Entrevista a Andrés Cabrera, analista político: “El retorno de la derecha chilena descansa sobre una pluralidad de conflictos abiertos y latentes”

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Por Pedro Brieger, director de NODAL.

El día 11 de marzo se concretó en Chile el retorno formal de Sebastián Piñera y la derecha política al poder gubernamental en un mandato que se extenderá hasta el 2022. En una especie de Déjà vu histórico la presidenta Michelle Bachelet volvió a traspasarle la banda presidencial a una de las principales fortunas del país. La repetición de la secuencia, no obstante, se da en un contexto radicalmente distinto. En el transcurso de los últimos ocho años, se ha producido un intenso movimiento de las “capas tectónicas” del Chile contemporáneo, cristalizado ahora en un nuevo reordenamiento de las fuerzas políticas de cara al nuevo ciclo que se inicia. Para abordar las principales disposiciones estratégicas y tácticas adoptadas por el gobierno de Sebastián Piñera NODAL entrevistó al analista político y director de Fundación Crea Andrés Cabrera, quien acaba de publicar junto al sociólogo Alberto Mayol el libro: Frente Amplio en el momento cero. Desde el acontecimiento de 2011 hasta su irrupción electoral en 2017. En sintonía con las lecturas allí desplegadas Cabrera sostiene que es posible resumir la actual disposición ofensiva diseñada por Sebastián Piñera en el inicio de su segundo gobierno de la siguiente forma: ¡la restauración soy yo!”.Sebastián Piñera asume nuevamente la presidencia y otra vez después de un gobierno de Michelle Bachelet¿Que ha cambiado desde entonces?En la historia de las democracias pos-dictatoriales no es muy común la secuencia que se ha configurado en Chile a partir de Bachelet 1 (2006-2010), Piñera 1(2010-2014), Bachelet 2 (2014-2018) y Piñera 2 (2018-2022). Esta secuencia, que así expresada pareciera ser nada más que una ecuación formal, esconde movimientos tectónicos de envergadura. El primero de ellos, la emergencia de un intenso ciclo de movilizaciones que se instala con fuerza durante el primer gobierno de Michelle Bachelet, ya sea desde el movimiento estudiantil secundario (‘pingüino’) o las masivas huelgas del mundo de los trabajadores subcontratados (minería, forestales); expresiones que se sumaban, por ejemplo, al conflicto histórico entre el Estado chileno y el pueblo mapuche visibilizado tempranamente en la década del 90’ y que hoy, quizás como nunca antes en el período posdictatorial, vuelve a posicionarse en la primera línea de la agenda. Esta oleada movilizatoria alcanza su cenit el año 2011, durante el primer gobierno de Sebastián Piñera, donde la consigna “No al Lucro” levantada por el movimiento estudiantil, fue la principal consigna de un proceso de impugnación que resquebrajaba la hegemonía neoliberal. El acontecimiento del 2011 tuvo como primera respuesta política la invención de la Nueva Mayoría (continuación de la Concertación), un acuerdo político programático que incorporó desde la Democracia Cristiana al Partido Comunista, pasando por el Partido Por la Democracia, el Partido Radical y el Partido Socialista, entre los más relevantes. A la cabeza del nuevo pacto se encontraba todo un “paradigma” para la ciencia política mundial, la ex presidenta Michelle Bachelet, quien retornaba al país desde Nueva York tras desempeñar un cargo en ONU Mujeres, con dígitos de aprobación cercanos al 80%. La victoria parecía en los números contundente (obtuvo un 62% en el balotaje frente al 37% que obtuvo la representante de la derecha, Evelyn Matthei). Sin embargo, los datos brutos daban cuenta de un claro signo de agotamiento del modelo democrático chileno. Michelle Bachelet conquistó su segunda presidencia con un cuarto de los votos del padrón electoral, situación que por lo demás se replica en la segunda victoria electoral obtenida por Sebastián Piñera a fines del año pasado.Lo que nos demostró el ciclo político que se acaba es que la Nueva Mayoría fue una respuesta impostada a los movimientos sociales, en el sentido de que fue incapaz de viabilizar el programa de transformaciones que había comprometido. En primer lugar, porque en ella predominaron, al menos durante los primeros tres cuartos de su mandato, los sectores restauradores comandados por la DC y ciertos factótums partidarios más identificados con la obra concertacionista que con la Nueva Mayoría. En segundo lugar, porque dicha conducción gubernamental tampoco