¿Qué hemos hecho nosotros para merecer esto? – El Comercio, Perú
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
La situación que vive el país desde que se inició lo que podría denominarse ‘la crisis de la vacancia’ es grave y tiene más de un responsable. Sea cual haya de ser el resultado de la votación de este jueves en el Congreso –es decir, permanezca o no Pedro Pablo Kuczynski en la presidencia–, el daño infligido a nuestra institucionalidad y a nuestra economía es severo y costará superarlo.
Tienen responsabilidad en ello, por supuesto, quienes, desde la oposición, han aprovechado la ventana de la imprecisa figura de la ‘incapacidad moral permanente’ que la Constitución ofrece como causal para tal vacancia y han empujado dos procesos en los que no ha sido difícil distinguir motivaciones políticas distintas a las enunciadas en las mociones propuestas a la representación nacional para ese fin. Pero también el Gobierno ha puesto mucho de su cosecha en la gestación y profundización de esta crisis.
Con cargo a que en su momento se resuelva por la vía judicial si el actual jefe de Estado incurrió o no en un conflicto de interés sancionable cuando era ministro del gobierno de Alejandro Toledo, se pueden señalar con claridad actitudes deliberadas y negligencias inaceptables de parte de las más encumbradas autoridades de esta administración que hicieron de este trance la ocasión de descrédito general que es.
Desde las negativas del mandatario sobre sus pasadas vinculaciones profesionales con Odebrecht hasta sus largonas para la reunión con la Comisión Lava Jato y desde lo que se le hizo decir a la presidente del Consejo de Ministros mientras todo indica que se negociaba el asunto con el ‘kenjismo’ hasta la ligereza de llamar a la iniciativa a punto de votarse ‘una especie de golpe de Estado’, el manejo gubernamental del problema que tenía y tiene entre manos ha sido torpe, provocador e inconducente. Y sin embargo, al ser confrontado ahora con esa realidad, el oficialismo insiste en desentenderse de ella (o, por lo menos, en tratar de hacerlo).
Dos entrevistas concedidas en los últimos días por el presidente Kuczynski y la primera ministra Mercedes Araoz a “Trome” y a este Diario, respectivamente, proveen abundante material para confirmar lo que señalamos. Ante la demanda de un ejercicio autocrítico, por ejemplo, el mandatario dice: “He subestimado las intenciones de mis adversarios y, de repente, he debido hablar más con ellos, pero nunca han querido reunirse con la frecuencia que yo les he pedido”. Y la señora Araoz: “Yo he tratado de tender puentes con todos los partidos políticos y el presidente también […]. Tratamos de cumplir nuestros compromisos, pero es difícil cuando la contraparte no está dispuesta a mirar un objetivo común”.
Solo ante la insistencia sobre la ya mencionada negativa del jefe de Estado sobre sus vínculos con Odebrecht, la primera ministra desliza: “El presidente tuvo un discurso en el que pudo ser más cuidadoso, explicitar un poquito más el tema del vínculo”.
Sobre la elevada desaprobación a su gestión que registran las encuestas, por otro lado, el presidente Kuczynski sentencia: “Yo creo que [los encuestados] están muy influenciados por lo que leen en las tapas de algunos periódicos”. Y más adelante añade: “Yo estoy muy conectado con el pueblo, lo que pasa es que tengo algunos medios adversos y el Congreso me hace bastante bulla”.
Buscan presentarse, como se ve, como las meras víctimas de alguna forma de conjura en la que se combina la ojeriza de los opositores políticos con la mala voluntad de la prensa. ‘¿Qué hemos hecho nosotros para merecer esto?’, parecen clamar desconcertados.
Pero la verdad es que si los ciudadanos no lucen hoy en su mayoría dispuestos a detenerse a evaluar el mérito de los argumentos de los vacadores y acaso cuestionarlos, es por los comportamientos de los representantes del Ejecutivo arriba consignados y por tantos otros que hablan de una vocación por el encubrimiento y la evasión, antes que de un afán de control de daños y de un espíritu de enmienda.
Defender una presidencia en falta es difícil. Más aun, una que no quiere asumir sus responsabilidades.
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