El flujo y reflujo de la correlación de fuerzas entre izquierda y derecha en América Latina – Por Roberto Regalado

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Roberto Regalado *

En América Latina, tras una acumulación de fuerza social y política iniciada en los años ochenta con la lucha de los movimientos populares contra el neoliberalismo, incrementada en los noventa con la ocupación de espacios en gobiernos locales y legislaturas nacionales, que alcanza el clímax en la década de 2000 con el ejercicio del gobierno nacional en una decena de países, desde finales de esta última, la correlación de fuerzas comienza a cambiar a favor de los sectores oligárquicos proimperialistas y, en apenas cinco años, la pérdida de capacidad de movilización popular, la falta de estrategias, medios y métodos adecuados para derrotar la desestabilización de espectro completo,[1] los reveses electorales y los golpes de Estado “de nuevo tipo”, llegan a tal punto que la derecha se ufana en proclamar el “fin del ciclo progresista”.

¿Es este un vuelco tan imprevisible o inesperado de la situación política, que no se pudo evitar o no dio oportunidad para una preparación a tiempo que permitiese enfrentarlo en mejores condiciones? Sería imposible responder esa pregunta sin hacernos otra: ¿vuelco imprevisible o inesperado… para quién?

La involución de la situación política y económica de la región en general, y de cada país gobernado por fuerzas progresistas y de izquierda en particular, de ningún modo fue ignorada por todas y todos los dirigentes, cuadros, militantes, activistas y analistas del bloque popular. Sin embargo, los liderazgos principales y las corrientes políticas e ideológicas hegemónicas en los partidos, frentes y coaliciones progresistas y de izquierda, primero ignoraron o subestimaron el deterioro creciente de la correlación de fuerzas, que pudieron y debieron enfrentar cuando tenían mayores y mejores posibilidades de éxito, y luego quedaron impávidos ante sus consecuencias.

¿Por qué ese inmovilismo? ¿Es atribuible a la “mala intención” o incluso a una “traición”?

La respuesta es no, salvo casos específicos que ciertamente pueden existir. Los liderazgos individuales y colectivos de los gobiernos, partidos, movimientos, frentes y coaliciones progresistas y de izquierda, también son productos de correlaciones de fuerzas, tanto en la sociedad en su conjunto, como dentro de ese espectro político e ideológico en particular, y en la América Latina de finales del siglo XX e inicios del XXI, la hegemonía de las fuerzas políticas multitendencias características de la etapa, la ejercen el «progresismo», proveniente de sectores democráticos de los partidos tradicionales, y lo que podríamos llamar la “nueva socialdemocracia latinoamericana”.[2]

Ambas corrientes comparten:

[…] la maniquea concepción de la democracia burguesa como sistema político supuestamente imparcial e incluyente, que en América Latina solo funcionó con relativa estabilidad en Uruguay y Chile, y solo lo hizo mientras el imperialismo y las oligarquías de esos dos países no identificaron a la izquierda como una amenaza al sistema, pero tan pronto la percibieron como tal, en ambos implantaron férreas dictaduras.

[…] De ahí parte la sorpresa e incomprensión que incluso hoy, después de haber sido expulsadas del gobierno o estar en riesgo de serlo — sin haberlo visto venir, ni saber, a ciencia cierta, cómo evitarlo y revertirlo — , y de haber sido criminalizadas y judicializadas, o de estar a punto se serlo, siguen manifestando […], y también de ahí que la mayor parte de los análisis y reflexiones publicados al respecto, se limiten a denunciar las manipulaciones, transgresiones y violaciones que la derecha hace contra los gobiernos y las fuerzas progresistas y de izquierda, y poco o nada se mencionen las deficiencias y errores de estas últimas que contribuyeron a torcer la correlación regional de fuerzas en su contra.[3]

Aunque el predominio de lo que, en genérico, categorizamos en este ensayo como progresismo y nueva socialdemocracia, se aprecia con mayor nitidez en los partidos, organizaciones, frentes y coaliciones políticas “multitendencias” que ejercieron o aún ejercen el gobierno en Argentina, Brasil y Uruguay, su influencia “está presente, en mayor o menor medida, en toda fuerza progresista y de izquierda que ejerce o ha ejercido el gobierno, aunque su liderazgo principal y su rumbo estratégico se orienten a la transformación social revolucionaria, pues son fuerzas plurales que incluyen a dirigentes, cuadros, militantes y corrientes internas partidarias del progresismo y/o de la nueva socialdemocracia”.[4]

En el debate sobre los cambios ocurridos en las condiciones y características de las luchas populares en América Latina, de los que se deriva el flujo y reflujo en la acumulación de las fuerzas políticas progresistas y de izquierda objeto de análisis, por primera vez incursioné en 2006, con la publicación del libro América Latina entre siglos: dominación, crisis, luchas populares y alternativas políticas de la izquierda, y al debate sobre las posibilidades de éxito, fracaso o derrota de las experiencias de reforma progresista o transformación revolucionaria me incorporé en 2012, con la publicación de La izquierda latinoamericana en el gobierno: ¿alternativa o reciclaje?

