas.
Se propugnaba, por consiguiente, en las medidas reformistas: la libertad de cátedra, la asistencia libre, la periodicidad de la cátedra, el libre ejercicio de la docencia, los concursos para la distribución de cargos, la publicidad de los actos universitarios, la gratuidad de la enseñanza, los seminarios y formas de enseñanza donde el estudiante tuviera posibilidad de intervenir propositivamente y la extensión cultural por fuera de la estructura universitaria. En suma, la democratización de la enseñanza universitaria.
Las reivindicaciones reformistas bregaban además por la renovación de las anquilosadas estructuras universitarias, la implementación de nuevas metodologías de estudio y enseñanza, el razonamiento científico frente al dogmatismo, la libre expresión del pensamiento, el compromiso con la realidad social y la participación del claustro estudiantil en el gobierno universitario.
Concluyendo
El reformismo no debe reducirse a un glorioso momento histórico. Debe pensarse como el mejor legado para redefinir continuamente los postulados de la latente democracia y de todos los derechos humanos.
[1] Recordemos, digresión mediante, que en aquellas épocas virreinales la oferta universitaria en América era escasa. Además de la mencionada universidad cordobesa funcionaban por esos tiempos coloniales del virreinato del Rio de la Plata: la Universidad de Chuquisaca y, en la Capitanía General de Chile, la Universidad de San Felipe (hoy Universidad de Chile), donde estudiaron la mayoría de ilustrados cuyanos de los siglo XVIII y XIX.
[2] Un año antes a la reforma cordobesa, en Mendoza abrían las puertas a la formación técnica la actual escuela Ingeniero Pablo Nogués y a la formación docente la vigente Escuela Normal de Rivadavia, sumándose a las escuelas normales de Mendoza (I.E.S. «Tomás Godoy Cruz» de 1878) y la de San Rafael (I.E.S «Mercedes Tomasa San Martín de Balcarce» de 1915). Mientras la Universidad Nacional de Cuyo llegará a Mendoza recién en 1939.
Dirección General de Escuelas Mendoza
Principios reformistas
COGOBIERNO
Este principio sintetiza el gobierno de la universidad compartido por los diferentes sectores de la comunidad universitaria: docentes, graduados y estudiantes.
ASISTENCIA LIBRE – DOCENCIA LIBRE
La Reforma Universitaria sostiene que es fundamental respetar todas las corrientes del pensamiento y las tendencias de carácter científico y social, sin censuras ni prejuicios de ningún tipo. El principio de libertad de cátedra sostiene que cada cátedra tiene completa libertad para investigar y enseñar, y no puede ser supervisada académicamente. A su vez, la cátedra paralela sostiene la necesidad de que existan múltiples opciones para los estudiantes, quienes a su vez deben poder elegir entre ellas libremente, y la cátedra libre es el derecho de todo intelectual, científico, o artista, con idoneidad suficiente, a tener una cátedra para difundir su conocimiento.
PUBLICIDAD DE ACTOS UNIVERSITARIOS
Para los reformistas de 1918 es fundamental que la Universidad respete el carácter público de la información, que se difundan todas y cada una de sus medidas de gobierno para que todos los integrantes de la comunidad universitaria puedan ser participar democráticamente.
AUTONOMÍA UNIVERSITARIA
La concepción reformista considera que la universidad debe ser autónoma y auto-gobernada, la comunidad universitaria debe elegir sus propias autoridades sin injerencia del poder político, y darse sus propios estatutos y programas de estudio. La Universidad necesita libertad para que la investigación, docencia y extensión se concreten con excelencia
EXTENSIÓN UNIVERSITARIA
La Reforma Universitaria supone el despliegue de la función de extensión que permite recrear la misión social de la Universidad a partir de asumir al conocimiento como un construcción social en donde la sociedad se beneficia con sus aportes y la Universidad se enriquece con otros saberes. La consolidación de espacios de diálogo con actores sociales, productivos, culturales y gubernamentales permite la construcción de agendas de trabajo colectivas y el fortalecimiento de las políticas públicas, especialmente para beneficiar a los sectores más vulnerables.
