México: elogio de la investigación educativa – Por Alberto Sebastián Barragán

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Por Alberto Sebastián Barragán (*)

A finales de noviembre se reunió el máximo circuito de investigación educativa de nuestro país, con motivo de llevar a cabo el decimocuarto Congreso Nacional de Investigación Educativa, en San Luis Potosí. Este acto congrega a gran cantidad de científicos que han tenido una larga trayectoria en el campo de la investigación educativa, quienes mediante sus producciones académicas han aportado, en mayor o menor medida, beneficios a la educación como sector de transformación, que se dirige en búsqueda de la justicia social.
Cabe señalar que el Consejo Mexicano de Investigación Educativa (Comie) se fundó en 1993, con la finalidad de reunir a las personalidades de la más alta calidad en la investigación educativa, promover la creación, acumulación y difusión de conocimientos, generar grupos y redes de investigación, establecer nodos entre investigadores e instituciones, impulsar y profesionalizar a la comunidad de investigadores. El Comie ha delimitado y fortalecido el campo de la investigación educativa; ha condensado las áreas temáticas que componen los estados del conocimiento que se actualizan cada 10 años. Sin duda, es una de las instancias más sólidas que tenemos en materia científica y académica.

En la larga trayectoria de la investigación educativa se han presentado varias versiones bianuales del congreso, y publicaciones con reconocimiento en otras instancias científicas y educativas, nacionales e internacionales. A pesar de no contar con una sede específica, se construyen sitios efímeros de apropiación. Cada congreso es un viaje al conocimiento vivo, de escuchar y dialogar con los autores de las obras que se dan sustento a la tarea educativa en todas sus acepciones. Justo como ha descrito cabalmente Larissa Lomnitz, los congresos científicos son rituales sociales.

El primer día, es un rito de iniciación. Antes del Congreso de Investigación Educativa, se dan cita los estudiantes de posgrado y tesistas, que muestran sus avances en investigación educativa. Luego de que se inicia el congreso, aparecen las conferencias magistrales, simposios, presentaciones de libros, carteles y ponencias. Todo el congreso, en todo momento tiene juegos de lenguaje, tótems de cosmovisión, reiteración de mitologías, manejo de herramientas, apropiación de identidad… En los paneles y mesas, se remarca el papel de sacerdotes, rituales y jerarquías.

Todos los congregados pertenecen a instancias académicas de diferente linaje, públicas y particulares, provienen de distintos de puntos, han recorrido diferentes rutas académicas que les han llevado a recibir diferentes grados de reconocimiento en distintos claustros; los que han sido vigilados por la policía epistemológica, los beneficiarios del mecenazgo del Conacyt, los intelectuales de pie, los freelance, todos los que tienen el pretexto y la posibilidad de acudir al magno evento.

Los días del congreso se convierten en lugar privilegiado, porque el encuentro académico se convierte en una especie de piso parejo en el que se relacionan los individuos, los grupos y las redes, en nombre de la investigación educativa. Reunidas tantas personalidades en el mismo lugar, se aprovechan los tiempos libres para concertar otras reuniones de grupos e intereses, académicos y de otro tipo. La investigación educativa es una microsociedad. Lo que hay ahí dentro ya lo conocemos con otros nombres y ejemplos… hay de todo. El sociólogo francés Pierre Bourdieu se confesó un poco asustado, por lo que encontró en el análisis de la ciencia, y de las prácticas de sus usuarios. Y no es para menos. Justo como en toda sociedad, hay grupos de poder y élites. Hay una ley del más fuerte y nuevas formas de exclusión.

La realización de los congresos de investigación educativa es necesaria y motivadora. Esta era del conocimiento demanda que las sociedades atiendan el riesgo y la volatilidad de la ciencia, que sustenten sus actividades en el conocimiento que se ha generado y consolidado por tanto tiempo. El sector educativo, paradójicamente, presenta síntomas de desvinculación entre la investigación y las acciones que se desarrollan en los niveles educativos, desde básica, media superior y superior. La última reforma en la materia presentó guiños de investigación, extranjera en gran medida, y poca presencia de los trabajos que han desarrollado las instituciones mexicanas.

En la política sobre educación que han impulsado los gobiernos recientes, han sospechado la necesidad de incluir instituciones de investigación educativa, más como entidades legitimadoras que como soporte de las acciones de cada gobierno. El lema del último congreso del Comie, era: Aportes y desafíos de la investigación educativa para la transformación y la justicia social. Si volteamos a ver nuestra realidad, podríamos pensar en que no está trascendiendo la investigación educativa. La investigación educativa habla por sí misma. A pesar de la solidez mencionada, hace falta difusión y aplicabilidad. Pero no todo depende de la investigación. En este binomio de política y ciencia, Max Weber nos había legado una postura sobre las implicaciones de la tarea científica y su relación con la política. Una forma de ilustrar esta desvinculación es esta pobreza de reforma educativa, que además de moribunda, poco a poco queda más abandonada.

(*) Jefe de redacción en Voces Normalistas

La Jornada

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