Falleció la poeta venezolana Ana Enriqueta Terán

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A los 99 años falleció poeta venezolana Ana Enriqueta Terán

El ministro del Poder Popular para la Cultura, Ernesto Villegas, informó que la poeta Ana Enriqueta Terán falleció en Valencia, estado Carabobo, a los 99 años de edad.

Este lunes el ministro informó en su cuenta Twitter @villegaspoljak: “Acaba de fallecer en Valencia la poetisa Ana Enriqueta Terán a la edad de 99 años. Su obra y trayectoria quedan como ejemplo para las nuevas generaciones. ¡Honor y gloria!”.

Terán fue influenciada por autores como Góngola, Garcilaso de la Vega, Rimbaud y Baudelaire, reseña nota de prensa de Radio Mundial.

Su formación intelectual comenzó con su madre Rosa Madrid Terán, quien la puso en contacto con los poetas clásicos, se inició con versos de estricta métrica, luego pasó a la poesía libre.

Terán dudó en participar en un curso abierto para enseñar a escribir poesía porque, decía, es algo que no se puede aprender en un salón de clases.

A los 97 años, la autora seguía escribiendo, de ahí su extensa obra, la cual es referencia en la literatura venezolana e hispanoamericana.

Una vida intensa

Si leyéramos las memorias de Ana Enriqueta Terán, nos encontraríamos con grandes personajes de la contemporaneidad y celebridades del arte. El telón de fondo de su vida es un extenso trayecto de la realidad política, que va desde Juan Vicente Gómez hasta Nicolás Maduro, e incluye personajes como Argimiro Gabaldón (quien era su primo), Jóvito Villalba, Gustavo Machado, Marcos Pérez Jiménez, los presidentes de la IV República y, por supuesto, Hugo Chávez, pues la gran poeta de Valera es, para disgusto de muchos, revolucionaria a carta cabal.

En el plano artístico, el desfile de notables comienza nada menos que con Andrés Eloy Blanco, quien la conoce en 1931 (cuando ella tenía solo 13 años), lee sus primeros poemas y la declara poeta. El cumanés, años más tarde, durante un recital en homenaje a Alberto Arvelo Torrealba, en el Ateneo de Caracas, desató las risas de todos los presentes cuando su voz se abrió paso entre los aplausos: “¡A esa la descubrí yo!”, gritó. La chica acababa de leer versos de una de sus primeras obras publicadas, Décimas andinas.

En el recorrido vital de Terán también aparecen figuras como el poeta español Rafael Alberti (quien le puso el apodo “La Guaricha”); los poetas venezolanos Juan Liscano, Víctor Valera Mora y Ramón Palomares; y los pintores Aimée Battistini, Oswaldo Vigas y Pascual Navarro. Como desarrolló una breve carrera diplomática (a la que renunció para no respaldar la dictadura de Pérez Jiménez), también tuvo la oportunidad de alternar con personajes históricos de nuestra América, como Juan Domingo Perón, Eva Perón y Augusto César Sandino.

Más allá de alternar con gente destacada, en su pasantía diplomática estuvo en Argentina y, según ha dicho en conversaciones y conferencias, regresó convencida del inmenso potencial de la América profunda. “Aprendí a amar las grandes masas indígenas. Soy una poeta mestiza. Y me siento muy orgullosa de eso”.

Vista siempre como una persona de cuidado, por sus vinculaciones y afinidades con la izquierda, no fue sino hasta 1989 (entrando ya en su séptima década) cuando recibió el Premio Nacional de Literatura, un galardón que merecía desde mucho tiempo antes. De cualquier manera, el reconocimiento tuvo el respaldo de tirios y troyanos, igual que cuando la Universidad de Carabobo le otorgó el doctorado honoris causa y cuando, en 2007, el IV Festival Mundial de Poesía tuvo su obra como foco.

Para completar la lista de justos honores, el principal teatro de Valera lleva su nombre y la casa donde nació y vivió sus años mozos, en Jajó, adoptó el título de uno de sus poemarios, Casa de hablas, y está siendo transformada en un centro cultural. Allí, por cierto, todavía está el taller en el que Ana Enriqueta desplegó otro de sus talentos: la costura.