En las «Palabras del autor» de esta obra, se plantea:

[…] tenemos que preguntarnos cuáles son las probabilidades de que los gobiernos integrados por fuerzas políticas y social‑politicas de izquierda y progresistas — algunos de los cuales se encuentran en su tercer período consecutivo y otros en su segundo — están enrumbados hacia la edificación de sociedades «alternativas», y cuáles son las probabilidades de que se conviertan en un paréntesis que, en definitiva, contribuya al reciclaje de la dominación del capital. En este texto se parte de la premisa que ambas posibilidades están abiertas […].

A esos libros me remito porque contienen los fundamentos analíticos y reflexivos en los que me baso para abordar la situación actual de los gobiernos y las fuerzas políticas progresistas y de izquierda.

Procesos determinantes en la situación política de América Latina

¿Cuáles son los procesos determinantes en los cambios ocurridos en la situación de América Latina a partir de la década de 1970, de los cuales se derivan, tanto la mutación ocurrida en las condiciones y características de las luchas populares, como las posibilidades y límites de los procesos de reforma social o transformación revolucionaria desarrollados por los gobiernos progresistas y de izquierda, cuyo apogeo se produjo entre 1999 y 2009?

Son cuatro procesos escalonados y con efectos acumulativos:

1. En la década de 1970, ocurre el salto de la concentración nacional a la concentración transnacional de la propiedad, la producción y el poder político (conocido como globalización), cambio cualitativo en la formación económico‑social capitalista cuyo detonante fue el irreversible agotamiento de la capacidad de reproducción expansiva del capital iniciado en ese decenio. Para paliar sus efectos, se desata una ofensiva sin precedentes del capital contra el trabajo destinado a intensificar la concentración de la riqueza y la exclusión social. En el caso de América Latina, este proceso modifica el lugar que la región ocupaba desde principios del siglo XX en la división internacional del trabajo, y destruye las estructuras y relaciones socio‑clasistas características de esa etapa.

2. En la década de 1980, la avalancha universal del neoliberalismo apuntala, legitima e institucionaliza la concentración transnacional de la propiedad, la producción y el poder político, incluida la reestructuración y refuncionalización de los mecanismos de dominación imperialista mundiales y regionales existentes, y la creación de otros. Además de sufrir los efectos generales de este proceso, al igual que el resto del mundo subdesarrollado y dependiente, América Latina sufre los efectos específicos de un nuevo sistema de dominación continental del imperialismo norteamericano, desplegado en lo fundamental durante el mandato presidencial de George H. Bush (1989‑1993).

3. Entre finales de la década de 1980 y comienzos de la de 1990, el derrumbe de la Unión Soviética y el bloque europeo oriental de posguerra nucleado en torno a ella, catalizador del llamado cambio de época, le facilitó al imperialismo encubrir su propia crisis sistémica, despejó el camino para el avance incontestado de la avalancha universal del neoliberalismo, y sumió en el descrédito a, corto y mediano plazo, a las ideas revolucionarias y socialistas.

4. En la década de 1990, cristaliza la neoliberalización de la socialdemocracia europea. Ese heterogéneo vector político e ideológico, que durante las primeras seis décadas del siglo XX contribuyó a la reproducción de la hegemonía burguesa y se erigió en portaestandarte del “Estado de bienestar”, a raíz del derrumbe de la URSS y para paliar el creciente rechazo de los pueblos al neoliberalismo, terminó de renegar por completo de sus orígenes, lo cual ya venía haciendo desde inicios de ese siglo XX, asumió como propia a la doctrina neoliberal y, desde entones, con un discurso light, disfrazado de «alternativo», “contestatario” y hasta «opositor», se dedicó a reproducir la hegemonía burguesa de la presente etapa de la involución del capitalismo: la hegemonía neoliberal.

Factores que fundamentan la elección de gobiernos progresistas y de izquierda en América Latina, a contracorriente del nuevo orden mundial

¿Cómo se explica que, a contracorriente del derrumbe del campo socialista y la imposición del llamado nuevo orden mundial, a raíz de los cuales cabía esperar un prolongado retroceso de las luchas populares en todo el mundo, en América Latina se abriera una etapa de luchas caracterizada por el aumento de la organización y la combatividad de los movimientos populares, y por la conquista de espacios institucionales dentro del sistema político democrático burgués, que por primera vez impera en todo el continente, incluido el ejercicio del poder ejecutivo del Estado?

Se explica por la combinación de cinco factores:

1. El acumulado de las luchas de las fuerzas populares libradas a lo largo de su historia y, en particular, en la etapa abierta por el triunfo de la Revolución Cubana (1959‑1989), en la cual, aunque su desenlace no fue el cumplimiento de los objetivos que las organizaciones político‑militares se habían planteado, a saber, la conquista del poder y la instauración de un nuevo Estado y un nuevo sistema social, los pueblos demostraron una voluntad y una capacidad de combate de tales magnitudes que obligaron al imperialismo y a las clases dominantes de la región a reconocerles los derechos políticos que hasta entonces les habían sido negados.[1]

2. El repudio mundial al genocidio y la fuerza bruta históricamente utilizados en el subcontinente como medios de apuntalar la opresión y la explotación, en especial, por parte de los Estados de seguridad nacional” que asolaron a la mayor parte de la región entre 1964 y 1989, que compulsó al imperialismo norteamericano y a las oligarquías criollas a buscar formas más mediadas de dominación.