se decidió a reconstruir el deteriorado vínculo entre política y sociedad. El más claro ejemplo de esto es el envío del proyecto de Nueva Constitución -uno de los tres ejes programáticos comprometidos por Bachelet 2- a sólo días de que finalice el gobierno; un simple “saludo a la bandera” sin ningún tipo de viabilidad política. De este modo, el debilitamiento de la centroizquierda forma parte de un nuevo reordenamiento de las fuerzas políticas en general y del sistema de partidos en particular. En este contexto, el retorno de la derecha al poder gubernamental ha sido una de las tendencias que hemos observado, particularmente en Europa y América Latina, mientras en paralelo, la segunda oleada de los organismos políticos derivados de los movimientos sociales -es el caso de la expectante posición que ha logrado el Frente Amplio en Chile posicionándose como tercera fuerza política- no ha logrado cuajar con la solvencia necesaria para disputar la primacía del poder institucional; menos aún la hegemonía social. Con todo, el escenario ha cambiado radicalmente. Creo que esto lo ha entendido Sebastián Piñera y su grupo de personeros de confianza, quienes han diseñado una estrategia que puede resumirse de la siguiente manera: “la restauración soy yo”. La táctica adoptada desde la victoria electoral obtenida por Piñera en el balotaje del 17 de diciembre pasado frente Alejandro Guillier -el candidato de continuidad de Bachelet 2-∫ ha dado cuenta de que la derecha asume la iniciativa. El piñerismo salta a la ofensiva aprovechando el estado de desconcierto relativo que atraviesa tanto la centro-izquierda transicional -en su proceso de agotamiento- como el Frente Amplio -en su proceso de maduración.¿Qué diferencias existen entre los apoyos políticos y empresariales que recibió Piñera en su momento y los que recibe hoy?El primer gobierno de Sebastián Piñera instaló muchas expectativas, tanto en los partidos políticos de derecha que en ese momento conformaban la Alianza -fundamentalmente la Unión Demócrata Independiente y Renovación Nacional- como del gran empresariado, actor que había constituido sólidos puentes con los gobiernos concertacionistas. En este último caso, basta recordar que el gobierno del primer presidente socialista después de Salvador Allende, el de Ricardo Lagos, conquistó la admiración del gran empresariado. Se decía en ese entonces que “los empresarios amaban a Lagos”. El agotamiento de la Concertación a fines de la primera década del siglo XXI prendió las alarmas en los principales grupos empresariales del país, quienes en su generalidad vieron con buenos ojos la posibilidad de que uno de los suyos llegara al poder gubernamental. En poco tiempo, el recién asumido gobierno de derecha fue perdiendo a sus aliados estratégicos. Uno de los principales errores adjudicados al primer gobierno de Sebastián Piñera fue haber “descuidado la política”. En vez de incorporar masivamente a los líderes de la coalición que había cimentado la victoria electoral, Sebastián Piñera optó por el management empresarial, la también denominada CEOcracia. En cierto sentido, el déficit político hizo que el gran empresariado se fuera distanciando del gobierno de Sebastián Piñera, sobre todo una vez que estalló el conflicto político-social del año 2011. Si bien la tecnocracia piñerista cosechó buenos números en términos de crecimiento e inversión, en materia política se vio, por el contrario, completamente desbordado y sin capacidad de contener el conflicto abierto a través de diversos flancos sectoriales. El gran empresariado recordó en ese entonces que la Concertación había siso sumamente eficiente para neutralizar los intentos de “desborde” provenientes del mundo social.Hoy en día, las condiciones sociopolíticas del país han cambiado. Sebastián Piñera vuelve al poder gubernamental con el apoyo estratégico, tanto de una derecha política que adquiere una mayor complejidad producto de la consolidación de nuevos liderazgos, partidos y tendencias, como del gran empresariado, el cual también ha salido de trinchera con una avanzada táctica liderada por los dos principales organizaciones empresariales del país, la Sociedad de Fomento Fabril (Sofofa) y la Confederación de la Producción y el Comercio. Hay que recordar que durante el gobierno de Bachelet las relaciones  entre el empresariado y la derecha política quedaron severamente dañadas ante la incapacidad de sus partidos de maniobrar un escenario en el que