Pobreza y pueblos indígenas en el Día Internacional de los DDHH – Por Rodolfo M. Cruz
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
El 10 de diciembre de este año, día internacional de los derechos humanos, se celebró el sexagésimo noveno aniversario de la Declaración Universal de los derechos humanos. Aunque realmente no hay mucho que celebrar. Han pasado 69 años y la Declaración sigue siendo una utopía para un porcentaje importante de los habitantes del planeta. Ya hace algunos años atrás y con motivo del sexagésimo aniversario, el entonces Secretario General de las Naciones Unidas Ban Ki-moon reconoció que la Declaración fue “redactada entre la destrucción y la pobreza absolutas reinantes tras la segunda guerra mundial” y, desafortunadamente ―agregó― las circunstancias no han cambiado “los retos que se nos presentan en la actualidad son tan abrumadores como los que en su momento afrontaron los autores de la Declaración”. Hoy, después de 69 años, la situación ha cambiado poco.
De la lista abundante de temas que nos deben preocupar ―medio ambiente, salud, vivienda, educación― hay uno que, a semejanza de un abanico, agrupa a todos esos problemas: la pobreza. Ella sigue siendo la catástrofe del mundo. Y en México la situación es completamente desalentadora. En especial, como se verá más adelante, es una situación siniestra para los pueblos indígenas.
Efectivamente, en México, la pobreza, tal como se documentó en investigaciones de campo como la de Morir en la miseria, coordinado por Miguel Badillo, se centra en un grupo específico: el de los y las indígenas. Ciertamente, y tal cual se escribió en la obra aludida “Aunque la miseria es compartida por indígenas y mestizos, son los pueblos indios que principalmente habitan las escarpadas laderas donde no llegan los programas asistenciales” (P. 11). Aunque la investigación se realizó hace algunos años sigue siendo vigente y sus referencias aún permanecen. Por ejemplo, se documenta el caso de San Martín Peras, Oaxaca, donde una mujer de nombre María elabora un sombrero “que le comprarán en 2.50 pesos, su único ingreso por día” (p. 61). Repito ¡por día!; Otro caso: En Sitalá Chiapas, una madre de familia explica lo siguiente: “Pozol y frijol, todos los de Sitalá, comemos eso” (p.103). Un ejemplo más: en la sierra tarahumara unas personas del grupo indígena rarámuris habitan en cavernas. “Harapientos, su patrimonio es la pila de ramas secas a la entrada de la cueva. Nacen y mueren sin que exista un registro oficial de ellos. No cuentan con acta de nacimiento ni saben cuantos años tienen”. Para decirlo pronto, y según datos de la misma investigación, “11 demarcaciones ―todas con población mayoritariamente indígena― mantienen un Índice de Desarrollo Humano similar al de los pueblos de Burandi, El Congo, Ruanda o Angola, naciones al sur del desierto africano del Sahara”.
Bajo este panorama, la Comisión Interamericana de Derechos humanos (2017) publicó el Informe sobre pobreza y derechos humanos en las Américas, con el título “Pobreza y Derechos humanos”. Y puso énfasis en diversas acciones necesarias para combatirla eficazmente. Particularmente se señala que si bien se trata de una responsabilidad gubernamental también es una responsabilidad ciudadana. Temas tan agobiantes como la pobreza, la destrucción al medio ambiente, la vivienda, la salud son ―entre una larga lista de preocupaciones actuales― responsabilidades compartidas.
No tenemos más que asumir esa responsabilidad ciudadana y recordar permanentemente las palabras del Poeta Salvador Díaz Mirón cuando escribió lo siguiente: “sabedlo, soberanos y vasallos, próceres y mendigos: nadie tendrá derecho a lo superfluo mientras alguien carezca de lo estricto. Lo que llamamos caridad y ahora es sólo un móvil íntimo, será en un porvenir lejano o próximo el resultado del deber escrito”.