Falleció Claribel Alegría, la gran poeta revolucionaria de Nicaragua

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Quiero entrar a la muerte
con los ojos abiertos
abiertos los oídos
sin máscaras
sin miedo
sabiendo y no sabiendo
enfrentarme serena
a otras voces
a otros aires
a otros cauces
olvidar mis recuerdos
desprenderme
nacer de nuevo
intacta.

Claribel Alegría

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Claribel Alegría, gran poeta de Nicaragua, falleció a los 93 años

Por Fernando Chaves Espinach

Claribel Alegría, gran poeta nicaragüense-salvadoreña, falleció este jueves 25 de enero en su residencia de Los Robles de Managua, informa la agencia EFE. Autora de una amplia y conocida obra, ganó el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en el 2017.

Creadora de más de 60 libros de poesía, novela y ensayo, Alegría era reconocida como una de las principales escritoras de Nicaragua. Su obra se asociaba con la «generación comprometida» de los años 50 y 60 del siglo XX, con su tono de reclamo contra la injusticia acompañado de las confidencias íntimas de una poeta-amiga con lectores en más de 15 idiomas.

Alegría «murió esta mañana de una infección pulmonar» rodeada de sus cuatro hijos, confirmó a la Agence France-Presse una de sus hijas, Patricia Flakoll. “La creíamos inmortal. Esperó que vinieran todos sus hijos”, algunos de los cuales estaban fuera del país, antes de morir, dijo Flakoll.

Alegría nació en Estelí en 1924, pero a sus nueve meses, su padre fue forzado a exiliarse en El Salvador por protestar contra la opresión en Nicaragua. En su nueva patria, que adoptaría como suya toda su vida, Alegría pronto se topó con nuevas injusticias.

En 1943, Alegría se mudó a Estados Unidos y se graduó en Filosofía y Letras en la Universidad George Washington​ en 1948; por un tiempo, su mentor fue Juan Ramón Jiménez.

En ese país vivió por muchos años y se casó con Darwin J. Flakoll, con quien viviría hasta 1995, cuando él falleció. Fue su gran compañero: escribieron obras juntos, él la tradujo, compartieron todo. Tuvieron cuatro hijos y residieron casi toda su vida de casados en Estados Unidos y Europa.

Autora de libros como Sobrevivo (1978, Premio Casa de las Américas) y Variaciones en clave de Mí (1993), seguía muy activa –recientemente publicó una traducción de Lao Tsé al español–. Cenizas de Izalco (1964), coescrita con Flakoll, fue una de sus obras narrativas más conocidas, así como Somoza. El expediente cerrado (1993), donde contó el asesinato del dictador en Paraguay.

En el 2006, Alegría obtuvo el Premio Neustadt de literatura internacional por el conjunto de su obra, y en el 2017, el más importante premio de poesía iberoamericana, el Reina Sofía, que reconocido el «itinerario de calidad» constante en la obra de la nicaragüense.

“Tengo ya 93 añitos -reconocía- y me doy cuenta de que me estoy despidiendo. Estoy disfrutando de una manera más profunda de mis seres queridos, de mis plantas, de todo. Es mi manera de decir adiós”, dijo en una de sus últimas entrevistas, en El Cultural de España.

Poeta querida, intelectual aguerrida

Cuando nació, el viejo Somoza mandó matar a su papá. A sus siete años, la niña vivía en El Salvador, donde se cometería una masacre de más de 30.000 campesinos. La violencia que sacudió el siglo XX, y muy cruelmente a este estrecho de tierra centroamericana, la siguió toda la vida (Te llevo, muerte, a mi costado / Desde el momento en que nací).

«El siglo XX ha sido uno de los siglos más sangrientos, terrible, con el Holocausto, con Sarajevo. ¡Por Dios! ¿Qué espero para el próximo siglo? Que la especie humana piense profundamente y aparte el odio, que acabemos con toda discriminación», dijo en una entrevista en BOMB Magazine en el 2000.

Su poesía entreteje esa visión del mundo, de la necesidad de resistirse a la opresión, con referencias mitológicas y literarias, cantos de amor y un lenguaje directo y transparente. Quizá ese tono sencillo sea en parte lo que inspira la calidez con la que se reverenciaba su obra y su figura.

Claribel Alegría regresó a Nicaragua tras el triunfo de la Revolución Sandinista. Ella rechazaba la categoría de «comprometida» («La poesía yo no la quiero poner al servicio de nada», dijo), pero sus escritos sobre el pasado reciente de su país destacan por su talante crítico y de denuncia.

Siempre sonriente, Alegría recibía en su casa a autores e intelectuales de toda América Latina. Fue amiga de sus compatriotas Ernesto Cardenal y Sergio Ramírez, el argentino Julio Cortázar y los uruguayos Eduardo Galeano y Mario Benedetti.

