Centroamérica: Reflexiones sobre el ascenso del conservadurismo – Por Rafael Cuevas Molina
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Por Rafael Cuevas Molina*
A donde se vuelva a ver, surge el fantasma de las ideas conservadoras. En Europa, en Asia, en América. El espectro que abarca es amplio, y va desde los intentos de imponer en la vida pública ciertos valores religiosos, hasta el creciente protagonismo de ideas neofascistas, xenófobas, misóginas y homofóbicas.
Pareciera que en vez de ir hacia adelante retrocediéramos. El mundo se llena de desconfianzas, recelos y resentimientos que vuelven áspera la convivencia. Se construyen guetos, espacios acotados de ingreso restringido. Alrededor suyo se erigen muros y alambradas y cruzarlos se torna delito o, peor aún, atrevimiento que puede costar la vida. Europa y Estados Unidos son ahora un gueto.
El malo, el signado con todas las connotaciones negativas es el extranjero, el extraño, que como en tiempos de los antiguos griegos es equivalente al bárbaro, al que no habla nuestro idioma, al que lo balbucea y del que, al mismo tiempo, se hace burla y se teme.
Los débiles, los diferentes, los que están en desventaja social son las víctimas propicias: las mujeres, los niños, los pobres, los que vienen de otra parte y se encuentran en situación vulnerable; los que tienen una orientación sexual distinta a la mía.
Es una intransigencia que surge del miedo y la inestabilidad. Es un querer aferrarse a lo que parece el núcleo duro de un mundo que se desmorona por todos lados, en el que hasta la supervivencia como especie se encuentra en entredicho.
Es una intransigencia que surge, también, del derrumbe de la esperanza de las utopías que dieron aliento a muchos. ¿Hacia dónde mirar para encontrar una alternativa? ¿Será que esto es lo único posible?
Ante tanta incertidumbre prefiero defender mi pequeña esquina caliente, protegida de los vientos de cambio, en donde me tapo los oídos, cierro los ojos con fuerza y confío en que una fuerza todopoderosa, más grande que mi pequeña humanidad avasallada, decida por mí y me salve.
Surge entonces tanto fantoche aprovechado de la incertidumbre. Son como mascarones de proa de una ola que crece inesperadamente; como una onda subterránea que va propalando movimientos telúricos a medida que se expande. Mascarones de proa con distintas expresiones: de patán, de payaso, de predicador, de mesías. Hasta de madre amorosa.
No aprendemos nunca, no nos sirve de nada la historia. Ya hemos pasados por esto; no hace dos mil ni tres mil años sino hace poco, y fue un desastre. Pero de nada sirve, siendo como somos el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.
Ahora, de nuevo tropezamos. ¿Adónde iremos a caer? ¿A quién juzgaremos como el responsable mayor una vez que la ola se haya alejado y nos deje de nuevo tratando de reconstruirlo todo?
Emocionados apostamos por el cambio, y el cambio resultó ser esto. Nunca lo imaginamos. Lo soñamos luminoso, alegre, solidario, abierto, optimista, justo y creativo, pero el futuro nos tenía tendida una trampa, esta trampa, la del ascenso de lo oscuro y no de lo luminoso.
No queda más que resistir y luchar, como siempre.
*Escritor, pintor, investigador y profesor universitario.