3. El aumento de la conciencia, organización, movilización, y lucha social y social‑política, ocurrido en el fragor de la batalla contra el neoliberalismo, que estableció las bases para un aumento sin precedentes de la participación electoral de la gran parte de los sectores populares tradicionalmente marginada de ese ejercicio político, y un cambio en los patrones de votación de la otra parte de ellos que estaba subsumida en la lógica del sistema de dominación.

4. El voto de castigo de amplios sectores sociales contra los efectos devastadores de las políticas neoliberales impuestas a partir de finales de la década de 1970, cuya pionera fue la dictadura militar chilena encabezada por el general Augusto Pinochet.

5. Tratamiento especial merece el «error de cálculo» del imperialismo norteamericano, que creyó poder dejar de oponerse «de oficio», de manera abierta y directa, a todo triunfo electoral de la izquierda, tal como había hecho históricamente, confiado en que su nuevo sistema de dominación continental, cuyo pilar político es la implantación de “democracias neoliberales” en todos los países de América Latina y el Caribe, sujeto a mecanismos transnacionales de control y sanción de “infracciones”, blindaría a los Estados de la región contra cualquier intento de penetración por parte de fuerzas políticas de izquierda y progresistas. Esta confianza lo llevó a establecer un pacto de élites de defensa de la democracia representativa, es decir, de la democracia burguesa que asume explícitamente la forma de democracia neoliberal, y al establecimiento de una llamada cláusula democrática en todos los organismos y mecanismos continentales y subcontinentales. No previó entonces que, con estricto apego a las normas de la democracia representativa, fuesen electos candidatos presidenciales como Chávez, Lula, Kirchner, Tabaré, Evo, Correa, Daniel, Cristina, Dilma y otros.

No era la primera vez que, convencido de tener garantizado el control de una subregión o de la región en su conjunto, el imperialismo norteamericano impuso pactos de «defensa de la democracia» y sanción a las interrupciones del orden constitucional. Así hizo en Centroamérica en la década de 1920 como medio de disuasión a las constantes guerras entre conservadores y liberales, pero la gesta antiimperialista del general Sandino en Nicaragua y la insurrección indígena campesina y popular de enero de 1932 en el Salvador, aplastada con métodos genocidas por el dictador Maximiliano Hernández Martínez, lo llevaron a desistir de ese empeño. Así ocurrió también tras el triunfo de la Revolución Cubana, cuando el presidente John F. Kennedy decidió aislarla y estigmatizarla rodeándola de “democracias representativas”, y terminó derrocando gobiernos constitucionales que no se plegaban al bloqueo contra Cuba, y apoyando a dictaduras militares que sí lo hacían. Todo ello ratifica que el imperialismo no tiene principios, sino intereses. Con claridad lo expresó el sucesor de Kennedy, Lyndon B. Johnson, cuando, al apoyar el golpe de Estado contra Joao Goulart en Brasil, en 1964, proclamó la doctrina que lleva su nombre: Los Estados Unidos prefieren tener a aliados seguros, que vecinos democráticos. A la aplicación de la Doctrina Johnson regresa el imperialismo norteamericano para borrar del mapa a los gobiernos progresistas y de izquierda, no mediante los golpes de Estado tradicionales, sino mediante la desestabilización de espectro completo y los golpes de Estado «de nuevo tipo».

Periodización del flujo y reflujo de la correlación de fuerzas en América Latina a partir de finales de la década de 1980

¿Cuáles son las etapas por las que atraviesa la situación política de América Latina desde finales de la década de 1980 hasta la actualidad?

En estas tres décadas, la situación política de América Latina atraviesa por cinco etapas, en cada una de las cuales está regida por un proceso predominante:

– La primera, de 1989 a 1994, comprende los cuatro años de la administración de George H. Bush y el primero de la de Bill Clinton, hasta la celebración de la Primera Cumbre de las Américas. Fue una etapa favorable para el imperialismo norteamericano y las oligarquías latinoamericanas. El proceso predominante fue la reestructuración del sistema de dominación continental, basada en tres pilares: la implantación de democracias neoliberales sujetas a mecanismos transnacionales de imposición, control y sanción de «infracciones»; el establecimiento de los llamados tratados de libre comercio, bilaterales y subregionales, unidos a la creación de un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), derrotada en 2005; y, el aumento de su presencia militar directa de los Estados Unidos en la región, con el pretexto del combate al narcotráfico y el terrorismo

– La segunda, de 1994 a 1998, abarca desde la insurrección del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y el estallido de la crisis financiera mexicana de 1994, hasta el triunfo de Hugo Chávez en la elección presidencial venezolana de diciembre de 1998. Fue una etapa desfavorable al imperialismo norteamericano y a las oligarquías latinoamericanas. En ella hay dos procesos predominantes interrelacionados: la crisis del Estado neoliberal recién impuesto; y el auge de la lucha de los movimientos populares contra el neoliberalismo

– La crisis del Estado neoliberal es resultado de su incapacidad de cumplir las funciones que le corresponden en la cadena de la dominación capitalista, a saber, redistribuir cuotas de poder político y económico entre las élites, mantener «a raya» las luchas populares, mediante su cooptación y represión

– La lucha de los movimientos populares llegó al punto en que había fuerza social suficiente para derrocar a gobiernos neoliberales, pero no fuerza política para elegir gobiernos propios, por lo que el neoliberalismo reflotaba con la elección del siguiente gobierno

