Prisión domiciliaria al genocida argentino Etchecolatz: su hija pide que vuelva a la cárcel
“Hasta el final de sus días”
Al repudio generalizado que cosechó la prisión domiciliaria del genocida Miguel Etchecolatz, instalado ya en su casa del bosque Peralta Ramos, en Mar del Plata, se sumó el de su propia hija, Mariana Dopazo, quien confesó que el día que se enteró de que el represor dejaba la cárcel común “no pude pensar ni hablar más” y pasó la noche entera “tratando de salir de la oscuridad”. “A mis 47 años, jamás creí que sufriríamos tal retroceso en derechos humanos”, sostuvo en una carta que publicó en La Garganta Poderosa la hija del represor, quien cambió su apellido por el materno, y recordó los horrores que padeció en su infancia.
“‘Es imposible que le den la domiciliaria’, me aseguraba mi mamá, para tranquilizarme. Hasta que nos llamaron para avisarnos. Todo se convirtió en silencio. No pude pensar, ni hablar más. Así estuve la noche entera, tratando de salir de la oscuridad”, relató Dopazo, hija del represor condenado a cuatro cadenas perpetuas por crímenes de lesa humanidad cometidos en la dictadura.
La mujer expresó su solidaridad con los vecinos marplatenses que comparten el barrio con el genocida. “Sólo dos tipos de personas conocen verdaderamente a un sujeto como él: sus víctimas y sus hijos. Por eso, a mí que no me lo vengan a contar. Nadie puede venderme el discurso de la reconciliación, ni el cuento del viejito enfermo que merece irse a su casa. Quienes conocemos su mirada, sabemos de qué se trata. Hay centenares de genocidas con prisión domiciliaria, pero él nos hierve la sangre porque representa lo peor de esa época, tras haber sido la cabeza de 21 centros clandestinos y no haberse arrepentido ni un centímetro de sus acciones, fiel e incondicional a las mentes que planificaron ideológicamente la masacre”, advirtió Dopazo.
La hija del represor insistió en que sería “justo y reparador” que Etchecolatz estuviera “hasta el final de sus días” en una cárcel común y remarcó que es la sociedad la que ahora debe luchar “para que vuelvan atrás con esta decisión inadmisible”. “A mis 47 años, jamás creí que sufriríamos tal retroceso en derechos humanos, pero la fortaleza popular es enorme y debe seguir creciendo hasta meter a cada una de las bestias tras las rejas”, finalizó Dopazo, quien concluyó la carta afirmando que “no se tranza con el dolor, ni se silencia el horror. No pudieron vernos retroceder. Y tampoco van a poder”.
«Rezábamos, para que mi papá se muriera» – Por Mariana Dopazo, ex hija de Miguel Etchecolatz
Crear una vida propia, a las sombras de mi progenitor, uno de los genocidas más siniestros de nuestra historia, fue muy difícil. Siempre rodeados de armas, acompañados de custodia policial y metidos en una burbuja. Mi vieja hacía lo que podía, amenazada recurrentemente por él: “Si te vas, te pego un tiro a vos y a los chicos”. De hecho, mi recuerdo más crudo de la infancia da cuenta del sufrimiento permanente: cada vez que él volvía de la Jefatura de Policía de La Plata, nos encerrábamos a rezar en el armario con mi hermano Juan, para pedir que se muriera en el viaje.
Sí, eso sentíamos, todos los días de nuestras vidas.
Crecí entre situaciones traumáticas, en plena soledad, porque vivir con Etchecolatz significaba no tener paz, hacer lo que decía y acostumbrarse al miedo de abrir la boca, porque podría venirse la respuesta más terrible. Aun así, desde chiquita fui bastante rebelde, tanto que mi familia me apodó “estrellita roja”. Lo desobedecía, sí, tanto como era posible. Y a ese ritmo, se repetían sus golpes. Era cruel, castigaba muy fuerte y después se preocupaba: “Mirá lo que me hacés hacerte”, decía. Cuando oía sus pasos, sentía el perfume del terror. Y sí, haber convivido con un genocida me permitió conocer su esencia, su faz más verdadera.
Siempre fue narcisista, una persona sin bondad, impenetrable, que nunca dio lugar para que sus hijos pudieran preguntar. Nunca nos explicó nada. Hay asesinos que le han contado algo a su círculo íntimo, pero Etchecolatz no. Y es un contrapunto interesante: no habló con su familia ni frente a la Justicia, sosteniendo un doble silencio. O sea, corporizó lo más terrible en todo momento, sin importarle jamás el otro y convirtiéndose en el símbolo más cruento del aparato represivo.
