Centroamérica: tan lejos de dios… – Por Rafael Cuevas Molina

IOM nurses providing medical care in Pilar in Capiz province. © IOM/Alan Motus 2013
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Por Rafael Cuevas Molina

El mundo de los desarrapados desborda las fronteras y se rebalsa sobre los centros en donde los supermilllonarios siguen acumulando el dinero que no sabrán nunca cómo gastar…

De una Centroamérica atrapada entre la pobreza extrema, los desastres naturales, la violencia y los enfrentamientos fratricidas, parten en oleadas hacia el norte los más pobres. Su sueño americano no es más que encontrar un lugar en el que puedan hacer las cosas básicas de la vida contemporánea: tener un trabajo, una familia, educar a los hijos, tal vez salir de paseo el domingo.

Recurrentemente, esas olas que baten la frontera sur de los Estados Unidos provocan crisis que acaparan la atención. Hace tres años fueron las decenas de miles de niños y niñas que llegaron solos en busca de sus padres y madres que ya se encontraban en los Estados Unidos, que no soportaban el asedio de las pandillas que los obligaban a unirse a ellas, o que simplemente no tenían ningún horizonte en las barriadas paupérrimas en las que vivían. En Centroamérica, un 49% de los jóvenes quieren irse.

En esta semana que termina han sido nuevamente noticia. La administración de Donald Trump decidió separar a las familias que logra interceptar. Los niños y las niñas, algunos muy pequeños, incluso de brazos, no solo han pasado por el trauma de verse separados de sus progenitores, sino que además sufren tratos vejatorios. Son considerados personas de segunda categoría y como tal son tratados. Ya el presidente Trump se ha expresado sobre ellos de la manera más denigrante en varias ocasiones.

Los menores no solo han recibido maltrato físico al ser desnudados y recluidos en celdas frías o jaulas que parecen gallineros, sino que cunden las denuncias que se les droga para calmarlos, mantenerlos quietos, hacerlos dormir para que no molesten. Los padres y las madres no saben en dónde están mientras son sometidos a juicios para su deportación en los que tienen exactamente un minuto para sus alegatos.

Se trata de gente totalmente desamparada, dejada de la mano de Dios. Así como el gobierno norteamericano los desprecia y atropella, los gobiernos de sus países ven casi impávidamente la situación, y muchos de sus compatriotas los consideran parias de los que hay que deshacerse, y no ahorran argumentos que justifican el maltrato: padres irresponsable que involucran a sus hijos en aventuras peligrosas; delincuentes que atentan contra las leyes migratorias; gente que se va porque quiere, nadie los obliga. En última instancia, se trata de “los nadie”, de los descartables, los que solo tienen como futuro rebuscar materiales reciclables en los inmensos basurales; vender baratijas en los cruces de avenidas; el sicariato; la venta de drogas en las esquinas del barrio que los vio crecer.

Las imágenes que mostraban el dolor de las separaciones familiares levantó un clamor que hizo retroceder a la administración Trump. La misma Melania, esposa del presidente, visitó uno de los albergues en donde se amontonan los niños. Sin embargo, la chaqueta que portaba ostentaba una leyenda que traiciona su fuero interno: “La verdad es que no me importa, ¿a ti?”.

No le importa a Melania que viene de Eslovenia, una de las esquinas de Europa que también expulsa gente hacia occidente. No le importa al gobierno italiano, que deja a los migrantes a la deriva en el mar Mediterráneo, y no le importa tampoco a los húngaros, a los austriacos, o a los griegos que electrifican sus fronteras y cierran sus puertos.

El mundo de los desarrapados desborda las fronteras y se rebalsa sobre los centros en donde los supermilllonarios siguen acumulando el dinero que no sabrán nunca cómo gastar. Son los que mueven el mundo, los que lo manipulan, los que no paran mientes para defender sus intereses. Ellos tienen la visión global, manejan los hilos de las marionetas, ponen y quitan a quien les favorezca o les estorbe.

Nuestros gobiernos, mientras tanto, apuestan a “la sensatez”, y se pliegan como perritos falderos a las enaguas del “norte brutal que nos desprecia” a todos, no solo a los migrantes.

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