Familiares de combatientes de Malvinas pudieron visitar el cementerio de la isla luego de que se reconozcan sus identidades
649 argentinos murieron durante el conflicto, muchos de ellos jóvenes y sin experiencia militar. La mayoría no había sido identificada ya que sus cuerpos fueron enterrados en Malvinas como NN. En 2017, gracias a una iniciativa de la Cruz Roja, pudo reconocerse a muchos combatientes y brindarles la información a sus familiares.
«Ahora sé dónde está mi hijo, pude hablar con él»: la conmovedora ceremonia en Malvinas con los familiares de los caídos
El sol brilla y el viento de las Islas Malvinas parece haber disminuido su fuerza solo para las familias que ahora rezan y lloran frente a las cruces blancas en el cementerio de Darwin.
«Hijo, te encontré, hijo, te encontré», dice conmovida Laura Fedele mientras acaricia la placa con el nombre de su hijo, Miguel Ángel Arrascaeta. Hasta hace solo unas semanas, Miguel Ángel era un soldado argentino solo conocido por Dios.
Fedele es una de los 214 familiares que viajaron hoy a las islas para homenajear a los 90 soldados identificados.
El viaje fue organizado por la Secretaría de Derechos Humanos, a cargo de Claudio Avruj, y fue fundamental el apoyo del empresario Eduardo Eurnekian, presidente de Corporación América, que financió y organizó el viaje, que incluyó el alquiler de los dos aviones de Andes para que la delegación volara directamente desde Ezeiza a Mount Pleasant en la madrugada del lunes 26.
«Ahora sé dónde está, pude hablar con él. Lo sentí cerca. Se me sale el corazón del cuerpo de la emoción, pero me da paz saber dónde está Daniel», conmueve con su testimonio Dalal Massad, madre de Daniel Massad, mientras su esposo, Said, se arrodilla y reza ante la tumba de su hijo, caído el 11 de junio en la cruenta batalla de Monte Longdon.
«Le dije: ‘No sabés todo lo que pasó en estos 35 años, no sabés cuánto te extrañamos. Tu madrina y tu abuela te siguieron al poco tiempo que te fuiste, se ve que no querían estar sin vos. Cuidá a tus hermanas. ¿Sabés una cosa, Dani? Tu cuarto está intacto, tu pelota de fútbol, pero me han sacado cosas de tu ropa, porque todos querían llevarse algo tuyo para tener cerca». Ese fue el conmovedor diálogo que Dalal mantuvo ante el lugar en que yace su hijo.
Por su parte, Geoffrey Cardozo, el coronel británico que tuvo la difícil tarea de recoger los cuerpos de los campos de batalla y darles digna sepultura en 1983, afirmó: «Estas familias esperaron 36 años para encontrar a sus hijos. Hay mucha angustia contenida pero también mucha emoción. Yo siento que estamos viviendo un milagro». El trabajo de Cardozo fue clave en la identificación de los cuerpos.
Cardozo cuidó a cada soldado «como si fuera mi propio hijo». Los envolvió con una sabana y les puso dos bolsas mortuorias de plástico, en las que anotó cada dato del combatiente que no había podido identificar. Por último, los colocó en un ataúd, y sobre la tapa volvió a escribir las precisiones: dónde había sido encontrado, qué pertenencias tenía, qué datos físicos podía rescatar. «Lo hice con honor y respeto por si algún día quería identificarlos».
Malvinas estuvo presente siempre, en cada recuerdo, en cada persona que viajó.. El primer vuelo 682 partió 3:50. Media hora más tarde despegó el otro avión, vuelo 684. «Me siento honrado de llevarlos al destino de Malvinas en este viaje humanitario», sostuvo el comandante Hugo Pascual antes del despegue. Lo que no dijo Pascual es la emoción que sentía al volver a Malvinas, ya que durante la guerra había volado tracker. Otro de los pilotos, Rafael Cornejo Sola, también había volado esas mismas naves.
En el primer avión viajó Roberto Curilovic, gerente de desarrollo de negocios de Aeropuertos Argentina 2000 y ex piloto de Super Étendard durante la guerra. El 25 de mayo de 1982 su escuadrón hundió el Atlantic Conveyor. «Viajo como organizador, pero este día en Malvinas para mí tiene un significado muy especial por haber combatido en la guerra».
La aeronave tenía el apoyacabezas con la silueta de las Islas Malvinas y una fecha histórica, el 26 de marzo de 2018. También en los bolsillos había un pequeño folleto que contaba el proceso de identificación. A las 4:20 se sirvió un desayuno, y luego se apagaron las luces. Pero nadie pudo dormir.
«Yo creía que a mi hijo lo había pulverizado una bomba en Monte Longdon, que su sangre derramada estaba allí. Cuando iba a Darwin elegía una cruz y rezaba en ella, pero pensando que él no estaba ahí. Después supe que su cuerpo estaba. Y que cuando lo encontraron en Monte Longdon, ahí tirado, alguien lo tapó con una campera. Y sentí alivio, ¿sabés? Porque yo siempre lo tapaba cuando se iba a acostar, le cubría los pies para que no tuviera frío. Y después me dijeron que Eduardo estaba entero, y hasta le encontraron el registro de conducir en el bolsillo de su uniforme. Sentí paz. Y ahora sé dónde está mi hijo», se emociona María del Carmen Penon de Araujo.
Otro notable impulsor de la causa por la identidad, Julio Aro, recuerda que fue «cinco veces a Malvinas, pero este es el viaje que siempre esperé».
