Colombia: Uribe, violaciones, y la impunidad santista de siempre – Por Camilo Rengifo

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

En Colombia, los acuerdos de paz se tambalean asediados por la oposición recalcitrante de la derecha uribista y por la sistemática desaparición y asesinato de activistas sociales, dirigentes campesinos y guerrilleros desmovilizados, en total impunidad gracias a la indiferencia del gobierno de Juan Manuel Santos, maestro de la impunidad.

Sin siquiera sonrojarse, el 16 de diciembre último el Ministro de Defensa de Santos, Luis Carlos Villegas, afirmó irresponsablemente que los asesinatos de dirigentes sociales, líderes comunitarios y ex guerrilleros no estaba relacionado con sus actividades, sino que, en su “inmensa mayoría son fruto de un tema de linderos, de un tema de faldas, de peleas por rentas ilícitas”.

Es el reino de la impunidad y esta declaración se convierte en una legitimación de los cientos de asesinatos políticos que siguen sucediendo en Colombia y son parte de la muralla desinformativa que han erigido los voceros del Estado y de los medios hegemónicos de (in)comunicación.

Pese un discurso paralelo de paz y concordia, el lenguaje contrainsurgente sigue tan campante, como cuando Álvaro Uribe había decretado la inexistencia de un conflicto en el país y cuando al referirse al asesinato de varios miles de colombianos, en lo que de manera eufemística se denominó “falsos positivos”, justificó ese crimen diciendo que los muertos “no deberían estar recogiendo café”.

La semana pasada, el relato que entregó la periodista Claudia Morales sobre su violación años atras -en su columna en El Espectador-, estremeció al país, no sólo por la férrea defensa que hizo para que se respete el derecho que tienen las víctimas a guardar silencio, sino también por el testimonio que entregó renglones después.

«La protagonista de la historia soy yo y al violador lo seguiré llamando “Él”. No presenté ni presentaré nunca una denuncia y voy a explicar por qué». A su juicio, el responsable no solo «era un hombre relevante en la vida nacional sino que lo sigue siendo y, además, hay otras evidencias que amplían su margen de peligrosidad». Tenía sus razones para haber callado

«Si una mujer valiente como ella no identifica a su violador es porque conoce muy bien el nivel de impunidad con que actúa y la capacidad de intimidación de “Él”. Conozco a Claudia, el silencio es para proteger a su familia y ese silencio le duele a ella más que a nadie», dijo el periodista Felix de Bedout.

Era intolerable para el establishment: Claudia le estaba dando voz a aquellos que deciden callar en el reino de la impunidad. Su denuncia ha encontrado mucho eco en la opinión pública por tres razones: el misterio de la identidad del violador, la importancia de los personajes involucrados (la periodista y sus exjefes) y el interés que el problema del acoso sexual despierta en este momento en el mundo entero. Las mujeres empezaron a romper el silencio, para hablar de una problemática que por tantos años se habían callado.

El columnista Julio César Londoño señala que muchos afirman que es irresponsable concluir a partir de unas pistas difusas que Uribe y Él son la misma persona. El ala moderada del uribismo y los admiradores decentes del expresidente (que los hay) consideran que sin pruebas y sin una acusación concreta, con nombre propio, no hay cosa jurídica.

Para el brazo más derechista y belicista del Centro Democrático, una violación debe ser una pendejada, un suceso baladí que no restará un segundo de gloria a esa “inteligencia superior”, quien saldrá de todo esto limpio de polvo y paja, añade. Durante varios días, el Centro Democrático uribista guardó discreto silencio, pero el miércoles Uribe tuvo que responder y trinó contra “esa señora” un mensaje insensible y torpe.

Londoño añade que todo lo que se diga de Uribe es cierto y es poco. “Uribe es culpable por definición. Nadie en la historia de Colombia ha hecho tanto daño a pesar de tenerlo todo (poder, circunstancias, suerte, arraigo popular) para hacer el bien. Pudimos ganar 30 años, pero retrocedimos 50. No contento con esto, torpedea cualquier proyecto que amenace con disipar un poco las tinieblas”, señala.

“Él, un santón delirante, un gigante pueril que dice y hace todo lo que le viene en gana, que puede poner en jaque al Estado y joder al Gobierno (…)Con todo, confieso que para mí no es evidente que él y Él sean la misma persona…. no puedo imaginarlo librando batallas de alcoba de ningún tipo, ni amorosas ni violentas. Su único fantasma es la paz, su único amor es él mismo, su erotismo, el poder”.

(*) Economista y docente universitario colombiano, investigador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

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