Del aula al territorio y del territorio al aula
La universidad frente a la violencia de género: Del aula al territorio y del territorio al aula
Por Daniela Losiggio, Nora Otero, Luciana Pérez y Mariela Solana
El pasado 8 de marzo el Ministerio de Seguridad bonaerense publicó una estadística elaborada únicamente durante el Día Internacional de la Mujer. El informe indica que ese día se efectuaron 433 denuncias en toda la Provincia, de las cuales 32 corresponden a casos de mujeres varelenses (le siguen a Florencio Varela, los partidos de Merlo, Moreno y Esteban Echeverría). La ex subsecretaria de Seguridad de Varela, Laura Vivas, había informado extraoficialmente en 2014 la estadística de 8 a 10 denuncias diarias.
Los datos encarnan en nuestra vida universitaria. 2018 comenzó trágicamente por la muerte de una estudiante en manos del padre de sus hijos y un mes más tarde continuó con la brutal golpiza a otra. Ambas pobres, una inmigrante, la otra transgénero. Resulta inevitable asociar estos hechos con el avance del neoliberalismo (que afecta hondamente, no sólo en sentido económico, a los sectores históricamente informalizados) y la legitimación de la violencia autoritaria (policial, machista, racista, transfóbica y todos los etcéteras). Pero las denuncias también pueden hablar de una mayor concientización de la población femenina y LGBTTIQ.
¿Qué rol juega la universidad como actor sensibilizador de la comunidad? Y luego, ¿qué puede hacer la universidad en este contexto por sus estudiantes mujeres, lesbianas y transgénero? ¿Y de cara a la comunidad? ¿Con qué dispositivos cuenta la universidad para responder a esta tremenda realidad?
¿Qué es la violencia de género?
Hace ya largo tiempo, el feminismo identificó que existía una inherencia entre la violencia simbólica hacia las mujeres y la violencia física ejercida también contra ellas, y llamó a ambas “violencia de género”. En otras palabras, la violencia física hacia las mujeres no puede dejar de comprenderse en relación con el modo de visibilización de lo femenino en el espacio público. Allí las mujeres suelen ser asociadas al ámbito doméstico, a las tareas de cuidado, a la maternidad, a la belleza, a la pureza, a la fragilidad; son sexualmente cosificadas e intelectualmente subestimadas. Si echamos un vistazo de la historia de Occidente, las mujeres siempre fueron las que limpiaron, las que cuidaron, las que engendraron y las que se sacrificaron por otros. Por su parte, la idea de la superioridad masculina –con contadas excepciones– recorre nuestro pasado y encarna en sus estandartes más preciados desde Zeus, Adán, Alá y Viracocha hasta Showmatch.
La persistencia de la subordinación de las mujeres en la historia occidental puede llevarnos a pensar que se trata de un fenómeno natural, necesario, propio de la constitución femenina. Sin embargo, el feminismo nos ha enseñado que lejos de tratarse de una compulsión biológica, la desigualdad de género se produce y reproduce socialmente. En lugar de hablar de impulsos o instintos naturales, Judith Butler señala que el género es un hacer, “lo que consideramos una esencia interna del género se construye a través de un conjunto sostenido de actos.” Así, por ejemplo, no habría nada “esencial” en que una niña juegue con muñecas o se vista de color rosa sino que es el efecto de prácticas socialmente reguladas que producen modos particulares de expresar la feminidad. “No se nace mujer: se llega a serlo”, dijo Simone de Beauvoir, refiriendo a que lo que consideramos femenino o masculino no son características innatas de las personas sino construcciones sociales atravesadas por relaciones de poder. Por ello, la violencia machista tampoco se explicaría por medio de la testosterona, la masa muscular o cierta patología: es necesario investigar los orígenes culturales de esa práctica, en tanto construcción. Es por este motivo que la antropóloga Rita Segato afirma que no hay que considerar al varón violento como una anomalía social: “el agresor y la colectividad comparten el imaginario de género, hablan el mismo lenguaje, pueden entenderse.”
