Elecciones en Chile: el ventarrón político que abre la posibilidad de evitar la hecatombe – Por Manuel Riesco

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Pocas veces una elección había resultado tan determinante como inesperada. Ha invertido súbitamente el sentido del momento político en favor de Alejandro Guillier. La irrupción de nuevas fuerzas políticas, una de ellas mayor, ha conmocionado a las existentes –ocasionando bochornosos revolcones a connotados candidatos, suscrito incluido– y modificado hegemonías en su interior, desplazando todo el sistema político significativamente hacia la izquierda. En el plano de las ideas, ha terminado de hundir el cretinismo político de no considerar el evidente y ascendente malestar de la ciudadanía, y las superficiales concepciones sociológicas en que este se apoyaba. Lo más trascendente es que el enardecimiento popular se ha manifestado por dentro del sistema político, abriendo la posibilidad de que sea encauzado por este hacia la realización de las reformas necesarias, cuya postergación lo conduciría inevitablemente a la hecatombe, como dijo Arturo Alessandri Palma al promulgar la Constitución de 1925.

La elección confirmó la fragilidad de la estrategia derechista de pretender volver al Gobierno aprovechando la generalizada desafección con el sistema democrático, a raíz de su incapacidad de terminar los abusos y distorsiones heredados de la dictadura. Aunque la proporción de votos válidos en relación con la población habilitada continuó bajando y se ha reducido a la mitad desde 1989, el número de votantes se mantuvo respecto de la elección del año 2013, superando por lejos el que irresponsablemente contaba para ganar.

La votación sumada de los candidatos de centro e izquierda sobrepasó holgadamente la menguada del candidato derechista y Alejandro Guillier avanza con paso firme y viento electoral a favor a ser elegido Presidente el próximo 17 de diciembre. Ello es la primera condición para que el sistema político sea capaz de encauzar la ola de malestar ciudadano que se le viene encima y amenazaría con arrasarlo en caso de triunfar la derecha.

Sin duda el principal resultado de la elección es el surgimiento del Frente Amplio (FA), una nueva fuerza política de significación a la izquierda de la coalición gobernante. En medida no menor, gracias a las reformas electorales del Gobierno de Nueva Mayoría (NM), fin del binominal y leyes Engel, obtuvo un resultado muy por encima de lo esperado y una representación parlamentaria y financiamiento fiscal acordes. Con un 16,5 por ciento de la votación, logró elegir 20 diputados que representan un 13 por ciento de la Cámara, y un senador.

Revolución Democrática (RD), partido eje del bloque, logró 10 diputados, que constituyen la tercera bancada más grande aparte de los partidos de derecha, y un senador. Las tres primeras mayorías individuales a nivel nacional las obtuvieron jóvenes diputados reelectos de este bloque. Su candidata presidencial, Beatriz Sánchez, fue la opción preferida de un quinto de los votantes y estuvo muy cerca de pasar a la segunda vuelta.

Es un fenómeno completamente diferente a las votaciones obtenidas por candidaturas y fuerzas políticas que en elecciones anteriores compitieron por el margen izquierdo de la entonces gobernante Concertación de Partidos por la Democracia. Desde luego, su votación duplica, triplica y hasta quintuplica las que lograron agrupaciones definidamente de izquierda que, en su momento, se conformaron teniendo como eje al Partido Comunista (PC), aunque el FA contó a su favor con el nuevo sistema electoral, puesto que con el binominal habría logrado apenas 8 diputados con la misma votación y esta habría sido menor si las leyes no hubieran restringido y regulado el financiamiento de campañas.

No contó con apoyo encubierto de los llamados “poderes fácticos” que, por el contrario, tempranamente decidieron que constituía para ellos el principal peligro y organizaron maniobras en su contra, como manipular encuestas. Al revés, alguna vez apoyaron descaradamente una candidatura presidencial que perjudicaba a la Concertación y no consideraban peligrosa, a la cual proporcionaron más cobertura mediática que a su propio sector y al oficialismo, y bajo cuerda le pasaron más dinero que a cualquier candidatura, según se comprobó en el proceso judicial al financiamiento ilegal de la política.

El FA es una fuerza política conformada en torno a RD, partido político surgido de las movilizaciones estudiantiles del año 2011 y que trabaja estrechamente con otros líderes independientes de la misma trayectoria. Hasta el momento sus jóvenes dirigentes han mostrado el peso específico, densidad, propósito y perseverancia colectivas, que se requieren para conformar una fuerza política autónoma. Han confluido con el Partido Humanista, que ha dado pruebas más que suficientes de permanencia en este espacio político desde que se retiró de los gobiernos concertacionistas a principios de los años 90, y otros grupos.

Actúan con bastante prudencia y visión de largo plazo, pero al mismo tiempo levantan sin ambigüedades las propuestas que hoy resultan adecuadas para inspirar y conducir la indignación popular en ascenso, las que se han sintetizado en las consignas de No+AFP, condonación de deudas estudiantiles y gratuidad universal, y Asamblea Constituyente.

Dichas consignas tienen un sentido profundo, puesto que las primeras apuntan a terminar con los dos principales mecanismos institucionales mediante los cuales el gran empresariado se apropia de parte importante de los salarios, lo que antes se denominaba superexplotación de los trabajadores, supuestamente para financiar el ahorro nacional y sostener el sistema educacional, responsabilidades que en todas las sociedades civilizadas corresponden íntegramente a las élites con cargo al excedente que se apropian. La última consigna es, entre otros aspectos fundamentales, el camino para recuperar la propiedad efectiva de los recursos naturales, cuya entrega a un puñado de empresas rentistas que hegemonizan la élite constituye la principal distorsión de la sociedad, economía y política chilenas.

