La segunda oportunidad de Piñera y la «derecha peligrosa” – Por Marcela Jiménez y Macarena Segovia

528

Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Es cierto que hay un giro estratégico, que pasa por no pecar de la grandilocuencia que abundó en el primer mandato y que terminó convertida en un búmeran, un aroma a seudohumildad –agregaron– que se nota en el hecho de establecer objetivos más acotados y claros: seguridad, infancia y migraciones. Pero también lo es que esta derecha que empezó a gobernar, sin cambios doctrinarios de por medio, se está tomando el discurso y los espacios que hasta hace poco fueron exclusivos de la centroizquierda.

“En el mejor de los escenarios, serán ocho años”, confesó durante la semana pasada una ex autoridad del Gobierno de Michelle Bachelet. Una frase que grafica el estado de ánimo de la centroizquierda estos días, donde miran con cierta preocupación lo que algunos sectores han llamado “la derecha peligrosa” y que ayer en la tarde entró airosa a La Moneda detrás de Sebastián Piñera, para llevar adelante su segundo mandado, elegido democráticamente, en menos de ocho años.

La derecha con que gobernó Piñera entre el 2010 y el 2014 no es la misma con la que dirigirá el país, un cambio que va más allá del mero dato estadístico de la coalición oficialista que dejó de ser solo RN y la UDI, sino que sumó a Evópoli, que dejó de ser una mera corriente y se instaló en el oficialismo de lleno para quedarse: obtuvo 6 diputados, dos senadores y su líder máximo, Felipe Kast, obtuvo un 15,4% en las primarias presidenciales del año pasado.

En el propio nuevo oficialismo aseguran que hay un giro estratégico, que pasa por no pecar de la grandilocuencia que abundó en el primer mandato y que terminó convertida en un búmeran, un aroma a seudohumildad – agregaron– que se nota en el hecho de establecer objetivos más realistas, menos ambiciosos, un norte más acotado y claro: seguridad, infancia y migraciones.

“Hay una mayor empatía que predomina al dogmatismo que imperó antes. Sí es cierto que se mantiene la defensa del modelo, pero también se incorporó un énfasis distinto, centrado en la gente”, afirmaron en RN.

En la propia derecha pusieron como ejemplo de ese giro las declaraciones que dio el nuevo ministro de Educación, Gerardo Varela, el viernes 9 de marzo, cuando sentenció –durante una exposición ante la Sociedad de Fomento Fabril (Sofofa)– que «la gratuidad llegó para quedarse. Como dije, la gratuidad llegó para quedarse, esto significa que el 60 por ciento de los jóvenes más vulnerables de Chile tendrán educación gratuita en la educación superior”. Es el mismo Varela que desató fuertes críticas con su nombramiento en enero, por sus opiniones anteriores, en las que plasmó que la educación era un derecho y un bien de consumo, como por el hecho sabido de que es una de las figuras del sector que jamás creyó en la gratuidad.

“Lo de Valera es a lo que se refiere precisamente el concepto de la derecha peligrosa, un pragmatismo que saca del debate público temas en los que el sector se enredada y conflictuaba”, dijeron en el piñerismo, donde también acotaron que lo de «peligrosa» es real para la centroizquierda, porque sin necesidad de que exista un cambio doctrinario de fondo, van haciendo suyos o avanzando en materias que eran propias de la actual oposición.

La derecha de Piñera hoy es más “política” que con la que llegó al poder hace ocho años, porque tiene una mayor presencia de sus partidos, con cuotas relevantes de equilibrio entre todos, lo que neutraliza la hegemonía sin contrapeso de la UDI, que le jugó en contra en un gran tramo de su primer mandato, dejándolo horquillado buena parte de esos cuatro años. Es también una derecha con experiencia, que ya gobernó en democracia, en que, al menos en su núcleo duro –el comité político–, vuelven los equipos casi completos a sus antiguas oficinas, casi como un paréntesis, con conocimiento cabal de lo que tienen que hacer y cómo.