«La poesía es mi mejor manera de dialogar conmigo, de la única manera que me puedo conocer un poco más», dijo a El País en el 2015, con motivo de la publicación de una antología de sus versos, Pasos inciertos.

La Nación


Claribel Alegría, la reina de la poesía en habla hispana

Por Eduardo Cruz

El pasado miércoles 17 de mayo, Claribel Alegría dormía plácidamente en su casa, en reparto Los Robles. A sus 93 años de edad, ella ya no camina con facilidad, sino apoyada en un bastón, especialmente desde que en enero de este año se cayó de la cama. Se fracturó la clavícula, dos costillas… no hablaba y casi no reconocía a la gente. Se recuperó pero ya se cansa mucho hasta para hablar.

La enfermera que la cuida la pensó dos veces para despertar a Alegría cuando el teléfono de la casa sonó insistentemente aquella mañana de ese miércoles 17 de mayo pasado. Eran como las 5:00 de la mañana y Alegría estaba profundamente dormida.

—Doña Claribel, doña Claribel.

—No me despertés, no ves que me cuesta dormirme.

—Es que acaban de llamar por teléfono, que dicen que usted se ganó el premio Reina Sofía.

—¿Cóoomoo?

Claribel Alegría,poeta Nica -SalvadoreñaCuando escuchó esas palabras, Alegría se incorporó rápidamente y habló por teléfono con la persona que llamaba desde España. Había sido galardonada con el XXVI Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el más importante para un poeta de habla hispana.

Dos horas después, a las siete de la mañana de ese mismo miércoles, el hijo de Alegría, Erik Flakoll, quien reside en Estados Unidos, se enteró de la noticia de que su mamá había sido distinguida con tan importante premio. Lo primero que se le vino a la mente fue una anécdota de cuando él tenía nueve años de edad y toda la familia vivía en París, Francia.

En una ocasión, Erik quería salir a jugar a la calle y se fue a buscar a la mamá y con un poco de desilusión la encontró haciendo lo mismo de siempre: escribiendo.

Claribel Alegría escribía todos los días, a una misma hora siempre. Si no escribía, leía. Pero todos los días dedicaba tiempo a su pasión de poeta y de narradora. Y lo hacía con mucha disciplina.

Así que en aquella ocasión, para convencerla de que dejara de escribir, Erik trató de desanimar a su mamá, a la que desde pequeño siempre ha llamado “viejita”.

“Viejita, no sé por qué escribís tanto si de todas formas nunca vas a ser famosa. Vamos, hagamos algo divertido”. La mamá solo

Benjamín Zeledón y Sandino

En 1912, Daniel Alegría Rodríguez era un joven a quien le molestaba la presencia de los marines norteamericanos en Nicaragua. Decidió entonces unirse a las tropas de un tío suyo que combatía a los invasores, el general Benjamín Zeledón Rodríguez.

Alegría Rodríguez fue admirador de la gesta de su tío Zeledón y, algunos años después, se convirtió en uno de sus primeros biógrafos, escribiendo el texto Vida del doctor y general Benjamín Francisco Zeledón. Lo escribió en Santa Ana, El Salvador, adonde Alegría Rodríguez había llegado para hacer sus prácticas de médico en el Hospital San Juan de Dios. Allí también conoció a una joven de familia acomodada, Ana María Vides, con quien se casó en 1923 y la trajo a vivir a Nicaragua.

La pareja vivía en Estelí, de donde Alegría Rodríguez era originario. Y tenía una finca que se llamaba Las Nubes, en una comunidad que se llama El Regadío.

En una casa esquinera en el centro de Estelí nació la primera hija del matrimonio, Clara Isabel, el 12 de mayo de 1924.

La animadversión que Alegría Rodríguez sentía por los ocupantes norteamericanos seguía intacta desde que había peleado con su tío. Y en una ocasión, cuando la niña tenía como nueve meses de edad, la casa de la familia fue atacada a tiros por norteamericanos. Los Alegría Vides se fueron a vivir a El Salvador. Pero desde allá Alegría Rodríguez seguía adversando a los marines. Según le contaba a sus nietos, le prestó su finca Las Nubes a las tropas del general Augusto C. Sandino para que guardaran allí un buzón de armas. Alegría Rodríguez también fue admirador de Sandino.

Desde que salió de Nicaragua, a los nueve meses de edad, Clara Isabel solo volvería en un par de ocasiones, de vacaciones para visitar a los familiares de su papá, siendo aún una niña. Ella tuvo cinco hermanos pero fue la única que nació en Nicaragua. Los demás en El Salvador. Su papá luchó para que ella mantuviera su pasaporte nicaragüense. Fue hasta muchos años después, cuando ella ya era la poeta Claribel Alegría, que obtuvo el pasaporte salvadoreño. Un pensador mexicano, José Vasconcelos, le dijo en una ocasión que su nombre Clara Isabel era muy hermoso pero que Claribel era mejor para ella. A ella le gustó y ya se quedó con ese nombre.