– La tercera etapa, de 1998 a 2009, incluye desde la elección de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela, hasta el golpe de Estado «de nuevo tipo» contra el presidente Manuel Zelaya en Honduras. Fue una etapa favorable con la elección y reelección continua de gobiernos progresistas y de izquierda en Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Honduras, Paraguay y El Salvador

– La cuarta etapa, de 2009 a 2015, se extiende desde el golpe de Estado contra Zelaya hasta la derrota del candidato presidencial del Frente para la Victoria en Argentina. Fue una etapa caracterizada por la agudización de la disputa derecha-izquierda. La derecha tuvo a su favor los golpes de Estado “de nuevo tipo” en Honduras (2009) y Paraguay (2012), y la izquierda tuvo a su favor los triunfos electorales de Venezuela (2012 y 2013) y El Salvador (2014), aunque con tendencia a ganar por un margen decreciente

– La quinta etapa, 2015 hasta nuestros días, se caracteriza por la derrota del candidato presidencial del Frente para la Victoria en Argentina, la pérdida de la mayoría en la Asamblea Nacional de Venezuela, la derrota en el referendo convocado para habilitar una nueva candidatura presidencial de Evo Morales, el golpe de Estado parlamentario contra Dilma Rousseff en Brasil, y la división de Alianza País tras la toma de posesión del presidente Lenín Moreno. Esta es la etapa pico, hasta este momento, de desacumulación de fuerzas de los gobiernos y las fuerzas progresistas y de izquierda

¿Son todos los gobiernos progresistas y de izquierda idénticos o siquiera semejantes?

Si bien hay elementos generales a partir de los cuales se abrió en América Latina una tendencia sin precedentes favorable a la elección de gobiernos progresistas y de izquierda, en cada país impera una situación política específica. De los diecisiete países de lengua española o portuguesa del subcontinente, de acuerdo al criterio de este autor, no ha habido gobiernos progresistas o de izquierda en siete (México, Guatemala, Costa Rica, Panamá, Colombia, Perú y Chile), y en los otros diez, en los cuales sí hay o hubo gobiernos de ese espectro político, en sentido general, es posible hacer cuatro agrupamientos sobre la base de similitudes y diferencias:

1. En Venezuela y Bolivia, la izquierda estableció su control sobre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, y en Ecuador, sobre los poderes ejecutivo y legislativo, en virtud de la ruptura o debilitamiento extremo de la institucionalidad neoliberal, factor que les permitió hacer cambios políticos inmediatos y radicales dentro del sistema social capitalista y del sistema político de democracia burguesa, a través de la adopción de nuevas Constituciones. Los procesos políticos de estos países tienen en común que el liderazgo personal de Chávez, Evo y Correa fue el elemento dominante en torno al que se construyeron y actuaron sus respectivas fuerzas políticas, y que entre sus prioridades resaltan la recuperación de los recursos naturales, y sus políticas democratizadoras, de redistribución de riqueza y desarrollo social.

2. En Nicaragua y El Salvador hay un elemento común: las fuerzas de izquierda gobernantes eran movimientos revolucionarios político‑militares devenidos partidos políticos legales. En Nicaragua, el Frente Sandinista de Liberación Nacional conquistó el poder político mediante una guerra revolucionaria, y años después fue desplazado de él por la agresión indirecta del imperialismo norteamericano, pero logró conservar el control de una parte de las instituciones del Estado y una correlación social y política de fuerzas, gracias a lo cual poco más de tres lustros después ganó tres elecciones presidenciales consecutivas, y recuperado el control de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. En El Salvador, tras doce años de guerra revolucionaria, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional obligó al imperialismo norteamericano y la oligarquía salvadoreña a firmar unos Acuerdos de Paz, en virtud de los cuales, por primera vez en la historia nacional, se abrieron espacios democráticos, en los que esa organización político‑militar se transformó en partido político legal y devino la segunda fuerza política del país, hasta que en 2009 y 2014 logró ocupar el poder ejecutivo.

3. En Brasil, el Partido de los Trabajadores se convirtió en el núcleo de la coalición que ejerció el gobierno y, en Uruguay, el Frente Amplio estableció su control sobre los poderes ejecutivo y legislativo del Estado, en ambos casos, debido al auge de las luchas sociales y populares, combinado con el voto de castigo de amplios sectores sociales contra los gobiernos neoliberales que les antecedieron. A diferencia de Venezuela, Bolivia y Ecuador (donde existían crisis políticas), en Brasil y Uruguay el debilitamiento institucional no era suficiente para permitir la realización de cambios políticos radicales, y tampoco existe, dentro de sus respectivas fuerzas progresistas y de izquierda multitendencias, la correlación necesaria para emprenderlos. Si bien los liderazgos personales, en especial el de Luiz Inácio Lula da Silva y en menor medida el de Tabaré Vásquez, jugaron importantes papeles en sus triunfos electorales, en ambos casos hubo una mayor correspondencia entre el liderazgo personal, y la fortaleza y madurez de esas fuerzas políticas, que en Venezuela, Bolivia y Ecuador.

