Universidad: algo más que un título

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Por Stefan Palma, Filósofo semiótico chileno

Señor Director:

¿Ponen en duda las universidades, la creencia sólida y válidamente fundamentada por la historia, de que se puede confiar en ellas como dignas de poseer las más altas mentes que dirigen y abogan por un mundo mejor? Hoy sabemos de universidades que han cerrado sus puertas, como próximamente lo hará la Universidad Iberoamericana. Entre defectos y controversias por los rankings, principios, prácticas académicas autoritarias, y formas de intolerancias más graves aún, que se viven en otras instituciones. ¿Qué está ocurriendo?, ¿se ha instalado una tendencia?, ¿será que debemos acostumbrarnos? ¿Acaso, no son signos evidentes de que el sistema educativo nacional-incluido los estudios secundarios y primarios- se sostienen sobre un modelo de paradigma político,económico, social…,que no logra dar respuesta a las necesidades fundamentales que tienen los estudiantes y la sociedad? ¿Quién podría evitar que tales sentimientos nos invadieran, sobre todo cuando esta en juego el futuro de las nuevas generaciones de estudiantes?, ¿cómo evitar estas lamentables situaciones, de modo que recuperemos la confianza en las instituciones de Educación Superior? ¿Quién responde por esos jóvenes que depositaron su confianza en esas instituciones?

Una ojeada al contexto mundial nos advierte que-como han notado muchos estudiosos- existe una profunda crisis universitaria en torno a una serie de ejes, como: el papel que deben desempeñar los docentes, los modelos educativos que deben guiar sus principios y prácticas, las líneas de investigación que se deben privilegiar, la competencia por recursos que muchas veces ocurre entre pares, la cantidad de alumnos como factor de financiamiento, y, en lo esencial, qué formación profesional reciben finalmente los estudiantes al momento de confrontar ideas y valores. Aunque las universidades, en general, buscan el máximo de ganancias de prestigio e imagen, se deja a la deriva la generación de la virtud altruista, la creación de conocimiento en comunidad, y el amor por la verdad; todas condiciones necesarias que antaño alimentaron las aulas como una madre protectora: ¡Oh, Alma Mater! Por estas razones, las universidades deben recuperar sus esfuerzos e ideales en trabajar por la verdad última de las cosas; sin atropellar a quienes, en la búsqueda, caen en el error.

¿Qué debe ser, entonces,una universidad para que se distinga de una grosera «fábrica de títulos», o de una empresa de servicios como restaurantes o salones de belleza? Tal vez, la más amplia y simple de las hipótesis debe constituirse en una generalidad, tal como: la universidad es un institución integral de formación cuyo fin último es el desarrollo emocional, espiritual, social, político e intelectual de la personas; a través de una profesión como medio y proceso, para aquello por lo cual, los estudiantes deben estar preparados para actuar, en algunos aspectos o capacidades de su área específica del conocimiento, en un tiempo futuro. Pero este actuar contiene dos líneas: es un participar integral del ser humano con su amplitud de conciencia, sentimientos e intelecto; y además, su actuación se realiza en la reflexión de un tiempo futuro. Esto demuestra, como indicio, de que el conocimiento no es lo relevante en sí, en una Institución de Educación Superior, sino las teorías qué servirán como puentes para enfrentar la movilidad siempre continua de los saberes. El conocimiento que se estudia hoy; mañana, será obsoleto. No así la epistémica que la sustenta, como roca sobre la cual pisar de manera sólida mientras se camina.

Pero también nos encontramos con una cultura posmoderna, que nos remite a confusión, dispersiones y perdidas de creencias estables. Este paradigma en sí, cuestiona sin fundamentos científicos, la noción de verdad, tendiéndole un manto de relativismo extremo a toda idea y a la ciencia misma como fuente de sabiduría. En suma, lo que el humanismo ha venido ganando con sudor intelectual durante varios siglos, se aleja ahora de nosotros. Las Artes Liberales que conformaron el trivium y el quadrivium, o el lenguaje y el conocimiento de la naturaleza, hoy, se echan de menos. El trivium estudiaba la gramática, la lógica (arte del razonamiento y el poder de la verdad) y la retórica. El quadrivium: aritmética, geometría, astronomía y música(sentimientos del alma) Estas son la Siete Artes Liberales. ¡Liberan de las intolerancias y el fanatismo! Porque, una cosa es el pluralismo y la democracia, cuya solidez se alcanza por la acción del diálogo y el razonamiento lógico; otra muy distinta, el relativismo cultural que difumina el alcance y búsqueda de los argumentos de verdad, imponiendo un mundo personal como juicio de validez objetivo.

Enfrentarnos a la realidad del mundo, nos demanda cada vez más, una praxis de la dialéctica, o la ciencia de discutir bien (bene disputandi scientia) La posibilidad de una búsqueda de la verdad por la razón y la convivencia pacífica, contra el error, como la ejercitaron los griegos, constituye uno de los más grandes desafíos para enriquecer las conversaciones y discriminar los signos falsos de los verdaderos. En suma, un acto de intelectualidad superior a través del discurso. San Agustín hace ver la fuerza de las palabras en una completa teoría del signo lingüístico: ¡Qué bien recordarlo! Si las universidades son el reflejo de las cosas vulgares y fanáticas de un pueblo, entonces, no hay mucho para complacerse. Si por el contrario, éstas representan un alto sentido de tolerancia, fraternidad y sabiduría; podremos depositar nuevamente todas nuestras esperanzas en ellas, por el bien de un presente y futuro para nuestros hijos e hijas.

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