EDUCACIÓN LAICA Y ACCESO PARA TODOS
Según los ideales reformistas, la Universidad debe ser laica, es decir desvinculada de cualquier credo religioso, para que pueda cumplir con sus funciones en un campo de amplia libertad espiritual, diversidad de opiniones y saberes. A su vez, debe favorecer el acceso de todos a la Educación Superior, pues la enseñanza no puede quedar restringida a determinados grupos. Los estudiantes reformistas sembraron la semilla de la lucha y defensa por la educación gratuita y el ingreso irrestricto que daría frutos dos décadas después.
UNIVERSIDAD Y CIENCIA
La Reforma Universitaria promueve que la investigación científica sea realizada dentro de las universidades, para consolidar un sistema científico de excelencia, y con especial atención a los problemas y demandas de la región, y que los investigadores transmitan sus conocimientos al resto de la comunidad universitaria y a la sociedad, por medio de la enseñanza.
AYUDA SOCIAL AL ESTUDIANTE
El movimiento reformista, desde sus orígenes, fue un proceso democratizador, impulsor del libre pensamiento, modernizador. Por lo tanto, plantea que el conocimiento de alta calidad es un derecho de todos y cada uno de los ciudadanos/as, y no solamente reservado para una élite, como sucedía a principios del Siglo XX en nuestro país y el mundo. Así, la Universidad reformista ha desarrollado políticas activas que promueven el acceso a la educación superior y a lograr la permanencia de los estudiantes en la Universidad. Surgieron de este modo los sistemas de becas y ayuda al estudiante, y se ha desarrollado el área de Bienestar Estudiantil, al calor de los principios reformistas.
RELACIÓN OBRERO – ESTUDIANTIL
Los protagonistas del movimiento reformista plantearon lazos de solidaridad con el movimiento obrero, compartían sus preocupaciones y su visión se basaba en la idea de una universidad de puertas abiertas a la sociedad, y a todos los ciudadanos.
Universidad Nacional del Litoral
Cronología de la gesta estudiantil realizada por la Universidad de Córdoba
Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria
“La juventud argentina de Córdoba a los hombres libres de Sud América
Manifiesto de la Federación Universitaria de Córdoba –1918–.
Hombres de una república libre, acabamos de romper la última cadena que en pleno siglo XX nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana.
La rebeldía estalla ahora en Córdoba y es violenta, porque aquí los tiranos se habían ensoberbecido y porque era necesario borrar para siempre el recuerdo de los contra-revolucionarios de Mayo. Las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y -lo que es peor aún- el lugar en donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara. Las universidades han llegado a ser así el fiel reflejo de estas sociedades decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil. Por eso es que la Ciencia, frente a estas casas mudas y cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al servicio burocrático. […]
Nuestro régimen universitario -aún el más reciente- es anacrónico. Está fundado sobre una especie del derecho divino: el derecho divino del profesorado universitario. Se crea a sí mismo. En él nace y en él muere. Mantiene un alejamiento olímpico. La Federación Universitaria de Córdoba se alza para luchar contra este régimen y entiende que en ello le va la vida. Reclama un gobierno estrictamente democrático y sostiene que el demos universitario, la soberanía, el derecho a darse el gobierno propio radica principalmente en los estudiantes. El concepto de Autoridad que corresponde y acompaña a un director o a un maestro en un hogar de estudiantes universitarios, no solo puede apoyarse en la fuerza de disciplinas extrañas a la substancia misma de los estudios. La autoridad en un hogar de estudiantes, no se ejercita mandando, sino sugiriendo y amando: Enseñando. Si no existe una vinculación espiritual entre el que enseña y el que aprende, toda enseñanza es hostil y de consiguiente infecunda. Toda la educación es una larga obra de amor a los que aprenden. Fundar la garantía de una paz fecunda en el artículo conminatorio de un reglamento o de un estatuto es, en todo caso, amparar un régimen cuartelario, pero no a una labor de Ciencia. Mantener la actual relación de gobernantes a gobernados es agitar el fermento de futuros trastornos. Las almas de los jóvenes deben ser movidas por fuerzas espirituales. Los gastados resortes de la autoridad que emana de la fuerza no se avienen con lo que reclama el sentimiento y el concepto moderno de las universidades. El chasquido del látigo sólo puede rubricar el silencio de los inconscientes o de los cobardes. La única actitud silenciosa, que cabe en un instituto de Ciencia es la del que escucha una verdad o la del que experimenta para crearla o comprobarla. Por eso queremos arrancar de raíz en el organismo universitario el arcaico y bárbaro concepto de Autoridad que en estas Casas es un baluarte de absurda tiranía y sólo sirve para proteger criminalmente la falsa-dignidad y la falsa-competencia. […]
Se nos acusa ahora de insurrectos en nombre de una orden que no discutimos, pero que nada tiene que hacer con nosotros. Si ello es así, si en nombre del orden se nos quiere seguir burlando y embruteciendo, proclamamos bien alto el derecho sagrado a la insurrección. Entonces la única puerta que nos queda abierta a la esperanza es el destino heroico de la juventud. El sacrificio es nuestro mejor estímulo; la redención espiritual de las juventudes americanas nuestra única recompensa, pues sabemos que nuestras verdades lo son -y dolorosas- de todo el continente. Que en nuestro país una ley -se dice- la de Avellaneda, se opone a nuestros anhelos. Pues a reformar la ley, que nuestra salud moral los está exigiendo.
