Menstruar también es político – Por Eugenia Tarzibachi
Lo personal es político
Usaré la potencia (y vigencia) de ese axioma del feminismo para enfocar algo que no es más que sangre y es mucho más que sangre. Un sangrado que le ocurre a la mitad de la humanidad, todos los meses, por un promedio de 39 años, si no media una intervención hormonal, un estresor, una enfermedad o un proceso vinculado al embarazo o puerperio. Un proceso fisiológico fue y es construido aún como algo íntimo, privado. O, como máximo, una “cosa de mujeres”. Sin embargo, es profundamente social, cultural, político.
Me refiero a una experiencia corporal periódica de algunas personas que se dio en llamar “Eso”, “La cosa”, “Vino Andrés”, “Estoy en esos días” (Argentina). “Andrés, el de cada mes” (México). “Estoy con Andrés Rojas”, “Estoy con el mes” (Perú). “Llegó Andrés”, “Juana, la colorada” (Colombia). “Estou com Chico”, “Sinal vermelho” (Brasil). “Me cantó el gallo” (Puerto Rico). “Aunt Flo”, “On the rag”, “Falling off the roof” (Estados Unidos). “Got the painters in” (Inglaterra). “I´ve got the flags out” (Australia).
En diferentes países del mundo, y esto es algo que quiero subrayar (todo lo que les contaré fue con matices un proceso transnacional), las mujeres sintieron la necesidad de hablar en código, de enmascarar la menstruación situándola como algo que viene de afuera, una ajenidad que es propia, que invade o visita. En América Latina, colocando un particular y curioso acento en la figura de varones como Andrés. Estos eufemismos fueron un modo de institucionalizar en el lenguaje la vergüenza con que se suele vivir el cuerpo menstrual ante otros. En esa vergüenza sobre la experiencia corporal de la menstruación hubo y aún hay un modo profundo y sutil de hacer género. Lo vergonzante que reviste esa dimensión del cuerpo de las mujeres cuando se hace evidente ante otros no es una mera experiencia emotiva singular, sino una emoción regulada por una política sobre esos cuerpos. Decidí iniciar este artículo con eufemismos del pasado (y no tan pasado) para mostrarles, desde las marcas del lenguaje, que ese modo de vivir nuestros cuerpos con vergüenza por menstruar está cargado de sentidos sociohistóricos de larga data. La industria transnacional que estudié en mi investigación doctoral, la industria autodenominada de “Cuidado Personal Femenino” o “Protección Femenina”, simplemente retomó y usó muy astutamente el estigma de la menstruación (y su correlato en la experiencia vivida, la emoción de la vergüenza) para vendernos modernización y hasta liberación femenina. Así ayudó a perpetuar y veremos que también ayudó a velar el estigma de la menstruación. Volveré sobre todo esto en breve.
Primero, es necesario situar un proceso fundamental que ocurrió relativamente rápido a lo largo del siglo XX. Una nueva práctica de disciplinamiento sobre el cuerpo de las bio-mujeres se originó y consolidó, con temporalidades y alcances matizados entre y dentro de cada país, con la diseminación mundial de la industria productora de toallas y tampones manufacturados y descartables. Esa nueva práctica sobre los cuerpos que menstrúan se jactó de ser la forma moderna de menstruar. Y la vergüenza por menstruar pareció a desaparecer a medida este proceso fue consolidándose, cuando en realidad lo que ocurrió es que permaneció activa y productiva desde las sombras.
Ese modo moderno de menstruar supuso la utilización de tácticas dirigidas a producir un nuevo modo de hablar, pensar y hacer[1] sobre el cuerpo menstrual que normalizó “ese problema femenino” al tiempo que reinscribió narrativas tradicionales sobre el género bajo el nombre de la modernización. La industria ayudó a difundir el saber bio-médico moderno sobre la menstruación. Con éste, la pedagogía sobre la menstruación se dirigió a erigir como correcta la palabra “científica” menstruación para referirse a ese sangrado. Un sangrado que se representó insistentemente como “normal” y deseable en el cuerpo de las mujeres cuando era un mero supuesto no visto porque aludía a su condición fértil y su futura posición de madre.
Las empresas de la industria, a través de las intervenciones de los Departamentos Educativos, transmitieron el conocimiento sobre el ciclo menstrual que proveyó el modelo de la Medicina Hegemónica. De esta forma, democratizó un saber científico sobre el cuerpo que fue desplazando el saber tradicional de generaciones pasadas que, por ejemplo, afirmaban que si nos bañábamos en esos días, la sangre se cortaba, subía a la cabeza y podíamos enloquecer, o la mayonesa se cortaba al batirla, o las plantas morían al regarlas, entre otras cuestiones.
