Venezuela: perfil del candidato presidencial evangélico Javier Bertucci

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La candidatura de Bertucci y el neoliberalismo regional en «nombre de Dios»

Aunque el ascenso y la preeminencia de factores clericales al poder no es una novedad en la política mundial, especialmente en regiones del mundo como Medio Oriente, el auge del protestantismo en un rol protagónico de la política tiene particularidades y es un proceso que algunos podrían considerar llamativo y en algunos casos peligroso.

El líder religioso de «El evangelio cambia», Javier Bertucci, ha irrumpido en la política venezolana en el marco de una crisis del orden político e institucional, al unísono de una fuerte coyuntura económica. Según varias encuestadoras como Datanálisis, Hinterlaces y Consultores 21, Bertucci obtendría en las elecciones de mayo no menos de 10% de los votos. Un resultado que colocaría a sus fuerzas políticas en el tercer lugar de la composición electoral venezolana, lo cual podría considerarse positivo para una novísima agrupación política, que además obtendría ese resultado abriéndose paso a fuerza en un contexto político consistentemente polarizado como es el caso de Venezuela en los últimos 20 años.

El 2 de julio de 2003, Bertucci fue detenido y luego imputado por las autoridades venezolanas bajo cargos de «contrabando agravado y asociación para delinquir». Así lo reseña una nota elaborada por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación que lo investigó por su implicación directa en los llamados «Panamá Papers».

Según esa investigación Bertucci lidera un entramado empresarial con sede en Panamá, Miami y Venezuela, según evidencian documentos que formaron parte de la filtración «Panamá Papers» en los que 370 venezolanos, entre ellos el pastor, utilizaron el bufete de abogados Mossack Fonseca para ocultar activos en paraísos fiscales. Bertucci fue beneficiado con medidas cautelares y, como es común entre dirigentes antichavistas, parece haber saltado al ruedo electoral para proteger su figura y eludir la ley.

Sobre la cuestión protestante en la política latinoamericana

Hay países para los que no es ninguna novedad la presencia del protestantismo en la política. EEUU es el caso más emblemático de ello como resultado de la influencia británica y el proceso de colonización y ocupación de Norteamérica, emprendida por factores clericales protestantes que vieron en el nuevo mundo una alternativa a la vieja Europa que proscribía a los diversos grupos religiosos pertenecientes a esta familia y que habían sido considerados bastante «conservadores».

Hay diferencias a sopesar en los momentos y en las características del auge del protestantismo en la política del continente. A diferencia de EEUU, Reino Unido, Francia, Holanda, Canadá y otros tantos del orbe que han tenido presidentes o primeros ministros pertenecientes a alguna religión protestante, como bautistas o anglicanos (Trump es evangélico, según el vicepresidente Pence), en América Latina el fenómeno se está presentando de manera distinta.

Para la tradición de líderes de religión protestante en Europa y América la religión es un componente accesorio, que acompaña la figura de dirigentes que en teoría darían ejercicio a gobiernos laicos. En América Latina el fenómeno viene de la mano de las mismas iglesias y la propia presencia de «Dios» como factor de campaña política y ejercicio del gobierno.

El caso de Brasil es representativo. El protestantismo en los liderazgos políticos logró penetrar transversalmente la política más allá de los partidos al punto en que justo en los momentos en que se producía un golpe de Estado por vía parlamentaria a Dilma Rousseff, en el marco de ese debate era sólida la presencia de diputados y senadores que abiertamente legitimaron su conjura de golpe y desmantelamiento de la institucionalidad brasilera «en nombre de Dios».

Una narrativa que también iba condimentada de frases alusivas a la corrupción, pero que venía también precedida de posiciones de los parlamentarios en debates, abiertamente en contra de la formulación de políticas para la comunidad sexodiversa, posiciones en contra del aborto, la legalización de la marihuana, entre otros temas. Discusiones que tienen lugar en diversas latitudes del mundo y que no son posibles en Brasil por el gran poder del séquito evangélico en la política.

Este fenómeno también está presente en Centroamérica, especialmente en Guatemala, Costa Rica y El Salvador. Donde una cuota de los protagonismos políticos está compuesta por seguidores de la fe evangélica en sus diversas denominaciones.

