Uruguay: antiprincesas del Carnaval – Por Azul Cordo
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Ya no se van a ver más culos, piensan varios. Se acabó un concurso que, si bien no era “de belleza”, propiciaba los cánones estereotipados de mujeres como muñecas para armar, y poco importaba dar cuenta de la alegría carnavalera en los barrios. Nuevos reglamentos por parte de la Intendencia de Montevideo (IM) se fueron sucediendo, acompasados por un clima de época que se agita con mensajes y luchas de una nueva marea feminista en el país, en la región, en el mundo, con voces jóvenes –y cuerpos jóvenes– que discuten los órdenes establecidos culturalmente y rompen con lo habilitado en diversas estructuras de poder machista.
Desde hace ocho años, la participación en el concurso montevideano para la elección de reinas del Carnaval viene en descenso. Es decir que el interés de las mujeres por candidatearse para la corona merma desde hace rato, posiblemente por tener más ganas de mostrar sus intereses y aptitudes, que de exponerse ante un jurado que valora sus medidas corporales. La baja participación en el concurso es, entonces, anterior al último cambio de reglamento departamental, según el cual, producto de acuerdos con las comisiones de cultura de los centros comunales, se votó modificar la elección de “reina” para pasar a elegir “figuras” de la fiesta más popular del país. En lugar de sólo mujeres (de hasta 25 años de edad), se puede presentar cualquier persona mayor de 18 años que se considere representante de alguna de las categorías.
Algo similar ocurrió en los últimos tiempos en los departamentos de Canelones, Río Negro, Paysandú y Maldonado, bajo el argumento de no fomentar, a través de estos concursos, los estereotipos de género, ni perpetuar escenarios de violencia simbólica hacia las mujeres. Las tiaras y los vestidos rosados están demodé.
Que las mujeres sean consideradas personas sigue siendo una idea revolucionaria, pero a esto se agregó que en la elección de figuras que representen el Carnaval, las Llamadas y el samba puedan candidatearse personas con discapacidad, personas trans, mujeres y varones que demuestren sus conocimientos del Carnaval y de cómo se vive en su barrio, y que “representen con mayor fidelidad el espíritu solidario, alegre e inclusivo de la fiesta más popular del país”, dice el nuevo reglamento, aprobado en 2017 luego de un fuerte trabajo de las áreas de Género e Igualdad y de Cultura de la IM, que brindaron talleres en las 18 comunas capitalinas, donde vecinas y vecinos se ponen al hombro la organización para celebrar en sus calles el Carnaval de la manera que consideran más adecuada.
Contrario a lo que quiere Enrique Espert (generar múltiples categorías para concursar, según las diversidades humanas –aunque él las separó en “putos, viejas, bufarrones”–), esta elección no estratifica, sino que muestra el abanico diverso que somos. Y, aunque oficialmente Daecpu no estuvo ni está a cargo de esta elección de figuras, algo debe estar perdiendo: si no por qué tanta preocupación ante el cambio.
Las candidatas a reinas hasta el año pasado, elegidas “figuras” desde este lunes 22, desfilan “vestidas”, contrario a lo que más de un edil querría –por lo cual han presentado a la IM varios informes de queja–, bailan sí, se mueven sí, cuentan qué saben y por qué consideran que pueden representar esta fiesta.
Cuando se mueven o se dislocan estratos de poder, ladran Sancho. Y sabemos que los feminismos muchas veces son mirados como los molinos de viento del Quijote: una ilusión, una locura, enemigos imaginarios. Pero acá están esas ideas revolucionarias, en el territorio y en las instituciones, horadando la piedra filosofal del patriarcado que supo construir altos muros de castillos en cuyos cuartos más altos y lejanos había princesas encerradas, condenadas a esperar un rescate azulado y meloso que les indicara cómo seguir con sus vidas.
Como ya no queremos eso –hace rato–, nosotras decimos no a los cuerpos mercantilizados, objetivados, envasados. Y decimos sí al placer, al goce, a elegir dónde y cuándo mostrar nuestros cuerpos más disidentes. Decimos sí a mostrar torsos morenos dorados de brillantina, empoderados en largos tramos de las calles que, fuera de la fiesta, son espacios donde no nos sentimos completamente cómodas. Que el concurso baje a la calle, que la mirada en alto sea en el escenario y se sostenga en la vereda.
El Carnaval es encuentro en la diversidad. Es, desde sus orígenes, el momento en que quienes están abajo y más abajo de la pirámide social son libres de todo mandato. Es la fiesta en la que “el prohombre y el gusano bailan y se dan la mano, sin importarles la facha”. Libertad de los cuerpos, disfrazarse para ser otro/a. La alegría es revolucionaria.
Cuando una niña juega a ser vedette, mientras estira y ondula sus brazos, con movimientos sutiles de sus pies y brincos rítmicos, está decidiendo ser ella misma y ser dueña de su momento; cuando un niño da sus primeros golpes al tambor o palos al redoblante está marcando el ritmo de su corazón. El nuevo reglamento aprobado con voto popular permitió que una joven con síndrome de Down quedara preseleccionada como figura de Carnaval y que las mujeres trans que se candidatearon fueran inscriptas con el nombre que reconoce su identidad de género (hace dos años, con el cambio anterior, podían anotarse, pero si en su cédula figuraba su nombre de varón no se les permitía participar). También se habilitó que dos varones quedaran preseleccionados. Es decir, todo ese abanico que vemos en ensayos y desfiles, en tablados y corsos, podrá estar reflejado en el escenario del Museo del Carnaval. Un espejo más cercano a lo que somos, un peldaño menos que subir, aunque algunos opinólogos consideren, con sorna, que se trata de“inclusión y todo eso”.
Ya queda claro que con estos cambios no se está “penalizando la belleza”, como opinó el periodista Jaime Clara, sino que se reconoce la diversidad social y cultural que somos.
“¿Cómo se mide la solidaridad y la alegría carnavalera?”, preguntan algunos criticando los nuevos parámetros que considera el jurado.
“¿Cómo se mide la belleza?”, repregunta la asesora de Género e Igualdad de la IM Patricia González, en diálogo con Brecha.
La cultura se codifica en los cuerpos –encarnada e introyectada psíquicamente–, y ya sabemos que los cuerpos feminizados son territorio de disputa patriarcal. Sobre éstos quieren trazar rutas de buenas y malas conductas, creerse dueños y disponer de los restos. Pero al grito de “Ni una menos” le sigue “Vivas nos queremos”, y los cambios culturales que buscan relaciones de género más equitativas e igualitarias comienzan a expresarse en prácticas y representaciones resignificadas.
Concursos y premios son señales, modelos, nuevas seguridades simbólicas en las que reparar. Las figuras que quedaron seleccionadas esta semana son un mensaje para las nuevas generaciones de niñas y niños que hoy tienen entre sus referentes predilectos a antiprincesas y antihéroes. Que la ilusión se asemeje a lo cotidiano no parece un mal premio.
(*) Periodista.