Terán vivió en diferentes lugares de Venezuela: Puerto Cabello, Valencia, Caracas, Margarita, Morrocoy, pero fue amante de su montaña natal, a la que dedicó buena parte de su obra inicial. Especial afecto sintió por sus coterráneos, a quienes consideraba gente cortés y maravillosa. Según la poeta, hasta cuando lloran, los niños andinos lo hacen dulcemente.

En su afán de reivindicar y defender lo venezolano y trujillano, ha puesto la calidad lírica al servicio de la beatificación de José Gregorio Hernández. El privilegiado destinatario del alegato ha sido el papa Francisco. “Es muy justo que también tenga un lugarcito entre los santos del mundo. Es un trujillano ejemplar. Se pierde en la distancia. Qué orgullosa me siento de mi paisano”, dijo.

En la biografía de esta poeta no podía faltar la historia de amor y el coprotagonista fue el ingeniero José María Beotegui, a quien flechó el mismo día que se conocieron, en 1954, en un acto en el Ateneo de Valencia, cuando presentaban el primer número de la revista literaria Cuadernos del Cabriales.

Una fotografía que ha quedado como testimonio de ese primer encuentro la muestra a ella en todo su esplendor, con un aire muy español, como haciendo juego con sus primeros poemas. La pareja se casó al año siguiente y la unión se prolongó por más de 55 años, hasta que Beotegui falleció en 2011. Tuvieron dos hijos, un varón que murió pocos días después de nacer, y Rosa Francisca Beotegui Terán, continuadora de la saga de la madre, poeta, aunque de profesión arquitecta.

Por cierto, una vez, en ese afán de los periodistas de formular interrogantes originales, le preguntaron a Ana Enriqueta Terán qué dolía más: si escribir un poema o parir. Y ella, tras pensarlo bastante, respondió que escribir un poema a veces es un dolor, pero otras, es un placer.

Venezolana de Televisión


Para Ana Enriqueta Terán la esencia estaba en la poesía

Casi ochenta años moldeando palabras convierten a la gran dama de la poesía venezolana, Ana Enriqueta Terán, en un referente invaluable para las letras hispanoamericanas. La escritora falleció ayer en la mañana, a los 99 años de edad, dejando tras de sí un legado literario de más de una docena de publicaciones, en el que sobrepasó la métrica tradicional, las repeticiones y las fórmulas.

Nacida el 4 de mayo de 1918 en una hacienda de caña en Valera, estado Trujillo, Terán basó gran parte de su creación literaria en la armonía de los sonetos. Maestros como Juan Liscano y Ramón Palomares destacaron el valor musical y el manejo del verso en sus creaciones. Antes de que cumpliera 26 años, Enrique Planchart se interesó en sus versos e hizo la selección para su primer libro, Al norte de la sangre, editado en 1946.

El mismo año en que debutó con una publicación, comenzó a desarrollarse en el ámbito diplomático entre Uruguay y Argentina, hasta que en 1950 volvió a refugiarse enteramente en la poesía. Vivió en Nueva York y París, así como en el sector La Entrada en Valencia. Tuvo una casa en La Asunción, estado Nueva Esparta; un rancho en Morrocoy, y, por último, una casa en el pueblo de Jajó, cerca de Valera, la cual llamaba Casa de Hablas –término que quedó registrado en su prosa– donde además estableció un taller de alta costura, en el que diez costureras aprendieron el oficio de la mano de la poeta.

Desde su nacimiento, el movimiento político liderado por el fallecido Hugo Rafael Chávez Frías encontró una creyente en Terán. Por ello, persiste la promesa gubernamental de que su casa en Jajó, donde vivió 11 años, será restaurada y convertida en un centro cultural para el disfrute de los lugareños. 1.500.000 bolívares fueron aprobados para que el gobierno regional iniciara los trabajos, pero aún no se tiene noticia de la inauguración.

En 1989, un año de antes de publicar Casa de Hablas y cuatro después de Música con pie de salmo, Terán recibió un doctorado honoris causa de la Universidad de Carabobo. Ese mismo año se le otorgó el Premio Nacional de Literatura, en una decisión unánime tomada por Lubio Cardozo, Luis García Morales, Adriano González León, Manuel Alfredo Rodríguez y Oswaldo Trejo, en cuyo veredicto se lee: “La labor creadora, el retiro a la soledad y la alegría de sus duendes interiores, hacen de Ana Enriqueta Terán una presencia literaria fundamental”.