4. En Argentina, Honduras y Paraguay, debido a la debilidad y atomización de las fuerzas políticas progresistas y de izquierda, las coaliciones que ocuparon el poder ejecutivo en Argentina y Honduras fueron lideraras por figuras democráticas provenientes de partidos tradicionales, Néstor Kirchner y Cristina Fernández en Argentina y Manuel Zelaya en Honduras, y una figura proveniente de la Iglesia Católica, Fernando Lugo, en Paraguay.

El cambio en la correlación de fuerzas desfavorable a los gobiernos y fuerzas políticas progresistas y de izquierda

Transcurridos casi veinte años de la primera elección de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela, primer eslabón de la cadena de gobiernos latinoamericanos progresistas y de izquierda, cabe preguntarnos: ¿cómo se ha modificado cada uno de los cinco factores que, en aquel momento, desencadenaron esa tendencia?

– El primer factor fue el acumulado histórico. En la conciencia social el acumulado histórico es volátil. Los efectos de esa ralentización y difuminación pueden aminorarse y postergarse mediante un sistemático trabajo de educación y formación política e ideológica, junto a la satisfacción de las necesidades populares, no solo las históricas, sino también las que surgen y pasan a primer plano en la medida en que se atienden las anteriores, siempre y cuando ambas cosas, tanto la educación y la formación, como la satisfacción de las necesidades, se hagan con apego al principio: crear riqueza con la conciencia, y no conciencia con la riqueza.

Pero eso es difícil, entre otros, por los siguientes factores:

– La democracia burguesa no está hecha para que la izquierda ocupe y ejerza el gobierno, mucho menos para que cambie el gobierno desde el sistema, y menos aún para que rompa con el sistema y construya otro que lo supere históricamente. Esta es una dura batalla que se libra a contracorriente

– La erosión ideológica y/o la cooptación de dirigentes, funcionarios y militantes de izquierda, ya sea por la frustración y la resignación que anida en ellos debido a la resistencia del sistema a los cambios que creyeron poder hacer sin tantos obstáculos, o por la asimilación de los valores del sistema y acomodamiento a sueldos y beneficios, o por la combinación de ambos factores

– La insuficiente correlación de fuerzas propias para realizar las reformas progresistas o las transformaciones revolucionarias planteadas, que obliga a hacer alianzas con fuerzas de centroizquierda, centro e, incluso, de la derecha «moderada»

– El carácter heterogéneo de la fuerza progresista y de izquierda que ejerce el gobierno, y la asignación de puestos en los poderes del Estado y sus dependencias a aliados e incluso a cuadros propios que no apoyan el programa de reforma progresista o transformación revolucionaria

Por estas y otras razones, toda fuerza política progresista y de izquierda debe preguntarse, en forma constante: ¿en qué medida fortaleció el acumulado histórico que tenía en el momento que asumió el gobierno? ¿En qué medida ese acumulado se estancó? ¿En qué medida se deterioró y desgastó?

– El segundo fue el repudio mundial al genocidio y la fuerza bruta, que obligó al imperialismo a buscar formas más mediadas de dominación, y está interrelacionado también con lo que antes llamamos el «error de cálculo» del imperialismo, consistente en creer que la democracia neoliberal sería suficiente para garantizar su dominación. En este aspecto, el imperialismo ha “rectificado” el “error de cálculo” mediante el desarrollo de la estrategia de desestabilización de espectro completo destinada a derrotar electoralmente o derrocar a los gobiernos progresistas y de izquierda, y al mismo tiempo criminalizar y judicializar a sus líderes y lideresas, y destruir a sus organizaciones políticas. Este es prolíficamente documentado en trabajos científicos y periodísticos, por lo que me abstengo de profundizar en él. Hasta el momento, solo la Revolución Bolivariana de Venezuela, en mi modesta opinión algo tardíamente, reaccionó con energía y efectividad frente a esta estrategia.

– El tercer factor fue el sustancial incremento de la participación electoral motivado por el auge de la lucha de los movimientos populares. Contra su vigencia conspira el hecho de que el acumulado histórico de las fuerzas progresistas y de izquierda — ya abordado como primer factor — se produjo desde la oposición, en la lucha contra el Estado y en defensa de las reivindicaciones de los sectores populares, pero esas fuerzas ahora tienen que rendir cuentas por el desempeño de un Estado en el que ocupan espacios, pero no ejercen el poder. Conocida es la “camisa de fuerza” a la que los gobiernos neoliberales precedentes dejaron sujeto al Estado latinoamericano, cargado de concesiones a potencias extranjeras y deudas externas impagables. Si bien los precios de los productos de exportación durante la primera mitad de la década de 2 000 permitió atender esos compromisos y, al mismo tiempo, saldar parte de la deuda social, ya ambas cosas son excluyentes. También hay una cuota de elitismo y distanciamiento de los gobiernos progresistas y de izquierda con respecto a los “molestos” movimientos populares que “no entienden” la postergación de la satisfacción de sus reivindicaciones en función de cumplir los compromisos con el capital transnacional y nacional. Todo esto repercute en lo que llamo la “abstención de castigo” contra los gobiernos progresistas y de izquierda, ya que son sectores concientizados que no votarían por la derecha.

