Perú | Alerta en la comunidad awajún por el alto índice de suicidio de mujeres jóvenes

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Las vidas awajún que desaparecen

Antes de que el Apu de Huampami, en la provincia de Condorcanqui (Amazonas), concluya con su relato, él habrá recordado a tientas que una mujer de aquella comunidad awajún se quitó la vida porque su esposo la descubrió con otro hombre y que una jovencita también lo hizo porque su padre la maltrataba. De pronto, luego de minutos de silencio, irrumpirá y dirá lo siguiente:

-Mi hija también se suicidó. Lo hizo el 26 de julio del 2014.

La hija de Ernesto Ankuash, de 38 años, acabó con su vida a los 14. Su padre dice que ella estaba enamorada de un joven con quien había decidido convivir en otra zona. Pero su madre no estaba de acuerdo con esa relación, y la llevó desde Huampami hasta la comunidad de Pagata. Hubo forcejeos, prohibiciones y reclamos. “Entonces, de cólera, ella agarró un líquido, lo tomó y murió”, cuenta el Apu que perdió a su hija mayor al amanecer.

El Apu lo llama “plaga”, una plaga de suicidos que ha arrasado con la vida de mujeres awajún, incluida su hija. “Hace diez años, varias jóvenes se mataban en una semana o un mes”. El líder nativo hace un balance sobre un problema de salud mental que supera las culturas y clases sociales, pero que dentro de su población –indígena, invisible y lejana– se ha convertido en un fenómeno que aumenta con los años.

En América Latina, el alto número de suicidios en la población indígena llegó a activar las alarmas de las Naciones Unidas. Y es que pese a que esta región registra uno de los índices más bajos de suicidios a nivel global, la decisión de los jóvenes y las mujeres indígenas de quitarse la vida lidera las tasas entre los diferentes grupos y poblaciones.

Solo el último año, en Condorcanqui, la provincia con mayor población indígena de Amazonas, se han atendido 17 casos de intento de suicidio, de los cuales 16 eran mujeres.

La estadística de Condorcanqui supera a la de la capital Chachapoyas, y cuadruplica la de otras provincias como Luya, Utcubamba o Rodríguez de Mendoza. En tanto, Bagua, donde también existe población nativa, registra 20 casos.

Un anciano llamado Evaristo Yaun afirma que en la comunidad de Kusu, en Bagua, más de 10 mujeres se quitaron la vida “por cólera”. Una de ellas tenía 35 años y se peleaba con su esposo. “Entonces, tomó un detergente y falleció”. Murió después de 4 horas de agonía frente a su pareja y sus hijos.

“Ahora, en la comunidad funciona una posta de salud, pero cuando se suicidan, cuando la mujer toma veneno, ya no se la atiende”, relata Evaristo con su español lento.

Las mujeres awajún deciden morir con lo que tienen a su alcance: veneno, lejía, champú o barbasco (una planta con propiedades tóxicas), según relatan los ancianos de las comunidades. Lo hacen, sobre todo, después de conflictos vinculados con sus padres (si es adolescente), con su pareja o con su economía. Esas muertes no forman parte de un registro oficial unificado. Solo la Defensoría del Pueblo llegó a identificar que algunas comunidades del distrito El Cenepa, en Condorcanqui, reportaron más 50 de suicidios en años recientes.

El Instituto Nacional de Salud Mental Honorio Delgado-Hideyo Noguchi advierte que la tasa de intento suicida en los adolescentes de la selva rural, donde viven los awajún, supera la de Lima y la del Perú.

En esa parte del país, más del 15% de los adolescentes (sobre todo entre 15 y 17 años) alguna vez en su vida presentó deseos de morir; mientras que el 3,1% llegó a planificarlo. La mayoría, otra vez, mujeres.

Las posibles causas

“¡Ay si me dieras tu vida!, así le digo”. Una auxiliar en enfermería de 64 años recuerda los consejos que le da a las mujeres que llegan a la posta de Santa María de Nieva, capital de Condorcanqui, la provincia rodeada de ríos. Ella les dice que si no se entienden con sus esposos, organicen una reunión entre los padres y el pueblo y digan: “Señores, no me entiendo con él, mejor me separo públicamente”.