El cuidado del estilo de la poesía tradicional siempre fue su norte, y tuvo como principales referentes a Góngora, Garcilaso de la Vega, Rimbaud y Baudelaire. “La novela la encuentro como un relleno, no siento la esencia sino en la poesía. Será que ya me falta tiempo para la novela, y estoy aprovechando la lucidez que tengo”, esgrimía la poeta sobre la narrativa larga, en 1988.

En 1991 Monte Ávila Editores presentó Casa de Hablas, una obra integrada por 11 libros que han visto la luz desde 1946 hasta 1989, y que constituyó una de sus primeras antologías. En 1992 publicó Alabastros; en 2006, Construcciones sobre basamentos de niebla, y Piedra de habla, en 2014.

Entre las características más resaltantes de Terán, se puede mencionar que aun en su forma de hablar no perdía la impronta de su poesía. Cuando le preguntaron, en una entrevista para El Nacional en 1970, por qué había decidido partir de la ciudad y refugiarse en una pequeña casa en su estado natal, contestó: “Abandoné ciudad y gentes para enfrentarme a mi poesía, a mi propio humano desamparo, y hasta qué punto yo era o no una creación de los demás. (…) amé mi cuerpo y todavía no he logrado zafarme de él. Se envejece muy lentamente; pero, cuando sea una vieja de verdad, mi poesía ganará en lucidez y será infinitamente más libre”.

“La novela la encuentro como un relleno, no siento la esencia sino en la poesía. Será que ya me falta tiempo para la novela, y estoy aprovechando la lucidez que tengo”, Ana Enriqueta Terán.
El Nacional


La poetisa cuenta hasta cien y se retira

XVI

Se escribe y la escritura desenreda
madejas de lujosa semejanza;
barco que nunca llega y siempre alcanza
la medida del hambre y no conceda

Puño de sombra a la reciente seda
del bolsillo; la seda a semejanza
de piso bien lustrado y alabanza
de quien debe sembrarse y no se queda.

Y no se borra del mural de viento
donde la confusión teje y desteje
al parecer un válido argumento.

Detenerse, buscar algún despeje,
algo que abrigue o sólo un pensamiento
que desguace la rosa o la deje.

 

Piedra de habla

La poetisa cumple medida y riesgo de la piedra de habla.
Se comporta como a través de otras edades de otros litigios.
Ausculta el día y sólo descubre la noche en el plumaje del otoño.
Irrumpe en la sala de las congregaciones vestida del más simple acto.

Se arrodilla con sus riquezas en la madriguera de la iguana…

Una vez todo listo regresa al lugar de origen. Lugar de improperios.
Se niegan sus aves sagradas, su cueva con poca luz, modo y rareza.
Cobardía y extraño arrojo frente a la edad y sus puntos de oro macizo.
La poetisa responde de cada fuego, de toda quimera, entrecejo, altura
que se repite en igual tristeza, en igual forcejeo por más sombra
por una poquita de más dulzura para el envejecido rango.

La poetisa ofrece sus águilas. Resplandece en sus aves de nube profunda.
Se hace dueña de las estaciones, las cuatro perras del buen y mal tiempo.
Se hace dueña de rocallas y peladeros escogidos con toda intención.
Clava una guacamaya donde ha de arrodillarse.
La poetisa cumple medida y riesgo de la piedra de habla.

 

La poetisa cuenta hasta cien y se retira

La poetisa recoge hierba de entretiempo,
pan viejo, ceniza especial de cuchillo;
hierbas para el suceso y las iniciaciones.
Le gusta acaso la herencia que asumen los fuertes,
el grupo estudioso, libre de mano y cerrado de corazón.
Quién, él o ella, juramentados, destinados al futuro.
Hijos de perra clamando tan dulcemente por el verbo,
implorando cómo llegar a la santa a su lenguaje de neblina.
Anoche hubo piedras en la espalda de una nación,
carbón mucho frotado en mejillas de aldea lejana.
Pero después dieron las gracias, juntaron, desmintieron,
retiraron junio y julio para el hambre. Que hubiese hambre.
La niña buena cuenta hasta cien y se retira.
La niña mala cuenta hasta cien y se retira.
La poetisa cuenta hasta cien y se retira

 

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