El nuevo modo de hacer para gestionar la menstruación se vinculó a la novedad tecnológica que significaron en su momento las toallas y tampones descartables. Antes del uso generalizado de estas tecnologías corporales, las mujeres individualmente producían sus propios medios reusables para gestionar sus menstruaciones. Para ello, armaban de forma casera los apósitos, con toallas o telas sobrantes, que lavaban a mano de modo particular, tendían y guardaban con cuidado de que los hombres no lo vieran. Y los productos fallaban en la ocultación de la sangre, porque esta se veía y se podía oler. Los productos descartables dieron una solución estandarizada a la gestión menstrual, más práctica y más efectiva para enmascarar el cuerpo menstrual. Lo descartable jugó un papel central. Ese significante se desplazó simbólicamente en la posibilidad de descartar ese viejo cuerpo menstrual, considerado como problemático por naturaleza (nunca por los sentidos socioculturales entrelazados en él) para la incorporación de la mujer en la vida pública. Entonces el profundo sentimiento de vergüenza que entraña la posibilidad de que un cuerpo se descubra como menstrual en público siguió vigente, posiblemente morigerado con respecto a lo que posiblemente vivieran las mujeres a comienzos del siglo pasado. Pero esa emoción quedó con una posibilidad de expresión limitada, cuando se consolidó la forma moderna de menstruar con toallitas y tampones descartables. Entre otras cosas, porque la menstruación quedó bien oculta.
Es por ello que, como se anticipaba antes, la industria usufructuó la vergüenza sobre la experiencia de menstruar, a la vez que lo veló, tras “normalizar” la menstruación y al permitirnos ocultar la menstruación con más eficacia que lo que permitían los viejos productos caseros. Los “protectores femeninos” nos permitieron componer el cuerpo ideal para la aceptación social (el a-menstrual, masculino) a costa de sostener una profunda desmentida. Así, el cuerpo de las personas que menstrúan se tornó hiper-productivo, todos los días del mes, sin excepción.
A continuación, quiero explicitar algunas formas en que la menstruación puede ser considerada no sólo como un asunto personal, sino también político.
1-Porque la vergüenza con que suele vivirse el cuerpo menstrual evidente ante otros es una construcción socio-histórica. Y esa vergüenza (y la necesidad de circunscribir la menstruación al territorio de lo íntimo, lo personal) fue utilizada comercialmente para vender “protectores femeninos”.
La vergüenza y el estigma de la menstruación fueron reproducidas a través del uso de metáforas negativas sobre los cuerpos que menstrúan en las variaciones de retórica publicitaria utilizada a lo largo del siglo en Estados Unidos y Argentina para difundir comercialmente estos productos.
Protección, higiene y liberación de la mujer formaron un trípode semántico estable a lo largo del siglo XX para presentar publicitariamente las toallas y los tampones. Dentro de ese soporte estable de sentidos, el significante “protección” fue constante y pueden distinguirse dos “períodos de protección femenina” dentro de la retórica publicitaria. Esos dos “períodos” (como tiempo, pero también como dos modos diferentes de significar el período menstrual) colocaron pesos diferenciales en cada uno de esos tres apoyos semánticos que dieron un sentido social a estas tecnologías y, colateralmente, reprodujeron ciertos sentidos sobre el cuerpo menstrual. Un primer período, desde la década del veinte hasta alrededor de la década del cincuenta, se apoyó más fuertemente en la higiene y la protección femenina ensalzando el discurso higienista de comienzos de siglo. Un segundo período, a partir de la década del sesenta, incrementó el apoyo en la liberación femenina de sus cuerpos menstruales posicionados como enemigos internos tras capitalizar el discurso de la liberación de la mujer bajo la forma de “un feminismo mercantil”.
En la actualidad, la retórica publicitaria de estos productos generó una torsión sobre la retórica de la liberación femenina hacia la del empoderamiento de la mujer. Sin embargo, salvo el actual y novedoso comercial de Body Form titulado “Blood Normal” (octubre, 2017),[2] la sangre continuó siendo presentada como una metáfora. Esta publicidad merece un análisis aparte.
2-Porque las sanciones severas (y muchas veces denigrantes) sobre aquellas personas que exponen públicamente y sin pudor la sangre menstrual en sus propios cuerpos, o sobre quienes hablamos acerca del tema, evidencian la vigencia del estigma de la menstruación y la continua naturalización de un orden de género injusto.
