Jóvenes investigadores buscan popularizar la ciencia en Panamá
Son jóvenes, están sobradamente preparados, estudiaron y trabajaron fuera, pero volvieron a casa para hacer algo que a priori parece difícil: investigar y popularizar la ciencia en Panamá, un país que no para de crecer, pero que apenas invierte en investigación y desarrollo (I+D).
La panameña Arlene Calvo es una de las fundadoras de «Ciencia en Panamá», un movimiento que surgió en mayo de 2016 para darle voz a la comunidad científica del país y que ya cuenta con más de 150 integrantes y cientos de seguidores en las redes sociales.
Calvo, doctora en Salud Pública por la Universidad de South Florida (USF), en EE.UU, volvió a Panamá hace varios años para dirigir un programa de la USF en la Ciudad del Saber, un complejo científico ubicado en una antigua base estadounidense a orillas del canal.
Desde entonces, la joven ha sufrido en silencio el «abandono de la ciencia» y los constantes tijeretazos que los Gobiernos han aplicado a la Secretaría Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (Senacyt), la principal agencia científica del país. Pero hace un año y medio se le acabó la paciencia.
Calvo recuerda durante una entrevista con Efe que hubo dos hechos que la empujaron a llamar a varios colegas y a conformar «Ciencia en Panamá»: la disminución de más del 14 % de los fondos del Senacyt en 2016, y la discusión de un proyecto de ley para promover la investigación sanitaria «que apenas había sido consultado a la comunidad científica».
«En ese momento nos dimos cuenta que era necesario fortalecer nuestra voz, hacernos un hueco en la toma de decisiones políticas, pero éramos conscientes de que para conseguirlo teníamos que popularizar la ciencia y explicarle a la sociedad su importancia», afirma.
En tan solo un año y medio, el movimiento ha organizado talleres escolares, ha asesorado a diputados y organizaciones sociales, ha compartido cientos de publicaciones en la redes sociales y se ha convertido en una voz experta a la que recurren los medios locales para contextualizar temas científicos.
«Hemos hecho tanto ruido que al final hemos conseguido aumentar el presupuesto de la Senacyt para este año y para el que viene», asegura Calvo.
El presupuesto de la institución cayó drásticamente el año pasado hasta los 33,3 millones de dólares, pero en 2017 subió hasta los 40,5 millones y el año que viene será de 50,7 millones, según datos oficiales.
«Los científicos solemos meternos en el laboratorio pero tenemos que participar en el discurso público. La ciencia y la educación es lo único que va a hacer de Panamá un país del primer mundo», apunta por su parte la doctora Gabrielle Britton.
Britton, otra de las integrantes del movimiento, es doctora por la Universidad de Indiana Bloomington (EE.UU) y volvió gracias a un programa de repatriación de talento. Ahora dirige el centro de Neurociencia del Instituto de Investigaciones Científicas y Servicios de Alta Tecnología de Panamá (Indicasat).
«La inversión más grande ya está hecha, que es el capital humano. Nuestra economía no para de crecer, pero la inversión en I+D sigue sin subir», lamenta.
La economía panameña ha crecido en los últimos años a una media del 6 %. Sin embargo, el país destina solamente el 0,3 % de su producto interior bruto (PIB) a la investigación, frente al 2,2 % del promedio mundial, según el Banco Mundial.
María Beatriz Carreira, doctora en Neurociencias por la Universidad de Texas Southwestern Medical Centre (EE.UU) e investigadora en el Indicasat, es consciente de que regresar ha sido una decisión arriesgada, pero asegura tener «más esperanza que miedo».
«El instituto acaba de cumplir 15 años, estamos en pañales, pero creo que es un periodo de transición importante porque somos muchos los científicos que hemos vuelto y que queremos cambiar el sistema y hacer de Panamá un país grande», dice con entusiasmo.