La juventud vive siempre en trance de heroísmo. Es desinteresada, es pura. No ha tenido tiempo aún de contaminarse. No se equivoca nunca en la elección de sus propios maestros. Ante los jóvenes no se hace mérito adulando o comprando. Hay que dejar que ellos mismos elijan sus maestros y directores, seguros de que el acierto ha de coronar sus determinaciones. En adelante solo podrán ser maestros en la futura república universitaria los verdaderos constructores de alma, los creadores de verdad, de belleza y de bien. […]
La juventud Universitaria de Córdoba afirma que jamás hizo cuestión de nombres ni de empleos. Se levantó contra un régimen administrativo, contra un método docente, contra un concepto de autoridad. Las funciones públicas se ejercitaban en beneficio de determinadas camarillas. No se reformaban ni planes ni reglamentos por temor de que alguien en los cambios pudiera perder su empleo. La consigna de ‘hoy para ti, mañana para mí’, corría de boca en boca y asumía la preeminencia de estatuto universitario. Los métodos docentes estaban viciados de un estrecho dogmatismo, contribuyendo a mantener a la Universidad apartada de la Ciencia y de las disciplinas modernas. Las lecciones, encerradas en la repetición interminable de viejos textos, amparaban el espíritu de rutina y de sumisión. Los cuerpos universitarios, celosos guardianes de los dogmas, trataban de mantener en clausura a la juventud, creyendo que la conspiración del silencio puede ser ejercitada en contra de la Ciencia. […]
No podemos dejar librada nuestra suerte a la tiranía de una secta religiosa, ni al juego de intereses egoístas. A ellos se nos quiere sacrificar. El que se titula rector de la Universidad de San Carlos ha dicho su primera palabra: «prefiero antes de renunciar que quede el tendal de cadáveres de los estudiantes». Palabras llenas de piedad y amor, de respeto reverencioso a la disciplina; palabras dignas del jefe de una casa de altos estudios. No invoca ideales ni propósitos de acción cultural. Se siente custodiado por la fuerza y se alza soberbio y amenazador. ¡Armoniosa lección que acaba de dar a la juventud el primer ciudadano de una democracia Universitaria!. Recojamos la lección, compañeros de toda América; acaso tenga el sentido de un presagio glorioso, la virtud de un llamamiento a la lucha suprema por la libertad; ella nos muestra el verdadero carácter de la autoridad universitaria, tiránica y obcecada, que ve en cada petición un agravio y en cada pensamiento una semilla de rebelión.
La juventud ya no pide. Exige que se le reconozca el derecho a exteriorizar ese pensamiento propio de los cuerpos universitarios por medio de sus representantes. Está cansada de soportar a los tiranos. Si ha sido capaz de realizar una revolución en las conciencias, no puede desconocérsele la capacidad de intervenir en el gobierno de su propia casa.
La juventud universitaria de Córdoba, por intermedio de su Federación, saluda a los compañeros de la América toda y les incita a colaborar en la obra de libertad que inicia.”
Enrique F. Barros, Horacio Valdés, Ismael C. Bordabehere, presidente. Gurmensindo Sayago, Alfredo Castellanos, Luis M. Méndez, Jorge L. Bazante, Ceferino Garzón Maceda, Julio Molina, Carlos Suárez Pinto, Emilio R. Biagosch, Angel J. Nigro, Natalio J. Saibene, Antonio Medina Allende, Ernesto Garzón.
21 de junio de 1918.
Manifiesto Liminar original publicado en La Gaceta Universitaria
Universidad Nacional de Córdoba