El cuerpo menstrual suele considerarse aceptable como índice de fertilidad y, con suerte, como signo de la vitalidad de un cuerpo, cuando se encuentra en una localización específica: lo íntimo, lo privado, el espacio de esa persona consigo misma. Esa sería la territorialidad adecuada para la expresión tangible del cuerpo menstrual en alguien que aspira a lo femenino y, diría, la decencia. Las censuras y agravios que se presentan a partir de las performances que reseño a continuación son concebidas como estrategias de vigilancia para reconducir a esos cuerpos “sin vergüenza” donde “deben estar”. Voy a tomar sólo dos ejemplos de los muchos que hay de activismo menstrual hoy en el mundo.
Situémonos en marzo de 2015 en Estados Unidos. Vemos esta imagen Instagram, una de las redes sociales donde cualquiera supuestamente podría producir contenidos sin censuras.
Sin embargo, Instagram removió dos veces esta imagen de la fotógrafa Rupi Kaur por considerarla ofensiva para sus códigos de la comunidad. Esta imagen fue parte del ensayo de Rupi Kaur para su curso de retórica visual en la Universidad que estudia. Tuvo más de 98 mil likes y muchos, muchos mensajes agraviantes, además del gesto de censura de esa red social. Rupi le respondió a Instagram, entre otras cosas, lo siguiente:
“thank you Instagram for providing me with the exact response my work was created to critique. you deleted my photo twice stating that it goes against community guidelines. i will not apologize for not feeding the ego and pride of misogynist society that will have my body in an underwear but not be okay with a small leak. when your pages are filled with countless photos/accounts where women (so many who are underage) are objectified. and treated less than human. thank you.”⠀⠀
Situémonos en octubre de 2017. Anita Pauls expone esta imagen de sí en Instagram. A continuación, recorté sólo algunos de los mensajes y cómo contrarresta el último, al modo de la respuesta de Rupi Kaur a Instagram.
3-Porque fue construida como un símbolo de condición femenina, algo exclusivo de esa ficción llamada “ser mujer”. Tanto es así que parece un contrasentido hablar de cuerpos menstruales no femeninos, cuerpos masculinos que menstrúan, etcétera.
Resulta importante desestabilizar la sinonimia cuerpo menstrual-cuerpo de mujer y/o cuerpo femenino para hacer lugar a la diversidad. Muchas bio-mujeres que no menstrúan, algunas porque no puede, otras porque por ejemplo hoy eligen anticonceptivos que suprimen el sangrado periódico. Pero también hay personas que se consideran mujeres, y es tan fuerte la construcción de lo femenino desde la materialidad del cuerpo que muchas mujeres trans sienten que no serán nunca una “verdadera” mujer. Y hay varones trans que tienen que ocultar muy bien esa sangre para no ser agredidos por otros varones. La performance de Effy Beth titulada “Nunca serás mujer” es elocuente al respecto. Así enmarcó Effy el registro fotográfico de sus 13 perfomance, con una voz social que le decía: “Aunque vos te sientas mujer, te crezcan tetas, tomes hormonas, te operes los genitales, nunca serás mujer porque no menstruas ni sabes lo que eso significa”.[3] Por lo expuesto, hoy se propone hablar de MENSTRUADORXS, O DE PERSONAS QUE MENSTRUAN. Con el lenguaje también hacemos lugar más digno e inclusivo a otras existencias que viven fuera del binarismo de género.
4-Porque al ser un problema femenino y un problema privado, parece natural que paguemos por esos productos como si fueran artículos de lujo en vez de productos de primera necesidad.
El IVA sobre los productos de gestión menstrual es un impuesto regresivo y desigual. Ya Gloria Steinem, periodista y un ícono del feminismo norteamericano, en un ensayo publicado en la década del setenta y titulado “Si los hombres menstruaran” planteó que, si así fuera, estos productos serían gratuitos. Hoy varios países tienen legislaciones vigentes o proyectos de ley en discusión para eliminar los impuestos que pagamos sobre estos productos y la provisión gratuita para poblaciones vulnerables. Este es el caso de Argentina, donde debemos reconocer el trabajo cuidadoso de abogacía en este sentido realizado por MenstruAcción.[4]
5-Porque aún no sabemos demasiado sobre la seguridad de esos productos.