Uno de los factores causales de estos fenómenos es el agotamiento de los sistemas tradicionales de partidos políticos, acompasado de la crisis de representatividad propia de los sistemas presidencialistas y parlamentarios en esta región del mundo. Instancias que cíclicamente se decantan en encrucijadas y cambios de ciclos políticos, donde un partido y luego el otro van y vienen en las instancias de gobierno.

Este modelo que tiene tendencia al desgaste mientras no existan conmociones y transformaciones consistentes del hecho político y que además es susceptible a los desencantos de la corrupción, las crisis económicas o las malas gestiones de gobierno.

En esos boquetes dejados por los partidos tradicionales ha encontrado un espacio el liderazgo evangélico regional. Un contrasentido, si entendemos que son precisamente los liderazgos religiosos del protestantismo los que regularmente se ven señalados de situaciones que no son nuevas en la política como la corrupción.

Como es sabido, la ética protestante y la configuración de las estructuras clericales evangélicas desarrollaron el incentivo del diezmo a beneficio de pastores, lo que matemáticamente se ha traducido en acumulación de incontables riquezas para muchos de estos religiosos.

Javier Bertucci es uno más de esa lista. Hombre televisivo en la media noche venezolana, es señalado de acumular enormes riquezas a expensas de su fe y con un prontuario a cuestas que seriamente cuestiona su posición como hombre pulcro en la política. La aspiración presidencial por parte del «Hombre de Dios», como le llaman algunos de sus seguidores, es en efecto una novedad en la política venezolana.

Política, religión y Latinoamérica

Yoweri Museveni de Uganda, al parecer, es uno de esos líderes de facto que parece no molestar a nadie, entendiendo que tiene ya más de 30 años en el poder y no ha sido derrocado por EEUU. Tal vez la penetración de empresas petroleras estadounidenses en ese país tenga algo que ver.

En todo caso Museveni, de religión protestantista anglicana, se ha dado a conocer como una de las figuras más controversiales de la política precisamente por seguir fielmente desde el gobierno sus postulados religiosos. Aunque pueda ser religiosamente devoto, es políticamente obsceno.

Recientemente fue anulado por el parlamento de su país un decreto en el que, contra toda la legislación internacional, criminalizaba a la homosexualidad. Generando con ello detenciones masivas y persecuciones contra la comunidad sexodiversa de ese país. Ahora Museveni ha propuesto la prohibición del sexo oral por considerarlo una afrenta importada de otras culturas, pues como buen conservador señala que «la boca es sólo para comer».

La cuestión protestante en la política de América Latina viene acompañada del culto, la masa evangélica y el conjunto de promesas políticas que están resemantizadas alrededor de la doctrina cristiana evangélica como ejercicio de gobierno. O lo que Bertucci respondería como «el gobierno de Dios en Venezuela» como propuesta central de su mandato. Una obscenidad política que puede irritar a la creciente masa atea o a personas que simplemente tienen el sentido común de no delegar la política a «Dios», porque «nunca lo he visto» o porque «él no es quien se deba ocupar de esas cosas».

En todo caso Bertucci ha dicho que su eventual gobierno será el peor para cualquier lucha en las causas del aborto y la sexodiversidad. Movimientos que son continentales y que están transversalizando las discusiones políticas en todos los países del mundo. Promete un gobierno neoliberal, empresarial y evangélico. Pero además ha dicho que incorporará a «Dios» en la educación venezolana. Parece que ahora sí hay alguien que verdaderamente quiere adoctrinar a los niños y no es Chávez.

Las iglesias evangélicas son instancias que se han desarrollado eficaz y aceleradamente en Venezuela, especialmente desde la segunda mitad del siglo XX. Dadas las prácticas clientelares que se desarrollan en esos séquitos religiosos. Sí, es clientelismo que en una instancia alguien favorezca a otro por la filiación religiosa.