La primera actividad de Piñera como Presidente en ejercicio fue una visita –ayer en la tarde– a un centro Sename en La Pintana, acompañado de su flamante ministro de Desarrollo Social, Alfredo Moreno, el ex jerarca de los empresarios, ex presidente de la Teletón, que ahora será el encargado de imprimir y ejecutar el sello social de la actual administración y que –según dicen en el oficialismo– tiene una mirada más bien ignaciana, inclinada a lo socialcristiano, a quien la ortodoxia liberal económica no le acomoda.

La visita al centro Sename, agregaron en el sector, apunta precisamente a ese foco de la derecha peligrosa, no solo fue una señal de la prioridad que tendrá para el actual Gobierno esta materia, sino que además precisamente la vulnerabilidad social –en este caso en la infancia– es un eje que era terreno exclusivo de la centroizquierda. En ese momento Piñera llamó a un “Gran Acuerdo Nacional por la Infancia y la Adolescencia”, en plena sintonía con el tono convocante que adoptó desde que juró en el Congreso al mediodía.

Tras el recibimiento de la guardia de Palacio, cuando ingresó a La Moneda antes de las 19:00 horas y del saludo protocolar de embajadores y autoridades nacionales como el Fiscal Nacional, Jorge Abbott, el presidente de la Corte Suprema, Haroldo Brito, el director general de Carabineros, Bruno Villalobos, y el presidente del Senado, Carlos Montes, el Mandatario dio el tradicional discurso desde el balcón de La Moneda, uno que tuvo demasiados guiños a la extinta Concertación, con un lenguaje que recordó en la forma y en el fondo a dos de sus figuras icónicas: Patricio Aylwin y Ricardo Lagos.

“Hace casi 30 años los chilenos realizamos la primera transición, logramos avanzar hacia una sociedad con libertad y democracia. Pero esa es parte del pasado, de la historia, los chilenos hoy con la misma fe tenemos que emprender la nueva transición, la que nos conducirá a un Chile con oportunidades y sin pobreza”, sentenció Piñera.

Insistió en el acuerdo nacional para la infancia, habló de mejorar las pensiones, la salud y la educación, en más de una ocasión hizo referencia al objetivo de construir una “patria justa, buena y libre” y recalcó que su administración “buscará siempre la unidad de los chilenos, reemplazar la errónea lógica de la retroexcavadora por la sana cultura del diálogo, los acuerdos y la colaboración”.

No dejó fuera los temas propios y emblemáticos de la derecha, como la lucha contra la “delincuencia, el narcotráfico y el terrorismo” y la importancia de “revertir el estancamiento económico, recuperar los equilibrios macroeconómicos y fiscales, rejuvenecer el dinamismo” y, obvio, crear nuevos empleos.

Pero volvió siempre al tono concertacionista: “La misión es grande, ambiciosa, transformar a Chile, la colonia más pobre de España, en el primer país de América Latina que pueda decir que ha derrotado la pobreza y que hemos aprendido a vivir en paz y libertad”.

Una forma de imprimir una narrativa al sector, al Gobierno, un relato del cual la derecha siempre ha carecido, que le restaba mística y reducía los esfuerzos a la mera administración.

La derecha 2.0

Desde Chile Vamos aseveraron que la derecha que comenzó a gobernar ayer es la tradicional, la de siempre, pero renovada, “con un poco más de cabeza”. La que defiende el neoliberalismo en materia económica y está conjugada con los valores conservadores. “La típica mirada de la derecha chilena, buscan tener un mercado fuerte, pero enmarcado en una serie de principios que evitan el desbordamiento de este. Son libres para comprar lo que quieran, pero no son libres de dormir con quien quieran”, reconocieron en el seno del nuevo Gobierno.

En esta derecha existen tres grandes mundos, que se disputan la hegemonía ideológica. Esta nueva derecha, en parte alejada de la despolitización que impuso Jaime Guzmán en las capas medias y bajas, es una renovada por el poder de la política, en algunos casos menos ligada al individualismo y hasta contraria al neoliberalismo, que tiene sectores que apuntan a la economía social de mercado, que están más cerca de una socialdemocracia, un Estado benefactor, que de dejar a la ciudadanía expuesta a los vaivenes del mercado.