– El cuarto y último factor — puesto que ya el “error de cálculo” del imperialismo se comentó en el punto 2 — , es el voto de castigo contra los gobiernos y fuerzas políticas neoliberales que se vuelve contra los gobiernos y las fuerzas políticas progresistas y de izquierda. Esta es la masa ciudadana que sufraga de acuerdo a percepciones circunstanciales de perjuicio y beneficio, y es susceptible a ser movida a la derecha mediante la desestabilización de espectro completo y la mercadotecnia electoral. Es una masa fundamental, pues cabe recordar que ningún gobierno progresista o de izquierda fue electo con el voto de una mayoría concientizada, sino con el de una minoría comprometida y enaltecida — parte de la cual en la actualidad se abstiene — y una mayoría fluctuante que no se hizo todo lo que posible para concientizar.

Consideraciones

1. Si analizamos los efectos de los procesos determinantes en la situación de América Latina — la concentración transnacional de la propiedad, la producción y el poder político, la avalancha universal del neoliberalismo, el derrumbe de la Unión Soviética y el bloque europeo oriental y la neoliberalización de la socialdemocracia europea — y los entrecruzamos con los factores que fundamentan la acumulación de fuerzas conducente a la elección de gobiernos progresistas en la región — el acumulado de luchas, el rechazo a los métodos violentos de dominación, el auge de la lucha de los movimientos populares, el voto de castigo contra los gobiernos neoliberales y el error de cálculo del imperialismo norteamericano — , resulta evidente que la elección y reelección de gobiernos progresistas en el subcontinente, no se corresponde con las tendencias dominantes en el mundo, sino que se produce a contracorriente de ellas. Lo dominante a escala mundial no es la democratización, sino el desmontaje del tipo de democracia burguesa y “Estado de bienestar” imperante durante la posguerra en los países del norte de Europa Occidental, y su sustitución por un tipo de democracia y de Estado neoliberal, cuya función es apoyar la más intensa posible concentración de la riqueza y masificación de la exclusión social.

De lo anterior se deriva que la concepción de que en América Latina se había instaurado una «democracia sin apellidos», expresión asumida y defendida por el progresismo y la nueva socialdemocracia latinoamericana, muy escuchada en los duros debates que se dieron en los primeros Encuentros del Foro de São Paulo, es una concepción errada que repercutió en la falta de previsión y de preparación para enfrentar el cambio en la correlación de fuerzas adverso a los gobiernos y las fuerzas progresistas y de izquierda de la región, identificable a partir de 2009.

La sorpresa y la incomprensión que esas corrientes manifiestan, incluso hoy, después de haber sido expulsadas del gobierno o estar en riesgo de serlo — sin haberlo visto venir, ni saber, a ciencia cierta, cómo evitarlo y revertirlo — , y de haber sido criminalizadas y judicializadas, o de estar a punto se serlo, es consecuencia de haber asumido la concepción de la democracia burguesa como sistema político y electoral pretendidamente imparcial e impoluto, que supuestamente no estaría sometido a la presión y la injerencia de los centros de poder imperialista, ni a la acción de los defensores de los intereses de las oligarquías criollas incrustados en los poderes del Estado y organizados en poderes fácticos, en el que los opresores de antaño reconocerían civilizadamente sus derrotas electorales y, con igual civismo, le permitirían gobernar a las fuerzas progresistas y de izquierda, frente a las cuales se limitarían a realizar la comedida función opositora característica de la alternancia entre partidos del sistema, y en el que ejercer el gobierno — un gobierno cuyo ejercicio sería compartido con aliados tácticos de centro y hasta de derecha — sería equivalente a ejercer el poder.

Una cosa es que, en las condiciones actuales y en el futuro previsible de América Latina, las fuerzas progresistas y de izquierda tengan que luchar dentro del sistema político de democracia burguesa, e incluso que tengan que apegarse de modo estricto y escrupuloso a sus reglas del juego, hasta tanto se creen las condiciones para establecer verdaderas formas de democracia, participativas, deliberativas, comunitarias, populares y protagónicas, y mientras la derecha también las respete, y otra cosa distinta es que se asuma como válida y como propia la mitología creada para legitimar y garantizar la reproducción de dicho sistema.

2. Si al análisis incorporamos la periodización del flujo y reflujo de la correlación de fuerzas favorable a los gobiernos y fuerzas progresistas y de izquierda en América Latina, cuya curva, primero evolutiva y luego involutiva, demuestra los efecto de la desestabilización de espectro completo, las derrotas electorales, los golpes de Estado de «nuevo tipo», y las campañas de criminalización y judicialización, destinadas a proscribir y encarcelar a los líderes y lideresas del bloque popular, y a ilegalizar y desarticular a sus partidos, movimientos, frentes y coaliciones, observamos una tendencia a que los actuales gobiernos progresistas y de izquierda sean un paréntesis en la dominación del capital. No necesariamente es una tendencia fatal, irremediable, irreversible, pero sí es la tendencia real. Para que no llegue ser fatal, para que sea remediable y reversible, lo primero es cortar de raíz los enfoques justificativos y complacientes, y trazar objetivos, estrategias y tácticas basados en el conocimiento y comprensión de la realidad.

