¿Qué significa ser progresista hoy? – Por Fander Falconí, especial para NODAL

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¿Qué significa ser progresista hoy? – Por Fander Falconí*

Las preocupaciones políticas del mundo contemporáneo están relacionadas con las formas de vivir de nuestras sociedades y con las respuestas que podemos dar para resolver sus problemas. De la manera como logremos dar esas respuestas dependerán los resultados a futuro. El progresismo, como posición política, tiene ante sí un enorme desafío en el momento actual.

El progresismo está vinculado con el cambio, el laicismo, el pluralismo, el feminismo, la participación ciudadana y el vanguardismo. Ser progresista significa procurar los cambios que se necesitan ahora. Es evidente que estos cambios deben ser ejecutados por actores sociales y políticos provenientes de una amplia base social. Las siguientes propuestas están abiertas para un debate amplio.

10 propuestas abiertas a la discusión

1) Defensa de la democracia participativa 

El progresismo solo puede florecer en una república democrática, y por esta razón propugna un republicanismo radical, en el sentido originario de este concepto. República viene del latín res pública (la cosa pública); y radical se deriva de radix (raíz). El republicanismo radical es la defensa de los intereses públicos desde su raíz; es decir, desde la sociedad.

La sociedad actual debe profundizar la democracia, que es el gobierno (kratos) del pueblo (demos), según sus raíces griegas. La democracia se profundiza cuando es participativa, lo cual significa el involucramiento de todos los ciudadanos en las actividades estatales, sociales, culturales y otras. También lo hace cuando es consultiva, pues la voluntad popular tiene la posibilidad de expresarse mediante el voto en las urnas. La participación del pueblo es esencial en una sociedad democrática. Participar se complementa con pronunciarse

El pronunciamiento popular no solo se refiere a la elección de representantes políticos o de funcionarios públicos de una sociedad. En realidad, las consultas populares son los mecanismos que más se aproximan a la democracia directa. En una consulta popular es el pueblo quien se convierte en un legislador, y es esta acción popular la que confiere legitimidad a la república. Una democracia auténtica apoya las intervenciones económicas y sociales que promueven la justicia económica, social y ambiental, cuando estas decisiones han sido consultadas al pueblo y ejecutadas por el bien común, y no por determinados intereses particulares, pues ello le restaría sentido al bien colectivo del conjunto de la comunidad.
 
2) Macroeconomía enfocada al trabajo digno y a lo social

Ser progresista significa ser partidario de una macroeconomía que genere trabajo y que sirva primero a la gente, y no al mercado. Eso solo se obtiene aplicando una economía heterodoxa. La economía ortodoxa es la que sigue la corriente establecida, la del libre mercado; es esa economía individualista y estática; es la economía del consumismo, de lo desechable, de la obsolescencia programada, de las privatizaciones.

Esa visión y prácticas económicas están representadas por el grupo de gobiernos europeos que enfrentaron la crisis del capitalismo central de 2008 (cuyo preludio fue la desregulación financiera en los Estados Unidos), cuando entregaron la economía a los mismos culpables de la crisis: los banqueros de Grecia, Irlanda, Portugal y España. Se trató de un triunfo del neoliberalismo que produjo secuelas desastrosas en la cultura. El desplazamiento de lo real por lo virtual: solo lo que se ve en los medios es real. Los ritos, las ceremonias y los mitos locales dejaron de tener sentido, porque fueron reemplazados por festejos mundiales impuestos desde afuera y carentes de vínculos con un contexto histórico.

El neoliberalismo rompió muchos lazos culturales, sustituyó el mercado popular por el centro comercial, donde se vende lo mismo en todas partes, en vez de la fruta de temporada o la artesanía local. El buscador de internet reemplazó al diálogo. Junto al neoliberalismo creció y crece el narcotráfico y el tráfico de armas, el “coyoterismo” y la trata de personas, e incluso el robo de bebés para las empresas de adopción. Se dice que el socialismo tradicional ─como se practicó en la ex URSS desde 1917 hasta 1989─ no pudo acabar con la iglesia y peor con la familia. El neoliberalismo lo está logrando.

La economía heterodoxa es innovadora, es la del mercado regulado, es social y dinámica; es Islandia enfrentando la crisis de 2008 y entregando la economía a un manejo social. Desde una posición más drástica, podría decirse que la economía ortodoxa pretende ser una ciencia exacta, mientras la economía heterodoxa reconoce que es una ciencia social. Las ciencias exactas pueden hacer predicciones de alta confiabilidad. Las ciencias sociales tienen un alto componente de imprevisibilidad y además tienen como sustento la historia del desarrollo de las sociedades, y son producto del avance del pensamiento en sus diversos períodos.
 