La naturalización o esencialización de prácticas y roles femeninos se traduce en una “división sexual del trabajo”. En nuestras sociedades esta división implica que sean las mujeres, en una abrumadora mayoría, quienes se encargan de las tareas domésticas y de cuidado, lo cual va asociado a una mayor dificultad para alcanzar autonomía económica. Asimismo, la sujeción de la mujer a la familia, la maternidad y el hogar se relaciona con tres pilares sobre los que se construyó la feminidad: la pasividad erótica femenina, el instinto maternal y el amor romántico. Estos pilares desdibujan la existencia de la voluntad de las mujeres y están en la base de las apropiaciones y vejaciones de sus cuerpos. Se vuelve necesario iluminar los hilos que unen estas figuras simbólicas con la violencia física. Del “piropo” al beso “robado”, de los celos a la prohibición de usar cierta ropa, y del “te invado porque te amo” al golpe hay un solo paso.
La legislación argentina reconoce la existencia en nuestras sociedades de la violencia machista a través de la Ley N° 26.485 de “Protección Integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales”. Esta ley no consigna el sintagma “violencia de género” sino el de “violencia contra las mujeres” y define éste de modo muy cercano a como lo hacen los tratados internacionales: “toda conducta, acción u omisión, que de manera directa o indirecta, tanto en el ámbito público como en el privado, basada en una relación desigual de poder, afecta su vida, libertad, dignidad, integridad física, psicológica, sexual, económica o patrimonial, así como también su seguridad personal. Quedan comprendidas las perpetradas desde el Estado o por sus agentes.” Además, desde un enfoque integral, establece cuáles son los distintos tipos (física, psicológica, sexual, económica y simbólica) y modalidades (doméstica, institucional, laboral, contra la libertad reproductiva, obstétrica y mediática) de violencia contra las mujeres.
La legislación refiere a “violencia contra las mujeres” porque el término “violencia de género” se ha vuelto controversial. De hecho, a veces esta expresión da lugar a confusiones, como cuando se lo utiliza para describir el acto por el cual una mujer golpea a un varón heterocisexual. Como señala la filósofa Diana Maffía, este uso es incorrecto porque “la violencia de género se define por las relaciones desiguales de poder que subordinan a las mujeres […] Un varón puede sufrir violencia e incluso ser asesinado […] Es violencia, pero no es violencia de género.” En este sentido, es importante reconocer que la violencia de género ocurre en el marco de una cultura que legitima la desigualdad sistemática entre varones y mujeres. El abandono por parte de las mujeres de las posiciones de sumisión y dependencia -familiar, económica, laboral, sexual- que tradicionalmente les fueron asignadas puede exacerbar la violencia machista. Pero el patriarcado también es hostil con aquellos varones que no siguen las normas masculinas hegemónicas. Como remarca Virginie Despentes, “la virilidad tradicional es una empresa tan mutiladora como la asignación de la feminidad.”
El feminismo se alió desde los años sesenta con el movimiento LGBTTIQ (de lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, transgénero, intersex y queer) encontrando en común el objetivo de deconstruir la dominación ejercida en el orden de la sexualidad y el género. La noción de “violencia de género” remite en ocasiones no solo a la violencia que tiene por causa la idea de jerarquía sexual masculina, sino a aquella ocasionada por prejuicios heteronormativos y cisexistas. Por heteronormatividad hay que entender toda una serie de normas e ideales que asumen la naturalidad de la heterosexualidad y, además, la promueven y refuerzan. El sistema de poder patriarcal y heterosexual considera que los géneros son binarios e innatos, es decir, que solo existen dos géneros posibles -varón y mujer- y que el sexo asignado al nacer determina el género de la persona (es decir, que las personas son o deben ser cisexuales). En este sentido, es importante relacionar la opresión femenina a otras formas de violencia y discriminación genérico-sexuales.