Por otra parte, está la más liberal o “libertina” –como la llaman los sectores más conservadores de la UDI, esos ligados a Los Coroneles–, que tiene entre sus filas a activistas del mundo gay, trans y aquellos que hasta marchan por el aborto libre, una mirada que pone a las libertades individuales como principios rectores de la sociedad y que cree en una economía neoliberal.

Pero en la derecha ha cuajado un mundo liberal que va más allá del rostro de Kast. Aquí se mezclan distintas líneas que se ven materializadas en fundaciones y centros de pensamiento, como Plural, fundado por Andrés Velasco, y Horizontal, el think tank ligado a Evópoli. Pero esto no queda aquí, porque hay un liberalismo aún más fuerte y profundo, para algunos muy poco ortodoxo y alejado de la ciudadanía o de la realidad: es el que hace “Fundación para el Progreso”, en donde el académico Axel Kaisser desarrolla sus líneas de pensamiento.

Las otras vertientes tienen su cuna en la Pontificia Universidad Católica, es más, en la Facultad de Derecho de la PUC. Desde Chile Vamos reconocen que se dividen entre el gremialismo tradicional o la denominada “derecha conservadora”, que se cimentó y alimentó durante la dictadura y vivió su auge ideológico e intelectual de la mano de Guzmán, que por algunos momentos habría “perdido el rumbo”, porque se habría tecnificado hasta un punto sin retorno y que, por esa razón, en los últimos años se ha ido renovando.

Una pelea y renovación interna que se ve en la UDI, en este choque que vive el sector de Los Coroneles, que hoy tiene a Jacqueline van Rysselberghe a la cabeza del partido, pero que en los últimos dos años ha estado tensionada con la figura de Jaime Bellolio y el llamado “team PUC”, una camada nueva de dirigentes gremialistas que surgieron como resistencia al movimiento estudiantil y que han ido migrando al partido o centros de pensamiento como Res Publica y Fundación Jaime Guzmán.

Entre estos nombres destacan el ex dirigente pingüino Julio Isamit –hoy jefe de gabinete de la Segpres– y los ex militantes del Movimiento Gremial, Andrés Justiniano y Ricardo Sande, dos de los principales dirigentes de dicho sector, que llegan al Mineduc de Piñera. Una jugada “estratégica”, porque en el ministerio aseguraron que ambos son cargos políticos, que son dos figuras que cuentan con “conocimiento del conflicto estudiantil”, que Sande fue presidente FEUC y conoció la Confech a nivel interno, lo que se traduce ahora en “una gran ventaja”.

Una última línea, es la denominada socialcristiana o el mundo solidario. No es una novedad al interior de la derecha, es más, se podría hablar de que es parte de esta derecha “más tradicional”, menos neoliberal y uno de sus rostros más emblemáticos es el ex presidenciable y senador RN, Manuel José Ossandón, quien enarboló la gratuidad como bandera de campaña.

A nivel de militancia o convencidos, empieza a tomar fuerza tras el quiebre del mundo gremialista en la PUC, Solidaridad: es una derecha mucho más teórica; tiene una impronta de la economía social de mercado fortalecida; busca romper con el paradigma de la concentración económica; en materia valórica, su aproximación busca ser mucho más política, como en el caso del aborto, en que “la línea no es la negación porque sí”, sino que poner el acento en políticas públicas que den otra respuesta al problema.

Aquí confluyen fuerzas como Solidaridad, Socialcristianos por Chile, Construye Sociedad, y hasta parte de la DC, que están dentro o acercándose partidariamente a Renovación Nacional. “Es claramente una derecha que puede disputarle el cambio de sentido común a fuerzas como el Frente Amplio”, sostienen desde este sector.

Ya se terminaron las celebraciones y se cumplieron casi todos los rituales republicanos, hoy empieza el trabajo de cuatro años para la administración piñerista que, a todas luces llegó, con las ganas y el diseño político definido para prolongar su estadía en La Moneda por más de cuatro años.

El Mostrador

Más notas sobre el tema