Ser progresista equivale a ser creativo. Una sociedad consciente exige que su gobierno sea creativo, que combine la inversión pública a gran escala con las iniciativas privadas en proyectos que generen trabajo. A eso habrá que sumar incentivos fiscales para empresas que puedan crear más empleos. Esta política debe complementarse con planes de salud, educación y vivienda para todos. Además es el momento de discutir y aplicar la renta básica universal o ingreso ciudadano.

Para financiar los programas sociales, el Estado debe cobrar impuestos según los ingresos y patrimonios; es decir, que quien gane más pague un porcentaje mayor. Esto implica optimizar la recaudación tributaria y restringir el consumo de bienes no prioritarios así como los bienes (o mejor dicho males) que provocan enormes daños ambientales, entre otras medidas. Para lograrlo, es importante la participación y el diálogo entre los actores de la economía. Ser progresista, en lo económico, es votar por un gobierno eco socialista. Un gobierno que considere prioritarias a las personas por encima de los intereses del mercado, y esté dispuesto a que el conjunto de la sociedad dictamine el rumbo de la economía, respetando y cuidando siempre el ambiente.

La macroeconomía que priorice a la gente por encima del mercado  es la que decide con independencia de aquellos organismos internacionales que representan los intereses exclusivos de los mercados internacionales. Debemos reconocer el fracaso de las políticas de austeridad y privatizaciones. La autonomía en materia económica es garantía de equidad.

3) Defensa del ambiente desde el Sur planetario

En mi más reciente libro “Solidaridad sostenible. La codicia es indeseable” (Editorial El Conejo, 2017), he planteado que la defensa irrestricta del ambiente es la prioridad del siglo XXI. Tras esta portada inflamable que es el acelerado cambio climático, se esconde una crisis civilizatoria como consecuencia de las injusticias sociales y ambientales acumuladas, unidas en el mundo actual a las relaciones asimétricas entre norte y sur.

En realidad esa es la base del ecosocialismo, conocido también como marxismo ecológico, término acuñado por un pensador visionario. James O’Connor (“Natural Causes: Essays in Ecological Marxism”. Guilford Press, New York  1998) sostiene que hay una segunda contradicción del capitalismo: la apropiación auto destructiva de los recursos humanos y naturales; es decir, el crecimiento cuyo costo implica destruir la salud, la educación y la naturaleza. Los costos privados se vuelven costos sociales.

Frente a una realidad como la que brevemente describo, desde el punto de vista político, el progresismo debe unirse con los movimientos sociales y ambientales que se opongan a esta depredación del planeta.

Ser progresista no solo significa aceptar los hechos científicos que demuestran el calentamiento global. Es alinearse con quienes luchan por la justicia ambiental planetaria, exigiendo la urgente transferencia de tecnología para reducir los niveles de contaminación en la atmósfera. Una aspiración tan necesaria como esta solo podrá alcanzarse cambiando las reglas de propiedad intelectual, mediante acuerdos con y desde el Sur. El cambio climático es un fenómeno geopolítico y es así como debemos enfrentarlo. No es posible una mitigación del cambio climático con un crecimiento económico ilimitado. Es más, una civilización con un crecimiento ilimitado nunca podrá sobrevivir.

Hay un punto de partida para la conciencia ambiental, que es el reconocimiento de que los países de mayores ingresos están contaminando al resto del planeta. Nos hemos convertido en una especie de fumadores pasivos, y ello nos lleva a rechazar la codicia del crecimiento económico ilimitado que conduce a la extinción. Ese nivel de conciencia empujó a muchos a pensar en la naturaleza como titular de derechos, tal como se encuentra establecido en la Constitución ecuatoriana aprobada en el año 2008.

4) Construcción de capacidades humanas mediante educación y salud, con profundización en derechos

La complejidad de las sociedades actuales nos obliga a realizar continuas intervenciones. Estamos en un momento en el que miramos con enorme preocupación el futuro de nuestra sociedad; prepararnos en lo inmediato es nuestra exigencia y deber ahora. La educación es uno de los puntales para sostener una sociedad digna, y ello implica la entrega de todos los esfuerzos posibles para mejorar las condiciones en las que se desarrolla el proceso educativo; es decir, contar con una gran capacitación de los docentes, la construcción de una infraestructura digna y la creación de un entorno educativo de paz.
 
Ser progresista es brindar atención integral en salud. La salud no puede ser tratada como una mercancía, porque las ganancias obtenidas de ese trato comercial se convertirán a la larga en gastos fúnebres. Existen enfermedades fáciles de prevenir, pero que en situaciones de pobreza se han vuelto incurables. 

Ser progresista significa respetar y hacer respetar los derechos de los seres humanos. En una democracia real, para consolidar una sociedad sana y educada, hace falta profundizar los derechos. Esto solo es posible alcanzar con el ejercicio permanente de los derechos humanos, económicos, sociales, culturales y ambientales. Estos derechos deben enseñarse y cumplirse desde la primera infancia; desde las escuelas hasta llegar a las áreas de trabajo como adultos.  