la Nueva Mayoría tenía mayorías parlamentarias que permitían -al menos en el papel- obtener victorias significativas en la agenda reformista comprometida. Hay que recordar también que la derecha y fundamentalmente la Unión Democráta Independiente (UDI) fueron los primeros sectores denunciados por el develamiento del ‘incestuoso maridaje entre el dinero y la política’, antes de que estallara el caso Caval en febrero de 2015 que afectó irremediablemente a la expresidenta. Con una derecha política en crisis, la derecha económica generó puentes con las principales ‘piedras de tope’ del gobierno, la DC y los sectores concertacionistas. En este contexto, podría decirse que el empresariado “by-passeó” a sus aliados políticos “naturales” prefiriendo al ala derecha del gobierno de la Nueva Mayoría. Una simple ojeada a la primera reforma emblemática enviada por el gobierno de la Nueva Mayoría (la reforma tributaria) es un buen ejemplo de aquello. Pues bien, en estos dos últimos años el escenario es completamente distinto. Derechas políticas y empresariales, nuevamente, se encuentran más unidas que en toda la historia del Chile transicional. Para el gran empresariado es claro que el único proyecto político viable para consolidar la restauración de la ‘vía chilena al neoliberalismo’ es, al menos por ahora, la derecha política agrupada en torno a Sebastián Piñera. A pesar de lo auspicioso que se ve el terreno para Piñera, el nivel de incertidumbre para su gobierno se encuentra en las fracturas que va produciendo la crisis por descomposición por la que atraviesa el Chile actual; situación sumamente propicia a activar conflictos que se incuban en las capas tectónicas de la sociedad.¿Cómo están las fuerzas políticas de la derecha chilena frente a este nuevo mandato? ¿Existen rivalidades internas? ¿Son las mismas? ¿Qué partido fue más fuerte entonces y cuál ahora?Las fuerzas políticas que componen la derecha chilena han sufrido importantes mutaciones desde el primer gobierno de Sebastián Piñera. Por supuesto, los partidos ancla del sector siguen siendo aquellos que han predominado desde el inicio del proceso transicional posdictadura, vale decir, la UDI y RN. El primero, heredero del ‘brazo civil’ de la dictadura, ha visto debilitada su posición prominente, en gran medida, por ser uno de los principales partidos con casos conocidos de corrupción y financiamiento ilegal de la política. Esta situación, que produjo una de las crisis más intensas en la historia de dicho partido, sumada a la escasa capacidad para renovar sus cuadros dirigenciales, se tradujo en cierto declive del mismo a nivel electoral. En efecto, la UDI ha sido desplazada por RN en el primer lugar de escaños en la Cámara de Diputados y en el Senado. De este modo, RN se ha instalado en el escenario nacional como el partido político con mayor fuerza parlamentaria. A ambos partidos, se suma Evópoli, una de las más importantes renovaciones partidarias de la derecha política, desgaje precisamente de la UDI (2012), que se instala en una posición expectante tras la última elección. Cierran los partidos de la coalición gobernante el Partido Regionalista Independiente, con bajo rendimiento electoral y nula participación parlamentaria.Más allá de las fronteras de Chile Vamos se encuentran las corrientes políticas que comienzan a aglutinar los ex presidenciables del sector, fundamentalmente el ex militante de la UDI, José Antonio Kast, expresión del ala más reaccionaria de la derecha, quien logró rozar los 6 puntos en las presidenciales pasadas. Por otro lado, la aparición de una derecha ‘social-cristiana’ encarnada en el ex militante RN, Manual José Ossandón, quien tuvo un buen caudal de votos participando como independientes en las primarias presidenciales del sector.  Estas son dos corrientes con proyección. Por lo mismo, son dos tendencias que intentarán disputar la hegemonía del sector en el mediano plazo, a partir de la disposición ‘díscola’ propuesta por ambos liderazgos.De cara a la segunda vuelta Piñera tuvo la capacidad de convocar a todas las expresiones de la derecha política a pesar del intenso proceso de fragmentación orgánica que ha vivido el sector durante los últimos años. Por lo mismo, mantener la unidad de la derecha, más allá del ciclo electoral y ya con el mandato del ejercicio gubernamental, será uno de los principales desafíos para asegurar la viabilidad de la administración entrante. ¿Hay diferencias conceptuales y/o