En otros momentos, cuando la enfermera se entera de que un hombre ha encontrado a su pareja con otra persona piensa que habrá un nuevo suicidio. “¡Ay si me dieran su vida! –repite–. ¿Por qué se sienten como compradas por sus parejas si ellas pueden liberarse?”.

La psiquiatra Vanessa Herrera, del Instituto Nacional de Salud Mental, habla de desesperanza comunitaria. Según explica, la escasa protección del Estado, la falta de cuidado a su calidad de vida y los daños a su medio ambiente afectan el bienestar emocional de la población indígena. La pobreza, la desaparición de su comunidad, la contaminación atacan también la salud emocional y mental de las mujeres y jóvenes. “Es una zona vulnerable que necesita protección social”.

Más del 50% de los adolescentes de la selva rural presentan estrés ambiental, lo que generaría depresión y ansiedad.

Precisamente, estos últimos trastornos son los que más se presentan entre los 12 y 29 años en Condorcanqui. Son similares a los de Lima con la diferencia de que la atención especializada está a horas de viaje por ríos.

No obstante, para el antropólogo Óscar Espinosa, de la Pontificia Universidad Católica del Perú, quien hace más de una década estudia los suicidios en comunidades indígenas, esto no se trata de un problema de salud mental, aunque sí considera que los cambios en la sociedad y en el medio ambiente hacen creer a los jóvenes que no tienen un lugar asegurado. “Normalmente el suicidio es el resultado de la depresión, pero aquí no funciona así. Es más complejo y tiene que ver con formas tradicionales de cultura”. Estos suicidios se denuncian desde los años 70.

Según Espinosa, este fenómeno está vinculado con las relaciones de género. “Cuando las mujeres se quitan la vida o intentan hacerlo condenan a muerte a la otra persona”, agrega. Y es que luego de los suicidios, que deben evitarse, las autoridades comunales y los familiares se reúnen para sancionar al presunto responsable. Una de las penas establece meses en el calabozo y trabajos de limpieza por las mañanas.

Hasta marzo pasado, la Red de Salud de Condorcanqui contaba con 8 psicólogos y no había psiquiatras. “Antes teníamos solo 2 o 3 en toda la red. Pero ahora sí se tiene en cada microred”, informaron funcionarios.

Por lo pronto, ya se ha firmado un convenio para que el Ministerio de Salud implemente el primer centro comunitario de salud mental en Condorcanqui, el cual deberá contar con un psiquiatra, así como psicólogos especialistas en diversas terapias. A esto se le sumará el servicio de farmacia, técnicos en enfermería y los tratamientos ambulatorios. “El año pasado llegaron españoles para capacitarnos en Chachapoyas, pero no fueron todos los profesionales por un tema presupuestal. Los centros de salud no están cerca, se debe viajar por río. La lengua tampoco nos ayuda mucho, entonces usamos a un técnico de enfermería para hablar con los pacientes awajún”.

Los centros comunitarios, creados en el marco de la reforma de la atención de la salud mental (2012), plantea la atención de personas con trastornos mentales en su mismo entorno, sin hospitalización y con la cobertura del SIS. Pero ese debería ser solo el inicio. Para la psiquiatra Vanessa Herrera, se requiere fortalecer la salud mental intercultural, con la intervención de los gobiernos regionales y otros ministerios. Urge, además, mejorar la inversión, contar con más personal y logística para navegar a las comunidades awajún.

El Apu de Huampami dice que le gustaría recibir charlas, en las que los expertos les dejen reflexiones. “Que nos digan por qué pasa eso y cómo se podría evitar”. Los awajún son el segundo pueblo más numeroso de la Amazonía peruana. Sus vidas no se pueden perder.

Denuncia

Pobladores de la comunidad de Huampami, ubicada en el distrito de El Cenepa, a 4 horas en transporte pluvial de la capital Condorcanqui, denuncian que su alcalde ha abandonado hace 2 años la sede central y trabaja en otra comunidad. “Primero dijo que, por un mal, cambiaba de comunidad para seguir su tratamiento; pero nunca volvió”.

La República


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