Por lo tanto, si gracias al movimiento feminista hemos aprendido que no existe una esencia “femenina” o “masculina” sino que se trata de construcciones culturales disfrazadas de verdad natural, podemos afirmar, siguiendo a Marta Lamas, que deconstruir la violencia de género constituye un proceso de subversión cultural. “Solo mediante la crítica y la deconstrucción de las creencias, prácticas y representaciones sociales que discriminan, oprimen o vulneran a las personas en función del género es posible reformular, simbólica y políticamente, una nueva definición de la persona. El género es cultura, y la cultura se transforma con la intervención humana.”
La universidad frente a la violencia de género
El organismo encargado del diseño de las políticas públicas para efectivizar las disposiciones de la Ley N° 26.485 es el Instituto Nacional de las Mujeres (INM). En su “Plan Nacional de Acción para la prevención, asistencia y erradicación de la violencia contra las mujeres (2017-2019)” el INM contempla, entre otras cuestiones, la creación y/o fortalecimiento de las consejerías de atención de casos de violencia de género dentro de las Universidades; el fortalecimiento y ampliación de las líneas de investigación sobre género; el acompañamiento en la elaboración de los protocolos de intervención para casos internos de violencia de género; y el fortalecimiento de las áreas de género de las Universidades. Con un ajustado presupuesto en los últimos años, la Universidad Nacional Arturo Jauretche (UNAJ) no ha dejado de desarrollar dispositivos de asistencia, intervención y acompañamiento a estudiantes, docentes y Nodocentes en situación de violencia.
Este crecimiento de la UNAJ en materia de asistencia y acompañamiento –paradojal en relación con el avance de las políticas neoliberales de avasallamiento de derechos de mujeres y personas LGBTTIQ y la omisión de políticas universitarias por parte del INM– tiene por causa el persistente trabajo feminista en red. De un lado, en 2013 la UNAJ impulsó la creación de la Red de Trabajo Interdisciplinario sobre Género y Sexualidades en Varela y alrededores (Red GeFloVa). Su gran logro fue establecer lazos de asistencia legal, acompañamiento psicológico y social, así como instancias de formación y profesionalización de mujeres, lesbianas y mujeres trans en riesgo económico y físico, durante el período 2013-2015. Si bien la nueva gestión de la SPU discontinuó recientemente este financiamiento, los lazos entre las organizaciones se prorrogan en la “Mesa Local” de los jueves.
Del otro lado, en el año 2015, se creó la Red Interuniversitaria por la Igualdad de Género y Contra las Violencias, integrada por la gran mayoría de las Universidades Nacionales, incluyendo la nuestra. Su objetivo general fue el de “proyectar acciones conjuntas para hacer frente al problema de la violencia de género en y desde las Universidades, combatiendo las múltiples formas de violencia cotidiana propias de una cultura patriarcal que también está presente en la vida universitaria y contribuyendo a nivel social en la prevención, asistencia y erradicación de la problemática”. Uno de los temas centrales de la Red en los últimos años fue la elaboración de los protocolos de actuación ante situaciones de violencia de género. En función de este enorme impulso, nuestra Universidad diseñó su protocolo durante todo el año 2016 y lo aprobó en marzo de 2017. También durante el año 2017 se realizaron dos laboratorios nacionales sobre tratamientos de casos: allí se buscó una perspectiva garantista y feminista común, además de que se procuró homologar procedimientos y resoluciones para la atención de casos. Finalmente la Red oficializó su existencia a través del Consejo Interuniversitario Nacional (CIN) en noviembre.
Mientras la Red Interuniversitaria exige al INM que haga efectivo el Plan Nacional de Acción y financie las Oficinas de asistencia a la víctima previstas, la UNAJ avanza en la lucha por la erradicación de la violencia de género en su propia casa. Como ya se ha dicho, el 8 de marzo de 2017 el Consejo Superior aprobó el “Protocolo de actuación ante situaciones de violencia de género o de discriminación por género en la UNAJ” (RES 16/17). Este protocolo fue creado para prevenir o intervenir en situaciones de violencia de género que puedan darse entre actores de la universidad (docentes y/o Nodocentes y/o estudiantes).