Hay que denunciar y combatir la desestabilización de espectro completo que el imperialismo y las oligarquías nacionales realizan contra los gobiernos y las fuerzas progresistas y de izquierda, pero ello no basta. Urge una evaluación autocrítica de las fortalezas y debilidades de nuestros proyectos, procesos, gobiernos y fuerzas políticas, no para autoflagelarnos o darle armas al enemigo, sino para potenciar esas fortalezas y erradicar esas debilidades. La desestabilización de espectro completo nos debilita y destruye más cuando aprovecha nuestras deficiencias y errores, y tenemos mejores condiciones para derrotarla cuando somos rigurosos y eficientes en nuestra labor organizativa, política e ideológica, y nuestra relación con el pueblo es fluida, constructiva e interactiva.

3. Discrepo con los compañeros y compañeras que afirman que, no obstante los reveses sufridos, las fuerzas de izquierda y progresistas de América Latina aún están en mejores condiciones que en épocas anteriores, porque siguen habiendo condiciones para la lucha política legal, se mantiene un amplio, aunque disminuido apoyo popular, y se conserva presencia en los poderes e instituciones del Estado. Si bien todo eso es cierto, nada de eso constituye un fin en sí mismo. El fin es la reforma progresista y la transformación revolucionaria de la sociedad, y ya el imperialismo encontró una forma actualizada de frustrarlas y revertirlas.

Tienen razón quienes argumentan que en las condiciones actuales y previsibles, ganen las elecciones las fuerzas progresistas y de izquierda, o gánenlas las fuerzas oligárquicas y proimperialistas, salvo excepciones, el triunfo de una u otra oscilará entre 1% y 5%, pero triunfos político‑electorales por ese margen, o incluso por márgenes muy superiores no son suficientes para emprender, desarrollar y culminar una transformación social revolucionaria.

4. Comparto el concepto leninista de apertura y cierre de “ventanas de oportunidad” para las transformaciones sociales, que rescata Valter Pomar en su “Ensayo sobre cómo abrir nuevamente la ventana”. De eso se trata: la ventana de oportunidad abierta en América Latina durante las décadas de 1980 a 2000, se está cerrando y hay que ver cómo y cuándo abrirla nuevamente.

Se cerraron los espacios para las reformas y transformaciones sociales realizadas dentro de la democracia burguesa, dirigidas o muy influidas por liderazgos y corrientes progresistas y neosocialdemócratas. Salvo casos específicos de países como México, donde hasta el momento el sistema ha impedido la elección de gobiernos progresistas y de izquierda, y de ocurrir esa elección sería un proceso nacional tardío que, al menos intente sacar al país del estancamiento y la involución, en tendencia, este tipo de liderazgos y proyectos ya está agotado. Las fuerzas políticas multitendencias hegemonizadas por el progresismo y la nueva socialdemocracia están siendo expulsadas del Estado y del sistema.

Con pleno y sincero reconocimiento a los méritos de figuras como Lula, Kirchner, Cristina y Correa, cabe preguntarse si, en caso de volver a ocupar la presidencia, podrían relanzar sus proyectos de reforma social, o si sería una victoria pírrica, a partir de la cual la escalada contra ellos de la desestabilización de espectro completo sería fulminante. En esencia, están expulsando al progresismo y a la izquierda del sistema. Es preciso romper con él, superarlo, pero para hacerlo, en especial, cuando no existe una situación revolucionaria, se requiere de una gran acumulación de fuerza social y política, y las nuestras están menguadas.

5. El cambio en la correlación de fuerzas desfavorable a los gobiernos y las organizaciones políticas progresistas y de izquierda ocurrido en los últimos años, reafirma una verdad conocida, pero por lo general olvidada, subestimada o aceptada solo de palabra: los espacios de poder estatal conquistados por la izquierda son frágiles y efímeros si no se sustentan en la construcción de hegemonía y poder popular. Una cosa es creer que estamos construyendo hegemonía y poder popular desde el gobierno, y otra construirlos de verdad. La hegemonía y el poder popular no se construyen «de arriba para abajo», sino en interacción fluida «de abajo para arriba» y «de arriba para abajo».

6. Al contrario de lo que muchos creímos, la práctica demuestra que necesariamente era más sólido el blindaje contra los embates sistémicos de los procesos de transformación social revolucionaria (Venezuela, Bolivia y Ecuador), que el de los procesos de reforma no rupturista (el resto de los existentes). La resiliencia del poder permanente funciona contra ambos: unos y otros son sujetos potenciales de expulsión de los espacios institucionales que lograron ocupar.

7. La revolución mediante rupturas parciales sucesivas con el sistema social capitalista es una hipótesis aún no validada en la práctica que, en Venezuela y Bolivia, puede convertirse en tesis demostrada. Ese camino, inicialmente proclamado por la socialdemocracia europea de orígenes marxistas, fue abandonado por ella en la medida en que ocupó espacios institucionales dentro de la democracia burguesa y terminó siendo un elemento orgánico del sistema.

En la América Latina actual está, de nuevo, abierta la posibilidad de transitar ese difícil y peligroso camino. El paso de la democracia burguesa a formas superiores de democracia puede darse en Venezuela y Bolivia, pero la continuación de sus respectivos procesos transformadores no dependerá solo del imprescindible atrincheramiento en los poderes del Estado que sus respectivas dirigencias están realizando en legítima respuesta a la ofensiva imperialista destinada a destruirlos y aniquilarlos. Aún más imprescindible es resolver, de manera real, efectiva y duradera, los errores, deficiencias y vacíos existentes en la construcción de hegemonía y poder popular que provocaron los desfavorables cambios en la correlación de fuerzas en esos países. Toda experiencia inicialmente revolucionaria que se atrinchera en los poderes del Estado, sin una verdadera base de hegemonía y poder popular, se divorcia del pueblo y termina negando su propia historia. Sobran los ejemplos conocidos de en qué desviaciones no incurrir, y en Venezuela y Bolivia aún hay tiempo para no incurrir en ellas.