5) Ética y transparencia en todos nuestros actos

Según el filósofo del sentido común, Aristóteles, lo que nos lleva al logro de nuestro bienestar es bueno y todo lo que nos aparta de ese fin es malo. En eso se acerca la filosofía clásica griega a la sabiduría ancestral andina, que se expresa en el concepto de Sumak Kawsay o Buen Vivir. Ser progresista es mantener en la vida individual y social un estándar moral elevado, sobre todo, cuando nos referimos a los temas de corrupción. 

Ser progresista va más allá de la moral religiosa. El mundo actual pone en contacto a muchas religiones y creencias, con lo cual es imposible fundamentar la moral bajo un solo credo. De igual manera, existen personas y grupos sociales muy respetables que son agnósticas, ateas o no creyentes. Es ahora muy necesario apelar a una ética humanista universal que sea aceptada por todos los seres humanos del planeta.

Ser progresista es ser transparente. La transparencia tiene que ser una actitud personal y social. Toda persona ─mucho más quien ejerce funciones públicas─, debe ser transparente en sus actos individuales. Las sociedades deben levantarse sobre la base de la confianza mutua, y por ello las instituciones deben reflejar esa aspiración de transparencia. En la vida cotidiana, cuanto más filtros tengamos que pasar para obtener información o realizar trámites, más posibilidades y espacios se abrirán para las acciones de corrupción.

La corrupción es un flagelo social, pero no es exclusiva del sector público. Se trata de un mal general de la sociedad del capital. La lucha contra la corrupción debe ampliarse a fin de erradicar los paraísos fiscales en el planeta.

6) Sin soberanía en lo internacional, no hay paz

Ser progresista es ser soberano en las relaciones internacionales. Nuestra época no admite protectorados ni colonias. Es importante promover el alineamiento entre naciones que se tratan como iguales y actúan por el bien del grupo. Una actitud o conducta opuesta al principio del derecho y la equidad entre naciones y estados podría convertirse en un apoyo servil o entreguismo, lo cual deforma y atrasa las relaciones internacionales del mundo contemporáneo.

La soberanía nacional es un componente esencial del Estado. El concepto actual de soberanía tiene nuevos elementos, si lo comparamos con los de otras épocas. El Derecho y la Política han tenido que adaptarse a la globalización del capital, pues las exigencias de la sociedad mundial han empujado a una modernización en las relaciones entre los estados. 

7) Participación popular en todos los procesos públicos

Ser progresista es involucrar de manera íntegra a la sociedad en los procesos de cambio. Primero, porque la sociedad es corresponsable con el Estado. Pero lo más importante es que la participación activa de la sociedad se convierte en un componente esencial del cambio duradero o de larga duración. Ser progresista es trabajar por el empoderamiento de los grupos excluidos de la sociedad. Este proceso significa promover los cambios que beneficien a esos grupos, en el ámbito de los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales. Pero no solamente eso, sino además, que provoquen el empoderamiento dentro de un proceso de auto confianza al interior de esas comunidades. 

Ser progresista es ser partidario de la organización popular. Si la economía ortodoxa va al ritmo de las estructuras conservadoras, es obvio que se oponga a la organización popular, porque se trata de un ingrediente que atentaría contra su seguridad. La organización popular se consolida cuando muchas personas sienten identificación con un grupo social, comparten la misma visión crítica y mantienen un objetivo común de cambio.  

Como dijimos al principio, estos cambios deben ser ejecutados por actores sociales y políticos provenientes de una amplia base social. Esa base es la suma de las capacidades individuales para identificar y resolver problemas. Es el sector social más consciente de su corresponsabilidad con el Estado en mejorar sus condiciones de vida. Los actores políticos que ejecutan estos cambios son quienes negocian con el Estado el bienestar de la sociedad. Esta puede alcanzar esa amplia base social identificando necesidades y proponiendo soluciones, que se logran con empoderamiento y participación en la democracia, y generando ciudadanía.

Entre los actores sociales llamados a participar activamente en estos procesos están los movimientos indígenas, la militancia de grupos minoritarios marginados, los sindicatos de trabajadores, las asociaciones estudiantiles, las agrupaciones culturales, los gremios profesionales, los defensores de derechos humanos y ambientales. El mundo moderno ha visto surgir, como contrapartida de la globalización del capital, movimientos globales de justicia planetaria. Además, en todas las épocas, la juventud ocupa la primera fila de las transformaciones sociales.  Mientras más amplia sea la base social que participe en la cosa pública, mayor será la democracia.