El protocolo creó, a su vez, un “Equipo Técnico” que, a diferencia de la Dirección de Asuntos Legales, no realiza actos administrativos, ni sumarios, ni sanciones, ni tampoco aplica el reglamento de disciplina. Está conformado por dos docentes titulares y dos suplentes; una Nodocente titular y una suplente, además de dos veedoras (una titular y una suplente) por claustro. El equipo asesora y acompaña a la consultante. Asimismo, guarda absoluta confidencialidad mientras la consulta no se eleve a acto administrativo. En casos no-graves, el equipo busca reparar institucionalmente la situación de violencia, además de que hace un seguimiento cuidadoso.
Un estudio realizado recientemente por las docentes-investigadoras que aquí escribimos nos alertaba sobre la situación de violencia silenciosa que atraviesan nuestras estudiantes a diario en las aulas y los pasillos de la universidad, especialmente situaciones de agresión simbólica y verbal. No obstante, al crearse el Equipo Técnico, no podíamos saber cuál sería la demanda realmente existente. Nuestras previsiones no fallaron: cada vez son más las estudiantes y trabajadoras que se animan a consultar. De modo similar, se han incrementado las consultas al Departamento de Orientación Educativa (DOE), que hoy robustece sus facultades para realizar los acompañamientos exigidos por la contingencia.
El tremendo síntoma de que la situación de las estudiantes (y de las mujeres de Varela en general) se agrava es la muerte de la estudiante de Organización y Asistencia de Quirófanos, Mónica Garnica Luján, de 25 años, el pasado 10 de enero. Mónica fue rociada con alcohol y quemada por el padre de sus tres hijxs, cuyas vidas deben encontrar sentido demasiado tempranamente, pero con urgencia. A principios de febrero una estudiante trans, Milagros Duarte, fue violentamente agredida por el mero hecho de ser una persona transgénero. Así, mientras la realidad golpea con impiedad a las más inocentes y se esfuerza por mostrar la fragilidad de todo lo que parecía un horizonte sugestivo, la universidad debe, más que nunca, robustecer sus muros, tomar la mano y aferrar.
-Si soy docente, Nodocente o estudiante de la UNAJ y sufro violencia de género ¿a quién recurro?
Si me siento agredida por un actor de la universidad (docente, Nodocente, estudiante), puedo hacer una consulta absolutamente confidencial al Equipo Técnico de Intervención: equipogenero@unaj.edu.ar
Si soy estudiante y me siento agredida por un actor externo a la universidad, puedo hacer una consulta absolutamente confidencial al Departamento de Orientación Educativa: 4275-6118
-Si no soy docente, Nodocente o estudiante de la UNAJ y sufro violencia de género ¿la universidad puede acompañarme de algún modo?
Por el momento seguimos trabajando en Red con las organizaciones e instituciones que se listan en la “Guía para mujeres en situación de violencia” de la Red GeFloVa. Podés descargarla gratuitamente del blog de la Red:
Butler, Judith. El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad. Barcelona: Paidós, 2007, p. 17.
De Beauvoir, Simone. El segundo sexo. Buenos Aires: Debolsillo, 2013
Segato, Rita. La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Buenos Aires: Tinta Limón, 2013
Maffia, Diana. “¿Por qué hablamos de femicidios”. Disponible en:https://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/subnotas/300537-77862-2016-05-30.html
Despentes, Virginie. Teoría King Kong. Buenos Aires: Hekhtt, 2013
Lamas, Marta. “El género es cultura”. Disponible en: http://www.oei.es/historico/euroamericano/ponencias_derechos_genero.php
Losiggio, Daniela; Otero, Nora; Pérez, Luciana; Solana, Mariela. “La división sexual del trabajo en un estudio sobre estudiantes universitarias”, Revista E-Verba 1, 2018.
Daniela Losiggio, Nora Otero, Luciana Pérez y Mariela Solana
Fuente-Universidad Nacional Arturo Jauretche