«Esto no sé si es real o lo estoy soñando. Movimos al mundo entero para que hoy estas familias puedan tener la respuesta que tanto esperaron», se conmueve Aro. Con 19 años le tocó llegar a Malvinas con el regimiento 6 de Mercedes que peleó en Dos Hermanas, Longdon y Puerto Argentino. Y en la batalla final le tocó enterrar a Aguilar y Ochoa, sus compañeros de trinchera, los que estaban en el pozo más cercano. Cuando en 2008 volvió a las islas para cerrar su historia, fue a buscarlos a Darwin y no los encontró. A partir de ese instante, sintió que tenía una misión: encontrar a sus hermanos de la guerra que descansaban bajo la placa Soldado Argentino Solo Conocido por Dios.
Y lo hizo con la ayuda de esta periodista de Infobae, Geoffrey Cardozo y hasta el mismo Roger Waters, quien intervino dándole voz y compromiso a una causa que había estado silenciada por años. Los tres primeros viajamos a las islas invitados por las familias, pero Waters no pudo ir porque debía estar en Londres para comenzar su tour mundial. El ex líder de Pink Floyd envió un video a las madres con un mensaje tan emotivo que lo lleva a las lágrimas: «Lo que más desearía es estar allí con ustedes. Cuando dejen una flor o recen en la tumba de sus amados hijos sepan que mi corazón y espíritu está allí en las islas a su lado».
Lágrimas hubo en Malvinas hoy. Muchas. Madres que con sus piernas débiles y sus espaldas ya encorvadas se arrodillaban sobre las piedras del cementerio para besar el nombre de sus hijos. Hermanas que, como Ana Monzón, se preguntaban mirando al cielo: «¿Por qué tuviste que quedarte tan lejos si vos eras quien me cuidabas cuando era chiquita?». El sol acariciaba en las islas. «Son ellos que nos iluminan», lanzó Sonia Carcamo, mamá de José Honorio Ortega.
Nélida Echave, madre de Horacio, muerto en la batalla final, deja su bastón para caminar hasta la tumba de su hijo. Llora sin consuelo: «Yo lo seguía esperando porque nadie me había dicho dónde estaba. Pero ahora ya sé. Está acá y siento una mezcla de angustia y tranquilidad. Ya no tengo que buscarlo».
De pronto la gaita de la Guardia Escocesa hace sonar sus largas y tristes notas en la soledad de Darwin. Las familias se acercan al gran muro donde están los nombres de los 649 muertos en la guerra. Es la primera vez que dejan, aunque ses solo por un instante, las cruces que abrazan desde hace más de una hora.
«Recemos por aquellos que perdieron la vida en el conflicto del Atlántico Sur. Por los 649 militares argentinos, los 255 militares británicos y los tres isleños».
La voz de monseñor Enrique Eguía Seguí inicia la ceremonia religiosa. El padre John Wisdom y el reverendo Mercer dicen las intenciones en inglés. «Recemos por todos aquellos que aún sufren las consecuencias dolorosas de la guerra. Oremos especialmente por aquellos que visitan el cementerio hoy, que Dios Todopoderoso pueda consolarlos y enjugar sus lágrimas».
«Te lo pedimos, Señor», elevan las voces quebradas por las lágrimas los 214 familiares que, junto a la tumba de su ser amado, siguen con emoción la ceremonia.
Ocho soldados de la Guardia Escocesa, incluido un gaitero y los soldados de la British Force South Atlantic Islands (BFSAI) mantienen sus armas en posición de honor y respeto.
«Pidamos ser constructores de la paz entre los pueblos y trabajar por una cultura del encuentro, sin divisiones, odios y guerras», cerró la plegaria el sacerdote. Luego se ofreció la comunión en un clima de silencio absoluto y recogimiento. Se leyó la Liturgia de la Palabra (lectura del Santo Evangelio según San Juan).
«Es mi primera vez en Malvinas -dice Claudio Avruj- y me siento muy conmovido. Este trabajo que me tocó es el más maravilloso de mi vida. Frente a las imágenes de desolación de las islas, va a perdurar en mí la imagen del cementerio colmado y al que hoy se llenó de vida. El Estado ha saldado una deuda de indiferencia con los combatientes y con sus familias después de 35 años».
Antes de abandonar el cementerio, Geoffrey Cardozo depositó debajo de la gran cruz una Rosa por la Paz, confeccionada por el orfebre Juan Carlos Pallarols. María Fernanda Araujo, presidenta de la Comisión de Familiares, ofrendó una corona de rosas blancas de tela, ya que no pueden cultivarse en la isla ni está permitido ingresar material orgánico.
También se le entregó al comandante de las fuerzas británicas una rosa para que sea llevada al cementerio de San Carlos donde descansan 14 de los 255 soldados británicos caídos en el conflicto.
«Creí que iba a venir al entierro de mi hijo y fue como un renacer. Él volvió a estar presente como la última vez que le di un beso cuando se fue a Malvinas», abraza la cruz Amanda Balvidares.
En el cierre se hace una foto final con todas las familias: «¡Por los chicos!», gritan. «Viva la patria», agregan. Y hay aplausos para el coronel inglés que hizo el cementerio. «Queremos besarle las manos porque él fue el último que tocó a nuestros hijos», confiesan las mamás. «Y nos trajo paz porque ahora sabemos que los cuidó y los trató con amor».
Ya es hora de dejar Darwin. Solo se escucha el roce de las piedras en los pasos lentos de las familias que no quieren abandonar el camposanto.
«Adiós, hijo, quiero volver pronto a verte. Saber el lugar donde estás me trajo paz», dice Sonia, mama de Jose Ortega, y besa la cruz con amor infinito. El viento empieza a soplar fuerte otra vez en Darwin.