8) Oposición a una cultura dominante y exclusivista

Las culturas populares se oponen a las culturas dominantes. Ser progresista es ser partidario de las culturas populares. Estas se enraízan en su geografía, conservan sus lenguas originarias, prefieren la tradición oral y son más intuitivas. La cultura dominante impone, tiende a ser uniforme, prefiere lo escrito, lo validado y lo que está sometido a regulación. La cultura dominante se inclina por el uso de una lengua internacional y por la globalización cultural.

9) Sintonización con los cambios, sin olvidar las raíces

Ser progresista significa estar sintonizado con los cambios actuales. Sin caer en el esnobismo, es necesario escuchar la voz popular y mantenerse al día con el conocimiento y las innovaciones del mundo. Las organizaciones sociales hoy reclaman derechos diferentes a los que reclamaban antes. Ahora se reclama el derecho a la equidad de género, al feminismo, a la recreación, a la educación continua, a escoger las preferencias sexuales, etc. 

El derecho más importante que se reclama en el siglo XXI es uno difícil de conceder para un gobierno, pues depende de muchos actores y factores externos: el derecho a la vida y a un ambiente limpio. Para el progresismo este es el derecho que más lo diferencia del conservadurismo político. Por esta razón el ambientalismo debe ser bien entendido y no tratado como una moda o una conducta muy en boga en el mundo. Un ejemplo típico de la distorsión ambientalista podría ser el consumo de agua limpia embotellada, que está llenando el planeta de basura plástica. 

Ser progresista significa, además, estar sintonizado con las nuevas tendencias tecnológicas del mundo. No obstante, no debemos olvidar que la tecnología es un medio, no es un fin. El progresismo es sinónimo de innovación y se encuentra actualizado y al tanto de los últimos inventos útiles en el mundo. Seamos más precisos: con aquellos inventos que propician la solución de necesidades humanas fundamentales y que no profundizan injusticias sociales o deterioran más la base natural de nuestro planeta. El buen uso de la tecnología requiere destreza y eso es lo que debemos formar. Sin embargo, existen reglas internacionales que lo impiden por su alto costo agravado por el sistema actual de patentes y derechos de comercialización, en especial en los aspectos de la salud pública que deberían ser abiertos por un sentido humanitario; además, faltan políticas que fortalezcan la ciencia y la tecnología, tanto en su estudio como en su aplicación.

No se puede ser progresista sin comprometerse con todos los sectores de la sociedad y con la innovación internacional. En resumen, ser progresista significa estar al día con los cambios positivos, en beneficio de la humanidad y del planeta.

No obstante, quien solo sigue la moda termina siendo obsoleto. Para no flotar a la deriva en el mar de los cambios, el progresismo debe estar anclado a las culturas ancestrales. En los Andes, tenemos una tradición telúrica del bienestar social: Sumak Káusai o Buen Vivir que se fundamenta en el respeto a la vida y al cosmos. El Buen Vivir es una alternativa a la idea del desarrollo, como una mera extensión del crecimiento económico sin respetar las culturas humanas o los límites biofísicos. Es un concepto de bienestar colectivo que surge por un lado del discurso postcolonial, crítico al desarrollo, y por otro lado de las cosmovisiones de los pueblos originarios andinos. La felicidad es el objetivo último de su sistema ético y en el caso andino se da mucha importancia al respeto debido a la naturaleza. La Chakana o cruz andina simboliza las normas naturales del Buen Vivir.

10) Libertades políticas y sociales

Al principio de la II Guerra Mundial, el presidente estadounidense Fraklin Roosevelt propuso al mundo luchar por cuatro libertades. “Queremos libertad de expresión y libertad de cultos, y queremos estar libres de necesidades y estar libres del miedo”. Eso lo dijo cuando la mitad de Europa estaba esclavizada por el fascismo. Es lamentable que sus palabras no hayan sido retomadas por sus sucesores, sobre todo, en lo referente a necesidades y miedo.

Una persona progresista debe aspirar a convertirse en adalid de las libertades individuales y sociales, de la misma manera como las consignó después la Declaración de los Derechos Universales de las Naciones Unidas en 1948. Esa declaración histórica confirió dignidad e igualdad, y estableció las libertades políticas, de movilidad, de pensamiento, de opinión, de conciencia, de asociación, de temor al daño físico y de temor a la pobreza. 

Llegar a conceptualizar el ser progresista es un reto constante en todas las sociedades del mundo, pues debe recoger elementos basados en el análisis de la historia, en la configuración universal de un concepto de cultura que provoque una visión auténtica de humanidad con posibilidades de permanecer en un planeta equilibrado, como especie capaz de vivir en afinidad con la naturaleza, compartiendo relaciones también equilibradas y justas entre sus habitantes, pues de ello dependerá su permanencia o aniquilación en el futuro.

(*) Actual ministro de educación y excanciller de Ecuador (2008-2010).

 


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