Cortázar y la revolución sandinista

En 1979 Claribel Alegría vivía con su esposo, el escritor norteamericano Darwin J. Flakoll, y sus hijos, en Mallorca, España. Allí Flakoll remozaba casas y las vendía sobre todo a extranjeros.

A los 18 años de edad, Alegría había salido de El Salvador para ir a estudiar en Estados Unidos, donde se graduó en Filosofía y Letras en la universidad George Washington. Allí también conoció a Flakoll. “El nuestro fue un noviazgo corto. Tres meses y nos casamos. Él vivía en una pensión con un amigo. Yo salía con el amigo de él pero me enamoré de él”, recuerda Alegría entre risas.

Hablar de su marido, quien murió en 1995 en Managua, es una alegría para ella. Eran muy unidos y hasta escribían juntos. Flakoll era un diplomático del Gobierno de los Estados Unidos y eso llevó a la pareja a vivir en diferentes países y a conocer los cinco continentes. Vivieron en Estados Unidos, Chile, Argentina, Uruguay, Francia, España y Nicaragua. Pero Flakoll dejó el trabajo diplomático y se dedicó a escribir.

El 17 de julio de 1979 se encontraban en su casa de Mallorca escuchando la radio cuando oyeron la noticia. El dictador Anastasio Somoza Debayle había huido de Nicaragua.

A los dos días fue el triunfo definitivo de los sandinistas en Nicaragua. Flakoll le dijo a Alegría que debían viajar a Nicaragua, que ese había sido el sueño de su padre, Daniel Alegría, ver a Nicaragua liberada de los Somoza. El padre de Alegría había muerto en 1965.

Por esos días llegó donde los Flakoll Alegría uno de los amigos más queridos por el matrimonio, el escritor argentino y después nacionalizado francés Julio Cortázar. Celebraron juntos el triunfo de la revolución sandinista con varias botellas de vino y allí mismo decidieron que todos irían a Nicaragua. Los Flakoll Alegría llegaron al país en septiembre de 1979 y Cortázar lo hizo en noviembre de ese mismo año.

Era la primera vez que Alegría llegaba al país desde que era pequeña. Se quedaron seis meses y empezaron a entrevistar a todos los actores de la revolución, incluidos la actual pareja presidencial, Daniel Ortega y Rosario Murillo. Finalmente, Flakoll y Alegría escribieron un libro que se llamó Nicaragua: la revolución sandinista.

Entre 1979 y 1980, Flakoll y Alegría estuvieron viajando entre Managua y Mallorca, pero en este último año decidieron quedarse definitivamente en Nicaragua, apoyando a la revolución, escribiendo y recibiendo a grandes personalidades que llegaban a conocer la situación del país en ese momento. Alegría era como una “embajadora cultural” del país, pero sin ser nombrada, recuerda su hijo Erik Flakoll.

El actual director de la Academia Nicaragüense de la Lengua, Francisco Arellano Oviedo, recuerda que en los años ochenta se sorprendió cuando vio a Claribel Alegría en Nicaragua y más aún saber que era nicaragüense. Él había estudiado secundaria en El Salvador y en los textos salvadoreños se estudia la poesía de Alegría, como salvadoreña. “Ella aparece en el panorama de la literatura salvadoreña junto a otros grandes escritores salvadoreños. Creo que cuando regresó a Nicaragua recuperó sus raíces nicaragüenses”, dice Arellano Oviedo.

Y la poeta Michelle Najlis dice que Alegría fue “como un regalo” para los intelectuales de la época de la revolución. “Ella te ayudaba a vivir. Cuando yo me sentía cansada, me iba a refugiar a la casa de ellos (Alegría y Flakoll). Allí había mucha paz, tranquilidad, mucho cariño. Estar en la casa de ellos te ayudaba a tomar conciencia con la vida”, recuerda Najlis.

Najlis asegura que Alegría ayudó mucho a la revolución sandinista porque ser escritora en esa época era una participación activa en la revolución. “La creación de belleza es una participación importante. Que ella escribiera desde aquí era una forma de lucha. A veces se nos olvida lo cultural, que es parte de eso que queremos construir”, indica Najlis.

El hijo de Alegría, Erik Flakoll, recuerda esos años ochenta. “Éramos todos muy sandinistas. Mi padre era voluntario en el Ministerio de Relaciones Exteriores (Minex), trabajaba con el padre Miguel D’Escoto. Traducía cosas. Y mi madre se dedicaba a atender a los amigos. Después llegó la desilusión. Empezó con la piñata y después con el aferramiento al poder”, dice Flakoll.