8. En Ecuador, tras haber vencido por muy estrecho margen la acción concertada de las fuerzas oligárquicas que buscaban impedir la elección del candidato presidencial de Alianza País, Lenín Moreno, se produjo la ruptura entre la corriente encabezada por el nuevo mandatario, a la que las autoridades electorales adjudicaron la conservación de la identidad de Alianza País, y la liderada por el expresidente Rafael Correa, que fundó el Movimiento de la Revolución Ciudadana. Al margen de las consideraciones que pudieran hacerse sobre sus motivos, la ruptura ratifica la validez del principio de que, llámese partido, organización, alianza, movimiento o de cualquier otra forma, la fuerza política progresista o de izquierda que aspire a desarrollar un proyecto reformador o transformador tiene que contar con estructura, organización, objetivos y programa que garanticen su unidad, coherencia y continuidad, incluidos los mecanismos para identificar las diferencias, debatirlas, procesarlas de modo oportuno y efectivo, y crear consensos o adoptar decisiones de mayoría y minoría que no pongan en peligro el proyecto.

Palabras finales

Los dos formidables retos que enfrenta la izquierda latinoamericana son: evitar ser expulsada del sistema, y evitar ser asimilada por el sistema, lo cual nos conduce a preguntarnos: ¿podrá la izquierda latinoamericana enfrentar con éxito estos retos? ¿Podrá evitar ser asimilada por el sistema? ¿Podrá concluir, con éxito, el proceso de rupturas parciales sucesivas con el capitalismo que la socialdemocracia de orígenes marxistas abandonó?

En cualquier caso, no estamos ante el «fin de la historia». El capitalismo senil de nuestros días necesita, imperiosamente, concentrar riqueza, excluir población y depredar el planeta de manera incontrolada y vertiginosa. Ello se expresa en que, tal como sucedió en Argentina y Brasil, de inmediato reimpone el neoliberalismo puro y duro, que vuelve a agudizar la crisis del Estado y vuelve a estimular la protesta social, solo que, después de las derrotas sufridas, el salto de la acumulación social a la acumulación política puede ser más lento y difícil que en las décadas de 1980, 1990 y 2000:

– En los países donde la respuestas a las tres interrogantes planteadas en estas Palabras Finales sean positivas, es posible que la «ventana de oportunidad» no llegue a cerrarse por completo o que se logre reabrirla en un plazo relativamente corto

– En los países donde las respuestas sean negativas, cabe esperar una refundación de la izquierda, reminiscente pero distinta, en cuanto a forma y contenido, del nacimiento de los partidos multitendencias a finales de la década de 1980. La cantera de líderes y lideresas, cuadros, militantes y activistas para esa refundación, ya existe en las nuevas generaciones. Le tomará algún tiempo madurar, tomar conciencia de su misión, organizarse y asumir el papel que la historia les depara.

Notas

[1] El término desestabilización de espectro completo es una paráfrasis de los términos guerra de espectro completo y dominación de espectro completo formulados por la Dr. Ana Esther Ceceña, que abarcan una multiplicidad de elementos políticos, ideológicos, económicos y sociales, incluida la amenaza y el uso de la fuerza y el uso de técnicas de guerra sicológica, cuyo efecto es similar al de un terremoto que no se detiene y al de un pulpo que golpea, a un mismo tiempo, con todas sus patas. Véase: “Los golpes de espectro completo”, 25‑5‑2014 (consultado 26‑2‑2018).

[2] «Lo esencial de la nueva socialdemocracia latinoamericana no es que esté integrada por partidos miembros de la Internacional Socialista, aunque algunos pertenezcan a ella; tampoco que sean fuerzas políticas que se consideren a sí mismas como socialdemócratas, aunque algunas lo hagan. Ese nuevo vector, agrupamiento o tendencia está compuesto por una amalgama de corrientes políticas e ideológicas que sería imposible caracterizar aquí. Al margen de cualquier elemento organizativo o doctrinario de la socialdemocracia tradicional que pueda estar presente en él, lo esencial es que piensa y actúa de manera muy similar a la socialdemocracia europea de finales del siglo XIX y las primeras seis décadas del XX”. Roberto Regalado: “Poder permanente y poder temporal en América Latina: un debate pendiente”.

[3] Ibíd.

[4] Por solo mencionar dos ejemplos claros: si no hubiese triunfado la Revolución Popular Sandinista en Nicaragua y si el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional no hubiese librado una intensa lucha armada durante más de una década en El Salvador, no se habrían creado las condiciones que hicieron posible la elección de los actuales gobiernos de izquierda en esos países.

*Este artículo fue publicado en la antología Los gobiernos progresistas y de izquierda en América Latina, Roberto Regalado (compilador), Partido del Trabajo de México, Ciudad de México, 2018.

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