Por eso ha sido común el ascenso de funcionarios evangélicos a instituciones, las cuales luego, sospechosamente, se llenan de más evangélicos. Incluso casos como esos han sido reportados en el chavismo, donde hubo un ministro de defensa, Gustavo Reyes Rangel, quien apareció en un video realizando movimientos idénticos a los de una convulsión y hablando en una lengua indescifrable parecida al proto-arameo al recibir el «toque del espíritu santo».

Ha sido así el caso de Brasil, donde la presencia de líderes evangélicos en espacios medios de la política sólo sirvió para el ascenso y la incorporación de otros líderes evangélicos, secuestrando la escena política a expensas de partidos políticos que funcionan como iglesias e iglesias que funcionan como partidos políticos. Generando prácticas rigurosas de exclusión a otras tonalidades y estilos de la política, y por otro lado, con un empleo eficiente del «rebaño» en fanatizar la política desde detalles como «poner a orar» a los funcionarios (creyentes o no) en instituciones o execrar a quien se declare «no creyente» o de otra religión ante cualquier instancia gubernamental.

La propagación de las posturas ultra-conservadoras son otra seria cuestión, en un Brasil que lejos de adecentar su política por supuestamente tener «hombres de Dios», se degrada justo ahora en el marco de una dictadura institucional, la judicialización de la política contra la figura de Lula de Silva y el deterioro acelerado del entramado jurídico, con evangélicos con roles protagónicos y en primera línea ejecutando el descuartizamiento del Estado.

Brasil ha conocido la promoción del máximo lucro de la empresa privada, con patrocinio evangélico y a expensas del saqueo de recursos. Esto fue analizado hace par de siglos por Max Weber en su libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Para los protestantes, su posición sobre el dinero es diametralmente opuesta a la lógica cristiana apostólica y romana que proclama que «es más fácil que entre un camello por el ojo de una aguja a que un rico entre al cielo». Para los evangélicos el lucro y la acumulación son rasgos de las «bendiciones de Dios» en la tierra. De ahí que a muchos seguidores evangélicos no les molestan las bendiciones con las que viven sus pastores gracias al diezmo.

En Brasil esto ha derivado en las manos empresariales y evangélicas, funcionando como un binomio, apoyándose una a la otra en beneficio mutuo. Pues en realidad, así como en Venezuela «El evangelio cambia», en Brasil las iglesias evangélicas son en realidad empresas con gran apresto comunicacional que interactúan como factores de la política y son al mismo tiempo factores lobbistas de grandes empresas y conglomerados que manipulan las instituciones y las legislaciones a gusto.

Ejemplo de ello es que en el marco de la dictadura de Michel Temer, apoyada por los evangélicos, han modificado la Constitución para congelar el gasto social en las próximas tres décadas y se han efectuado modificaciones severas a las legislaciones laborales y sistemas de jubilaciones y pensiones, produciendo situaciones retrógradas en derechos de la población y en beneficio de los grandes factores empresariales cercanos a las estructuras del gobierno de Brasil.

En otros temas, la comunidad evangélica es abiertamente seguidora del cristianismo sionista. La idea de una «nueva Jerusalén» en el cielo, pasa también por las constantes alusiones, referencias y promociones al Estado de Israel, que sabemos se ha consagrado como una instancia transgresora del derecho internacional y militarmente muy agresiva. Todos los líderes protestantes estadounidenses han legitimado y patrocinado el poder de Israel, contribuyendo a que prácticamente se vuelvan un factor político incontrolable en una de las zonas más sensibles e inestables del mundo.

Los riesgos de colocar a líderes religiosos en instancias de poder, o que acceden a cargos sobre los hombros de sus seguidores, yacen en la colocación de ingredientes peligrosos de fanatismo doctrinal a la política.

Históricamente han estado signados por la intolerancia y la imposición de creencias en el ejercicio de gobierno. Algo que en esencia es una afrenta a los Estados modernos, laicos, que vienen precisamente desde Enrique VIII de Inglaterra, quien para poder casarse por segunda vez tuvo que separar a la corona de la Iglesia. No está demás recordar ese dato. Entendiendo que las particularidades de la vida personal de Enrique VIII se trasladaron a la política mundial y eso obedece a razones de sentido común.

Misión Verdad

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