políticas entre el anterior gabinete de Piñera y este que ser verá ahora? ¿Qué tipo de gabinete veremos?Sebastián Piñera parece haber aprendido la principal lección que dejó su primer mandato: no descuidar la base de apoyo político-partidaria en la conformación del gobierno. Este criterio, conjugado con el enfoque ofensivo adoptado por Sebastián Piñera, es el que quedó reflejado en el “ritual” de las designaciones ministeriales y demás cargos públicos de importancia. La correlación de fuerzas en la interna del gobierno conjuga el management empresarial, el academicismo tecnocrático (ortodoxo-neoliberal, apoyado fundamentalmente en think tanks como Libertad y Desarrollo y Fundación Para el Progreso), dirigencias partidarias y un nutrido contingente de militantes de segunda y tercera línea. En el caso de las importantes designaciones ministeriales repartidas en 23 carteras, Sebastián Piñera designó 12 independientes (planas gerenciales o académicos) y 11 políticos partidarios, distribuidos de la siguiente manera: RN con 5, UDI 4 y Evópoli 2. El PRI es castigado por su bajo rendimiento electoral, sin nombramientos. A diferencia de las designaciones ministeriales, donde hubo conformidad en los distintos organismos que componen Chile Vamos, la elección de intendentes provocó ciertos reparos de RN, quienes se vieron perjudicados en desmedro de la posición alcanzada por la UDI. Si bien esta tensión es leve, da cuenta que el tema de los equilibrios al interior de la coalición requerirá de una intensa coordinación entre el gobierno y sus partidos. Por lo demás, en el Congreso, la correlación de fuerzas para el gobierno tampoco es favorable. En el Senado la derecha posee 19 escaños (de un total de 43), mientras en la Cámara posee 73 (de un total de 155).Con todo, diversos analistas plantean que la vara que medirá el éxito del gobierno de Sebastián Piñera será si éste será capaz de pasar la banda presidencial a quién represente la continuidad del sector. De hecho, es éste el propósito que llevará al gobierno entrante a proponer la extensión del mandato presidencial, pasando de 4 a 6 años. Si el ejecutivo asume esta tarea, simplemente notificará que cree tener las condiciones para conquistar por 10 años consecutivos el poder ejecutivo. ¿Es este Chile muy diferente del que recibió la primera vez que ganó?http://www.cisec.cl/index/sites/default/files/pictures/12.jpgTal como comentaba al inicio los cambios experimentados en Chile, evidentes desde hace ya un tiempo, tienen sin embargo una profundidad que aún no logramos comprender a cabalidad. Los síntomas de descomposición se multiplican en diversas dimensiones; desde el surgimiento de nuevos antecedentes de corrupción desperdigados por las más variadas instituciones del Estado a la tendencia a la fragmentación en el sistema de partidos. En el centro de esta crisis de descomposición, y tal como lo destacara un destacado informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publicado en 2015, se encuentran los tiempos de la politización. El retorno de la derecha al poder gubernamental descansa sobre una pluralidad de conflictos abiertos y latentes, cada uno de ellos con un espesor histórico que impide soluciones simples. Puedo mencionar solo algunos: el conflicto entre el Estado chileno y el pueblo mapuche, la insustentabilidad del sistema previsional chileno bajo el dominio de las AFP, el incremento de los flujos migratorios, la excesiva polarización de los discursos sociales, entre otros. A nivel político, ha ocurrido de facto un nuevo reordenamiento político tras el último ciclo electoral, en el que las posiciones de reparto duopólico del poder político conocido como la ‘lógica de los consensos’, da paso a un período que cambiará radicalmente la lógica de conflictividad política. La oposición al gobierno de Piñera será disputada en el plano político-social por la centro-izquierda histórica transicional y el Frente Amplio; proceso en que de seguro habrán planos de convergencia y divergencia según vayan variando las circunstancias.Por ahora, los vientos soplan a favor de Sebastián Piñera y la derecha político-económica en el inicio de un nuevo ciclo político en Chile. El conflicto se mantiene en estado latente. ¿Estará capacitado el nuevo gobierno para responder satisfactoriamente a las nuevas modalidades que asumirá el conflicto político-social en Chile? Aún es temprano para saberlo.


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