Además del Síndrome de Shock Tóxico, un riesgo para la salud de las personas que menstrúan particularmente asociado al uso de tampones, los resultados de las investigaciones independientes a la industria siguen mostrando la presencia de elementos tóxicos en la composición de toallas y tampones industriales. Otros proyectos de ley necesarios también en Argentina buscan que las empresas deban explicitar en el packaging de estos productos cuáles son sus componentes y que el Estado realice investigaciones sobre la seguridad de esos productos, y no se conforme con las provistas por las empresas. En Estados Unidos este eje de abogacía es liderado bajo el lema “Detox the box”. También sería deseable tener más investigaciones de seguridad sobre productos reusables como la copa menstrual.
6-Porque la menstruación estuvo tan bien oculta por años, que la misma investigación feminista la desatendió por décadas.
Afortunadamente, en Argentina, este es un tema que comienza a abrirse camino dentro de la agenda de investigación enmarcada en los estudios de género y feministas. Diferentes colegas están realizando aportes valiosísimos. Mi libro, Cosa de Mujeres. Menstruación, Género y Poder (Sudamericana, 2017), es el resultado de mi investigación doctoral y posdoctoral. De alguna manera, contribuí a abrir ese campo de investigación en nuestro país así como a consolidar el marco histórico y transnacional de discursos y prácticas sobre los cuerpos menstruales que permite comprender los diálogos, tensiones y re-articulaciones que hoy emergen, con prácticas y discursos alternativos sobre los cuerpos menstruales.
7-Porque el modo en que entendemos la menstruación se traduce en las políticas públicas.
Algunos ejemplos. La canasta básica gratuita del Programa Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable no provee aún ninguna de estas tecnologías de gestión de la menstruación. Y nos enseñan poco y nada la salud menstrual. ¿A cuántas personas que menstrúan en la consulta ginecológica se le pregunta por patrones de dolor, de sangrado, por mencionar algunas cuestiones? La naturalización del dolor menstrual es uno de los rasgos más llamativos que nos privan de tener diagnósticos tempranos de enfermedades ginecológicas como la endometriosis.
8-Porque en los países donde la industria de “Femcare” no se diseminó como lo hizo en la región de Las Américas y Europa (especialmente en África) las niñas pierden clases o desertan su educación formal porque no tienen cómo evitar la mancha.
A ellas se dirigen una serie de intervenciones de ONGs y organismos internacionales enmarcadas en el respeto de los derechos humanos. Pero también la industria de Femcare donde tiene un mercado muy tentador por explotar.
Menstruar con orgullo
Por todo lo expuesto, quisiera evocar la pintura de Sarah Maple titulada “Menstruate with pride”.[5] Una mujer se muestra en el centro de la pintura con el mismo clásico vestido blanco de la publicidad de toallitas y tampones. En las publicidades se mostró siempre impoluto para evidenciar la efectividad máxima de los “protectores femeninos”. Aquí esa mujer ser muestra con ese vestido blanco estampado con la mancha colorada a la altura de su abdomen y con su puño en alto, mientras es observada con rasgos de repulsión por parte de todxs los adultos que la observan. Hay referencias al asco en todos, salgo en ella misma, quien connota orgullo y una niña que, por estar aún incorporándose en la cultura, la mira de desafectivizada.
El orgullo es una emoción antitética a la emoción de la vergüenza con que nos enseñaron a vivir el cuerpo menstrual. Quise proponerles repensar lo personal de la experiencia menstrual desde su política, sacar esos cuerpos del closet de la menstruación del que nos habló Iris Marion Young en “Menstrual Meditations”. La menstruación como un asunto personal y político tiene su momento. Y a pesar del recrudecimiento de una cultura patriarcal y machista, también hay intersticios y grietas para resistir un orden de género injusto. La reflexión es un paso necesario para esa resistencia.
Nos tenemos a nosotras, y a muchos varones, pensando y haciendo para reparar injusticias históricas contra las mujeres y muchas otras identidades de género discriminadas, para hacer lugar a otros modos de existencia más conscientes, más libres y más felices.
Menstruar, si no es con orgullo, que por lo menos sea SIN VERGÜENZA.
[1] Lara Freidenfelds analizó este proceso en Estados Unidos. Para mayor información, véase Freidenfelds, L. (2009). The modern period: menstruation in twentieth century America. Baltimore: John Hopkins University Press.
[2] Ver: https://www.youtube.com/watch?v=QdW6IRsuXaQ (último acceso, 25/10/2017).
[3] Ver: http://nuncaserasmujer.blogspot.com.ar/ (último acceso: 25/10/2017).
[4] Ver: http://economiafeminita.com/menstruaccion/
[5] Ver: http://www.sarahmaple.com/paintings-3/
Fuente-Universidad Nacional de José C. Paz