Allegada a sus amistades, como Ernesto Cardenal y Gioconda Belli, Claribel Alegría está hoy alejada del Frente Sandinista (FSLN) que dirigen Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo. De hecho, ahora que Alegría ganó el premio Reina Sofía, nadie del Gobierno se pronunció sobre el importante reconocimiento.

“No me importa que no me hayan felicitado. Yo he sido muy directa. Este gobierno no me gusta. Yo los veo como a una pareja dictatorial. Muy al principio (del regreso de Ortega al poder, en 2007), yo me esperaba otra cosa”, explica Claribel Alegría.

La Reina Sofía, un cabrito en salsa y el museo del Prado

El pasado viernes 10 de noviembre, cerca de las 2:00 de la tarde, Alegría partió del Aeropuerto Internacional de Managua rumbo a Madrid, a recibir su premio Reina Sofía. Le acompañaban su hijo Erik Flakoll y su enfermera Elsy Duarte.

Desde muy pequeña Alegría componía versos sobre todo lo que tenía a su alrededor. Sobre sus muñecas. Sobre las estrellas. Y se los declamaba a su mamá.

El premio es “la cereza en el pastel” a una carrera de más de siete décadas escribiendo poesía. Y a veces también prosa, como cuando escribió la novela Cenizas de Izalco, que se refiere a la matanza de unos campesinos en 1932, en El Salvador. La escribió junto a su esposo Flakoll y en esa ocasión casi se divorcian. “No nos poníamos de acuerdo en lo que traducíamos. A mí no me gustaba lo que él traducía y a él no le gustaba lo que yo traducía. Después nos dimos cuenta que lo que buscábamos era que naciera el niño, el libro”, recuerda Alegría.

Ya estudiando en Estados Unidos, el poeta español Juan Ramón Jiménez, el autor de Platero y Yo, y luego Nobel de Literatura, fue su tutor en poesía y le seleccionó su primer libro, Anillo de silencio, en 1948. Jiménez era muy riguroso con Alegría. Nunca le gustaba totalmente lo que ella escribía. Pero finalmente la sorprendió cuando le armó su primer libro y le dijo: “Buscá quién te lo publique”. Y después agregó: “Aquí en España algún día te van a recibir con alfombra roja”. Y ese día se cumplió el 14 de noviembre pasado, cuando Alegría recibió en Madrid el premio Reina Sofía.

Alegría ha producido más de 40 publicaciones, algunas de las cuales han sido traducidas a 14 lenguas diversas. Y también ha ganado muchos premios.

Hasta hoy, a los 93 años y medio de edad que tiene, Alegría escribe. Dice que ya no tanto como antes. “Mi vida está muy tranquila, después de este viaje muy cansado (a Madrid). Leo mucho, escribo algunas cositas de vez en cuando. Escribo muy poco. Escucho mucho y converso con mis amigos, a veces gente que viene de El Salvador también”, indica Alegría.

Su hijo Erik Flakoll expresa que el premio Reina Sofía, que es por toda la obra de Alegría, se lo tiene bien ganado porque ella ha trabajado con mucho tesón todos los días de su vida, escribiendo. Siempre ha escrito.

Al conocer a la Reina Sofía, en Madrid, Alegría comenzó a tutearla, a hablarle de tú, y la reina la llamaba de usted. Cuando se percató, Alegría le ofreció disculpas a la reina, pero ella le dijo que no había problema. “Si usted viviera en España, seríamos muy amigas”, le dijo la reina. A Alegría le gustó que la reina es muy sencilla y fácil de acercarse a ella. “La reina me mandó a llamar para estar en privado con mi familia”, revela Alegría.

“Se cayeron bien ambas. Hablaron de mitología griega, porque la reina Sofía es de Grecia”, relata Erik Flakoll.
El viaje a Madrid fue muy agradable para Alegría. Comió “un cabrito en una salsa deliciosa” y también unas “ostras bien frescas, deliciosas”.

Lo mejor para ella fue visitar el museo del Prado, donde existe una galería de obras de Tiziano, el Bosco, Goya y Velásquez.

Claribel Alegría no quiere más viajes
“Qué lindas las flores”, dice Alegría, en su casa, buscando asiento mientras camina de la mano de su enfermera Elsy Duarte y apoyada en un bastón.

Hace poco en El Salvador presentaron su último libro Amor sin fin, pero ella no fue. “Yo creo que ya no voy a viajar más. Regresé cansadísima. Nunca me he sentido tan cansada”, dice.

Alegría gusta tanto del gallopinto nicaragüense como de las pupusas salvadoreñas, pero ahora prefiere quedarse en Nicaragua, donde vive desde que llegó con su marido Flakoll tras el triunfo de la revolución nicaragüense.

La Prensa

 

 

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