El indultado – La República, Perú
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Algunas voces, con magnánimo equívoco, celebran la supuesta sagacidad de Alberto Fujimori –el gran negociador de su propia liberación– rebajando de ese modo su responsabilidad en la afrenta del insultante indulto. Se afirma lo mismo de Kenji Fujimori, al cual se le reconoce que siempre fue sincero en afirmar que el primer punto de su agenda era la libertad de su padre, como si no fuese un legislador que representa a la Nación y en esa medida obligado a la honestidad y la transparencia, y prohibido de gestionar prebendas personales o familiares.
No es posible pasar por agua tibia el teatro fujimorista que lleva varios años intentando engañar a los peruanos con una supuesta enfermedad terminal para alcanzar la libertad de un sentenciado por graves delitos, las fotos arregladas y retocadas para provocar lástima, las puestas en escena con periodistas amigos, la prisión dorada a disposición de su caprichoso uso, la generosa organización penitenciaria que le permitía largas visitas, las fiestas con bandas (de músicos, claro) extranjeras, y el blindaje que para todos estos propósitos ejercieron las bancadas parlamentarias fujimoristas. De hecho, Fujimori no fue un preso particularmente valiente sino conocido por su pánico para encarar con entereza la consecuencia de sus actos.
En el malhadado indulto, los Fujimori no son objeto sino sujeto. Son quienes suministraron los votos necesarios –casi exactos– para salvar a PPK de la vacancia, usando la fuerza política como medio de cambio. En los votos de esos legisladores y de los congresistas fujimoristas que han hecho suyo el indulto existe una confianza pública expresada en votos y defraudada. Solo habría que recordar que Fuerza Popular juró que no usaría su poder político para liberar a su fundador, promesa que no ha cumplido.
Los Fujimori son ahora más fujimoristas que nunca y a esa condición obedece el primer discurso del ex presidiario. En sus calculadas palabras no existe ni un asomo de remordimiento por los delitos por los que fue condenado, es decir, violaciones de los DDHH, secuestro y corrupción, entre otros. Su pedido de perdón a los peruanos que confiaron en él y que se sienten “defraudados”, son las expresiones de un político frente a sus seguidores, pero en ningún caso un arrepentimiento formal y expreso por los delitos por los cuales Fujimori fue sentenciado en procesos impecables, considerados cosa juzgada.
El indulto que miles de personas rechazan en estos días en sus hogares, empleos y en las calles, solo ha servido para recordarnos que el indultado, según la opinión de juristas y organismos internacionales vinculados a la defensa de los DDHH, no merecía esta gracia. La defensa de este ilegal acto por su partido y sus seguidores ideológicos de distintas versiones, en donde se vacía de contenido la palabra reconciliación, nos hace recordar que el fujimorismo que ha vuelto, nunca se había ido.