La consolidación y crecimiento de esta fuerza, manteniendo el compromiso intransigente con dichos acertados planteamientos, así como su integración al diálogo democrático con el conjunto del sistema político, es la segunda condición para que el sistema político abra cauce constructivo a la indignación popular.

El mayor remezón electoral lo sufrieron los partidos y figuras que hegemonizaron los gobiernos de la Concertación. La DC sufrió un cataclismo tras la resolución suicida de competir en solitario, impuesta por su ala más conservadora, perdió más de un tercio de su votación del 2013 y dos tercios de la que llegó a obtener en 1993, y vio reducida su representación a solo 14 diputados, un 9 por ciento de la Cámara. El más afectado fue el Partido por la Democracia (PPD), que perdió la mitad de su votación del 2013 y dos tercios de la que obtuvo el 2005, eligiendo solo 8 diputados. El PC fue el único de la Nueva Mayoría (NM) que aumentó levemente su votación respecto del 2013, lo que le permitió elegir 8 diputados, dos adicionales, y mantener la proporción de su bancada en la incrementada Cámara de Diputados.
La derecha en su conjunto mantuvo su reducida votación del 2013, cuando sufrió una desastrosa pérdida de 500 mil votos respecto de su caudal anterior. Se verificó un reacomodo entre sus partidos, disminuyendo la UDI y avanzando RN y Evópoli, una fuerza política nueva de inspiración liberal que con 4,3 por ciento de la votación eligió 6 diputados y un senador. Está por verse si en la coyuntura actual una parte de este sector ayudará a abrir paso a las impostergables “reformas necesarias” arriba enumeradas o si, por el contrario, se plegarán en bloque a la regresión que ya se evidencia en la corriente fascistoide que también se levantó con fuerza en esta ocasión.

Una posición más flexible de la derecha es la tercera condición indispensable para salvar el sistema democrático, especialmente si se considera que fue favorecida por el nuevo sistema proporcional al ir en un solo bloque, logrando un 47 por ciento de los diputados con poco más de 38 por ciento de la votación.

El mayor remezón electoral lo sufrieron los partidos y figuras que hegemonizaron los gobiernos de la Concertación. La DC sufrió un cataclismo tras la resolución suicida de competir en solitario, impuesta por su ala más conservadora, perdió más de un tercio de su votación del 2013 y dos tercios de la que llegó a obtener en 1993, y vio reducida su representación a solo 14 diputados, un 9 por ciento de la Cámara. El más afectado fue el Partido por la Democracia (PPD), que perdió la mitad de su votación del 2013 y dos tercios de la que obtuvo el 2005, eligiendo solo 8 diputados. El PC fue el único de la Nueva Mayoría (NM) que aumentó levemente su votación respecto del 2013, lo que le permitió elegir 8 diputados, dos adicionales, y mantener la proporción de su bancada en la incrementada Cámara de Diputados.

El terremoto político fue acompañado de la “equivocación profunda, naufragio vergonzoso cuando no humillante, de medios de comunicación, periodistas, columnistas y otros comentaristas de la plaza, que leyeron mal e interpretaron peor los signos y síntomas de la realidad social, corroborando una vez más la diferencia entre la opinión pública y la opinión publicada”, como reconoció un importante comentarista político en forma tajante y honesta.

Sus equivocaciones provienen en parte de una concepción superficial de la sociedad chilena actual en trance de completar su transición, que ha durado un siglo, a la modernidad capitalista. No comprenden que esta, lejos de constituir el fin de la historia, es por el contrario la más conflictiva de todas las sociedades y de manera recurrente se agudiza la constante pugna entre sus principales clases sociales, las que no se definen solo por su nivel de ingresos como suponen, sino mayormente por el origen de estos en salarios, ganancias o rentas.

Su error principal es el olvido de la ley fundamental de la ciencia política, que consiste en adecuar siempre los programas y consignas al subyacente “ciclo de actividad política de las masas”, cuyo descubrimiento constituye el principal aporte de la ciencia política clásica, que con justicia calificó dicho olvido de “cretinismo político”. Para lograr conducirlo es necesario adelantar con decisión las consignas cuando el ciclo va al alza, frenarlas cuando inevitablemente declina, y regirse por la regla de la “medida de lo posible” en los largos y tediosos períodos de calma chicha.

Parece oportuno para las fuerzas y líderes democráticos recordar hoy estas experiencias, cuando nuevamente el pueblo chileno se alza en una ola multitudinaria de indignación, cuyos “signos y síntomas” resultan más que evidentes y más todavía con los resultados de la reciente elección. Asumiendo que, como todo indica que sucederá, el pueblo los eleve el próximo 17 de diciembre a la Presidencia de la República, la principal responsabilidad al respecto la tienen Alejandro Guillier y cada uno de los partidos que lo respaldan.

Siguiendo el ejemplo de Frei Montalva y Allende, resulta crucial que, dejando a un lado toda frivolidad, se pongan a la cabeza del proceso, asumiendo sin ambigüedades el contenido de las consignas antes enumeradas y forjen las alianzas y entendimientos más amplios posibles, pero a la vez decididos, que permitan ponerlas en práctica superando las trancas legales que hoy aparentemente entraban su realización.

Esa es la condición decisiva para el éxito del proceso que está en marcha. Ayudar a que curse por vías democráticas es responsabilidad de todo el sistema político y constituye la manera mejor y más conveniente para todos de hacer lo que hoy hay que hacer. No estar a la altura de este desafío puede resultar irresponsable y peligroso para todos.

(*) Economista del Centro de Estudios Nacionales de Desarrollo Alternativo (Cenda).

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