Cuando el Juzgado de Familia autorizó a deshacerme del apellido teñido de sangre, en 2016, para suplantarlo por el de mi abuelo materno, creí que había terminado una etapa. Sin embargo, la intención de beneficiar a los genocidas con el 2×1 me angustió y me impulsó a marchar por primera vez. Sentí que la Justicia había dejado de ser justa en materia de crímenes de lesa humanidad y empezaba a desampararnos. Pero incluso podía ser peor… Días atrás, mientras visitaba a mi familia me enteré que ahora tendrá el privilegio de irse a su casa. “Es imposible que le den la domiciliaria”, me aseguraba mi mamá, para tranquilizarme. Hasta que nos llamaron para avisarnos. Todo se convirtió en silencio. No pude pensar, ni hablar más. Así estuve la noche entera, tratando de salir de la oscuridad.
Ante semejante noticia, no puedo imaginarme lo que sentirán quienes lo sufrieron y menos todavía quienes deberán convivir con él, en el mismo barrio marplatense. Sólo dos tipos de personas conocen verdaderamente a un sujeto como él: sus víctimas y sus hijos. Por eso, a mí que no me lo vengan a contar. Nadie puede venderme el discurso de la reconciliación, ni el cuento del viejito enfermo que merece irse a su casa. Quienes conocemos su mirada, sabemos de qué se trata. Hay centenares de genocidas con prisión domiciliaria, pero él nos hierve la sangre porque representa lo peor de esa época, tras haber sido la cabeza de 21 centros clandestinos y no haberse arrepentido ni un centímetro de sus acciones, fiel e incondicional a las mentes que planificaron ideológicamente la masacre.
Justo y reparador sería que Miguel Osvaldo Etchecolatz estuviera para siempre en una cárcel común, hasta el final de sus días. Pues las marcas en el cuerpo, las marcas en la memoria, las marcas del espanto, las marcas del no saber, no se borran nunca, pero nunca más… Como sociedad, debemos luchar para que vuelvan atrás con esta decisión inadmisible y, aún en el sufrimiento, celebro que sigamos saliendo a la calle, aunque nos lo quieran prohibir. A mis 47 años, jamás creí que sufriríamos tal retroceso en Derechos Humanos, pero la fortaleza popular es enorme y debe seguir creciendo hasta meter a cada una de las bestias tras las rejas.
No se tranza con el dolor, ni se silencia el horror.
No pudieron vernos retroceder. Y tampoco van a poder.
Una multitud participó del repudio al apropiador de menores en Mar de Ajó
Organizada por la Comisión x la Memoria de La Costa se realizó en Mar de Ajó una jornada de repudio llamada «La Costa libre de genocidas», para resistir por la decisión de un Tribunal que le concedió vacaciones a Norberto Bianco, apropiador de menores durante la dictadura.
El epicentro fue en Javier de Rosas 223, donde se encuentra el dúplex alquilado por Bianco, quien fue sentenciado por sustracción y apropiación de menores. Fue responsable de la maternidad clandestina del Hospital Militar de Campo de Mayo, por donde pasaron más de 35 secuestradas embarazadas.
Estuvo presente, entre otros, Nora Cortiña, Madre de Plaza de Mayo, y el cierre del evento fue con bandas locales que se sumaron junto a vecinos y turistas a esta jornada que reclamó «la única casa para un genocida es la cárcel».
Escrache al represor Musa Azar por el beneficio de prisión domiciliaria
Organismos de derechos humanos, agrupaciones políticas y vecinos del barrio Centenario de la capital santiagueña escracharon anoche al represor Antonio Musa Azar, condenado cuatro veces a perpetua por delitos de lesa humanidad y por el denominado doble crimen de La Dársena, y ahora beneficiado con prisión domiciliaria.
Encabezados por la filial santiagueña de la agrupación HIJOS, los manifestantes llegaron a la puerta de la casa donde se encuentra Musa Azar para advertir allí a los vecinos que «al lado de su casa está viviendo un asesino» y asegurar, con cánticos, que «como a los nazis les va a pasar, adónde vayan los iremos a buscar».
En medio de un fuerte dispositivo de seguridad, a cargo de efectivos de la policía provincial, la ruidosa movilización pudo llegar y expresar su malestar a pocos metros de la casa del represor, ubicada en avenida Moreno y Andes.
Musa Azar cumple cuatro penas a prisión perpetua, tres de ellas por crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura y la restante por los asesinatos de las jóvenes Leyla Nazar y Patricia Villalba.